Los engaños de Saddam
por Rafael L. Bardají, 21 de febrero de 1998
El País
Si hay una característica que define a Saddam Hussein, además de su brutalidad para con enemigos, súbditos y familiares, es el engaño sistemático. Amparado en la firma del Tratado de No Proliferación y en una imagen de contención del fundamentalismo iraní, Saddam consiguió burlar todos los controles de la AIEA y de la inteligencia occidental y desarrollar durante los años 80 un programa destinado a dotarse de armamento de destrucción masiva.
Así, cuando las primeras inspecciones de las Naciones Unidas tuvieron acceso a instalaciones y documentación, tras la guerra de 1991, lo que descubrieron sobre los arsenales iraquíes resultó una desagradable sorpresa: Badgad no sólo tenía muy avanzado un vasto programa nuclear, sino que había desarrollado también un ingente arsenal químico, así como grandes progresos en misiles balísticos e investigaciones en armas biológicas. Por poner un ejemplo, UNSCOM cifró el número de científicos y técnicos involucrados en el programa nuclear en más de 27.000. Y las armas químicas se contaban por decenas de miles.
¿Cómo podía haber pasado desapercibido tamaño esfuerzo? La única explicación que ofrecen los análisis de UNSCOM es el denodado esfuerzo de Saddam por mantener ocultas y secretas sus investigaciones. Cuatro son los principales factores de su éxito: En primer lugar, su buen conocimiento de los límites de la inteligencia occidental y de la norteamericana más en particular. Conocía tanto sus capacidades técnicas como las humanas y, así, se dedicó a un gran montaje de mentiras sobre mentiras cuyo único fin era el engaño sistemático. En 1991, UNSCOM encontró edificios construídos dentro de edificios y, por tanto, opacos a los ojos humanos o de satélites (Tuwaithia); instalaciones destinadas a los mismos fines pero edificadas de forma totalmente diferentes para evitar deducciones por comparación (Ash Sharqat y Tarmiya); enterramiento de las unidades electrógenas y de las conducciones de agua a fin de evitar el tipo y grado de actividad que se desarrollaba en ellas (Al Kindi); instalaciones con todo lo necesario construído en su interior, para evitar el movimiento de personas y disimular, así, su grado de operatividad (Al Atheer); laboratorios estratégicos pero sin perímetro de seguridad, para ocultar su importancia (Tarmiya); enterramiento de instalaciones y componentes, para evitar que se detectaran las emisiones, y un largo etc.
En segundo lugar, la inteligencia iraquí había conseguido engañar a la Agencia de la Energía Atómica seleccionando cuidadosamente a sus inspectores. Una reevaluación tras la guerra del Golfo puso de relieve que, durante los 80, el grueso de ellos procedió de la URSS, países del Este y Africa, y que la mayoría coincidían en su amor por la buena mesa y en la soltería. Alojamientos alejados de las instalaciones a visitar unido a copiosas comidas y a un engañoso diseño de las plantas industriales, permitió que el programa de armas nucleares pasara indetectado.
El tercer factor del engaño iraquí consistió en el establecimiento de una tupida red de compradores que, aprovechándose de la disposición de las industrias, muchas occidentales, a vender, consiguieron escamotear a las aduanas sus compras de material sensible. Las facturas de compras incautadas ponen de relieve lo tortuoso de las rutas, el énfasis en los componentes aislados, no en el producto final, y las duplicaciones de los pedidos, por si alguno fallara o fuese interceptado.
Por último, pero no menos importante, Saddam Hussein pudo mantener oculto su programa nuclear porque los métodos que utilizaban sus científicos e ingenieros fueron despreciados por costosos y poco eficaces en los laboratorios occidentales desde finales de los 40. Saddam Hussein probó con todo lo no convencional que pudo, desde la difusión gaseosa a, especialmente, la separación electromagnética de isótopos. Lo que él compraba, por tanto, parecía no tener utilidad dañina alguna.
Este es el cuadro, básicamente, que gracias a una labor paciente y metódica de los inspectores de UNSCOM, se llegó a poner de relieve en sus dos primeros años de trabajo. Bagdad estaba cerca de la construcción de un ingenio nuclear de 18 Kt. A pesar de la versión oficial de que sus instalaciones eran puramente para la investigación civil.
Aunque la constancia de la posesión de agentes químicos por Irak era clara (16 mil muertos iraníes y más de 5 mil kurdos fueron letalmente gaseados en los 80), con las armas química pasó otro tanto. Las compras de cientos de toneladas de agentes precursores hacía difícil una estimación de las armas finalmente fabricadas y almacenadas y Saddam se mostraba reacio a facilitar una información fidedigna a pesar del deber de hacerlo según las resoluciones de la ONU. Primero reconoció poseer 6.000 obuses con carga química; más tarde los amplió a 10 mil; finalmente reconocería 30 mil. UNSCOM, hasta la fecha ha logrado destruir 40 mil, medio millón de litros de agentes químicos varios y casi dos millones de litros de agentes precursores. Bagdad, aunque modificó tres veces sus informes hasta 1995, no reconocía haber producido VX, un agente nervioso altamente letal, ni armas biológicas, a pesar de las fuertes sospechas de las Naciones Unidas al respecto.
Los inspectores, no obstante, se mostraban en 1994 relativamente satisfechos con lo logrado, especialmente en el terreno de los misiles balísticos, donde habían conseguido encontrar y destruir la mayoría de los Scuds que la Unión Soviética vendió en su día a Irak, incluidas 30 cabezas químicas lista para su uso. Creían haber aprendido de la mala experiencia de las inspecciones de los 80 y confiaban en los sistemas de monitorización permanente que comenzaban a emplazar en instalaciones críticas.
Pero este relativo optimismo saltaría hecho añicos en 1995, cuando el yerno de Saddam Hussein y entonces responsable del complejo industrial militar iraquí, temiendo por su vida, huyó para refugiarse en Jordania. Las revelaciones de Husein Kamil pusieron súbitamente de relieve las limitaciones de la propia UNSCOM ante el continuado engaño de Saddam.
Guiados por las indicaciones de Kamil, UNSCOM fue capaz de obligar a Irak a admitir que su investigación sobre el agente nervioso VX había sobrepasado el estadio de laboratorio y que se habían producido cantidades importantes para su uso, aunque se mantuvieron las discrepancias sobre la cantidad total producida. Según Saddam, dos toneladas; según los inspectores, una cifra que oscila entre las 20 y las 160 toneladas de toxinas.
Pero el nuevo y gran descubrimiento fue la constancia de que Saddam se había lanzado a la producción de armas biológicas, a pesar de haber ratificado la Convención sobre armamento bacteriológico. La producción se había desarrollado en diversas instalaciones de las cuales dos eran conocidas (AL Kindi y Salman Park), pero Kamil reveló una nueva (Al Hakam). Allí Saddam había logrado obtener 20 mil litros de toxina botulínica; 8.500 de antrax; 2.200 de aflatoxina; y una cantidad sin determinar de toxina de ricino. UNSCOM se encontró, además, con munición de 155 mm. Y cohetes de 122mm armados con agentes biológicos, así como un ingenioso sistema de diseminación de esporas montado en un mirage F-1.
Irak, hasta la deserción de Kamil había negado a la ONU en tres informes que hubiese avanzado en programas bacteriológicos. Ante la evidencia de UNSCOM en septiembre pasado acabó reconociendo lo evidente, pero asegura que destruyó unilateralmente todos los agentes fabricados, pero UNSCOM no ha podido obtener constancia alguna de esto.
De hecho, el sentimiento imperante entre los inspectores es que Saddam se sigue guardando información y armas y que está dispuesto a reanudar su producción en cuanto le sea posible. Por eso continuar con inspecciones intrusivas y permanentes es la única opción para evitar que Saddam vuelva a representar lo que siempre ha sido: una amenaza para sus vecinos (8 años de guerra con Irán, invasión de Kuwait), para el pueblo iraquí (decenas de miles de muertos kurdos en el norte y shiíes en el sur) y para el mundo (transgresión del derecho internacional, inestabilidad y control del petróleo). Y por eso es importante que abra sus palacios e instalaciones siguiendo los dictados de Naciones Unidas y no sus tácticas de ocultación y engaño.
Saddam, no necesita que nadie le demonice. Se basta el sólo.