Ohio, Florida...y Teherán

por Óscar Elía Mañú, 7 de noviembre de 2012

En el principio fue Irán. Antes de que la política exterior del presidente Obama mostrase su verdadera capacidad de gestión en la primavera árabe y la crisis de la embajada en Bengasi, los sucesos de verano de 2009 en Teheran marcaron ya la tendencia de la política exterior norteamericana en los siguientes cuatro años, aunque poco se sospechaba entonces.

En ese año 2009 -cuando Túnez y Egipto dormitaban plácidamente bajo las dictaduras de Mubarak y Ben Ali-, la respuesta a la manipulación electoral del régimen de los ayatolàs provocó una reacción popular inaudita. Miles de opositores salieron a las calles, las ocuparon, y aguantaron las embestidas del régimen durante semanas. Mientras éste reprimía salvajemente a los opositores, Obama mostraba explícitamente su renuncia a entrometerse, reconocía la represión como un asunto interno, y alargaba la mano a los dirigentes iraníes. Al final, sin saberse exactamente el número de muertos o de detenidos, los ayatolás sofocaron la rebelión, sin problemas internos ni coste exterior diolomático alguno.
 
La práctica precedía así a la teoría: después llegaría la conferencia en la Universidad en El Cairo, donde Obama establecería los dos principios que mostrarían sus límites en la "primavera árabe", y que estaban entonces llamados a constituir un nuevo principio en la relación americana con el mundo musulmán: la mano tendida al islamismo chií o sunní y la no interferencia en los asuntos internos de la tropa de dictadores de Oriente Medio.  
 
Ambas cosas mostraron hace unas semanas sus graves consecuencias para Washington: que los republicanos no utilizasen el negro asunto del ataque durante horas a la embajada en Bengasi -su origen, desarrollo y gestión -en la campaña no quita para que no se trate de uno de los grandes fracasos de la política exterior norteamericana de las últimas décadas. Como lo es que en apenas dos años Estados Unidos y Europa hayan pasado de tener en la región regímenes repulsivos pero aliados a avanzar hacia regímenes igualmente repulsivos pero además enemigos. 
 
Ahora, tras las elecciones, volvemos en 2013 al principio del fracaso de la política exterior de Obama: el problema iraní. Con las mismas malas artes que en 2009, y con una mayor represión sobre disidentes y opositores, el régimen de los ayatolás encara ya las nuevas elecciones presidenciales de junio. Mismas maniobras, mismas sospechas, mismas denuncias. Pero lo hace con la garantía de que la Casa Blanca sigue ocupada por el mismo Presidente al que se le otorgaría el premio Nobel en 2009 por su política de detente puesta en marcha ese verano.
 
Además, casi nadie duda ya de que el programa nuclear iraní, pese a las sanciones, sigue avanzando: la única cuestión es cuando lograrán -en próximos meses o en un par de años- una primera bomba, y hasta donde llega el desarrollo del  programa misilístico de los últimas versiones Shahab. Y dónde establecer la línea roja a partir de la cual lo único seguro será la inseguridad de los millones de judíos de Israel y el inicio de una carrera nuclear por Oriente Medio y el mundo árabe y musulmán. Línea roja que la administración Obama se ha cuidado bien de no dejar claro a Teherán.
 
También aquí la política de Obama permite a los ayatolás ser optimistas: las cada vez menos disimuladas intenciones de la administración Obama en entablar conversaciones y de buscar un acuerdo sobre el problema a nivel regional dan a Irán la oportunidad de adquirir un protagonismo y un liderazgo ganados mediante la amenaza y el enfrentamiento. Mala conclusión, pero sobre todo mal ejemplo que ofrecer a quienes decidan seguir la política de hechos consumados iraní.
 
Así las cosas, en el día después no son sólo los trabajadores de la industria del automóvil de Chicago, los hispanos de Nuevo México y Florida o los los que con total justicia pueden sentirse satisfechos con el triunfo de Obama. También los ayatolás pueden hacerlo desde Teheran. ¿Cómo no sentir un escalofrío al pensar en ellos, en los disidentes y en el arma atómica?