La guerra en Afganistán: algunas lecciones preliminares

por Manuel Coma y Rafael L. Bardají, 13 de febrero de 2002

(Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales)

 I.- ¿Pero se pueden extraer lecciones ya?

En la medida en que, como suele decirse, el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, intentar extraer lecciones de la propia experiencia no sólo resulta una tentación normal, sino que es un ejercicio indispensable para no repetir sistemáticamente los errores del pasado. En esa medida, reflexionar sobre lo acontecido en Afganistán, responde a una lógica aplastante.
 
No obstante, hay diversos elementos en esta ocasión que dificultan sustancialmente la identificación de lecciones que tengan el valor de perdurar en el tiempo y  poder ser, así, aplicadas en otros conflictos futuros:
 
Para comenzar, está la inmediatez de los hechos que complica la identificación de los elementos que han sido verdaderamente relevantes para el resultado final de la guerra. Es más, no podemos olvidar que la caída vertiginosa del régimen talibán no ha acabado por completo con sus seguidores ni con los miembros de Al Qaida, muchos dispersos en un país esencialmente vacío, pero otros todavía concentrados en pequeñas bolsas. El papel que puedan jugar en el futuro del país está todavía por determinar; igualmente, tampoco se puede obviar que Afganistán ha sido una batalla dentro de una guerra global contra el terrorismo internacional y que, por tanto, sus éxitos tácticos sólo cobrarán sentido con una victoria más amplia que aún no se ha conseguido.
En segundo lugar, la férrea censura gubernamental sobre las operaciones ha llevado a una escasez de información fiable sobre  las “técnicas, tácticas y procedimientos” utilizados en Afganistán. Los briefings diarios del Pentágono y de las autoridades británicas apenas detallan las fuerzas involucradas, las misiones y los despliegues. Los sistemas de armas y las municiones empleadas se muestran de manera altamente dispersa y lo único que se conoce con certeza es el coste de la Operación Libertad Duradera. El presente trabajo se basa en una lectura minuciosa de toda la información disponible, oficial y de think-tanks privados, pero hay que tener claro que hasta que no se hagan públicos los datos oficiales, aquélla no puede tomarse como completa ni libre de errores. En esa medida, las lecciones que puedan basarse en el empleo de las fuerzas tendrán que ser revisadas y validadas a medida que se confirmen las noticias oficialmente.
 
En tercer lugar, y lo que es más relevante para importantes analistas de defensa, Afganistán ha sido una guerra sui generis, con características tan específicas, que difícilmente podrá repetirse un escenario similar en el futuro.[1] Y, efectivamente, cuando se analizan las condiciones, por ejemplo, de los países que forman el denominado “Eje del Mal”, Corea del Norte, Irak e Irán,[2] en poco se parecen al régimen talibán, cuyo poder, por ejemplo, se ha demostrado que se alzaba sobre la división y las rencillas de los grupos sociales, tanto de oposición como de apoyo al régimen; cuyas fuerzas estaban encuadradas y dirigidas por el servicio secreto y oficiales pakistaníes directamente, sin cuyo apoyo se han demostrado incompetentes; y cuya estabilidad se encontraba relativamente amenazada por fuerzas guerrilleras de la oposición que, a pesar de su escasez de medios, controlaban una porción del territorio nacional. Ni militar, ni política, ni estratégicamente parece que Afganistán encuentre una proyección lógica en otras regiones del mundo.
 
De ahí, por último, que al hablar de lecciones de Afganistán, haya que preguntarse que lecciones para qué o para dónde. Sacar lecciones abstractas sobre las operaciones militares contra los talibán puede que sea posible, pero tiene mucho más sentido, como ejercicio, si se hace con el horizonte de otras operaciones militares que puedan desencadenarse en un futuro inmediato. ¿Cuáles de estas lecciones son relevantes para la fase II de la guerra contraterrorista (Filipinas,por ejemplo) o para una hipotética fase III (Irak)?
 
Así y todo, Afganistán, por lo que hoy sabemos, y aún siendo un escenario evidentemente específico y lleno de peculiaridades,  en buena medida no es sino el más reciente eslabón de una cadena inaugurada durante la guerra del Golfo en 1991, sostenida en Kosovo en 1999 y, si acaso, ahora prolongada de una forma acelerada. En la medida, por tanto, que refleja una tendencia, la especificidad de Afganistán puede relativizarse: Algunos de los elementos que han caracterizado esta campaña seguirán presentes en las guerras futuras, como el incremento del uso de las municiones inteligentes, la fusión de la información, el conocimiento exhaustivo del campo de batalla, el recurso a robots, el ataque a larga distancia y el refuerzo de la protección frente a sistemas NBQ.
 
En cualquier caso, todas las guerras presentan un conjunto de circunstancias que las hacen únicas. Difícilmente el comandante de un batallón de carros de combate del BAOR hubiera imaginado en la primera mitad de 1990 que semanas después tendría que pintar sus carros de combate color arena del desierto y abandonar Alemania para luchar en Kuwait, como ningún piloto de la Alianza Atlántica, incluidos los españoles, se hubieran creído a comienzos de los 90 que unos pocos años más tarde librarían su primera batalla colectiva contra los bosnios-serbios sobre Herzegovina.
 
Y, sin embargo, nada de eso ha impedido, todo lo contrario, el desarrollo de estudios e informes sobre las lecciones aprendidas en dichas acciones bélicas. Afganistán resulta hoy un escenario tal vez más exótico y poco convencional, pero eso no debe impedir separar lo exclusivo de aquello que puede tener aplicación en otros momentos y lugares.
 
II.- La caracterización de la guerra.
 
Afganistán no es sino una batalla de una guerra más amplia, como tantas veces nos recuerdan los líderes norteamericanos. Sin  embargo, este papel no pretende sacar lecciones sobre la lucha contra el terrorismo global desde el 11-S, cosa que exigiría concentrarse sobre múltiples niveles, del político al financiero, pasando por la inteligencia, la diplomacia y el uso de la fuerza, sino que se centra en la campaña militar en Afganistán. La razón de esta limitación responde a una triple oportunidad: en primer lugar, a que las implicaciones globales del 11-S ya han sido abordadas en numerosos lugares, incluida la propia Fundación, mientras que los análisis militares son, prácticamente inexistentes todavía; en segundo lugar, porque parece haber una presión para ampliar el conflicto y recurrir al uso de la fuerza en otros lugares del mundo, desde Filipinas a Somalia, con el escenario último de un ataque contra Saddam Hussein, basada sobre la necesidad de proseguir el combate contra el terrorismo, pero a su vez alimentada por el éxito de la campaña anti talibán; por último, porque la defensa y las FAS españolas se encuentran en estos momentos en una etapa de profunda reflexión, de la mano de la Revisión Estratégica, para la que puede ser útil tanto la conciencia de hacia dónde caminan otros ejércitos, como las enseñanzas que Afganistán puede plantear para la priorización de las necesidades militares de España.
 
Sea como fuere, el conflicto de Afganistán puede caracterizarse por los siguientes rasgos:
 
1.          Una guerra desmasificada. En contraste a las recientes experiencias bélicas de los años 90, la guerra de Afganistán puede afirmarse que ha sido una guerra minimalista por los medios empleados. Así, por ejemplo, la batalla aérea por Kuwait exigió la realización de cerca de 120 mil misiones (sorties) y Kosovo, algo más de 35 mil, mientras que en Afganistán las misiones voladas desde el 7 de octubre, día en que se iniciaron los bombarderos, hasta el 17 de diciembre, fecha en la que los talibán ya estaban rendidos, apenas superaban las 15 mil.[3] En el terreno de las fuerzas terrestres no hay comparación posible: 6 divisiones pesadas y más de 600 mil soldados en 1991, frente apenas dos mil en Afganistán.
 
2.          Una guerra ligera y poco intensa. Igualmente, mientras que en el Golfo eran unos 1.700 aparatos los que conducían las acciones aéreas diariamente y sin descanso, o casi 600 en Kosovo, los Estados Unidos han puesto sobre Afganistán una media de 60 aviones de combate más 6-8 bombarderos al día. Siendo, además, que los ataques se conducían intermitentemente en oleadas cada 8 horas.[4]
 
3.          Una guerra consistente con la RMA. La visión dominante de lo que es y debe ser la llamada revolución de los asuntos militares, subraya la importancia de tres elementos: conocimiento del campo de batalla gracias a la introducción de nuevos sensores; integración de la información a través de ordenadores y sistemas de comunicación más potentes; y explotación de las armas inteligentes. La guerra en Afganistán ha sido, efectivamente, consistente con estos planteamientos. Por ejemplo, de las 12 mil municiones disparadas sobre el teatro, el 56%, esto es, unas 6.700, fueron de guiado de precisión, desde misiles de crucero a las JDAMs.[5] Durante la guerra de Kosovo, las municiones guiadas sólo representaron el 35% del total de bombas empleadas; y en el Golfo apenas supusieron un mero 12% del total.[6] Por otra parte, la capacidad de identificar un objetivo, comunicarlo, procesar la orden de ataque y colocar el bombardero a tiro de su diana se ha reducido escasamente a 20 minutos, algo totalmente imposible tanto en el 91 como en el 99. En cuanto al conocimiento de lo que ocurre en el campo de batalla, Afganistán ha logrado integrar diversos sistemas, desde los satélites hasta los Predator y spotters en el suelo de tal forma que la redundancia de sistemas especializados ha permitido adquirir la información necesaria sobre el enemigo y sobre las fuerzas propias. Así, por ejemplo, los Predators que resultaron relativamente ineficaces como identificación primaria de objetivos en Kosovo, habida cuenta de su estrechez perceptiva, empleados como prolongación especializada del Global Hawk se han revelado como un potentísimo instrumento de inteligencia en tiempo real.[7] 
 
4.          Una guerra compasiva. La medida del éxito de una guerra en los años 90 consistía en lograr los objetivos político-militares sin bajas y con escasos daños colaterales. La sociedad moderna occidental no tolera muertos propios o enemigos y mucho menos civiles inocentes. En Kosovo, además, ya se puso de relieve la necesidad de planificar las posibles respuestas a dar ante movimientos en masa de desplazados, así como el soporte y ayuda a refugiados. Pues bien, en Afganistán, desde el primer día de operaciones, junto a los bombarderos también despegaban aviones de transporte C-17 encargados de lanzar raciones de supervivencia en zonas pobladas por refugiados, en un intento de aliviar su penosa situación.[8] La guerra ya no sólo exige reconstruir cuanto se destruye, sino mantener y ayudar a los no combatientes en el campo enemigo.
 
5.          Una guerra paradójica. El análisis de los componentes y de los procedimientos, tácticas y técnicas empleadas en la guerra da como resultado una imagen altamente paradójica de la misma. Por ejemplo, frente a la aviación americana, las fuerzas terrestres han sido todavía más reducidas en número, sirviendo esencialmente para tres funciones: inteligencia; control aéreo; y de instructores y asesores de las guerrillas opositoras a los talibán. Efectivamente, las unidades de operaciones especiales (esencialmente comandos de los marines, Navy Seals y Rangers), han sido utilizadas para identificar dianas y guiar a la aviación hasta las mismas en una inversión de lo que ha sido siempre el CAS (Close Air Support). Tras los bombardeos asesoraban a los milicianos sobre dónde y cuándo atacar, explotando con sus fuerzas terrestres los logros previos de la aviación.[9] Igualmente, no deja de ser sorprendente, aunque sea lógico y explicable por su disponibilidad, que las tropas americanas encargadas de controlar el aeropuerto de Kandahar, entre otras cosas, fueran los marines, un cuerpo originalmente de desembarco anfibio, para acciones en el litoral y que se veía ahora transportado cientos de kilómetros tierra adentro a uno de los poco países que no tiene salida al mar. La última gran paradoja puede ser la imagen de los comandos de fuerzas especiales montando en caballo y camello, sin uniforme, rodeados de tipos desarrapados, pero dotados de comunicaciones del siglo XXI. La batalla de Mazar-i-Sarif, como bromeaba el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, ha redescubierto la carga de la caballería.[10] Las fuerzas especiales han descubierto el valor del tecno-camello y de la mula cibernética.
 
6.          Una guerra muldimensional. En Afganistán, la política y el uso de la fuerza han estado estrechamente vinculados. De hecho, el papel que pueden haber jugado los sobornos pagados por la CIA sobre el terreno tanto para dividir y romper el apoyo a los taliban, como para generar nuevas voluntades, no puede desdeñarse. Afganistán es un país de alianzas múltiples, temporales y volátiles y esa debilidad estructural para un Gobierno central y poderoso, que sirvió para aupar a los taliban al poder en su día, también sirvió para socavar su control en las últimas semanas. En Afganistán, el dinero evitó numerosas batallas.
 
7.          Una guerra temporalmente amorfa. Normalmente, cuando las fuerzas del adversario ceden el poder y ponen fin a su resistencia armada, la guerra se da por concluía, bien con un acuerdo de paz, bien, como viene siendo más normal, con un acuerdo técnico militar (tipo Kosovo). La caída vertiginosa de Kabul alimentó una imagen de victoria sin precedentes, sólo superada con el abandono de Kandahar por los fieles del Mullah Omar. Sin embargo, la caza de Bin Laden y de los miembros de Al Qaida tuvo que proseguir, con cierta intensidad y bombardeos en plancha en la región de Tora Bora y aún hoy se producen ataques esporádicos cuando se localizan bolsas de terroristas en el interior de Afganistán. La guerra contra el terrorismo comenzó en 11-S y no se puede predecir cuándo y dónde acabará; el comienzo de la campaña de Afganistán se fija también con claridad, el 7 de octubre, pero su final sigue siendo ambiguo y, de momento, el Gobierno interino convive con fuerzas internacionales de estabilización y las operaciones militares americanas.[11]
 
8.          Una guerra opaca informativamente. A pesar de la satisfacción del Pentágono por cómo ha gestionado la información sobre la guerra, la ausencia de información e imágenes en tiempo real no sólo no logró acabar con el “síndrome CNN”, sino que auspició el nuevo “síndrome Al-Jazeera”. Es verdad que la actitud ingenua como negativa hacia la prensa del régimen talibán hizo de su pobre embajador en Pakistán un portavoz imposible, pero Bin Laden si supo sacar provecho en otras regiones de sus apariciones en la televisión de Qatar, no por vacías menos llamativas. Mientras, el Pentágono veía la prensa como su frente interno, no como una batalla psicológica a librar y ganar en el mundo árabe.[12]
 
III.- Algunas más que probables tendencias post-Afganistán.
 
Independientemente de la polémica sobre la especificidad del escenario afgano, el Pentágono parece estar inclinado ya a sacar algunas lecciones que consolidan, por lo demás, todo cuanto sus elementos más innovadores venían defendiendo ya en los últimos años y que se han visto reforzados con la llegada de Bush y Rumsfeld. La mejor prueba es su determinación de financiar programas concretos, en tanto que expresión de su visión estratégica, en los próximos años. De hecho, el presupuesto para el año 2003 presentado hace apenas diez días ya recoge algunas de estas posibles tendencias basadas en la experiencia de Afganistán.[13]
 
1.      Una progresiva robotización del campo de batalla. En Afganistán, con un terreno extenso y difícil, y frente a un enemigo elusivo, los vehículos aéreos no tripulados han cobrado una gran relevancia. Particularmente porque han sido empleado de manera que sus capacidades se solaparan y crearan una acción multiplicadora de las mismas: en lugar de enviar a los Predators a buscar objetivos sin rumbo definido (como en Kosovo), los satélites exploraban un área extensa, barrida de manera más limitada por los Global Hawk y, finalmente, estudiada en una ínfima parte, la sospechosa, por los Predator. Aunque en tierra las cosas son diferentes, el hecho es que los robots, resultando poco caros, son muy atractivos para ambientes hostiles. El problema con que se han encontrado los responsables militares norteamericanos en Afganistán no ha sido la falta de capacidad de estos sistemas, sino su escaso número. Los planes para el futuro son, consecuentemente, lograr la persistencia de dichos sistemas  sobre el campo de batalla, de ahí el esfuerzo en dotarse de un mayor número, además de más clases, de estos vehículos no tripulados. De hecho, cuando se descompone el aumento del presupuesto norteamericano de defensa para el año que viene, queda claramente de relieve la apuesta que hace Washington por el desarrollo de estas nuevas tecnologías: Además de financiar compras de más Predator y Global Hawk, el Pentágono también comprará un sistema similar para su ejército de Tierra, el Shadow, así como un vehículo submarino no tripulado para la US Navy. Es más, intentará, además, que los sistemas informativos que integren estos drones puedan estar distribuidos en un mayor número de plataformas a fin de reducir aún más, a unos 10 minutos, el ciclo de detección, análisis, fijación de objetivo y ataque al mismo.[14]
 
2.      Mayor capacidad sensorial. A pesar de los grandes avances en la captura de información alcanzada en los últimos años, Afganistán ha puesto de relieve que frente a un enemigo elusivo y que busca determinadamente la ocultación, las capacidades actuales siguen siendo escasas, particularmente en ciertos ambientes, como bosques y subterráneos. No obstante, y en la medida en que las plataformas aéreas de reconocimiento están alcanzando el límite de su capacidad sensorial dados los constreñimientos físicos de las diversas longitudes de onda empleables, resolución, etc., el Pentágono se verá forzado a estudiar y desarrollar sensores de nuevo tipo si quiere mantener su ventaja frente a un enemigo presumiblemente más y más sofisticado. La DARPA, de hecho, está  investigando numerosos prototipos de microsensores, algunos incluso con la capacidad ATR, de reconocimiento automático de blancos.[15]
 
3.      Fusión de la información. El Pentágono es plenamente consciente de que a medida que disponga de un mayor número de drones en el aire (y finalmente en tierra y en el mar), con una persistencia cercana a las 24 horas al día, así como una mayor diversidad de sensores, las necesidades de mando, control y comunicaciones, aumentarán exponencialmente. El presupuesto del año que viene ya contempla la transformación de varios KC-135 para dejar de ser tankers y pasar a ser una plataforma de C4RSI completa. A medio plazo se prevé la entrada en funcionamiento del MC2A, una auténtica plataforma de fusión de información. De esta forma se aspira a mantener un ritmo de operaciones muy superior al de cualquier enemigo, clave del éxito militar.
 
4.      Armas “geniales”. En Afganistán la mayor parte de la munición empleada ha sido inteligente, pero no tanto. Frente a la precisión milimétrica de los misiles de crucero Tomahawk de la US Navy (se han disparado 95), la aviación sólo puede oponer las bombas guiadas por láser. Sin embargo, el escaso valor de los objetivos per se, ha llevado al empleo masivo de las JDAMs, una bomba “tonta” transformada, con un kit y un GPS, en bomba “brillante”.  Mientras que un misil cuesta 1 millón de dólares y una bomba láser unos cien mil, cada JDAM apenas supera los 11 mil dólares. El problema es que su error circular probable es unas tres veces mayor que la láser, de ahí, tal vez, el número más alto de bajas civiles en esta guerra comparada con Kosovo, por ejemplo.[16] La apuesta del futuro es lograr la cuadratura del círculo: sistemas más letales y precisos y baratos. El Ejército de Tierra americano está intentándolo con la submunición anticarro BAT y la USAF con la munición de dispersión LOCAAS. Así y todo, las mayores esperanzas están puestas en un nuevo kit transformador de las JDAM, el DAMASK, que lograría en el corto plazo reducir hasta 3 metros el error circular probable de aquéllas.[17]
 
5.      Ataque a distancia. No sólo las municiones serán más inteligentes en su capacidad de identificar y discriminar objetivos, sino que sus vectores de lanzamiento o propulsión les permitirán ser disparadas desde grandes distancias. Pero es más, Afganistán ha subrayado la tentación estratégica americana de recurrir a sus bombarderos de largo alcance en todo tipo de conflicto, independientemente de la distancia y las horas de vuelo. Pero para que las 34 horas de misión hasta atacar Afganistán tengan sentido, dos son los retos que el Pentágono debe afrontar: mejorar la capacidad de carga útil de los bombarderos estratégicos (lo que será posible con municiones más inteligentes y pequeñas) y una expansión de las capacidades de repostado en vuelo. Dada la lejanía y la escasez de bases cercanas al teatro de operaciones, casi la mitad de las misiones aéreas en Afganistán han sido de repostado en vuelo (exactamente el 44%), consolidando una tendencia ya entrevista en el Golfo.
 
6.      Effects Based Operations. La nueva jerga del Pentágono repite sin cesar el acrónimo EBO para resaltar que en su planificación para el futuro lo importante no es la concentración de fuerzas, o la masa, como en el Golfo, sino la concentración de efectos y que éstos pueden ser logrados de muy distintas maneras.[18] Desde la concentración del tiro a larga distancia con fuerzas dispersas, a la combinación de esfuerzos de operaciones encubiertas de la CIA con acciones de las fuerzas armadas. En cualquier caso, la tendencia es hacia un campo de batalla progresivamente vaciado de humanos.
 
7.      Acciones Rápidas y Decisivas. RDA es otra de la siglas en boga en Washington, y que implica la necesidad de contar con fuerzas capaces de actuar con escaso preaviso, en cualquier parte del mundo, y con la capacidad de resultar decisivas.[19] Esto es, que no dependan orgánicamente de otras unidades, ni tengan una logística impracticable para un despliegue rápido. El hecho de que los Marines hayan sido la fuerza estrella en Afganistán no se ha debido a la casualidad sino al empeño que sus responsables han puesto en la última década para configurar el cuerpo de Marines en módulos de combate, autosuficientes en sus apoyos aéreos y de fuego y con un sostenimiento propio para 30 días de operaciones, algo que ninguna unidad, por ligera que sea, del US Army ha logrado aún.[20] La USAF también se está configurando con esta suerte de paquetes de acción independientes.
 
IV.- Otras implicaciones más discutibles.
 
Afganistán ha resultado ser una guerra no convencional además de asimétrica. No sólo ha enfrentado a dos países con maquinarias bélicas radicalmente distintas por su naturaleza, sino que los medios a los que ha recurrido el Pentágono han sido poco ortodoxos. De ahí que se hayan levantado voces afirmando que Afganistán ha cambiado la faz de la guerra del mañana.[21]
           
A continuación se discuten cinco de las tesis que han devenido uso común, pero que, en nuestra opinión, deben ser sometidas a un mayor análisis antes de considerarlas de aplicación general.
 
·          Las fuerzas de operaciones especiales serán centrales para los conflictos futuros. En Afganistán las fuerzas de operaciones especiales han sido determinantes para encuadrar y asesorar a las tropas de la oposición y, especialmente, para asistir a los bombarderos, complicando, a la vez, los movimientos de huida de los talibán y miembros de Al Qaida. Su alta disponibilidad, su relativamente fácil desplegabilidad, su preparación para sostenerse con escaso soporte externo, su extrema movilidad, entre otras características, han estado en la base de su éxito. Y posiblemente jueguen un papel relativamente similar en la lucha en la jungla de Filipinas contra las fuerzas de Abu Sayaf. No obstante, una gran ventaja con la que contaban en Afganistán, una bajísima densidad de población y todavía más baja de fuerzas, ausencia total de capacidades aéreas enemigas, así como de fuerzas mecanizadas, puede que no se repita en un caso como el de Irak, por poner un ejemplo. En cualquier caso, está claro que dado el papel creciente que podrán jugar en la lucha antiterrorista, las unidades de operaciones especiales se verán potenciadas, su efectividad depende de su entrenamiento y de unos sistemas de comunicaciones sofisticados pero no prohibitivos. Es más, su reducido número hace que el coste de estas unidades no suponga una factura muy elevada en el total de unos presupuestos de defensa.
 
·          El futuro del Ejército de Tierra estriba en su configuración blindada ligera. A Afganistán han ido los marines porque eran los únicos que podían situarse en el terreno en los plazos requeridos y funcionar como una unidad autónoma. De ahí que muchos vean en la desplegabilidad la esencia de las unidades terrestres del mañana.[22] Los planes de transformación del US Army, al menos, marchan por ese camino, perdiendo sus carros pesados y centrando su potencia de fuego en blindados sobre ruedas que por sus dimensiones y tonelaje sean susceptibles de ser transportados en un C-130. Y, sin embargo, es más que dudoso que una fuerza blindada, aún sobre ruedas, hubiera tenido utilidad alguna en una guerra tan dispersa como la de Afganistán. Otra cosa sería que el Ejército basculara hacia una fuerza aeromóvil, con su columna vertebral de movilidad y potencia de fuego en una flota adecuada de helicópteros, sistema mucho más apto tanto para el desierto y la jungla que un carro.
 
·          Los portaaviones cobran nueva relevancia. En los últimos años, a medida que han proliferado sistemas como misiles de crucero antibuque y las operaciones en el litoral se verían abocadas a lidiar con mayores capacidades antiacceso por parte del enemigo, navíos de gran tonelaje y envergadura, como los portaaviones, han sido crecientemente criticados por su alto coste y vulnerabilidad.[23] El hecho de que la aviación embarcada haya llevado un peso importante en Afganistán (la mitad del total las operaciones, pero más en las primeras semanas), parecería garantizar un nuevo futuro para los portaaviones. Pero puede que no. Afganistán también ha subrayado el escaso poder aéreo de ataque que pueden concentrar esos buques capitales y aunque ha bastado en esta ocasión, puede muy bien que otro conflicto, con mayor oposición antiaérea, o con más blancos a batir, requiera una mayor densidad de aviones en el aire. Igualmente, un portaaviones tiene un ritmo de operaciones menor que una base aérea. De lo que no hay duda alguna es que no hay sustituto alguno para los buques anfibios de los marines, en tanto que unidades de transporte de fuerzas veloces y flexibles.
 
·          El éxito de la guerra es básicamente una cuestión tecnológica. Ciertamente, todo cuanto se ha dicho hasta ahora ha puesto el acento en sistemas tecnológicos, de las comunicaciones digitales seguras, a  los sistemas guiados de precisión, pasando por los nuevos sensores, entre otras cosas. Sin embargo, es altamente probable que otros factores intangibles hayan resultado tan importantes y decisivos como los mismos sistemas empleados. En concreto es difícilmente imaginable el éxito de los comandos sin recurrir a su entrenamiento y formación profesional, como igual sucede con los pilotos, preparados para soportar las penurias y el stress de misiones de larguísima duración.[24]
 
·          Los aliados de Estados Unidos deben potenciar sus capacidades tecnológicas si quieren participar en operaciones junto a ellos. Una afirmación que en términos generales es acertada -y que se repite hasta la saciedad en la Alianza Atlántica- ha perdido parte de su fuerza en Afganistán. Por un lado, las eficaces SAS británicas no eran tecnológicamente interoperables con las tropas americanas, aunque sí lo lograron con recursos humanos menos sofisticados; por otro, la distancia tecnológica que separaba a los comandos americanos y marines de los guerrilleros de la Alianza del Norte no ha impedido que lograran una interacción más que adecuada para la lucha terrestre. Lord Robertson ha afirmado recientemente que de proseguir aumentando el gap tecnológico entre Estados Unidos y los europeos, en un nuevo conflicto “los americanos lucharían desde el aire y los aliados pondrían la carne de cañón en la tierra y el barro”.[25] Pero esa es una dicotomía falsa. Si hay algo que Afganistán ha enseñado es que ni Norteamérica ni Europa está dispuesta a emplear fuerzas terrestres, de cierta envergadura, en operaciones arriesgadas. Los americanos pueden que luchen desde el aire o desde la impunidad que otorga la distancia, pero los europeos no combatirán en el suelo, las fuerzas de tierra serán las locales, si existen. Los europeos pondrán las fuerzas de pacificación como mucho. Y para eso los requerimientos de la interoperabilidad son menores.
 
V.- Algunas reflexiones generales sobre España.
 
El Gobierno español, como no podía ser de otra manera, se manifestó plenamente solidario con Norteamérica tras el impacto del 11-S y firmemente decidido a colaborar en la lucha contra el terrorismo. Como hoy sabemos, se han impulsado -y logrado- impensables avances en materia policial y judicial antiterrorista en el espacio europeo; se han instrumentados los mecanismos para una más estrecha cooperación en materia de inteligencia, particularmente con los Estados Unidos; y militarmente, nuestros soldados y oficiales están desplegándose en suelo Afgano.  Así y todo, la guerra de Afganistán ha supuesto -o debería suponer, en lo más profundo una revisión de algunas de las creencias estratégicas bien asentadas en nuestra defensa.
 
1.  El papel estratégico de las bases: Nuestra relación bilateral siempre ha considerado que la utilización de las bases españolas por las fuerzas norteamericanas era central y que, por ende, era en esas bases donde se encontraba nuestro valor estratégico para Washington. La experiencia desde el 53 y durante la guerra fría, pero sobre todo en 1991 y durante el conflicto de Kosovo en 1999, reforzaban esta creencia. Piénsese que más del 20% de las misiones aéreas de bombardeo contra Saddam despegaron de Morón; o que desde 1991 se han autorizado cien mil sobrevuelos relativos a la presencia militar americana en el Golfo. De ahí que tanto el Ministro de Asuntos Exteriores, Josep Piqué, como el de Defensa, Federico Trillo, expresaran enseguida la voluntad del Gobierno español para conceder todo tipo de autorizaciones de uso de las bases españolas. La sorpresa ha sido descubrir que no han sido utilizadas para la Operación Libertad Duradera y que su utilización se ha mantenido en los niveles previos al 11-S. Ciertamente, otro sería el caso si se llega a producir un ataque sobre Irak, pero no deja de ser una seria advertencia sobre el valor futuro de una instalaciones en el contexto de una estrategia de “golpe de larga distancia”. Por tanto, el valor militar español tendrá que buscarse y garantizarse con otros activos y no sólo a través del apoyo logístico, por importante que haya sido en el pasado.
 
2.  El papel central de la OTAN. Desde los 80 España considera la OTAN como su columna vertebral para la seguridad y defensa. Toda vez que la Alianza activa su art.5 el día después de los atentados, España apuesta decididamente por analizar su cooperación militar a través de los mecanismos e instituciones atlánticas (como ocurre con casi todos los aliados, por lo demás). Esta apuesta, a la luz de la marginación militar de la propia OTAN, ha complicado sin duda la planificación y, posiblemente, la toma de decisiones y explicaría, por ejemplo, el retraso en concretar nuestra aportación bilateral con los Estados Unidos o el envío de nuestros oficiales de enlace a Tampa. A partir de ahora se debería tener presente la posible evolución de la OTAN como una organización que sirva de marco o catalizador para la formación de coaliciones variables según las circunstancias. Una OTAN a la carta supone también una seria advertencia para todos los aliados que se enfrentan a retos y amenazas “no compartidas” por la Organización o sus miembros principales.
 
3.  Control y consenso político ante las “no-guerras”:  El conflicto de Kosovo, a pesar de la continua información del Gobierno al Parlamento, avivó un debate lógico: ¿Puede un gobierno en solitario decidir el envío de tropas españolas al combate sin una consulta previa al Parlamento? En la medida en que las guerras modernas no se declaran ni se denominan guerras propiamente, la norma ampara al Gobierno en su asunción solitaria de responsabilidades, pero, en la medida en que los escenarios bélicos se complican y se escapan a las misiones de paz tradicionales, no parece que políticamente pueda sostenerse mucho tiempo, particularmente si se llegaran a producir bajas en combate y en lugares remotos. Gobierno y oposición deberían llegar a un acuerdo sobre cómo conducir sus relaciones durante crisis que conlleven la participación de tropas españolas.
 
Por último, habría que introducir Afganistán -sus lecciones- en la Revisión Estratégica, así como las enseñanzas más genéricas sobrevenidas con los atentados del 11-S y los logros, hasta el momento, de la campaña contra terrorista. Puede que Afganistán no conlleve tantas implicaciones revolucionarias como algunos ya quieren entrever, pero, desde luego, tampoco permite seguir pensando de la misma manera, como si no hubiera acontecido de la forma como lo ha hecho.
 


[1] Esa es la opinión de Cordesman, Anthony: If we fight Irak: the lessons of the fighting in Afganistan. Washington, CSIS, 7 de diciembre de 2001. Se puede encontrar en www.CSIS.org
[2] Bush, George: Discurso sobre el Estado de la Unión. 29 de enero de 2002. En www.whitehouse.org
[3]  Desde entonces y hasta finales de enero se han producido un número indeterminado de bombardeos, esencialmente a cargo de los B-52, pero cuyo número presumiblemente no alcanza las dos centenas.
[4] Cordesman, Anthony: The emerging pattern of air strikes in Afganistan. Washington, CSIS 16 de octubre de 2001.
[5]  Datos tomados de Jane’s defence weekly vol. 37, número 1, 2 de enero de 2002. Pp. 20 y ss.
[6] Ver,  Pentágono: Kosovo: An after conflict report, Washington 1999; y CRS: An analisis of Desert Storm Air Campaign, Washington 1993.
[7] International Herald Tribune: “High-tech weapons change the dynamics and the scope of battle”. 28 de diciembre de 2001.
[8] Entre el 7 de octubre y el 17 de diciembre, se lanzaron 2’5 millones de raciones individuales de supervivencia, adaptadas a la dieta musulmana, así como 1.200 contenedores con ropa, según datos de la USAF. En www.af.mil
[9] International Herald Tribune: “Special forces’ success reshapes war doctrine”. 22 de enero de 2001; y Luttwak, Edward: “A military’s power isn’t in the numbers” en Los Angeles Times, 10 de enero de 2002.
[10] Rumsfeld, Donald: “21st century transformation of the US Armed Forces”. Discurso pronunciado en la NDU, Washington 31 de enero de 2002. En www.defenselink.mil
[11] Sólo el 7 de febrero el general Franks se ha atrevido a afirmar que “el santuario de Al Qaida en Afganistán ya no existe” ante el Senate Armed Forces Comitte. En www.defenselink.mil
[12] Sobre la controvertida gestión informativa de la guerra ver, entre otros: “The role of the press in the Anti-terror campaign” . Foro de la Brookings Institution en www.brook.edu
[13] Ver Rumsfeld, Donald: “Briefing on the 2003 DoD budget”. 4 de febrero de 2002. en www.defenselink.mil
[14] Barry, Charles y Tivet, Elihu: “UCAVs. Tecnological, policy and operatrional challenges” en Defense Horizons, NDU octubre 2001 y McGrath, Peter: “Tomorrow’s battlefield” en Newsweek special edition diciembre/febrero 2002.
[15] Matsumara, John et al: Exploring advanced technologies for the future combat systems programs. Rand, Santa Monica (Ca) 25 de enero de 2002
[16] Coneta, Carl: ”Operation Enduring Freedom: why a higher rate of civilian bombing casualties”. PDA briefing report 11. 18 de enero de 2002. En www.comw.org
[17]  Matsumara, John et al: Preparing for future warfare with advanced technologies. Rand, Santa Monica (Ca) enero de 2002.
[18] Davis, Paul K.: Effects-based operations : a grand challenge for the analytical community. Rand, Santa Monica (Ca), 31 de enero de 2002.
[19] Col. Smith, D.: “RDO: getting the structure right”, 30 de noviembre de 2001; y Al. Wihelm, Ch.: “A path toward transformation” , 1 de febrero de 2002. Ambos en www.cdi.org
[20] Krumm Report: Why the Marines are in Afganistan. 1 de diciembre de 2001. En www.d-n-i.net
[21] Entre muchos, véase Brook, Anthony: “fighting the next war: reshaping the military”, febrero de 2002. En www.wburg.org
[22] Matsumara, John et al: Lighting over water: assessing options for future light forces. Rand, Santa Monica (Ca) 2000.
[23] Entre otros ver: Friedman, Thomas: The  future of war. Nueva York, Crown Publisher 1996
[24] Shay, Jonathan: “Cohesion: a report” en www.belisarius.com; y Cordesman, Anthony: The war in Afganistan: Fisrt lessons. Washington, CSIS 7 de febrero de 2002.
[25] Comentarios de Lord Robertson con motivo de la Verhkunde de Munich en Fitchett, Joseph: “Pentagon in a League of its own. US weapons advances called trheat to Allies’ solidarity” en el International Herald Tribune, 4 de febrero de 2002.