Un nuevo patriotismo para un nuevo gobierno

por Óscar Elía Mañú, 28 de noviembre de 2011

Publicado en Época de Intereconomía, 27 de noviembre de 2011

 

Una de las últimas y más notables incorporaciones de Rajoy a su discurso político es la llamada al patriotismo. Y su apelación a la dignidad de la nación y de los españoles como forma de superar el penoso estado económico que Zapatero deja como herencia. Patriotismo que, en la era de las instituciones internacionales, de la globalización económica y de los mercados mundiales, muestra una peculiar relación entre lo exterior y lo interior: sólo un país que se respete a sí mismo puede ser respetado en el exterior, y sólo quien se exija a sí mismo sacrificios en términos institucionales y económicos puede exigir a los demás respeto y compromiso.
 
Y eso sólo es posible si una nación se ve capaz, ante todo, de cumplir consigo misma. Que es lo primero a lo que apunta Rajoy: la confianza nacional. Uno de los peores legados que deja el PSOE es un nefasto pesimismo acerca de las posibilidades de España. En esto Zapatero no ha sido original: para gran parte del socialismo, el concepto de nación española es reaccionario y retrógrado. Y las tradiciones, costumbres y valores nacionales, un impedimento y un lastre que harían imposible que España esté entre las grandes naciones europeas del siglo XXI, que crezca económicamente, o que compita en igualdad de condiciones con ellas, conformándose con un segundo y mediocre lugar. Claro que también las llamadas a la excepcionalidad de la nación española han venido de la derecha. Para algunos, dando a esta excepción un carácter exaltado y positivo, enfrentando religiosa y moralmente España al resto de Europa. Para otros, la personalidad española, forjada durante siglos en una religión y una cultura determinadas, lastraría también las posibilidades nacionales.
 
Frente a ambos, el patriotismo al que apunta el nuevo gobierno popular implica una reafirmación española como país esencialmente europeo y occidental, con una historia, una cultura y unas tradiciones que no restan, sino que suman. Y aquí está el gran reto de los próximos años. Además de esa continuidad entre el interior y el exterior, tiene el patriotismo una triple vertiente temporal: pasada, presente y futura. Tres dimensiones entrelazadas, que definen y dan sentido a una nación y que Rajoy deberá restaurar y rehabilitar. La más evidente es la primera, la relacionada con el pasado: por un lado, porque los españoles poseen una historia común ocultada; y por otro, porque ésta presenta más luces que las sombras usualmente resaltadas. España no sólo es la nación más antigua de Europa, sino que atesora en su pasado hechos y acontecimientos de los que enorgullecerse hoy legítimamente. Del pasado nacional, de su historia, de sus creencias y tradiciones han recibido los españoles una de las culturas más ricas de la tierra, y ha sido anormal la corriente obsesionada con rechazarla. Sólo sintiéndose orgullosos de ella podrán los españoles ser capaces de presentarse sin complejos en el trato con otras naciones.
 
Claro que evidentemente una nación no se agota en el pasado: es ante todo presente. En primer lugar, porque la tradición heredada de nuestros padres y de los padres de nuestros padres es la única capaz de crear vínculos sólidos; no es casualidad que la degradación de la cohesión social durante el zapaterismo haya ido asociada al rechazo progresista al legado religioso o cultural. Un consenso capaz de aunar energías no depende de experimentos sociológicos o legislativos de laboratorio, sino del respeto y cuidado de esta conciencia común. En segundo lugar, el reconocimiento de todos los españoles como iguales e igualmente comprometidos se desprende de su carácter como hijos de la misma patria, que es en lo que se funda la igualdad constitucional. Sólo con una conciencia fuerte de pertenencia a la misma nación, y de la igualdad de todos en el esfuerzo y el sacrificio, podrá España seguir a Rajoy en su camino.
 
En cuanto al futuro, el patriotismo implica tres cosas. En primer lugar, implica una responsabilidad: la de hacer pervivir en los hijos la nación heredada de los padres, que es un bien común que debe permanecer en el tiempo. En segundo lugar, el patriotismo exige un proyecto, un objetivo común que suscite unidad y hasta entusiasmo: lo que apunta no sólo a la recuperación económica, sino a una reubicación de España en el mundo ambiciosa y exigente. Y en relación con esto último,el patriotismo exige ilusión, ésa que el zapaterismo ha evaporado en los últimos años, y que Rajoy parece que trata de restaurar. Sin pensar en la herencia valiosa que deben recibir nuestros hijos, los españoles fracasarán en su empeño.
 
La situación económica exige las grandes dosis de patriotismo que ofrece y exige Rajoy al mismo tiempo. Ahora bien, para que los españoles sigan a su gobierno en un camino que resultará dificil, que parte de nuestras instituciones nacionales, y desemboca en las internacionales, el patriotismo debe ser verdadero. Y debe acudir a sus fundamentos: la rehabilitación de la nación exige recuperar el valor del pasado cultural e histórico, fundar sobre valores comunes el consenso presente, e impulsar una ilusión sobre la Eapaña que heredarán nuestros hijos.