Vietnam, Irak: ¿vencer o no perder?

por Óscar Elía Mañú, 19 de diciembre de 2006

En Europa la izquierda celebra que Bush reconozca los parecidos con Vietnam; la derecha observa descorazonada una derrota inexorable. Unos y otros aceptan lo inevitable de la historia; ¿están las democracias sentenciadas a perder todas las guerras en las que se enfrenten a regímenes y grupos que desprecian la vida propia tanto como la ajena?
 
En la ya famosa entrevista en la ABC el pasado 18 de octubre, el antiguo colaborador de Clinton George Stephanopoulos preguntó a George Bush acerca del artículo de Thomas Friedman aparecido poco antes en The New York Times, “Barney y Bagdad”, donde el analista comparaba la Ofensiva del Tet de 1968 con la situación actual en Irak, y advertía acerca de un futuro sombrío, en el caso de que las tropas norteamericanas volvieran a casa, y en el caso de que permanecieran en el país mesopotámico. “Podría tener razón”, fue la lacónica respuesta presidencial al artículo de Friedman.
 
La respuesta de Bush dio lugar al titular que recorrió el mundo entero: “Bush admite un paralelismo entre Irak y Vietnam”. Periódicos y televisiones anunciaban cómo, por fin, Bush había descubierto lo que analistas y periodistas llevaban advirtiendo desde hace tiempo; la guerra en Irak es, como la de Vietnam, imposible de ganar. Las palabras de Bush fueron interpretadas como el reconocimiento del empecinado en reconocer la evolución imparable de las cosas. Y éstas demuestran la imposibilidad de Estados Unidos para ganar la guerra a un movimiento o país revolucionario.
 
¿Qué muestran en común los progresistas europeos y los pesimistas que, también en la Casa Blanca, ven la retirada como una necesidad imperiosa? La respuesta es, efectivamente, la misma que hace cuarenta años; la creencia en la imposibilidad de que las democracias ganen una guerra contra un sistema totalitario luchando regular e irregularmente. Esta convicción en lo irremediable de la historia afecta a la derecha, que observa pesimista un futuro oscuro, y a la izquierda, a la que falta tiempo para celebrar una derrota en Irak que se sume a la de Vietnam para escarmiento estadounidense. Por eso conviene hacer dos preguntas; ¿era inevitable la retirada militar americana de Vietnam?¿lo es hoy en Irak?
 
Vietnam: vencer o no perder
 
Lo cierto es que el cuerpo expedicionario norteamericano no perdió la guerra de Vietnam. Afirmación sorprendente, teniendo en cuenta que los pesimistas en Estados Unidos y la izquierda antiamericana en el resto del mundo mencionan esta guerra como  ejemplo de derrota estadounidense. Desde el desembarco en Da Nang en 1965, las estadísticas y los números muestran estrictamente dos evidencias militares. La primera, que pese a los esfuerzos ingentes del Vietcong y Vietnam del Norte, ambos fueron incapaces de lograr la victoria militar que Hanoi se había propuesto. La segunda, que el ejército de Vietnam del Sur resistía, con ayuda norteamericana, y que la población survietnamita se mostraba en su mayoría indiferente a las proclamas ideológicas del Norte. Militarmente hablando, a Estados Unidos le bastaría con no perder, mientras que Vietnam del Norte necesitaría ganar la guerra, destruir al ARVN y forzar la retirada americana.
 
La estrategia política norteamericana en Vietnam fue defensiva; se limitaba a mantener un régimen no-comunista y a defender un territorio. La defensa proporciona, asegura Clausewitz, cierta ventaja. Sin embargo, la naturaleza de las acciones ofensiva y defensiva es dialéctica; norteamericanos y survietnamitas libraron una guerra defensiva, en la que se sucedieron también operaciones ofensivas, puesto que en la realidad no hay límites claros entre unas y otras; las incursiones en la zona desmilitarizada, en los feudos rurales norvietnamitas o los bombardeos de Vietnam del Norte fueron acciones ofensivas que formaban parte de una estrategia defensiva.
 
Por el contrario, el Norte llevó a cabo una estrategia ofensiva contra el Sur, y las operaciones defensivas -la defensa de la Ruta Ho Chi Minh, el mantenimiento del control rural-, lo eran en el marco de una guerra ofensiva; ofensiva convencional llevada a cabo por el ejército norvietnamita, y ofensiva terrorista e ideológica llevada a cabo por el Vietcong. A la defensiva unos y ofensivamente otros, libraron una guerra donde las acciones ofensivas y las defensivas se solapaban en el espacio y en el tiempo. Por encima de ello, ambos contendientes libraron la guerra racionalmente, combinando medios y fines, con unos objetivos definidos: Expulsar a los Estados Unidos y tomar Saigon, unos; defender el territorio sureño y apuntalar su régimen, los otros. Vencer de manera absoluta los primeros; no perder de manera relativa los segundos hubiera dado ventaja a los americanos para el futuro.
 
El desembarco militar norteamericano se produjo cuando el Vietcong dominaba un alto porcentaje del territorio survietnamita, y avanzaba inexorable sobre tres puntos; en el norte, al sur de la zona desmilitarizada, sobre Da Nang; en el sur, en torno al valle del Mekong y Saigon; en las tierras centrales, sobre  Pleiku y Kontum.  La ideología y la propaganda presentan el avance guerrillero como una evidencia histórica; lo cierto es que entre 1965 y 1967, Estados Unidos debilitó a sus enemigos hasta extremos alarmantes. Desde una estrategia defensiva, las ofensivas estadounidenses, empezando por la del valle de Drang, fueron debilitando a los invasores, que frenaron drásticamente la ofensiva para dedicarse a la defensa de sus líneas de abastecimiento y retaguardia. La guerra de desgaste entre unos y otros costó más caro a los contendientes norvietnamitas que a los americanos; 5000 muertos americanos en 1966; 9000 en 1967 frente a 71000 (1966) y 133000 (1967) del EVN y Vietcong. En ambos años, el sur perdió en torno a los 12000 muertos. Primera conclusión acerca de Vietnam; el avance revolucionario no era fruto de ningún principio histórico incuestionable, sino que era fruto de la guerra real, de la habilidad de sus conductores y de sus recursos, que cambió de signo con la llegada de los conductores y los recursos americanos.
 
Consciente del desgaste en el Sur, Giap lanzó en enero 1968 la Ofensiva del Tet, apuesta ambiciosa sobre la totalidad del territorio survietnamita, que movilizó la casi totalidad de las fuerzas morales y materiales norteñas. ¿Qué carácter tuvo esta operación? El grado de cohesión que el analista dé a los acontecimientos proporcionará la consiguiente enseñanza; si como afirma Thomas Friedman fueron una “serie de ataques” vagamente coordinados, se reforzará el carácter más o menos anárquico de la operación, y la analogía con el terrorismo iraquí estará servida. Si por el contrario, la Ofensiva del Tet se concibe como una operación planificada y preparada desde Hanoi, las enseñanzas serán hoy diferentes.
 
En la ofensiva de 1968, los atacantes utilizaron acciones regulares, irregulares, terroristas y psicológicas; unos cien mil combatientes lanzaron una ofensiva combinada en las principales ciudades y en extensas áreas rurales; una ofensiva convencional partiendo de los santuarios garantizados por el derecho internacional de la zona desmilitarizada, Camboya y Laos; al tiempo, se producían golpes de mano en las principales ciudades. Lejos de una serie de ataques más o menos coordinados, la Ofensiva del Tet parecía más bien una operación perfectamente planeada; hoy se da por segura la dirección de Vo Nguyen Giap, por razones bien entendibles; ¿Qué mejor forma que evitar el lento desgaste revolucionario que asestando el golpe definitivo?
 
La sorpresa inicial permitió a los atacantes ocupar enclaves importantes, tomar Hue y amenazar Saigón; la misma embajada americana fue atacada. Pero el golpe brutal de Giap se encontró con dos obstáculos; uno esperable, la potencia de fuego norteamericana. El US Army tardó en reaccionar, pero cuando lo hizo, lo hizo de manera implacable; el mito revolucionario chocaba de nuevo contra la realidad. El otro impedimento para Giap fue la resistencia de las tropas survietnamitas, que lejos de venirse abajo aguantaron y colaboraron en la contraofensiva. Fiel a la ortodoxia marxista y a las experiencias revolucionarias, la Ofensiva del Tet buscaba disolver un ejército sureño al que se concebía como débil, indiferente al régimen de Saigon y proclive a la deserción. Nada de eso ocurrió durante la mayor parte de la guerra; el ejército de Vietnam del Sur combatió unido hasta la derrota final en 1975. Ni los regímenes anticomunistas se disolvían sin más ante la ofensiva, ni el ejército regular americano perdía en este tipo de guerra.
 
La ofensiva fue un desastre en términos de pérdidas humanas; la desproporción entre bajas de unos y otros fue desorbitada. Estados Unidos perdió 1500 hombres; 2700 sus aliados del ARVN. El Vietcong y el ejército norteño perdieron 45.000 soldados; por cada norteamericano murieron treinta enemigos. Para la leyenda de las tropas americanas quedaría el asedio norvietnamita a la base de Khe Sanh, que resistió heroicamente durante semanas. Para la historia de los crímenes en masa, la represión comunista en Hue constituiría un paso más, y una premonición para las tropas fieles al Gobierno de Saigon.
 
De la ofensiva surgían dos enseñanzas que hoy quedan ocultas tras el fantasma de Vietnam; en primer lugar, el ejército de Vietnam del Sur no era tan débil como se suponía, y no se derrumbó según las expectativas del Norte. En el fondo, esta constatación rompía el esquema ideológico revolucionario; el pueblo del sur no sólo no se pasaba en masa a los revolucionarios sino que se mostraba indiferente e incluso hostil a ellos; Entre 1968 y 1969 Thieu movilizó a 122.000 milicianos que se unieron al ARVN y vencieron a los guerrilleros liberadores de Giap. Un ejército bien entrenado y pertrechado, que cuente con el apoyo de parte del pueblo, no se derrumba fácilmente. Ni allí ni en ningún lugar del mundo.
 
En segundo lugar, con la voluntad necesaria, los norteamericanos aguantarían, responderían y podrían vencer militarmente, tanto en una guerra de desgaste como en una guerra abierta. Cuatro años después Giap volvió a intentarlo con la Ofensiva de Pascua de 1972; para entonces ya era conocida la intención de Nixon de abandonar al Sur a su suerte, y los norvietnamitas buscaron de nuevo colapsar a un ejército sureño que ya sabía que acabaría luchando sólo. De nuevo la devastadora contraofensiva acabó de nuevo con la mitad de los efectivos norvietnamitas, cuando el Sur ya luchaba sólo y Estados Unidos tenía un pié fuera de Vietnam; de nuevo decenas de miles de cadáveres alfombraban el sueño comunista de someter de otro golpe maestro el Sur al Norte. Otra vez el ARVN aguantó la ofensiva unido.
 
Entre 1965 y 1967, y en las ofensivas de 1968 y 1972, Vietnam del Norte no logró vencer militarmente las defensas norteamericanas. Las grandes ofensivas militares fracasaron una tras otra, el desgaste afectaba tanto al defensor como al agresor. El Norte no lograba vencer, y el Sur lograba no perder. En una situación así, el contendiente con más aguante acaba venciendo en el futuro; el pensamiento estratégico asiático, desde Sun Tzu, recuerda el principio que subyace a una guerra de desgaste; el que no pierde, gana, y el que busca no perder gana más fácilmente que el que necesita ganar. En la selva indochina, los contendientes pasaban rápidamente de no perder a ganar, de ganar a no perder; pero esta endiablada concatenación de situaciones afectaba tanto a los norvietnamitas como a los americanos. Más a los primeros que a los segundos, de hecho. La segunda conclusión de Vietnam es la reciprocidad de toda guerra; los reveses militares pesan en el enemigo tanto como entre el propio ejército. La cuestión es quién encajará mejor tales reveses.
 
En 1967 no había motivos para desconfiar militarmente. En 1969 la ofensiva comunista había hecho perder decenas de miles de hombres a Giap, y había envalentonado al ejército del Sur. La estrategia revolucionaria-asiática típica, medios militares, medios políticos, medios psicológicos, no parecía imponerse incontestablemente en Vietnam. La guerra revolucionaria es una guerra total, en el frente y en la retaguardia. Pero la guerra de desgaste entre 1965 y los acuerdos de París en 1973 no erosionó materialmente al ejército americano más que a las fuerzas comunistas del norte. En 1965 Giap aprendió a medias la lección de no enfrentarse abiertamente a los americanos; pero poco a poco éstos aprendieron también la forma de enfrentarse militarmente a los norvietnamitas en la pequeña guerra. Militarmente, la guerra de Vietnam no estaba perdida, y de hecho el cuerpo expedicionario americano estaba más cerca de lograr su objetivo, no perder y conservar, que los norvietnamitas el suyo, arrebatar y expulsar.
 
No perder y perder
 
Tras años de frenar y hacer retroceder a los milicianos norvietnamitas, la victoria militar no parecía descabellada en Indochina; pero convertir cuarenta años después Vietnam en una victoria militar no soluciona el problema. Como en toda guerra, entran en juego en este punto las fuerzas morales, que siguiendo el método clausewitziano se han obviado antes; la fe en la victoria, la capacidad de sacrificio, la experiencia de los combatientes cuentan tanto como el número de divisiones o de carros de combate. Y sobre todo la voluntad del comandante en jefe y de la sociedad de la que surge. Y es aquí donde las cosas, evidentemente, no estan tan claras.  
 
La Ofensiva del Tet fue una sorpresa para los servicios de inteligencia, pero sobre todo para un stablishment político y periodístico despistado; en 1968 el enemigo había sufrido más víctimas que nunca, pero en Estados Unidos comenzaron las protestas; desde estudiantes a veteranos, ecologistas, hippies y familiares de combatientes. Pero no sólo quienes protestaban contra la guerra la concebían como una inutilidad; la opinión común de que Occidente no podría aguantar una guerra prolongada estaba extendida por el Departamento de Estado y la Casa Blanca, por diplomáticos y estrategas tanto como entre los manifestantes; la convicción de que romper la voluntad revolucionaria era imposible, y que lo única que había que hacer era esperar a que ésta rompiera definitivamente la americana. Hoy, partidarios de la retirada de Irak manejan idénticos argumentos.
 
Hoy, el progresismo pactista europeo fomenta la retirada con optimismo; los analistas más profesionales ven en la retirada un hecho inevitable que es mejor afrontar cuanto antes. Unos y otros aceptan un determinismo político y militar que es falso, pero que ha otorgado buenos resultados a los revolucionarios clásicos. Bajo todo ello se esconde el mito, nunca estratégicamente demostrado, de que una democracia está indefectiblemente condenada a perder una guerra librada contra un grupo revolucionario, vietnamita o alqaedista. Mito que responde exclusivamente a creencias progresistas.
 
Con su habitual desprecio por las democracias burguesas, Mao Tse Tung había formulado su panfleto El imperialismo es un tigre de papel (1952) cuando el Vietminh luchaba contra los franceses, y donde adaptaba estratégicamente el determinismo histórico marxista:
 
“En la actualidad, el imperialismo norteamericano exhibe una gran fuerza, pero en realidad no la tiene. Políticamente es muy débil, porque está divorciado de las grandes masas populares y no agrada a nadie; tampoco agrada al pueblo norteamericano. Aparentemente es muy poderoso, pero en realidad no tiene nada de temible: Es un tigre de papel. Mirado por fuera parece un tigre, pero está hecho de papel y no aguanta un golpe de viento y lluvia. Pienso que Estados Unidos no es más que un tigre de papel”
 
De las palabras de Mao se extiende la creencia, que hoy sabemos falsa, en la necesaria destrucción del capitalismo; esta idea regocija hoy al pacifismo progresista europeo, pero amenaza con extenderse entre liberales y conservadores, cuando éstos aceptan lo inevitable del desastre vietnamita y lo prevén para Irak. Pero además, dos ideas llaman la atención: En primer lugar la convicción de que el poderío norteamericano es más aparente que real, y lo es porque Mao distingue al menos formalmente entre lo político y lo militar; la formidable fuerza militar americana tiene un punto débil externo a ella, la política de la que se nutre y depende.
 
Política que los revolucionarios entienden en un doble sentido; respecto a sus objetivos y respecto a la cultura política de que se nutre. Vencer a los americanos sin ganarles será posible asestando un golpe político en Washington. Que la derrota militar conlleve el cambio de régimen no es algo nuevo e la historia. Que los reveses militares sean capaces de conducir al desastre había sido advertido por el propio Ho Chi Minh a los franceses la década anterior: “Ustedes matarán a diez de los nuestros y nosotros mataremos a uno de los suyos, y al final serán ustedes quienes se cansarán de la lucha”. Pero hay algo más.
 
A mismo tiempo, Mao y sus seguidores son conscientes de la fortaleza real del ejército americano, y ligan su fortaleza a la política de la que depende existencialmente la guerra: Estados Unidos no aguantaría un solo golpe de viento y lluvia, golpe asestado en el propio campo de batalla. Doblegar a Norteamérica allí sería necesario y posible golpeando, relativamente a sus tropas aquí. Mao captó ejemplarmente la posibilidad de hacer caer la voluntad norteamericana sin necesidad de una victoria militar total; bastará con que Estados Unidos vea que no es capaz de vencer para que su adversario, incapaz también de hacerlo, gane la guerra en última instancia.
 
La concepción de Mao oscila entre lo político y lo militar; por abajo, las operaciones militares, las victorias o las derrotas repercuten en la sociedad que, desde miles de kilómetros, manda a sus hijos a combatir. Vietnam del Norte soportó un millón de muertos, catástrofe militar que le impediría cualquier alegría si no fuese porque, como enseñó Clausewitz, la guerra es existencialmente política, y lo militar remite inexorablemente a los intereses en juego. Así, el segundo término en equilibrio es la apuesta política; las derrotas en el campo de batalla se vuelven insignificantes cuando el objetivo político es lo suficientemente claro e importante; no hace falta destruir un cuerpo de ejército para forzar la voluntad enemiga. Bastará un batallón, si el enemigo considera este revés prueba inevitable de que la historia no está de su parte.
 
En 1969, la ofensiva norvietnamita había agotado todos los recursos, y se encontraba a la defensiva, de regreso en los santuarios de Laos o Camboya. A su espalda dejaba decenas de miles de muertos, un desastre militar en toda regla. Pero poco pareció importar al buró comunista vietnamita; su apuesta política iba más allá de cualquier derrota parcial. En el otro lado, EEUU y Vietnam del Sur habían rechazado la ofensiva, infringido bajas insoportables al enemigo y recuperado capitales y provincias ¿Qué había ocurrido? Ernesto Guevara, con su incapacidad estratégica y su torpeza militar habitual sacó la consecuencia inevitable de los desastres vietnamitas; “derrota tras derrota hasta la victoria final” es el lema del Estado totalitario y salvaje para el que vencer es no perder y aguantar la sangría hasta que el rival no aguante más.
 
La pregunta, más allá de la incapacidad de la sociedad democrática para sostener una guerra es ¿Hasta donde hubiera aguantado el buró norvietnamita un desgaste mucho mayor que el norteamericano? ¿cuanto quedaba para romper la voluntad de su ejército, de su pueblo? La fuerza de voluntad cuenta; también la potencia de fuego. ¿Habrían doblegado las divisiones y los aviones norteamericanos la voluntad norvietnamita de haber mantenido su presencia? ¿Si defendiendo y no perdiendo hubieran ofrecido al pueblo survietnamita una alternativa política al colectivismo del norte?
 
Pero si el objetivo político es el que en último extremo da sentido a los resultados sobre el campo de batalla, ¿cómo no convenir en señalar la diferencia entre el impulso político a la guerra en Estados Unidos y en Vietnam del Norte? Los dirigentes de Vietnam del Norte jamás pensaron algo parecido a lo que, en Estados Unidos, circulaba entre la clase política; en 1968, antes de ser elegido Presidente, Richard Nixon presentaba su propuesta an honorable end to the war in Vietnam, lo que implicaba, de hecho, la aceptación de la retirada de Vietnam sin victoria militar alguna. Robert McNamara, en su obra In Retrospect: The Tragedy and Lessons of Vietnam (1995) sitúa en el periodo 1965-1967 la convicción propia de que la guerra de Vietnam suponía un problema sin solución. Allí donde los norvietnamitas veían una solución histórica, los norteamericanos veían un problema sin solución; para los primeros, la derrota del Tet significaba un pequeño revés histórico, para los norteamericanos una victoria no absoluta supuso la convicción de que la derrota sería absoluta. Así fue como a los primeros comenzaba a bastarles no perder para ganar, mientras para los segundos no ganar significaba, de hecho, perder. Y eso nos sitúa, indudablemente, en la senda de Irak.
 
Irak, ¿Determinismo militar?
 
En Europa, la izquierda celebra que Bush reconozca los parecidos con Vietnam y la Ofensiva del Tet; la derecha observa descorazonada una derrota inexorable. Unos y otros aceptan lo inevitable de la historia; ¿están las democracias sentenciadas a perder todas las guerras en las que se enfrenten a regímenes y grupos que desprecian la vida propia tanto como la ajena? El ejemplo de Vietnam, con el punto álgido de la Ofensiva del Tet, pondría de manifiesto la imposibilidad norteamericana de ganar una guerra lejos de su territorio contra fuerzas irregulares.
 
En 1965, Estados Unidos se involucró decididamente en una guerra dispuesto a impedir que Vietnam del Norte fagocitara al Sur; le bastaba con conservar, no perder, mantener para lograr el objetivo de frenar al comunismo. En lo sustancial, los americanos lograron detener primero, y hacer retroceder después, al EVN y al Vietcong. Éstos necesitaban ganar, y sin embargo perdieron un año tras otro. A Estados Unidos le hubiera bastado con no perder y frenar a los norvietnamitas, crear una alternativa política creíble en sus feudos, oponer a los recursos norvietnamitas los sureños y los suyos propios; el norte estaba más lejos de lograr su objetivo, ganar el sur, que EEUU el suyo, conservarlo. Antes, como hoy, no hay ley histórica alguna que condene militarmente a Estados Unidos y otorgue la victoria a las guerrillas.
 
La posibilidad de perder políticamente una guerra ganada es evidente y no constituye ninguna novedad moderna; lo que si lo es, es pensar que contra determinados enemigos toda guerra se perderá. Que sea imposible de ganar militarmente una contienda contra movimientos y Estados totalitarios es históricamente falso. Paradójicamente, la guerra de Vietnam muestra que una guerra antirrevolucionaria no es imposible de ganar, y que una errónea mitificación política del futuro, convierte una victoria por puntos en una derrota por K.O. La victoria y la derrota dependen de factores diversos; el régimen en lucha, las fuerzas disponibles, los recursos movilizables, la sociedad que la libra, la capacidad de los comandantes. Por la conjunción de todo ello, ni la derrota ni la victoria están garantizadas para nadie.
 
Los yihadistas en Irak necesitan para ganar la salida de los Estados Unidos, lo que equivaldría al reconocimiento de su derrota; la iraquización es la plasmación de la derrota americana como lo fue la vietnamización.  Hacia allí apuntan las conclusiones de la Comisión bipartidista. Pero en la guerra actual, no abandonar Irak constituye el objetivo racional americano; no perder puede ser una opción relativamente aceptable si el enemigo tiene menos aguante. ¿Puede decirse que Estados Unidos no está ganando la guerra? Si. ¿puede decirse que la está perdiendo? Rotundamente no, por lo menos no más que los yihadistas que buscan forzarles a retirarse, y que tienen precisamente en ese objetivo una necesidad estratégica.
 
Como en Vietnam en 1968, en Irak los grupos alqaedistas y saddamistas que ponen bombas en cafés no están más cerca de lograr su objetivo que Estados Unidos de mantenerlo. No hay pruebas de que la lenta guerra de desgaste entre unos y otros esté haciendo más daño a EEUU que a los yihadistas. Los telediarios occidentales anuncian con morbo el número de bajas norteamericanas, los problemas de avituallamiento, el descontento de la población; ¿qué sabemos de las bajas terroristas, su avituallamiento, su arraigo entre la población?¿cómo realizar juicios sobre la contienda desconociendo la situación de una de las partes? Carl Thomas (Libertad Digital, 22 de mayo 2006) recoge un documento incautado hace seis meses en Bagdad:
 
“En los textos difundidos el 9 de mayo, el operativo de Al Qaeda afirma que la insurgencia está 'desorganizada y carece de una estrategia completa', que los muyaidines 'no son considerados más que una molestia cotidiana' por el Gobierno iraquí, que los terroristas carecen del equipamiento apropiado (y que 'tienen poco' en comparación con el personal y el equipamiento de las fuerzas americanas e iraquíes); que las tropas americanas e iraquíes son fuertes y persistentes, que el esfuerzo americano por llegar a los líderes suníes es perjudicial para la causa terrorista y que 'la política seguida por los hermanos de Bagdad es una política orientada a los medios'.
 
Así las cosas, ¿Por qué concluir en lo inevitable del desenlace, la salida deshonrosa de las tropas americanas de Irak? Las cifras de la postguerra no parecen inclinar la derrota hacia los norteamericanos más que hacia los yihadistas. Dar por inevitable que habrá que ceder el país a los designios guerracivilistas de las guerrillas saddamistas y yihadistas responde, más que a un examen riguroso de la realidad, a una decisión o una preferencia política libre; está será más o menos razonada y razonable, calculará costes y beneficios. Pero el mismo cálculo será posible si en vez de la retirada los americanos optan por rehacer el mapa estratégico, cambiar las tropas de sitio, entregar la Zona Verde al Gobierno iraquí. Nada autoriza a elegir la opción de la retirada sobre la de la reorganización; en lo que respecta a la victoria y la derrota, nada puede adelantarse más allá del mito revolucionario de la derrota necesaria.
 
¿Ha interiorizado Occidente el mito revolucionario? El informe Baker sobre Irak no trata sobre cómo vencer en Irak; trata sobre como perder. Remite dolorosamente a la vietnamización; cómo y cuando dejar mano libre a los degolladores de ingenieros y a los asesinos de mercados. Pero antes de la pregunta acerca de ¿cómo y cuando retirarse? está la pregunta ¿porqué retirarse? ¿porque no aguantar el pulso hasta ver si el enemigo, al no vencer, puede también perder?
 
Pese a la opinión consagrada por el informe Baker, no hay un destino fatal para Irak, como no lo hubo para Vietnam. La victoria norvietnamita no fue necesaria, como tampoco lo es la victoria alqaedista hoy. No hay ningún designio histórico que condene a los norteamericanos a salir por la puerta de atrás y a los terroristas a quedarse. Como en Vietnam, el desgaste y las vicisitudes diarias golpean por igual a ambos contendientes; no perder puede significar ganar, a condición de que el terrorista aguante menos. Más allá de las bravatas yihadistas y del pesimismo americano, lo cierto es que militarmente nada está decidido, pero lo estará en el momento en que el Comandante en Jefe norteamericano ordene a los efectivos abandonar Irak.

 
 
Óscar Elía es Analista del GEES responsable del Área de Pensamiento Político.