Los dos frentes de Pakistán

por Luis de la Corte Ibáñez, 1 de diciembre de 2009

 

(Publicado en ABC, 24 de noviembre de 2009)
 
Invitados por la embajada de Pakistán en Madrid, un exiguo grupo de periodistas y académicos acabamos de visitar aquel atribulado y fascinante país asiático donde nos entrevistamos con universitarios, periodistas, políticos, analistas, militares y agentes de inteligencia. Ninguno de ellos nos niega que el país se encuentre inmerso en una guerra.
 
Su origen ha de buscarse en la intervención sobre Afganistán iniciada en octubre de 2001 y el consiguiente desplazamiento de elementos de Al Qaida y gran parte de los talibanes originales a las áreas pastún de Pakistán que bordean la frontera con el territorio afgano. Dicho movimiento alimentó la talibanización de algunas de las más grandes tribus locales, como la Meshud, transformándolas en nuevos grupos de talibanes que establecerán alianzas con otras formaciones yihadistas que habitan Pakistán.
 
Como es sabido, la actual ofensiva militar contra grupos talibanes paquistaníes se inició el pasado mes de abril en el valle de Swat, antecedida por una inquietante aproximación a las puertas de Punjab, la provincia más rica del país. Meses después Swat ha quedado libre de la opresión radical.
 
Al concluir el verano, se abrió un nuevo frente en Waziristán del Sur, área tribal con mayor presencia de talibanes autóctonos. Hoy se insiste en que dicha campaña evoluciona favorablemente, aunque también se reconoce que los talibanes han logrado crear lo que algunos analistas han bautizado como un «Segundo Frente». Este frente abarca todas las ciudades del país que desde octubre hasta la fecha vienen siendo objetivo de ataques terroristas recurrentes, generalmente suicidas, incluyendo sus capitales cultural (Lahore) y política (Islamabad) y Peshawar, especialmente castigada desde hace semanas por atentados casi diarios, facilitados por su cercanía a las áreas tribales.
 
La realidad presente permite cuestionar el optimismo con que se nos habla de la operación en Waziristán del Sur. Las tropas avanzan, sí, pero sobre territorios casi despoblados, desiertos, abandonados por los talibanes.
 
Políticos y militares alardean de los más de 500 insurgentes eliminados desde octubre, pero la cifra de muertos por atentados perpetrados en los dos últimos meses también se acerca al medio millar. Y conviene no subestimar el impacto ejercido por toda esa violencia.
 
Entrar a cualquiera de los edificios públicos o grandes hoteles de las capitales de Pakistán es como traspasar un fuerte asediado: aunque la gente corriente prosigue con sus vidas corrientes, las medidas de seguridad recuerdan que la muerte y el terror pueden ocultarse tras cualquier vehículo o rostro común.
 
En esta coyuntura, se confía en que la brutalidad de los radicales preserve el apoyo unánime de la población a la guerra abierta contra los extremistas. Empero, si el terrorismo continúa haciendo estragos, la demanda formulada por varios partidos islamistas para interrumpir las operaciones podría ser secundada por un número creciente de paquistaníes. De otra parte, si la ofensiva tuviera éxito debería extenderse más allá de Waziristán del Sur, aunque nadie parece dispuesto a ello.