Socialismo o Vox

por Rafael L. Bardají, 29 de abril de 2021

Es sorprendente que una ideología tan desprestigiada como el socialismo, concite tantos adeptos en las filas políticas españolas, del PSOE de Sánchez al Podemos de Iglesias, pasando por el Más Madrid de Errejón, entre otros. Porque no lo olvidemos, los 25 experimentos de aplicar el socialismo en la Tierra, comenzando por la URSS y acabando en Venezuela, han resultado en estrepitosos fracasos económicos y sociales.  Por una vez en la vida, además tenemos un ejemplo concreto que poder comparar en eso que ahora se dice “en tiempo real”: Corea del Norte y Corea del Sur. Sólo un tarado o alguien a sueldo del comunismo puede defender que en el norte se vive mejor, con mayor bienestar y libertad. Lo mismo que ya vimos en su día entre las dos Alemanias: ¿Por qué la gente común arriesgaba su vida para saltar del Este al capitalista Oeste y no al revés? ¿Por qué millones de venezolanos hoy huyen de su patria y se tienen que refugia en la vecina y libre Colombia?

 

Las malas ideas, al igual que los rockeros, parecen resistirse a morir, a pesar del daño que causan. Pero no lo hacen ni por azar ni, desde luego, por mérito. Sobreviven gracias a contar con una infraestructura que les blanquea ideológicamente, que distorsiona la realidad y que ridiculiza todo lo que no sean ellos. El socialismo del siglo XXI no es un sueño, ni una promesa, es simplemente un discurso. O en la cursilería que nos domina, una narrativa. Una narrativa que esconde unos intereses de poder y riqueza que bien conocen -y disfrutan- sus líderes políticos e intelectuales.  El discurso es claramente una apropiación de las enseñas de sus adversarios, la democracia y la libertad. Bajo esa capa disfrazan que esa democracia y libertad que dicen defender se aplica solamente a ellos mismos. El discurso es, además, claramente ofensivo, denunciando como falso y peligrosos todo lo que se escapa a su control. Y el discurso es, finalmente, violento y totalitario. Nadie se merece nada, salvo ellos. Y si tienen que imponerse por la fuerza, de las piedras o de los piquetes, pues se recurre a ellos sin escrúpulo alguno.

 

Pero el discurso no se sostiene por sí mismo. Necesita de la complicidad de dos cosas básicas: los medios de comunicación y del mundo del entretenimiento. Los dos pilares en los que la mayoría de la población encuentra noticias y “cultura”. Por eso qué sacan como noticias y cómo las tratan es tan importante para el proyecto totalitario de la izquierda. Que el gobierno se apresurase a regar con millones a las cadenas de televisión, explica en parte el comportamiento de las televisiones. Pero por muchos millones que se regalen a cambio de complicidades, la realidad es que las cadenas hacen lo que quieren siempre y cuando su fuerza última, sus espectadores, no les abandonen. En España los conservadores siempre piden un medio que les sea favorable y que de momento no existe a escala nacional. Pero sería mucho más fácil organizar campañas de desintoxicación y desenganche de ciertas cadenas, informativos y programas. Porque sin espectadores no hay publicidad. Y sin publicidad, no hay beneficios. Alguien debría liderarlo.

 

Tampoco podemos olvidar que el papel relevante de la infraestructura mediática del socialismo en los medios y en el entretenimiento ha sido posible porque el principal partido de la oposición, el PP, abandonó hace mucho toda batalla cultural. En parte porque nunca buscó sus propios ideólogos y en lugar de establecer la superioridad moral del capitalismo liberal, se contentó con presentar los logros de su gestión, dejando el campo abierto para que el socialismo pudiera presentarse como el auténtico adalid de la igualdad y el progreso. Algo que, si se analiza la práctica del socialismo real, nunca ha sido verdad. Pero los atávicos complejos de la derecha española son los que son y mientras no se den cuenta de que no pueden competir con pura gestión frente a un sueño irreal (una pesadilla en realidad), no tienen nada que hacer.

 

Por eso fue tan importante la reacción de la dirigente de Vox, Rocío Monasterio, en el debate de la ser frente al matón de colegio que es Pablo Iglesias. En lugar de presentar una sumisa resignación, o la otra mejilla, hizo lo que toda persona de bien debería hacer: decir basta ya a la superioridad moral de una izquierda que sólo sabe de amenazas, piedras, insultos y odio y exigir de los vociferantes del socialismo y comunismo lo mismo que ellos reclaman a los demás. No ha habido nunca dos varas de medir, sólo una, la de la izquierda que siempre condena a la derecha. Con eso logró romper Monasterio, que no es poco.

 

Y nos debe servir de ejemplo. Si Vox se diferencia sustancialmente del PP en algo, es por no ser cobarde en la batalla de los valores. La izquierda ha planteado una guerra civil cultural de la que el PP desertó tiempo ha y sólo Vox ha encarado. De ahí el odio que todos le profieren al partido de Santiago Abascal. Aunque sólo fuera por eso, ya merecería la pena votarlo en las próximas elecciones en Madrid. Del comunismo solo cabe esperar bilis y enriquecimiento personal; del socialismo, apaños y trapicheos; de esa izquierda urbanita de Más Madrid, dislates y excentricidades; y del PP mucha fuerza por la boca hasta que Sánchez les haga un guiño. Ese es el panorama. Luego que no digan.