Vamos a morir todos (y todas)

por Rafael L. Bardají, 24 de diciembre de 2020

Quizá no sea el día que celebramos el nacimiento de Jesús el mejor momento para hablar de la muerte. Pero no me queda más remedio. El Congreso de los Diputados acaba de aprobar, por empeño de la izquierda vengativa y el falso liberalismo de lo que queda de Ciudadanos, la Ley de Eutanasia. Esto es, la vía legal para prescindir de los cuidados paliativos de nuestros seres queridos que no tienen cura para imponerles una pena de muerte prematura que se resisten a aplicar a violadores crueles, terroristas y asesinos en serie.

 

España se ha convertido -o quieren convertirla- en un páramo que ama más la muerte que la vida. Y no se trata ya de esta eutanasia que va mucho más allá del derecho a una muerte digna: Según los datos facilitados por el ministerio de sanidad, por cada mil niños que nacen en nuestro suelo, se provocan 272 abortos. Eso sí que es toda una cultura de la muerte. Bueno, la muerte de los bebés y de los ancianos, porque a los animales, ni tocarlos. Y los jóvenes, ya se sabe, al bollo.

 

Si hay algo que debería amargarnos la existencia y que ha dejado patentemente manifiesto el coronavirus, es la desidia social para con nuestros mayores. Las condiciones en las que pasan el final de sus días se han revelado en demasiados casos de residencias como deplorables. Y no vale lo de que los familiares no lo sabían. Historias para no dormir de maltrato psicológico o/y físico salpican con frecuencia todos los medios de comunicación. Pero la incomodidad de hacerse responsables de quienes nos criaron hace años, lleva a mirar para otro lado. Que, en lugar de cariño, les den empujones; que, en lugar de palabras de amor, les griten e insulten; que les fuercen a comer o les dejen con hambre; que les engañen y roben, todo eso se perdona para que los que estamos afuera podamos dormir cómodamente. No es que sea una actitud egoísta. Es que es una actitud estúpida, porque si hay una ley inexorable en nuestra vida es que todos y cada uno de nosotros vamos a morir. En algún momento. Y si no fuéramos tontos querríamos llegar a esa etapa próxima al final con unas condiciones ambientales, al menos, dignas. Pero en lugar de mejorar las residencias para mayores, el gobierno, con el vicepresidente Iglesias a la cabeza de la procesión, prefiere sólo ofrecernos una muerte ¨digna¨.

 

Nada de qué asombrarse. La izquierda siempre ha sido asesina. El comunismo ha producido las checas en España, el gulag en Siberia y los campos de exterminio en Camboya, amén de colas del hambre en Venezuela, la desaparición de los disidentes en Cuba y el ciudadano robot de Corea del Norte. Y, no lo olvidemos, más de 100 millones de muertos en el camino. Pero los españoles, en lugar de preocuparse -y mucho- con un gobierno de socialistas y comunistas, prefieren vociferar contra la tauromaquia. Por n o recordar aquel genio de feminista animalista vegana que condenaba a los gallos por violación continuada de las pobres gallinas, en una prueba más de su falta de cultura básica sobre la producción de huevos.

 

Lo paradójico es que una sociedad que se despreocupa de la muerte de los niños en gestación y de sus mayores, de donde venimos y a donde vamos, se muera de miedo ante un virus muy contagioso, si, pero que mata relativamente poco. Mucho menos que pandemias previas en todo caso. Condenar a morir a los demás da igual siempre y cuando no seamos nosotros los visitados por la señora de la guadaña. Esa es la mentalidad de la izquierda que, por dejadez de la mal llamada derecha española, ha permeado toda la sociedad.  Por eso nos hemos convertido en una población suicida que sólo aspira a disfrutar de los placeres de la vida sobre todo y todos, antes de hacernos viejos.

 

Pero lo queramos o no, vamos a morir todos (y todas). Es inexorable. De lo que se trata ahora es de si vamos a sobrevivir muertos de miedo lo que nos quede de vida o si vamos a ser unos valientes que se rebelan contra el orden antinatural que quieren imponernos unas minorías resentidas que se han hecho con el gobierno y que no piensan ni en España ni en  los españoles, sino en ellos mismos. Podemos creernos unos héroes tumbados cómodamente en nuestro sofá o podemos rebelarnos. No nos dejan muchas más opciones.