Tics exteriores

por Rafael L. Bardají, 26 de abril de 2013

(Publicado en La Gaceta, 26 de abril de 2013)

Decía un viejo y avezado diplomático español que nuestra acción exterior siempre se caracterizaba por tres grandes elementos: el primero, la obsesión española de formar parte de un eje, el que fuera. Con Felipe González, enganchar a España la línea imaginaria Berlín-París, fue central en su diplomacia; bajo Rajoy y Margallo el eje París-Madrid se considera vital para hacer frente a la continua presión de la austeridad germana. A Felipe no le importó ser el colado de rondón en su eje, tras la estela de Paris, como al actual presidente no le importa que estemos en el eje de los endeudados de ahora.

 
El segundo gran elemento consiste en creer que España puede jugar el papel de mediador ante cualquier conflicto o problema. La prueba de que España siempre “media” la encontramos, por ejemplo, en la cuestión del Oriente Medio, aunque de manera ridícula: En 1991 sirviendo de anfitriones sin voz ni voto en la conferencia de Madrid; Moratinos ofreciendo unos servicios a Estados Unidos sobre Siria que nadie pidió ni quería; o con el actual titular de Exteriores aspirando a mediar entre palestinos e Israelíes, cuando ni unos ni otros le tienen presente en sus planes.
 
El último tic, más penoso, es que, al final, España siempre se baja los pantalones. Preferiría no tener que dar ejemplos, pero es inevitable mencionar la política hacia Cuba o hacia Marruecos y el Sáhara. Es el precio a pagar para que le admitan a uno en un eje, aunque sea de perdedores.
 
La única excepción, incomprendida, fueron los años de Aznar. El eje que quería para España fue el del mundo occidental y el de la libertad y el de una Europa menos verticalidad y más abierta a países como Polonia y el nuestro. Lástima que cuando no hay visión sólo queden los tics de siempre.