La historia juzgará el legado de Bush

por Charles Krauthammer, 23 de septiembre de 2008

(Publicado en The Washington Post, 19 de septiembre de 2008)
 
Durante los 150 últimos años, la mayor parte de los presidentes estadounidenses en tiempos de guerra - sobre todo Lincoln, Wilson y Roosevelt - han ocupado (o renovado) el cargo en la administración sabiendo lo que se avecinaba. No así George Bush. No así con la guerra contra el terror. Los ataques del 11 de septiembre llegaron por sorpresa.
 
En realidad, las tres campañas presidenciales entre la caída del Muro de Berlín y el 11 de septiembre fueron las más carentes de debate en política exterior en la historia del siglo XX. La cuestión del comandante en jefe que domina hoy nuestra campaña brilló por su ausencia durante las vacaciones de la historia en los años 90.
 
Cuando durante una entrevista pedí al Presidente Bush que desarrollara esta anomalía, se remontó a principios de 2001, recordando que esperaba que su presidencia versara sobre: la reforma de la educación, las rebajas fiscales, y la transformación militar de una estructura de Guerra Fría en una fuerza más móvil adaptada al conflicto localizado del siglo XXI.
 
Pero presidente en tiempos de guerra le tocó ser. Y así es como la historia le recordará y le juzgará a la vez.
 
Adelantándose a la historia, muchos libros ya le han juzgado. El más reciente de Bob Woodward describe al comandante en jefe como inusualmente reservado y distante. Un biógrafo de inclinación más favorable lo habría llamado ecuanimidad.
 
Durante la hora que pasé con el presidente (dedicada en su mayoría a política exterior), esa ecuanimidad se podía ver por doquier -- no la resignación de un hombre en el crepúsculo de su presidencia, sino una sensación de tranquilidad y confianza en la justificación histórica eventual.
 
Es exactamente ese rasgo lo que le hizo ordenar el incremento en Irak haciendo frente a una intensa oposición por parte del estamento político (ambas partes), el estamento de la política exterior (encabezado por el irresponsable Iraq Study Group), la clase militar (según recoge Woodward) y la propia opinión pública. El incremento efectuó entonces el cambio más dramático en la suerte de una guerra americana desde el verano de 1864.
 
Esa clase de resolución requiere fortaleza de ánimo interna. Algunos han sostenido que un exceso de confianza en esta brújula interior es lo que nos metió en Irak desde el principio. Pero Bush no tomó esa decisión en solitario en absoluto. Contó con la mayoría de la opinión pública, el estamento de opinión y el Congreso. Además la historia todavía no ha pronunciado su veredicto sobre la Guerra de Irak. Ciertamente podemos decir que resultó ser más larga y más cara de lo esperado. Pero sigue estando en el aire la pregunta acerca de si el resultado ahora probable - transformar a un estado enemigo violentamente agresivo en el corazón de Oriente Medio en un aliado estratégico de la guerra contra el terror -- valió el coste. Yo sospecho que la respuesta final será mucho más favorable de lo que es hoy.
 
Cuando pregunté al presidente por su inequívoco logro -mantenernos seguros durante siete años, alrededor de seis años y medio más de lo que nadie pensaba posible en el momento del 11 de septiembre- fue rápido en achacar el mérito a los soldados que mantienen el enemigo a raya y a los círculos de las fuerzas del orden y funcionarios de Inteligencia que posibilitan nuestras defensas dentro del país.
 
Pero también aludía a algunas de las medidas que había tomado, incluyendo “escuchar al enemigo” y “preguntar por sus planes a asesinos fanáticos.” La CIA nos ha dicho ya que los interrogatorios de terroristas valiosos como Khalid Sheik Mohammed han suministrado más información valiosa de Inteligencia que ninguna otra fuente. Al hablar de estas medidas, el presidente no mencionaba este testimonio a efectos de eficacia ni la campaña de vilificación en su contra que suscitaron estas medidas. Aún más ecuanimidad.
 
Lo que el presidente sí hizo notar con cierto orgullo, no obstante, es que más allá de evitar un segundo ataque, está legando a su sucesor el tipo de poderes e instituciones que el próximo presidente necesitará para evitar más ataques y desempeñar con éxito la larga guerra. Y en realidad, sí que deja el Departamento de Seguridad Nacional, servicios de Inteligencia reorganizados con nuevas capacidades desarrolladas para compartir información, y el régimen de la FISA revisado que concede una autoridad de vigilancia más modernizada y más amplia.
 
A estos efectos, Bush es muy parecido a Truman, que desarrolló la logística de la guerra para una nueva era (el Departamento de Defensa, la CIA, la NSA), amplió los poderes de la presidencia, estableció una nueva doctrina de intervención activa en el extranjero, y finalmente tomó parte en una guerra (Corea) - también falta de un ataque contra Estados Unidos -- que demostró ser muy impopular.
 
Tan impopular que Truman dejó el cargo siendo menospreciado y bastante denigrado. La historia ha revisado ese veredicto. Tengo pocas dudas de que Bush va a ser objeto de una reconsideración parecida.

 
 
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en  1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del  Washington Post desde 1985.
 
 
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