Reescribir la historia

por Charles Krauthammer, 16 de mayo de 2007

(Publicado en The Washington Post, 4 de mayo de 2007)

En su libro recién publicado, Tenet se presenta como la patética víctima y chivo expiatorio de una administración que estaba impetuosamente decidida a ir a la guerra, con total falsificación de los hechos o sin ella.
 
George Tenet deja un legado muy diverso. Por una parte, protagonizó los dos fracasos de la Inteligencia más estrepitosos de esta era -- el 11 de Septiembre y la debacle de las armas de destrucción masiva en Irak. Por la otra, su CIA sí concibió y llevó a cabo brillantemente un plan asombrosamente simple para derrocar a los Talibanes en Afganistán. Tenet tendría que haberlo dejado simplemente en ese punto, haberse ido a casa con su Medalla Presidencial de la Libertad y dejado que la historia le juzgase.
 
En su lugar, ha decidido hacer algunos juicios por su cuenta. En su libro recién publicado, y mientras lo promociona agresivamente en televisión, Tenet se presenta como la patética víctima y chivo expiatorio de una administración que estaba impetuosamente decidida a ir a la guerra, con total falsificación de los hechos o sin ella.
 
Tenet escribe como si asumiera que nadie recuerda nada. Por ejemplo: 'Nunca hubo un debate serio que yo sepa dentro de la administración acerca de la inminencia de la amenaza iraquí'.
 
¿Cree que nadie recuerda al Presidente Bush rechazando explícitamente el argumento de la inminencia en su discurso del Estado de la Unión de 2003 enfrente de más o menos la mayor audiencia global posible? Dijo el presidente, 'Algunos han afirmado que no debemos actuar hasta que la amenaza sea inminente' - y él no era uno de ellos. Que en un mundo post-11 de Septiembre, no podemos esperar a que tiranos y terroristas manifiesten educadamente sus intenciones. En la práctica, en todo el resto del libro Tenet reconoce a regañadientes eso mismo: 'Nunca fue una cuestión de una amenaza conocida e inminente; tenía que ver con la falta de disposición a arriesgarse a la sorpresa'.
 
Tenet también lanza lo que cree es la acusación sensacional e incriminatoria de que la administración, encabezada por el Vicepresidente Cheney, llevaba obcecada con Irak desde antes incluso del 11 de Septiembre. En la práctica, informa, Cheney solicitó una reunión preparatoria de la CIA para el presidente antes incluso de haber jurado el cargo.
 
¿Esto es extraño? ¿Esto es noticia? Durante toda la década completa tras la invasión de Kuwait de 1990, Irak fue la mayor amenaza con diferencia en la región y por tanto el centro de atención más importante de la política norteamericana. Resoluciones de la ONU, debates del Congreso y discusiones en materia de política exterior estaban absortos con la cuestión iraquí y sus muchas complicaciones post-Guerra del Golfo -- las armas de destrucción masiva, los regímenes de inspección, las violaciones del alto el fuego, las zonas de exclusión aérea, el progresivo debilitamiento de las sanciones.
 
Irak fue tal obsesión para la administración Clinton que Bill Clinton ordenó finalmente un ataque aéreo y balístico contra sus instalaciones de armas de destrucción masiva que duró cuatro días. Esto tenía lugar menos de dos años antes de que Bush alcanzase la presidencia. ¿Es extraño que la administración posterior a la de Clinton compartiera su extrema preocupación sobre Irak y sus armas?
 
Tenet no es el único en asumir conscientemente una amnesia generalizada acerca del pasado reciente. Uno de los mayores mitos (o, más exactamente, teoría conspiratoria) sobre la guerra de Irak - que fue impuesta fraudulentamente a un país incauto por un reducido grupo de neoconservadores -- también vive felizmente desvinculada de la historia. La decisión de ir a la guerra fue tomada por un gabinete de guerra compuesto por George Bush, Dick Cheney, Condolizza Rice, Colin Powell y Donald Rumsfeld. Nadie de esa sala podría ser considerado ni siquiera remotamente neoconservador. Tampoco el partidario no americano más importante de la guerra hasta la fecha - Tony Blair, el padre del nuevo Laborismo.
 
La defensa más contundente de la guerra fue llevada a cabo en la convención Republicana de 2004 por John McCain en un discurso que fue resueltamente 'realista'. En el bando Demócrata, todo candidato presidencial de los que se presentan hoy que estuviera en el Senado cuando fue propuesta la moción para autorizar el uso de la fuerza - Hillary Clinton, John Edwards, Joe Biden y Chris Dodd - votó sí.
 
Al margen del gobierno, la defensa de la guerra se hizo no solamente por parte del Weekly Standard sino - por seleccionar casi al azar - el tradicionalmente conservador National Review, el progresista New Republic y el Economist, de centro derecha. Por supuesto, la mayor parte de los neoconservadores apoyaron la guerra, la defensa de la cual también se hizo por parte de periodistas y académicos de todas las franjas del espectro político - desde el izquierdista Christopher Hitchens hasta el progresista Tom Friedman pasando por el centrista Farid Zakaria y por el centro derecha Michael Kelly hasta Tory Andrew Sullivan. Y el volumen más influyente en representación de la guerra no fue redactado por ningún conservador, por no decir neoconservador, sino por Kenneth Pollack, el principal funcionario de Oriente Próximo de Clinton en el Consejo de Seguridad Nacional. El título: 'La tormenta en ciernes: la defensa de invadir Irak'.
 
Todo el mundo tiene derecho a renunciar a opiniones pasadas. Pero no a maquillar ese pasado. Es más que audaz pensar que uno puede irse de rositas inventando ya no historia antigua, sino lo que todo el mundo vió y leyó con sus propios ojos hace apenas unos cuantos años. Y aún así en ocasiones la desfachatez funciona.


 

 
 
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en  1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del  Washington Post desde 1985.
 
 
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