¿Tiene salvación Oriente Medio?

por Juan F. Carmona y Choussat, 7 de julio de 2010

 

Un dilema que dura nueve años no es un dilema, es una neurosis. Desde del 11 de septiembre la duda sobre si puede democratizarse Oriente Medio sigue en pie. Es el debate que subyace a la sustitución de McChrystal por Petraeus.
 
Existen, más allá de la interesada crítica de los medios radicales, dos concepciones acerca de la guerra que llevó a los Estados Unidos a tierras del Islam. Una estima que se trata de un conflicto tradicional que hay que ganar para volver a casa lo antes posible. Se resume en la expresión: sin victoria no hay paz. Otra argumenta que además de vencer hay que involucrarse en la vida de los países a cuyos tiranos se combate, para evitar que nuevas opresiones vuelvan a engendrar violencia contra Occidente.
 
No obstante, llamar a la primera visión realista de las relaciones internacionales, y a la segunda, neoconservadora, no es del todo apropiado. No sólo porque un confesado realista – podría decirse que la misma quintaesencia del realismo - como Kissinger, apoyó entonces, y apoya hoy, la segunda, sino porque hay otros elementos de juicio que confluyen para determinar que quien radica hoy en la primera es, o bien una derecha muy conservadora, o bien lo que ámbitos liberales -más bien tendencias libertarias –han llamado con expresión feliz: superhalcones.
 
Angelo Codevilla, sin duda su máximo representante, expresaba con precisión su contenido doctrinal en The American Spectator, en noviembre de 2009:
 
"En Afganistán, Obama está llevando el modo americano de hacer la guerra propio de finales del siglo XX a nuevas profundidades de falta de seriedad. Desde Corea, y especialmente a partir de Vietnam, los hombres públicos americanos han enviado a nuestras fuerzas armadas a matar y morir por fines cada vez más vaporosos, con cada vez menos respeto por los medios necesarios para lograr algún fin. Con algunos cambios en los nombres propios, las explicaciones del Gobierno de Obama acerca de la misión americana en Afganistán se leerían de la misma manera que las dadas por aquellos previos presidentes para gastar vidas y presupuesto en Vietnam e Irak, o Somalia o Haití: las fuerzas armadas americanas están allí para reformar estados cuya corrupción, ausencia de democracia, y ancestrales querellas les impiden ponerse de pie por sí mismos frente a extremistas ampliamente auto-financiados, cuyos éxitos pondrían en peligro nuestras políticas. Así que ni se menciona que estos apretadores de gatillos sirven las causas de estados, y no se piensa siquiera en guerrear contra las fuentes del problema, ya estén en Moscú, como era el caso con Vietnam, o en los estados árabes. Una vez que hemos protegido a los aldeanos, instituido un gobierno central imparcial, construido sus fuerzas de seguridad y les hemos enseñado derechos humanos; una vez que hemos construido escuelas, hospitales, carreteras; una vez que hemos insuflado nueva vida en su economía, entonces, habremos ganado. Nosotros "sabemos" como construir naciones. Entretanto, no designaremos a ningún grupo de personas cuya muerte detendría la violencia, ni los mataremos".[1]

Es esta la más ácida, pero la más rotunda crítica a lo que ha dado en llamarse "construcción de naciones" o doctrina Bush, mecanismo mediante el cual, según la expresión del anterior presidente, y dado que las tiranías eran el caldo de cultivo del terrorismo islámico, los Estados Unidos y sus aliados debían "limpiar los marasmos" en los que se generaba esa podredumbre, a través de la implantación de la democracia y la aspiración a la libertad, patrimonio de todos los pueblos y deseo universal. Y sin embargo, bajando a la tierra, Codevilla se mostraba algo más que escéptico. De nuevo:

"De ahí que los soldados americanos, a los que se prohíbe hacer la guerra contra cualquiera que esté conectado con los que les disparan, y a los que se impide pensar siquiera en deshacer los regímenes de donde vienen la inspiración y el dinero de sus enemigos armados, están condenados a golpear cualquier objetivo que se les presente mientras viven y mueren en campos de minas reciclables. Mientras sangran, leen que sus generales y mandos civiles están negociando en la seguridad de salas con aire acondicionado cómo apoderar precisamente a la gente que los está volando por los aires. Esta revisión de la sabiduría antigua acerca de la guerra bajo la ficción de darle un aire sofisticado fue criminalmente estúpida en Vietnam, aún más idiota en Irak, y demencial en Afganistán. La locura es hacer siempre lo mismo esperando resultados diferentes".[2]

¿Está claro?

Con menos incisivos pero no menos convicción, Andy McCarthy, el abogado a quien fue dado perseguir en justicia al jeque Omar Abdel Ramán - el primero en intentar volar el World Trade Center -, y más tarde escritor del best-seller “Ceguera Voluntaria: una memoria de la Yihad”[3], coincide sustancialmente con Codevilla. Su condena del neoconservadurismo (siempre en política exterior) y de la posibilidad de "construir naciones", se basa más en la idea según la cual el Islam es irreformable y está condenado a ser un enemigo eterno de la libertad y la democracia.

Respecto al cambio de mandos en Afganistán y el respaldo de Obama a la estrategia que él mismo puso en marcha en invierno de 2009, afirmaba:
 
"Me metí en bastantes líos por argumentar aquí (en la revista conservadora National Review) el año pasado que el general McChrystal, a pesar de su indiscutible valor, es un progresista de los de grandes ideas que ha estado llevando a cabo un experimento sociológico en construcción nacional de países islámicos. Es un experimento defectuoso que asume que los musulmanes afganos se pondrán de nuestro lado - sea dicho que sus autoridades clericales les dicen que somos infieles invasores y ocupantes - en contra de sus compatriotas y correligionarios (…) Nada de lo que ha sucedido en los meses siguientes ha cambiado mi opinión. Al contrario, lo que he visto últimamente indica que, mientras que nuestras tropas están puestas en peligro bajo estrictas reglas de entrada en combate impuestas por el General McChrystal para impedir ofender a los afganos, los misioneros cristianos han sido castigados por predicar (el proselitismo por cualquier creencia distinta al Islam es ilegal en Afganistán). He visto un informe de Asia News en el que se dice que conversos afganos al cristianismo han sido condenados a muerte por apostasía. Todo esto, además, está pasando bajo la nueva constitución que ayudamos a escribir (la cual, como se atrevió a presumir el departamento de Estado en 2004, eleva la sharia a ley fundamental de Afganistán). Es decir, la población afgana que nuestras tropas luchan y mueren por proteger ha institucionalizado la persecución de otras poblaciones.
 
“No sé (lo que estamos haciendo en Afganistán) pero sea lo que sea, no es lo que los americanos pensaron que estábamos enviando a nuestros militares a hacer
".
 
Esta es pues la posición. No es evidente la alternativa, que sí es explícita en Codevilla quien estima que se trata de identificar a los "malos" y matarlos, y que, por ejemplo, en el caso de Irak indicaba que lo procedente era "armar a los chiíes y dejar que la naturaleza hiciera el resto". Pero, en todo caso, nada de extender ideologías ni utopías irrealizables en lugares exóticos.
 
Esta es sin embargo, desde luego bajo una cara más amable aunque quizá menos intelectualmente honesta, la objeción que hoy se vuelve a levantar contra la guerra de Afganistán y contra la estrategia - ya sea tímida y no expresamente formulada o al menos no lo suficientemente articulada por Obama - del presidente actual de los Estados Unidos. Lo mismo sucede en España donde una corriente cada vez más decidida, nutrida de las pesimistas noticias que abundan sobre el territorio afgano, ha perdido el ánimo de ganar y hace sonar con mayor vigor la corneta de la retirada.
  
En todo caso conviene sacar la conclusión de esta postura, que supone dar por perdido Afganistán, y con ello, como recordaba Kissinger recientemente: "relanzar el yihadismo islámico, lo que seguramente pasaría si pudiese argumentar que había derrotado a los Estados Unidos y a sus aliados después de vencer a la Unión Soviética", debilitar a muchos gobiernos con minorías musulmanas significativas, ser visto en la India como una abdicación del papel americano en la estabilización de Oriente Medio, y alimentar la tendencia radical en Pakistán.

Es entonces razonable preguntarse por la vitalidad de la Doctrina Bush, o la idea neoconservadora en política exterior, súbitamente abrazada, ya sea por razones tácticas y políticas, por parte del presidente que supuestamente había venido a demostrar su inutilidad.
 
En lo peor de la guerra de Irak, se singularizaron en los neoconservadores todas las culpas de todo lo que podía ir mal en el país de los dos ríos. Así, se decía, existía una cábala neoconservadora que había secuestrado la mente de Bush para obligarle a llevar una política exterior en los límites de lo patológico. Para muchos, la expresión era un sustituto de la eterna condena a los judíos por causar violencias, plagas y calamidades, pero no se atrevían a dar el paso y deslizando así la palabra cábala pensaban que se digería mejor la acusación. Entonces estaban ciertamente muy en boga los nombres de Richard Perle y Paul Wolfowitz, personajes del gobierno Bush que son judíos y neoconservadores, pero la crítica, sin saberlo, se elevaba a los padrinos intelectuales de la doctrina, cuyas raíces pueden rastrearse en los escritos de dos eruditos judíos: Norman Podhoretz y Bernard Lewis.

En este caso era el primero el que traía al segundo de la mano, quizá porque el neoyorquino, a pesar de sus ochenta años, es el benjamín del británico y este necesitaba un brazo en que apoyarse. Sea ello como fuere, llegó a los oídos de Bush – lo que hoy retoma con discreción Obama- la siguiente historia que transformó en doctrina.
 
Cuando los franceses conquistaron brevemente Egipto a finales del siglo XVIII extendiendo las ideas de la revolución, explicaron a los musulmanes las ideas de igualdad y libertad. Con la primera no había problema porque iguales eran los miembros de la comunidad de los fieles, aunque esclavos, mujeres e infieles fueran inferiores, pero la segunda era compleja. Tiranía se opone, en Occidente, a libertad. En el mundo islámico a lo que se opone es a la justicia, porque la libertad es simplemente, o el estatuto del que no es esclavo, o lo que entre nosotros conocemos como la independencia de los estados.

De modo que, cuando en el mundo occidental siquiera se planteó la posibilidad de exportar la libertad a Oriente Medio, la percepción que predominó - y de la que quizá sean herederos McCarthy y Codevilla y sus correligionarios en Europa - es que los islámicos son incapaces de un gobierno decente y civilizado a nuestra manera. Esta posición, paradójicamente, fue conocida como la postura pro-árabe, simplemente porque favorecía el statu quo de los tiranos árabes de la zona, y se oponía a la denominada imperialista, que apostaba por el desarrollo de instituciones democráticas entre los árabes.

Sin embargo, entre los imperios islámicos del pasado -que tuvieron un papel dominante durante lo que llamamos Edad Media-, mientras en Europa lo que se llevaba era la monarquía y, en un momento dado, la monarquía absoluta, existían numerosas instituciones deliberativas, si no democráticas, al menos opciones de consulta y de separación del poder. En la sociedad tradicional musulmana había órdenes establecidas: los mercaderes, los escribas, los gremios, las aristocracias locales, los mandos militares, las autoridades religiosas,... Había una limitación - todo lo débil que se quiera - a la autocracia o a la centralización del poder que, tras el feudalismo, iba haciendo su camino en Europa.

Así que, y no es poca paradoja, las ideas revolucionarias comenzaron a quebrar esta pirámide deliberativa, de la mano, y no es poca curiosidad, de Bonaparte. No les habían hecho ni iguales ni libres, porque no nos entendían, pero al menos les habían hecho centralistas. El otro estadio que merece la pena recordar es muy reciente, de 1940, y también francés. Cayó entonces Francia en poder de los nazis, formándose un gobierno colaboracionista con sede en Vichy. Por su parte, el general de Gaulle se erigía en jefe de la Francia Libre en un comité que elegía como sede Londres. Las posesiones de lo que de Gaulle llamaba el "Empire Français" en sus talentosas memorias, se vieron ante la obligación de optar. La provincia siria eligió Berlín. Los nazis hicieron un gran esfuerzo de propaganda en la zona, y de aquél entonces son los partidos Baaz del lugar: el que hasta hace nada dirigía Irak con Sadam Husein, y el que sigue siendo hoy el dirigente en Siria.

Tras la victoria aliada en 1945, fue la influencia soviética la que sustituyó a la nazi, de manera que los pueblos que acababa de abandonar el Imperio Otomano, habían sufrido la influencia sucesiva de las dos ideologías más antiliberales y mortíferas de la historia, ambas hijas de Europa. Ninguna de ellas tenía nada que ver con el pasado islámico.
 
Paralelamente, en la península arábiga iba desarrollándose una tendencia religiosa que estimaba que la pérdida de poder del mundo musulmán al llegar la modernidad procedía del intento por varios dirigentes musulmanes, no sólo en el corazón del Imperio Otomano, sino entre los pachás egipcios que gozaban de cierta independencia, de un acercamiento a Occidente. Por ello, había que retornar a los orígenes. Era este el discurso de Ibn Abd al-Wahab, fundador del Wahabismo.

Aliado a la Casa de Saud, este movimiento se hizo con las ciudades de la Meca y Medina, las principales plazas del Islam y comenzó a aprovechar el peregrinaje - uno de los pilares del Islam - para promocionar su perspectiva. Este suceso de los años 20 del pasado siglo se vio multiplicado por el descubrimiento de petróleo en el lugar en cantidades que Lewis ha calificado de "por encima de los sueños de la avaricia". Desde entonces no ha cesado de crecer la influencia y poder de esta versión del Islam, llegando incluso a financiar escuelas más radicales entre los musulmanes emigrados a Europa que las propias de la mayoría del Islam.
 
En 1979 el shah de Irán era derrocado por un ejército de estudiantes que reclamaban las esencias del chiísmo frente al laicismo pro Occidental de Reza Pahlavi. Muchedumbres de mujeres veladas armadas de kalashnikovs acompañaban en manifestaciones a un movimiento revolucionario incomparable: un súbito cambio religioso e ideológico. Tuvo un impacto radical en todo el mundo musulmán, también el sunita. Propugnaba una revitalización del Islam y una vuelta a los orígenes.
 
Por fin, Osama Bin Laden fundó en los finales del siglo XX un movimiento basado en la idea de que Occidente - la Cristiandad - podía ser derrotada por los islámicos que se tomaran en serio su religión. Su interpretación de la Caída del Muro y el derrumbe de la Unión Soviética fue la de la derrota de una parte de los infieles. En Afganistán precisamente, la resistencia del luchador musulmán era superior a la de los rusos - parte de esa Cristiandad – porque para Bin Laden, al pensar en términos de milenios, lo soviético no era sino un mero paréntesis. En contraposición, los Estados Unidos, el otro lóbulo de esa pinza de infieles, era un “tigre de papel”.
Bin Laden, en una entrevista de 1998:
 
"Después de abandonar Afganistán, los luchadores musulmanes se dirigieron a Somalia y se prepararon para una larga batalla pensando que los americanos eran como los rusos. Los jóvenes se quedaron sorprendidos de la baja moral de los soldados americanos y se dieron cuenta, más que nunca, de que el soldado americano era un tigre de papel que tras unos pocos golpes huía en retirada”.
 
Esta era la lección aprendida de 30 años de rendiciones por parte de las autoridades americanas ante una retahíla de ataques y terrorismo. Sus puntos álgidos fueron probablemente el abandono del Líbano por parte de Reagan - sí, Reagan - tras el atentado suicida de un nuevo grupo terrorista entonces, Hezbollah, que mató a 299 soldados americanos y franceses en 1983; y la retirada de Somalia en 1993 ordenada por Clinton tras el linchamiento de 18 rangers americanos en una historia que ha contado magistralmente Mark Bowden en “Black Hawk Down”[4], libro transformado en una película, que, según las malas lenguas, era la favorita de Sadam.
 
La debilidad pues, según la argumentación neoconservadora, había inspirado la idea entre los autores de los atentados del 11 de septiembre de que había llegado el momento de llevar la guerra al territorio del enemigo, y darle el golpe definitivo.
 
El error de cálculo fue mayúsculo pues Bush atacó Afganistán al mes escaso, con el pleno respaldo internacional, no queriendo hacer distinción entre los terroristas y los países que los cobijaban. Dos años más tarde, bajo la misma doctrina y justificado por la necesidad de atacar antes de que se materializaran las amenazas, invadió Irak, siendo la voluntad de fondo la misma para ambos territorios: la limpieza de los pantanos de la tiranía para que pudiera implantarse la libertad que no generara el terrorismo.
 
La influencia occidental había traído pues, en los dos últimos siglos el nazismo y el comunismo, pero había fracasado con la igualdad y la libertad. Por su parte, el contacto con el extranjero había engendrado reticencias en el mundo musulmán que se habían transformado en extremismo religioso. Lo que Bush, que, recuérdese, era tonto, intentaba expresar en sus discursos apenas días después de los atentados, era que había llegado el momento de deshacerse de los radicalismos indígenas e importados y recobrar la moderación: la que hubiera existido en el pasado de Oriente Medio, y la que pudiera aportar la democracia y la libertad.
 
Por último, era capital que desapareciese el juicio a Occidente como débil, dubitativo y frágil, cuando las fuerzas del islamismo precisamente se nutrían de una creencia interior sólida y eran vistas en la zona como el “caballo ganador”.
 
Concluía Lewis:

"Ciertamente el esfuerzo es difícil y el resultado incierto, pero creo que hay que hacerlo. O les llevamos la libertad, o nos destruyen".

Y esta parece ser también la conclusión a la que han llegado hasta los más escépticos que en otro tiempo culpaban a Bush de todos los males. Probablemente, dando la razón a Churchill, por haber agotado las alternativas. Aun así resultaría peculiar que después de que las fuerzas del progresismo posmoderno se hayan unido - en la más espeluznante de las súbitas conversiones, y en la más discreta y silente de las imaginables - a la necesidad de democratizar Oriente Medio, fuera la derecha, ya sea esta mediante su sector más notoriamente inteligente, la que se dedicase a la crítica de la Doctrina Bush - hoy Estrategia Obama - en la línea de Codevilla o McCarthy. Qué, ¿curamos la neurosis?


 

 
 
Juan F. Carmona y Choussat es Doctor en Derecho por la Universidad Complutense de Madrid.
 
 
Notas

[1]Angelo M. Codevilla, Obama's Foreign Policy Problems, Personified, en The American Spectator, noviembre de 2009.
[2] Ibíd., Obama´s Foreign Policy Problems, Personified
[3] Andy McCarthy, “Willful Blindness: Memoir of the Jihad”, Encounter Books, 2008.
[4] Mark Bowden, “Black Hawk Down. A story of modern war”, Penguin Books, 1999.