La hábil, y peligrosa, estrategia de los islamistas tunecinos

por Carlos Echeverría Jesús, 26 de abril de 2012

 

La existencia de diversos "términos" casi universalmente aceptados  como: la revuelta (revolución) tunecina fue iniciada y ganada por los “demócratas laicos“, los islamistas tunecinos destacan por no ser violentos, la victoria electoral de los islamistas de En Nahda no debe preocupar pues ni barrieron en las urnas ni gobiernan en solitario, los islamistas alegales (los salafistas) son visibles pero no deben preocupar pues son minoritarios y la sociedad civil tunecina cierra y seguirá cerrando filas contra ellos, no hay violencia física a destacar ejercida por islamistas en Túnez; etc -, lleva a muchos a considerar que en este país la “cuestión islamista“, es irrelevante, y quienes se acogen o pueden ser ubicados en dicha corriente no son sino un actor más en un proceso imparable de normalización política. Nada más lejos de la realidad, tal y como pretendo demostrar en este análisis.
 

Los contradictorios pilares del islamismo tunecino

 
Decir que el islamismo tunecino – el que se manifestó en el Movimiento de Tendencia Islámica (MTI) creado en 1981, primero, y en En Nahda creado en 1989 después, ambos fundados y liderados por el incombustible Rachid Ghannouchi - surgió en años tempranos contra los esfuerzos “ laicistas “ del Presidente Habib Burguiba, luego continuados por su sucesor Zine El Abidine Ben Alí desde 1987, no descubre nada, pero puede sorprender a muchos el recordarles que ambos, y sobre todo el segundo, también contribuyeron a su manera a reforzar el afianzamiento del islamismo en el país. Burguiba lo reforzó, sin duda, con su conocida actitud combativa contra los “barbudos“ que en buena medida hizo de estos los opositores más duros y heroicos a su régimen, es decir, que reprimiéndolos con fuerza animó su combate y reforzó su prestigio, dentro y fuera del país. Además, también ayudó a los islamistas, a través de concesiones que cualquier líder musulmán acaba por otro lado haciendo, pues uno de los principales obstáculos que existen para combatir la deleznable ideología del islamismo radical es la instrumentalización que ésta hace de la religión en el seno de unas sociedades, las musulmanas, en general muy conservadoras, tradicionales y muy apegadas al Islam. El artículo primero de la Constitución tunecina es explícito y su contenido se debe a Burguiba, particularmente cuando destaca de Túnez que “su religión es el Islam, su lengua el árabe y su régimen la república”, clara orientación en un país con una destacable minoría autóctona judía y con una importante presencia también de occidentales cristianos.
 
Más sorprenderá quizás asignarle al huido Ben Alí el papel de dinamizador, también, del islamismo, él que encabezó iniciativas en la Liga Árabe, en la Organización de la Conferencia Islámica, en la Organización de las Naciones Unidas o, incluso, en sus relaciones con la Unión Europea (UE), para combatirlo y, a ser posible, erradicarlo. Un libro recientemente publicado por Samy Ghorbal, periodista durante años en Jeune Afrique y consejero político de los nuevos gobernantes surgidos de la revuelta en Túnez, titulado Huérfanos de Burguiba y herederos del Profeta (Túnez, Ceres, 2011) explica cómo el Presidente defenestrado alimentó el ascenso de la religiosidad con decisiones como la construcción de una gran mezquita, la Mezquita El Abidine, junto al Palacio Presidencial de Cartago, o la creación de una emisora de radio de orientación claramente islamista llamada “ Zitouna “ (el nombre de la prestigiosa Universidad-Mezquita de la capital del país) y animada por Sakhr El Materi. Estos esfuerzos, orientados en principio a reforzar la “identidad tunecina”, fueron minando poco a poco el secularismo que caracterizó al sistema tunecino heredado de Burguiba y fueron ayudando a limar el muro de separación entre política y religión que este había sabiamente construido. Esa separación, que un tunecino de pro como Mohamed Charfi consagró en su obra de consulta obligada Islam y libertad, el malentendido histórico (Granada, 2001), ha venido siendo práctica asentada en Túnez y parte de la identidad del país, y hoy los islamistas están poniendo en peligro su pervivencia precisamente por su esfuerzo por asentar en éste lo que ellos consideran la “verdadera identidad”, “la única”, el Islam reforzado en términos legales con la imposición de la Sharía. Presentándose además como los virtuosos y los puros frente a la corrupción y cleptocracia de la época Ben Alí y de su régimen, los islamistas pueden extender la simpatía por ellos entre amplias capas de la población. Lo hacen con un método que es primario pero muy eficaz, y ello en un país en el que, haciendo balance, las políticas antiislamistas del Presidente huido eran visibles prohibiendo la barba o el velo (hiyab) en la Administración, en las Fuerzas Armadas y de Seguridad y en la Universidad, es decir, cortando la hierba bajo los pies de los islamistas, pero no lo fueron tanto diseñando políticas preventivas para evitar que dicha hierba naciera y comenzara a crecer. Recordemos por ejemplo que, hoy por hoy, se estima que la cuarta parte de la población tunecina vive por debajo del umbral de la pobreza, y aunque ésta no es la causa última de la radicalización y del terrorismo sí es cierto que como precondición puede ser hábilmente instrumentalizada por quienes la apoyan.
 
La visión islamista de la “identidad tunecina”
 
El pasado 20 de marzo, en la celebración del 56º aniversario de la independencia de Túnez, islamistas y no islamistas echaron un nuevo pulso – tales pulsos se hacen cada vez más frecuentes en las calles tunecinas – para imponer su visión del Estado. Cuatro días antes de esas movilizaciones, el 16 de marzo, los salafistas del Hizb ut Tahrir (Partido de la Liberación Islámica) y de otros grupos habían hecho una demostración de fuerza ante la Asamblea Constituyente para hacer oír sus planteamientos extremos que quieren imponer a toda la sociedad: destacaremos que su concentración no era una más pues pretendían presionar a los miembros de dicho órgano elegido el pasado 23 de octubre (217 escaños de los que 89 están en manos de islamistas) para que sus sensibilidades queden bien asentadas en la futura Constitución.
 
La labor de los salafistas es visible en su presión contra los poderes públicos, pero lo es menos en su labor cotidiana entre la población, sembrando la semilla de su visión rigorista y radical de la vida y de la política. Quieren además, y de ahí el peligro, extender su dañino mensaje entre ese 48,8% de tunecinos que, según una encuesta publicada en marzo por “Sigma Conseil”, es escéptico ante el futuro político de Túnez y no se posiciona claramente ni con los laicistas ni con los islamistas legales de En Nahda. Es inquietante comprobar, si hacemos caso a los resultados de dicha encuesta, que buena parte de quienes se abstuvieron en la votación del 23 de octubre (el 45,9% del cuerpo electoral) siguen sin posicionarse claramente hoy, seis meses después. Precisamente la necesidad de darle un impulso al proceso político, de hacerlo más ilusionante y comprometedor, es prioritario hoy para el Presidente del país, Moncef Marzuki, líder del republicano Congreso por la República (CPR), quien pide con cada vez más insistencia un calendario claro de la transición, con fechas para las elecciones presidenciales y legislativas, por supuesto, pero con elecciones municipales a organizar con más urgencia aún, y ello para salir de una vez del “impasse” que se vive en todo el territorio nacional y que agrava la situación. El problema, y volvemos de nuevo a insistir en lo apuntado en el epígrafe anterior, es que el debate entre islamistas y no islamistas es mucho más complejo de lo que parece: un buen ejemplo es el propio partido de Marzuki, el CPR, republicano y por ello y según quienes gustan de simplificar las cosas, “laico”, pero que tiene en su seno a figuras como Abderrauf Ayadi, nada menos que el jefe del grupo parlamentario del mismo, quien apoya sin pudor a los islamistas e incluso a los salafistas. Leer el estimulante libro del Presidente Moncef Marzuki El mal árabe. Entre las dictaduras y los integrismos. La democracia prohibida (Barcelona, Asimétrica, 2012) no debe llevarnos a engaño pues en su CPR hay hombres como Ayadi y, por otro lado, el propio Marzuki es muy criticado por diversos sectores de la sociedad tunecina por su tradicional predisposición a aliarse con los islamistas con tal de que ello permitiera expulsar del poder a su tradicional enemigo Ben Alí. Se reproduce pues aquí, en términos de convivencia de perfiles muy diversos en organizaciones democráticas, otra situación que nos recuerda, por ejemplo, a un Abdelaziz Belkhadem, antiguo Primer Ministro y hoy responsable máximo del “republicano” y “socialista” Frente de Liberación Nacional (FLN) argelino, pero que en realidad es la cabeza más visible del sector “islamista” de dicho partido, o a un Mustafá Ramid, islamista sí este, y Ministro de Justicia del Partido para la Justicia y el Desarrollo (PJD) marroquí, pero que siendo este islamista en un partido también islamista, podemos decir que es de los más islamistas de entre los islamistas y que como abogado ha venido defendiendo a los radicales ante los tribunales del Reino. Ramid contrasta así con la imagen que otros compañeros suyos de partido quieren dar en términos dialoguistas y respetuosos con otras formaciones. Esta galería de personajes lo único que hace es mostrar cuán importante es el camino ya recorrido por los islamistas en el terreno institucional, realidad esta que no hace sino allanar peligrosamente el camino al resto de los islamistas, tanto legales como alegales e ilegales, que vienen por detrás pisando con fuerza – y ello también implica en muchas ocasiones intimidación y violencia – y tratando de desplazar a los “entreguistas” con el peligro de que los radicalicen para poder salvaguardar estos últimos el poder. Que los más radicales puedan acabar desplazando a los supuestamente “moderados” puede ser tan sólo cuestión de tiempo, y ello a menos que desde la sociedad civil surjan corrientes que los neutralicen. El objetivo de este análisis es demostrar que en Túnez dichas corrientes existen, afortunadamente, pero ni desde dentro del país ni desde fuera hay que dar por hecho que resistirán el imparable y sutil empuje de los islamistas. Relajarse sería irresponsable, y si algo han demostrado históricamente los islamistas de toda condición es que ellos nunca se relajan.
 
Por de pronto la situación política no es tranquilizadora. Frente a los 89 escaños de En Nahda, el CPR tan sólo tiene 29 y los socialdemócratas de Ettakatol tienen 20. Los tres grupos conforman la alianza que hoy lidera la transición en Túnez, pero es evidente quién tiene la mayoría suficiente para hacerse respetar. El resto del mapa político aparece muy fraccionado – como en Argelia, pues conviene no olvidar en nuestro análisis a un país que el 10 de mayo verá si la estrategia de los islamistas es también exitosa en él -, y los que podríamos calificar de “laicos” mostraron su incapacidad para unirse frente al empuje de En Nahda. El Partido Demócrata Progresista (PDP) de Ahmad Nejib Chebbi y el Ettakatol de Mustafá Ben Jaafar no lograron entenderse y este último acabó en la coalición que hoy gobierno con su líder presidiendo la Asamblea Constituyente. En Nahda se ha hecho con buena parte de los Ministerios, incluyendo los sensibles como Asuntos Exteriores y Justicia (como el PJD en Marruecos) y para el caso tunecino añadiendo incluso el del Interior. El Primer Ministro en un régimen que va dejando de ser presidencialista para hacerse más parlamentario – lo mismo que buscan los islamistas bien coaligados frente a una oposición no islamista que aparece fraccionada en la vecina Argelia – es Hamadi Jebali, un veterano líder de En Nahda nombrado el 13 de diciembre y que tiene en su bagaje 15 años en las cárceles de Ben Alí. Es también ilustrativo destacar que incluso el componente femenino de la Asamblea Constituyente, 49 diputadas, está fuertemente dominado por En Nahda (42 parlamentarias).
 
Para En Nahda no hay duda de que la Sharía debe de ser la fuente no sólo principal sino única del Derecho, o que debe de constituirse un Consejo Supremo de Ulemas, el Majlis Echoura, o que la economía debe de ser islamizada y que en un país tan turístico como es éste el turismo extranjero debería de adaptarse a unas rigurosas normas de decencia. Todo ello, que también está o estará en el pulso de los islamistas marroquíes hoy, y de los argelinos mañana si el próximo 10 de mayo se produjera la para muchos temida victoria de la coalición Argelia Verde en las elecciones generales y municipales, está ya presente en el día a día de la Asamblea Constituyente – máxime desde que en febrero se han creado en su seno varias comisiones para redactar la nueva Constitución - y de las calles tunecinas. Cuando más de un despistado insiste aquí, en Occidente, en la diferencia que define a En Nahda cuando este grupo rechaza apoyar iniciativas como las susodichas, se engaña a sí mismo y engaña a quienes le escuchan. Es el caso de los medios de comunicación que destacaban a fines de marzo la renuncia de En Nahda a imponer la Sharía como principal fuente del Derecho, olvidando que lo hizo – probablemente en un movimiento táctico de la pieza y no estratégico en el marco general de la jugada – gracias a la enorme presión mostrada en las calles por esa parte de la sociedad que aún resiste al rodillo islamista. Por supuesto que En Nahda intenta, además desde el poder que detenta, que aunque sea en coalición ya acabamos de ver las cifras de diputados, imponer poco a poco tales objetivos, pero es la heroica – hoy por hoy – resistencia de una parte muy movilizada de la sociedad tunecina la que se lo viene impidiendo. Pero lo seguirá intentando, y mientras tanto seguirá laminando a las fuerzas de la oposición, seguirá atrayendo y conquistando a miembros de esta con sus ideas y, cuando finalmente encuentre la ocasión propicia, convertirá en ley lo que hoy por hoy sólo es obligatorio para sus seguidores. Seguirá una estrategia similar a la del AKP turco, que cuando se cumple ya este año su primera década en el poder, ha sido capaz de irse haciendo con el control, o de neutralizar, a poderes del Estado kemalista que otrora le frenaron como las Fuerzas Armadas o la Judicatura, y va impregnando a la sociedad de sus valores e imponiéndole sus hábitos. Confiar pues en que la sociedad civil, que existe pero que aún adolece de profundas divisiones y de otras lacras en su seno, va a resolver ella sola sus problemas, es cuando menos irresponsable: muchos simplifican las cosas diciendo que un sindicato poderoso como la Unión General de Trabajadores Tunecinos (UGTT), o los empresarios y comerciantes también organizados en foros y asociaciones gremiales, liderarán la presión contra un islamismo que radicaliza a la población y que puede hace huir, y por ahora disuade, a turistas y a inversores, pero ni los sindicatos ni los empresarios han frenado a los islamistas en otros lugares ni tales sectores son impermeables a la penetración del islamismo como ideología (véase el caso de Turquía) ni están protegidos frente al derrotismo y la rendición.
 
La insistencia islamista se ve haciendo inventario de declaraciones y actuaciones de todos sus dirigentes, y no sólo “vigilando” las expresiones del máximo líder del islamismo tunecino, Rachid Ghannouchi, quien veterano del activismo como es sabe que tiene que moderar sus palabras y liderar de vez en cuando la expresión de los contenidos más moderados para consumo tanto interno como internacional. Esa actitud es la habitual además cuando se acercan momentos clave en términos políticos e institucionales como son los actuales, con la redacción de una Constitución y la fijación de fechas electorales como principales hitos. Si vamos a ver, por ejemplo, lo que opinaban cuadros en cualquier caso destacables de En Nahda, como Sabih Attig, hoy presidente del grupo parlamentario de En Nahda y hace un año un dirigente más del grupo, veremos que entonces hablaba de “ósmosis entre la identidad árabo-musulmana y los valores de la modernidad” y hoy habla ya de que ni hay ni puede haber separación entre Islam y política, y de que siendo el Corán y la Sunna del Profeta la fuente principal de la ley nada puede oponérseles. El propio Ghannouchi decía en noviembre que la religión no estaría presente formalmente en la nueva Constitución, y hoy deja hacer a sus elegidos en la Asamblea Constituyente que abogan por la creación de un Consejo Supremo de Ulemas que compruebe que toda la legislación se ajuste al Islam y anima el partido y la expansión de su mensaje. Pero la calculada prudencia de los líderes de En Nahda en los primeros momentos de su victoria no les impidió lanzar “flores” que quedarán para la posteridad y que muestran su verdadera faz: Ghannouchi habló el mismo día de su victoria electoral de la lengua francesa como “elemento contaminador” y de la necesidad de ponerle freno (lo que está haciendo ya el PJD en la televisión marroquí, para indignación de muchos y entre críticas pero lo siguen haciendo fieles a su ideología), y a los pocos días Jebali evocó en un mitin en Sousse el califato, idéntico objetivo que el buscado por los salafistas del Hizb ut Tahrir o por Al Qaida.
 
Los islamistas tunecinos quieren, como sus hermanos argelinos de Argelia Verde que aspiran en estos mismos momentos a hacerse también con la victoria, acabar con el sistema presidencialista para instaurar uno parlamentario, más cómodo dadas las mayorías que van cosechando, o que esperan cosechar en el caso de Argelia. Es interesante comprobar que en el Magreb central (Argelia, Marruecos y Túnez) dicho avance del sistema parlamentario consagraría a los islamistas en Argelia y Túnez mientras que Marruecos quedaría aparentemente a salvo dado que se trata de una monarquía. En el caso marroquí hay Primer Ministro islamista, Abdelilah Benkiran, y hay incluso Consejo Supremo de los Ulemas, pero el poder del monarca domina todo, aunque no por ello hay que considerar baladíes las conquistas que los islamistas marroquíes están alcanzando. Volviendo a los sistemas presidencialistas tampoco estos garantizan plenamente la estabilidad: recuérdese por ejemplo la Presidencia de Chadli Benyedid en Argelia, quien sucediera a Huari Bumedián a su muerte pero cuyo poder se había mostrado débil e incapaz, sobre todo cuando el avance imparable de los islamistas, dentro y fuera del proceso político parlamentario y multipartidista, llevó a una situación de no retorno a lo largo del año 1991 que fue preciso interrumpir para afianzar la seguridad frente a los violentos y recomenzar de nuevo el proceso político a lo largo de aquella década.
 
El activismo violento ejercido por islamistas tunecinos y el contexto regional
 
Que ha habido choques armados con grupos islamistas dentro de Túnez lo atestiguan incidentes como los de Rouhia, en mayo de 2011, o de Bir Ali Ben Khalifa, en febrero de 2012, para algunos anecdóticos pero para mí y para muchos otros muy inquietantes. A esos salafistas armados hay que añadir la actitud violenta de otros salafistas desarmados pero que utilizan la coacción en escenarios varios del país y que lo hacen hasta la actualidad. Cabe además recordar que la línea de separación, si es que existe, entre los que hoy son violentos pero actúan desarmados y quienes lo hacen armados es siempre difícil de vislumbrar, como la experiencia previa de muchos elementos del Frente Islámico de Salvación (FIS) puso de manifiesto en Argelia hace más de veinte años.
 
Precisamente la reapertura este mes de abril de la sede de la Comisión Científica de la Mezquita de la Zitouna, en la casbah de Túnez, se hace con vistas a alimentar el Islam tranquilo frente al peligroso ascenso de las corrientes salafistas por todo el país. En la línea de políticas desarrolladas desde hace años por los Gobiernos de Argelia y de Marruecos se quiere neutralizar la radicalización desde la propia religión, y el Ministro tunecino de Asuntos Religiosos, Nureddine Khadami, acaba de declarar que 400 de las 5.000 mezquitas censadas estarían ya en manos de predicadores salafistas para justificar la necesidad de tales políticas. Tal planteamiento es en sí esperanzador, pero queda por comprobar si la firmeza prometida desde un Gobierno dominado por los islamistas “moderados” es tal a la hora de frenar a quienes pueden ser peligrosamente vistos como “hermanos algo radicalizados”. La radicalización mostrada por los elementos salafistas en algunas localidades, como Sejnane, en el norte del país, entre enero y febrero, es ilustrativa. El 16 de enero la Liga Tunecina para la Defensa de los Derechos Humanos (LTDDH) confirmaba en un informe que la localidad estaba tomada por salafistas cuyo objetivo era hacer de todo el país el “primer emirato salafista”. Por otro lado, a lo largo de este año largo que ha pasado desde que huyera Ben Alí y comenzara la convulsa transición, los salafistas han ejercido su presión en escenarios muy variados, desde la sede de la cadena de televisión “Nessma” para impedirle la proyección de la película de animación “Persépolis” hasta cines, teatros y bares que sirven bebidas alcohólicas, pasando por uno de sus frentes preferidos para ejercer la coacción y la violencia: las universidades. Sus andanzas de hordas salafistas por las Universidades de Sousse o La Manouba de Túnez capital son el mejor ejemplo de lo que le espera a la sociedad tunecina si tal ideología medra.
 
Volviendo a la cuestión del desarrollo de la violencia armada, preocupa dentro y fuera de Túnez el que esta pueda verse aún más dinamizada dadas las influencias perniciosas que proceden del entorno inmediato. Recordemos cómo a fines de 2006 islamistas radicales tunecinos habían penetrado en el país fuertemente armados tras ser entrenados por el entonces Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC) en suelo argelino: sus acciones hasta que fueron reducidos en enero de 2007 pueden considerarse como un embrión en términos activistas de lo que en ese mismo mes nacía como AQMI. Más recientemente, el 16 de abril, en un incidente que en principio no tiene porqué involucrar a yihadistas salafistas, el secuestro de un centenar de tunecinos en suelo libio, realizado por una milicia de la ciudad de Zaouïa, situada a 50 kilómetros de la frontera con Túnez, preocupa y mucho. El secuestro ha sido denunciado por la LTDDH, y todo indica que habría sido realizado para obtener a cambio la liberación de cuatro súbditos libios detenidos en Túnez acusados de traficar con drogas y armas. No hay mejor contexto para que los yihadistas salafistas medren que este, y no hay acciones tan propias de los yihadistas salafistas que estas: secuestros, tráficos ilícitos de todo tipo, aprovechamiento de escenarios transfronterizos muy vulnerables, etc, cada vez más visibles en un Magreb en el que no hay rincón que no pueda verse afectado, ni siquiera el en otro tiempo estable Túnez.