Las brutales ironías de Irak

por Victor Davis Hanson, 3 de enero de 2008

(Publicado en National Review Online, 22 de noviembre de 2007)
 
La guerra en Irak - como todas las guerras - está cargada de brutales ironías.
 
Durante la concentración de tropas antes de la invasión, el antiamericanismo en Europa alcanzó un nivel cercano al frenesí. Azuzado por el presidente francés Jacques Chirac y el canciller alemán Gerhard Schröder, evocaba advertencias de una eterna fractura en la alianza atlántica. Si Irak ha demostrado ser un catalizador para esta expresión de casi odio - alimentado  por viejas iras y envidias - no obstante, pronto demostró ser también una catarsis.
 
Ambos líderes sobreactuaron cuando Estados Unidos ya había empezado a reducir sus destacamentos de la OTAN en Alemania. En otros lugares, los europeos comenzaron a pensárselo dos veces antes de incomodar a Estados Unidos en un momento en el que se ve un aumento de la beligerancia rusa y al estar padeciendo una creciente preocupación debido a los terroristas islámicos radicales tanto en el terreno doméstico como en el exterior.
 
El resultado es que sus sucesores, Nicolás Sarkozy y Ángela Merkel, son acérrimamente proamericanos en formas que sus anteriores gobiernos no lo fueron incluso mucho antes de la guerra de Irak. Y dadas las crecientes amenazas yihadistas a Europa, la preocupación sobre Irán y la consistencia del esfuerzo americano en Irak y Afganistán, estos gobiernos podrían haber  aprendido - de forma que no anticiparon en 2003 - que realmente no hay otro aliado como un Estados Unidos firme en estos tiempos tan inestables.
 
La juventud europea ya puede imprimir todos los panfletos pacifistas que quiera con llamativas fotos de Abu Ghraib - ya que sus líderes calladamente entienden que Estados Unidos no solamente no se fue derrotado de Irak sino que también puede estar logrando una inesperada victoria allí. Por otra parte, ven que esta victoria tiene repercusiones para la seguridad de sus propios países - y esto exigirá reajustes al fácil antiamericanismo del pasado.
 
Se suponía que la ocupación de la posguerra sería difícil, pero pocos imaginaron una sangrienta lucha de 4 años. Más bien, después de la caída de Saddam, al Qaeda decidió intensificar su guerra contra Occidente enviando a miles de yihadistas al nuevo campo de batalla de Irak - en parte, para ayudar a las insurgencias sunníes y de ex baazistas en sus guerras contra Estados Unidos y los chiítas. La violencia que sobrevino dejó muertos a decenas de miles y dio lugar a casi 4.000 bajas americanas en la batalla. Gastamos casi un billón de dólares, mientras el apoyo de la opinión pública caía de un 70% de aprobación a la guerra a menos del 40%. 
 
Y con todo, no eran las fuerzas militares americanas las que se fueron arruinando en la lucha de una guerra impopular en el corazón del califato, sino que muy probablemente fue al Qaeda, que ha perdido a miles de efectivos - y algo mucho más importante, se ha destruido por completo la mística panárabe de la pureza religiosa.
 
Los yihadistas, al mismo tiempo que secuestraban, asesinaban, robaban, mutilaban, violaban y enrabietaban a los civiles iraquíes, cuanto más luchaban, más morían en manos de las fuerzas americanas. No hay nada peor en el mundo árabe que ser considerado débil y cruel; al final, al Qaeda demostró en la televisión de al Jazeera que era ambas cosas.
 
Después de Irak, la reputación de los alqaedistas ha llegado a ser más parecida a la de la Cosa Nostra que a la de los románticos Guerreros Santos. No era nuestra intención ir a Irak para truncar y desacreditar en sí a al Qaeda en algún teatro de operaciones de terceros, sino que una vez que los yihadistas subieron el listón, también se arriesgaron a ser derrotados con las implicaciones globales que ello conlleva. Las encuestas en el mundo árabe demuestran un descenso en el apoyo a los atentados suicidas y un cambio radical de opinión sobre Osama bin Laden. 
 
Cometimos toda clase de errores inmediatamente después de la guerra. Los comentaristas políticos aún siguen discutiendo si debimos haber disuelto al ejército baazista - o si es que quedaba algo que disolver. Y al aliarnos abiertamente con los abominados chiítas, enajenamos a la poderosa élite sunní que, aunque era una minoría, había gobernado el país y en Irak, eran los únicos que sabían cómo administrar la infraestructura de un estado moderno.
 
Habiendo dicho todo esto, es difícil ver cómo habríamos podido reconciliarnos inmediatamente con los sunníes, dadas sus últimas alianzas con Saddam y su rabia ante los resultados de nuestra política de “una persona/un voto” para la democratización del país. Era como si los británicos hubieran aterrizado en Mobile en 1859 declarando la abolición de la esclavitud y que esperasen como respuesta que la población blanca del Sur se uniera a tal reconstrucción multirracial inspirada por extranjeros.
 
Sin embargo, 4 años después, la insurrección sunní está finiquitada en gran parte - pero sólo en gran parte porque ha sido derrotada por las fuerzas militares de Estados Unidos. Los jeques tribales sienten que han recuperado el honor que perdieron en la derrota de tres semanas de Saddam, luchando a brazo partido contra los americanos durante 4 años. Dicho esto, ahora han aprendido que la resistencia no les trajo nada más que derrota y, que si continúa, será abyecta humillación.
 
Por tanto, también hay un tipo de trágica ironía en todo esto. Podría ser que las tribus sunníes han aprendido, sólo a través de su fallida insurgencia, que no pueden derrotar a los militares de Estados Unidos; que sus aliados sunníes de al Qaeda eran mucho peor que nosotros; que el gobierno chiíta no se irá a ninguna parte; y que Estados Unidos, en cierto modo, es un mediador honesto que está fomentando intereses sunníes con la mayoría chiíta.
 
El inesperado resultado de todo esto es que sólo ahora - después que los sunníes han luchado, perdido y aprendido la futilidad de una resistencia continuada - hay una mejor oportunidad para una estabilidad duradera. Es imposible imaginarse que los plantacionistas sureños en 1860 hubieran estado dispuestos a reconciliarse con el Norte o que los alemanes hubiesen recobrado la cordura y rechazado a Hitler en 1939. Si la vieja máxima sigue siendo válida, ésa de que la reconstrucción y la reconciliación de una guerra vienen después y no antes de la derrota de un enemigo, entonces puede que los sunníes tuvieran que aprender sobre la dura realidad a las malas, sobre la perversidad de al Qaeda, la superioridad militar de Estados Unidos y la permanencia del gobierno constitucional iraquí. 
 
A veces dicen por ahí que alguien debe ser culpable por no haber encontrado a un David Petraeus y a su equipo de brillantes coroneles mucho antes en el conflicto. Ojalá fuera tan fácil.
 
Esa conjetura es como decir que Lincoln debería haber sabido de la existencia de un Grant o de un Sherman al principio de la guerra; o que los anteriores generales de esa Unión, incluso en el error y la equivocación, no desgastaron al enemigo y proporcionaron tanto experiencia (aunque fuese negativa) como una cierta ventaja militar cuando Grant y Sherman finalmente alcanzaron posiciones verdaderamente influyentes; o que un Grant y un Sherman no adquirieron los conocimientos previos y necesarios para su destacado mando en 1864-1865 mientras estaban en el anonimato durante 1861-1862.
 
La aparición de un Patton, un LeMay, o un Ridgway sucede generalmente a través de un proceso de destilación, donde un ejército aprende sólo de sus errores y sólo logra distinguir lentamente a la gente adecuada para el trabajo adecuado en el momento adecuado. También deberíamos recordar que no descubrimos repentinamente la estrategia apropiada para Irak. Sólo lo aprendimos a través de los heroicos sacrificios de miles de bajas americanas que han tenido un grave efecto en el enemigo de 2003 a 2006 y 4 años de ensayo y error nos dieron la mortal experiencia de lo que funcionaría y de lo que no.
 
La brutal ironía de la guerra se extiende incluso a la reconstrucción. A estas alturas, se supone que Irak debería estar produciendo más de 3 millones de barriles diarios durante la reconstrucción post Saddam. Pero debido al vandalismo, a los ataques insurgentes, a la corrupción y a la negligencia, es raro que la industria petrolera iraquí produzca actualmente más de 2,2 millones de barriles diarios - a pesar de tener una capacidad de 3 millones y el potencial de algún día producir quizás más de 6 millones de barriles diarios. 
 
Sin embargo, ya que de manera imprevista los precios del petróleo se han cuadruplicado desde la guerra, Irak se ha topado con unas ganancias petroleras inéditas. El total de sus activos petroleros anuales puede alcanzar 70.000 millones de dólares al precio actual el próximo año, incluso sin mayores cambios en los niveles de producción.
 
La producción eléctrica ha alcanzado 5.000 megavatios al día y está subiendo constantemente, pero el consumo se ha disparado a niveles de la preguerra. Si los iraquíes consumieran electricidad a niveles de la preguerra, probablemente ahora tendrían energía casi 24 horas al día. Lo que la Coalición y los ministerios iraquíes están intentando hacer en pleno tiempo de guerra, es proteger y restablecer el servicio eléctrico, pero al mismo tiempo, triplicarlo para así responder a la creciente demanda provocada por los millones de aparatos eléctricos importados. 
 
Nada es definitivo en ninguna guerra, tal como las brutales ironías de Irak nos han demostrado durante los pasados 4 años. Pocos previeron la brillante guerra inicial de 3 semanas y la derrota completa y rápida de Saddam. Muchos menos aún previeron la sangrienta ocupación de 4 años que le sobrevino. Y allí quedan los muchísimos menos que previeron que, de todo ese lío, saldría la actual oportunidad de estabilidad y verdadera reconciliación bajo un marco constitucional.
 
Las lecciones que quedan son sólo las eternas: que las guerras no se luchan según lo previsto y que no acaban según lo planificado, sino que al final lo que prevalece es la adaptabilidad, la autocrítica y el empeño que se ponga al esfuerzo que uno cree que es el correcto y necesario.

 
 
Victor Davis Hanson es historiador militar y ensayista político. Actualmente es miembro permanente de la Hoover Institution tras haber impartido clases en la California State University desde 1984 al frente de su propio programa de cultura clásica. Entre otros medios, sus artículos aparecen en The Washington Post, The Washington Times, Frontpage Magazine, National Review Online, Time o JWR.
 
 
©2007 Victor Davis Hanson
©2007 Traducido por Miryam Lindberg