La Primavera Europea y sus eurófobos

por Óscar Elía Mañú, 27 de mayo de 2016

En los años noventa, tras casi cinco décadas de infierno socialista, tanto la Europa occidental como Estados Unidos acudieron en ayuda de la Europa liberada: la ayuda económica, tecnológica, material se dirigió rauda hacia aquellos europeos que durante décadas habían dejado de serlo por culpa de las divisiones del Ejército Rojo. La civilización occidental, en bloque, se puso manos a la obra para reconstruir Europa, su propio hogar, y volver a recuperar Varsovia, Praga o Budapest. El éxito de la empresa ha sido notable, a la altura de sus protagonistas.

Pero aunque el hombre moderno tiene problemas para entenderlo, una civilización se define no por los logros económicos o tecnológicos, sino por su espíritu. Y he aquí donde la ayuda occidental mostró hasta donde podía llegar, y muestra hasta dónde no puede hacerlo. En dos décadas los países del Este han recuperado el bienestar económico, superando en algunos indicativos a los países occidentales. Y descontado ya este factor, la brecha que se ha abierto entre la Unión Europea y los países del Este es una brecha mucho más honda que la económica que generó el Telón de Acero. Es una brecha moral: afecta a cuestiones básicas relacionadas con el hombre y la política. Cuestiones que siguen vigentes en la Europa del Este, pero cuyo reconocimiento se desintegra en Alemania, España, Francia y el resto de los países occidentales.

Así por ejemplo, la Europa Occidental carece de conciencia histórica. Sus élites oscilan entre el progresismo -el optimismo histórico- y el cortoplacismo. Sus sociedades, viven instaladas en el presente, sin preocupaciones ni mucho menos temor por el futuro: simplemente son incapaces de pensar que las cosas pueden cambiar y ser de otra manera. Por el contrario, estonios, checos o polacos tienen muy presente la historia, que ha sido en tiempos recientes padecimiento y sufrimiento. No hay progresismo que resista la prueba de la experiencia: el mal y la tiranía vuelven una y otra vez. Un sistema de libertades tiene enemigos interiores y exteriores, cuya amenaza se conjura con la fuerza, sea ante el islamismo galopante o ante el mal disimulado expansionismo ruso. Celosos de sus imperfectas democracias, temerosos ante un pasado que de una u otra forma vuelve ¿Cómo no iban estos países a despreciar la despreocupación europea ante el futuro? ¿Cómo no iban a enfrentarse al antiamericanismo impotente de la Europa occidental?¿Como no despreciar la imprudente ensoñación de la PESC? 

En segundo lugar, la existencia de naciones diversas, distintas y diferentes es garantía de libertad. He aquí otra de las ideas que han forjado Occidente durante siglos. La independencia nacional es un bien fundamental, que durante la Guerra Fría fue arrebatado a los países ocupados por el Ejercito Rojo. Durante esas oscuras décadas, el valor del concepto nación se opuso a la imposición común soviética. A nadie puede extrañar la oposición de lo que Gerhart Niemeyer llamó Eucentria a la Unión Europea: las instituciones comunitarias se han convertido en las últimas dos décadas en una hiperbólica máquina burocrática que en nombre de Europa dicta despóticamente cualquier política, desde Lisboa a Lublin, trátese de cultivos, de deportes o incluso de seguridad, como en el caso de los refugiados. Es éste el caso más sangrante de intromisión comunitaria, y de evidente reacción. Durante demasiados años los destinos de polacos, checos y húngaros se decidían en Moscú: ¿por qué iban a tolerar ahora que se decidiesen en Bruselas?

En tercer lugar, la Europa del Este sufrió durante cinco décadas los rigores del materialismo ateo, de su lucha contra Dios y contra cualquier visión trascendente del hombre. La única conciencia libre es la que va más allá de los límites puramente humanos, y por eso no es casualidad que los grandes disidentes políticos de los países del Este hayan dado testimonio de su experiencia de lo absoluto. Las sociedades del Este de Europa, zarandeadas dos veces en el siglo pasado por el ateísmo, saben bien que la tiranía ideológica sólo se puede evitar desde una visión del hombre y de la política abierta a la trascendencia y a Dios.

Demasiado, de nuevo, para la vieja Europa. La Europa occidental lleva tiempo hundida en el abismo laicista, y el hueco dejado por lo divino ha sido ocupado, desde la caída del Muro, por las más variadas ideologías: multiculturalismo, feminismo, liberación sexual, cientificismo. A nivel político, estas nuevas ideologías englobadas bajo la expresión “políticamente correcto” se han convertido en enemigas del libre discurso y de la sociedad abierta. Se esconden atentados y ataque islamistas, se amenaza a quienes denuncian la ideología de género, se ampara y se protegen las expresiones "artísticas" cristófobas. Convertidas todas ellas en dogma oficial de las instituciones europeas, ¿cómo no iban polacos o los checos a levantarse contra esta tiranía soft? ¿Cómo no iban sus firmes creencias a colisionar con las diversas formas de subcultura que asolan a las naciones del Oeste?¿Cómo no chocar con la islamofilia que se ha instalado en las élites políticas, culturales y mediáticas de nuestros países?

En fin. Defensa del derecho de los Estados a defenderse y defensa del vínculo transatlántico; defensa del derecho de cada nación a gobernarse por sí misma; defensa de los valores morales y políticos que han configurado Europa durante veinte siglos, son lo que caracteriza a esos países y a esos gobiernos. Enfrente, el ilegítimo crecimiento de la UE y su avasalladora burocracia; la obsesión comunitaria por regir la política interna de cada país; y el ataque sistemático e institucionalizado a las creencias y valores tradicionales de los Europeos. Los primeros representan el genuino espíritu europeo y occidental, el que hizo de Europa y sus naciones espejo del mundo. Los segundos representan una nueva tiranía, una disolución del ethos europeo, una ruptura con la mejor tradición occidental. Los primeros, un reverdecer de Europa; los segundos sólo parecen creer en su definitivo marchitación.

Así las cosas, ante esta Primavera Europa que empieza al Este, ¿quiénes son los verdaderos eurófobos?