La dimensión internacional de la independencia de Kosovo: un caso de autodeterminación humanitaria

por Mira Milosevich, 13 de julio de 2007

(Publicado en Cuadernos del Pensamiento Político nº 15, julio/septiembre de 2007)

El comisionado especial de la ONU para Kosovo, Marti Ahtisari ha presentado su plan para el futuro estatuto de Kosovo a los representantes políticos del llamado Grupo de Contacto (EE.UU, Rusia, Francia, Alemania, Italia), a los de la UE y EEUU, a las partes interesadas (serbios y albanokosovares) y al Consejo de Seguridad de la ONU. Se espera que hasta finales de junio de 2007 o como muy tarde después del verano, el Consejo de Seguridad de la ONU adopte una nueva Resolución que sustituirá la vigente 1244 sobre el estatuto de Kosovo. Si se cumplen las propuestas del Plan Ahtisari, Kosovo será un nuevo Estado independiente. Puede que no se acepte éste término (aunque los albaneses afirman que no son partidarios de que se excluya la palabra independencia), o que se hable de una independencia  vigilada por la Comunidad Internacional, pero, sea cuál sea la terminología usada, el Plan Ahtisari atribuye a Kosovo todas las competencias de un Estado: unas fronteras marcadas con los países limítrofes, Ejército propio, Policía, relaciones diplomáticas y derecho de voto en la ONU. Aunque los representantes políticos de la UE y EEUU - los principales promotores del Plan Ahtisari-, afirman que Kosovo es un caso único e irrepetible, y que por lo tanto no va a animar y servir de ejemplo a los nacionalismos irredentistas, lo cierto es que la creación de un nuevo Estado independiente avalado por el Consejo de Seguridad de la ONU sienta un peligroso precedente. Por otra parte, sus antecedentes históricos -los de un territorio ensangrentado por los conflictos étnicos-  no lo diferencian en  nada de los territorios de la antigua Yugoslavia (Croacia, Bosnia-Herzegovina) o de Chechenia, donde los conflictos entre rusos y chechenios son mucho más intensos. Su diferencia especifica está en el hecho de que la OTAN (sin aval de la ONU, por el veto que interpusieron Rusia y China) entró en una guerra contra Yugoslavia (1999) para impedir la limpieza étnica que practicaban el Ejército y los paramilitares serbios, y que actualmente Kosovo es un protectorado internacional gobernado según la Resolución 1224 de la ONU. En la guerra de Croacia y Bosnia, sus respectivos Ejércitos fueron ayudados por EEUU para expulsar a los serbios de los territorios que éstos habían conquistado. Bosnia sigue siendo un protectorado internacional, aunque su Gobierno local tiene muchas más competencias que el de Kosovo. Por tanto, la historia de los conflictos étnicos de Kosovo es similar a los de otras partes de los Balcanes. Lo que resulta diferente es la solución que a estos conflictos propone la Comunidad internacional. (Aquí usamos “Comunidad internacional” como sinónimo de Occidente y de la política de los EEUU y la UE en los Balcanes.) La novedad de esta solución está en el hecho de que la ONU avala la creación de un Estado independiente basándose en el concepto de derechos humanos. Tal proceso se define como “progreso moral” o como el proceso que refleja “la imaginación moral para sentir el dolor ajeno”, pero no se refiere en absoluto  a las consecuencias jurídicas y políticas de esta política humanitaria, como demuestra Michael Ignatieff en su libro Los derechos humanos como política e idolatría, donde analiza diferentes casos de violación de los derechos humanos por parte de una mayoría nacional contra sus minorías y de intervenciones, en algunos casos, de la Comunidad Internacional.[1]
 
Nuestro objetivo es analizar el concepto de derechos humanos cuando se identifican con el de autodeterminación - el caso de Kosovo - , la base jurídica de proclamación de un Estado independiente derivado del concepto de derechos humanos y alguna de sus consecuencias políticas. Para cumplir con tal propósito, y antes de examinar cómo se convirtió el enfrentamiento de dos nacionalismos étnicos -el serbio y el albanés- con simétricas ambiciones territoriales en una cuestión de los derechos humanos, es necesario ubicar estos acontecimientos en un contexto más amplio, el del final de la Guerra Fría y del proceso de la balcanización de la Yugoslavia comunista.
        
La Postguerra Fría y la balcanización de Yugoslavia
 
El primer problema y uno de los más graves del sistema mundial de la posguerra fría ha sido la fragmentación del orden estatal en tres zonas: los Balcanes, la región de los grandes lagos en África y la frontera islámica del sur de la antigua Unión Soviética. La fragmentación de estas regiones se debió, obviamente, al colapso general del comunismo, eso es, por el hecho de que los Estados cuya existencia garantizaban los regímenes totalitarios han desaparecido como entidades políticas. La consecuencia de ello ha sido un vacío del poder, que, en el caso de Yugoslavia, implicó la desaparición del  monopolio estatal de la violencia. Pero también hay que subrayar que la fragmentación se debió al destructivo impacto que tuvieron  las demandas de independencia territorial por parte de grupos secesionistas. Hay que distinguir entre ambos procesos - uno provocado por el colapso del comunismo y otro por las reclamaciones independentistas- porque, aunque ocurrieron casi a la vez, tuvieron consecuencias diferentes. Yugoslavia sufrió primero un proceso de desintegración (1991) y luego otro de destrucción en las sucesivas guerras causadas por el intento de crear Estados étnicamente puros (Eslovenia -1992; Croacia 1992-1995; Bosnia-Herzegovina 1992-1995; Kosovo 1997-1999). La balcanización de Yugoslavia data de hace  quince años y parece ser que aún no ha terminado. 
 
El concepto de balcanización se define como la destrucción cíclica de los imperios. Junto con el adjetivo balcánico (que tiene sentido peyorativo - bárbaro, primitivo, violento, subdesarrollado) es un concepto que se vincula con una región geográfica determinada y con su población. Después de la Primera Guerra Mundial, la desintegración de los Imperios austro-húngaro y otomano y la creación de nuevos Estados avalados por el derecho de autodeterminación enunciado por el entonces presidente de los EEUU Woodrow Wilson, fue definida como balcanización. El uso primero del concepto de balcanización fuera del contexto geográfico se debe al empresario alemán Walter Rathenau (1867-1922) al describir la situación económica de Alemania después de la Gran Guerra. En 1915 había heredado de su padre la Sociedad General de Electricidad (AEG), lo que le permitió representar a Alemania en las negociaciones sobre las reparaciones de guerra (donde consiguió la reducción de indemnizaciones y un acuerdo con la URSS). En 1922 fue asesinado por un grupo ultranacionalista. Desde entonces éste término se aplica para describir cualquier fragmentación sea política o no, aunque su significado básico sigue vinculándose con los Balcanes.
 
A lo largo de la historia moderna podemos ver que la balcanización -creación de nuevos Estados- ha ocurrido en todas partes. De hecho se pueden distinguir cuatro “olas de estatización”[2] La primera ola empezó con la disolución del imperio español en América, muy favorecida por las guerras napoleónicas en Europa, que por entonces contaba con apenas una docena de estados. Los cuatro grandes virreinatos coloniales españoles se convirtieron en 15 repúblicas.
 
La segunda ola se alza durante la Gran Guerra con el hundimiento de los imperios de Austro-Hungría, otomano y ruso. Entre 1917 y 1920 se crearon 10 nuevos estados avalados por el “principio de autodeterminación” de Woodrow Wilson. La creación de tales estados perseguía la formación de unidades étnicamente homogéneas. El Tratado de Versalles (1918) sembró la semilla de la Segunda Guerra Mundial, creo varios estados inestables y vulnerables (Checoslovaquia, Yugoslavia, Polonia), borró otros del mapa por haber sido aliados de Alemania ( Estonia, Lituania, Letonia), pero, sobre todo, introdujo el concepto de autodeterminación en un territorio donde florecía el nacionalismo irredentista y los conflictos étnicos eran habituales. El concepto de autodeterminación de Wilson reconocía la realidad étnica, y partía de la convicción de que cada pueblo, si lo quiere así, tiene derecho de autogobernarse. Ya entonces ese principio  supuso  una aceleración de la balcanización de Europa, pero tuvo otras consecuencias secundarías graves: las minorías que quedaron en el interior de los nuevos estados (musulmanes, albaneses, húngaros, alemanes) sufrieron presiones para ser asimiladas a las mayorías que intentaban crear estados nacionales estables. La Segunda Guerra Mundial demostró que la autodeterminación era un perfecto desastre. La búsqueda de homogeneidad étnica como base del Estado, además de promover la limpieza étnica como medio -no legítimo, pero habitual- en los procesos de construcción nacional, refleja la convicción profunda que desde entonces hasta actualidad  ha  profesado Occidente - a saber, que el sistema  democrático es sólo posible en el marco del Estado nacional. Por eso, en Versalles se regalaron Estados independientes a varios pueblos y por eso mismo estos pueblos, que no habían tenido experiencia democrática alguna, cayeron fácilmente bajo gobiernos totalitarios. Tampoco estaban preparados para luchar y defender sus Estados, porque no los  habían ganado con un esfuerzo previo.
 
La tercera ola de estatización apareció después de la Segunda Guerra Mundial, con el desmantelamiento de los imperios coloniales europeos, especialmente el británico y el francés, en Asia sudoriental, África y Oriente Próximo. Entre 1945 y 1975 fueron creados unos setenta nuevos estados.
 
Después del colapso del comunismo, la desintegración de la Unión Soviética, Yugoslavia y Checoslovaquia supuso la creación de 26 estados nuevos. No es exagerado afirmar que el reconocimiento prematuro de Eslovenia y Croacia por parte de Alemania y el Vaticano fue motivada por la profunda convicción de que Yugoslavia nació de un error de Versalles que había que corregir, porque se creó un imperio austro-húngaro en pequeño tras la desintegración del grande y se concedió a los serbios demasiado por ser aliados de los vencedores en ambas guerras mundiales: la posibilidad de realizar su programa nacional -unificar a todos los serbios en un mismo Estado-, y se les reconoció además el derecho de anexionarse Kosovo (aunque éste tenía una mayoría albanesa) tras haberlo conquistado en la Primera Guerra Balcánica (1912). Los diplomáticos occidentales rara vez reconocen en público (aunque sí en privado) esta convicción. Los yugoslavos son los principales responsables de la destrucción de su Estado, pero no hay que olvidar que la Comunidad Internacional ha puesto su grano de arena. Si los yugoslavos mismos no estaban preparados para enfrentarse con la desintegración de su Estado, la Comunidad Internacional lo estuvo menos. Los desacuerdos entre EE UU y la UE y entre los países miembros de la misma UE respecto a la política en los Balcanes siguen todavía existiendo. La destrucción de Yugoslavia ha sido presentada por los medios de comunicación como obra de los serbios en su intento de crear la Gran Serbia. Sin embargo, tal como se demostró en la guerra de Croacia y Bosnia-Herzegovina, Croacia perseguía análogo objetivo. Los musulmanes de Bosnia encabezados por Alija Izetbegovic querían unir los territorios poblados por los musulmanes (Bosnia, Sandzak, Macedonia); los Eslovenos fueron los primeros en proclamar su independencia y los albaneses de Kosovo reclamaban el derecho a un Estado propio desde 1964. Yugoslavia se destruyó por varios intentos simultáneos de crear estados étnicamente puros: proclamando primero la independencia, apelando al derecho de autodeterminación, y luego lanzándose a la guerra, cuando los serbios trataron de impedirlo en los casos de Croacia, ByH y Kosovo. Para los serbios, la única manera de que todos los serbios vivieran en un mismo Estado -aspiración común de todos sus programas nacionales desde el Congreso de Berlín (1876) en el que el Estado independiente serbio obtuvo reconocimiento internacional- era la conservación de Yugoslavia.
 
El caso de Kosovo hay que contemplarlo en el contexto de la cuarta ola de estatización. El colapso del comunismo contribuyó a la desintegración del Estado y a la  pérdida del monopolio de la violencia, pero no causó directamente los conflictos étnicos. Estos estuvieron simplemente congelados durante casi cincuenta años. Tampoco se puede afirmar  que los nacionalismos destruyeran el comunismo yugoslavo, como sostienen  Mark R. Beissinger y Ronald Grigor Suny  para el caso de la URSS.[3] Sin embargo, hay que reconocer que los nacionalismos - principalmente serbio, croata y albanés- han sido un factor crónico de inestabilidad de las sucesivas Yugoslavias (primera, 1918-1941; segunda, 1943-1991; tercera, 1995-2003), así como que el propio sistema comunista institucionalizó el nacionalismo reconociendo naciones constituyentes (narod -pueblo) y minorías (narodnost),  y sus fronteras correspondientes, definiéndolas como fronteras administrativas (que se redefinieron como estatales en 1991) de cada república dentro del Estado común. La clave de la inestabilidad y vulnerabilidad del Estado yugoslavo no estuvo sólo en  sus nacionalismos, sino también en el hecho de que Yugoslavia era un Estado totalitario y no democrático.
 
La Constitución yugoslava de 1974 fue un intento falso de “democratizar” el sistema. La crisis que surgió en los países del Bloque Comunista en los cincuenta y sesenta  (Hungría, 1956; Checoslovaquia, 1968) fue un toque de atención a los comunistas yugoslavos. Pero, en lugar de descentralizar el poder del Partido Comunista, descentralizaron la estructura de Estado, otorgando el derecho de autodeterminación a todas las repúblicas. La república Serbia fue dividida en tres partes: Serbia y dos Comunidades autónomas -Vojvodina y Kosovo- que tenían derecho de usar veto en cualquier decisión del Gobierno serbio, mientras éste no gozaba del mismo derecho respecto a los Gobiernos autónomos. La ingobernabilidad en Serbia era obvia, lo que fue un elemento poderoso de resurrección del nacionalismo radical en los años ochenta. En cualquier caso, el poder real no estaba en las instituciones  de las repúblicas, sino en el Partido. Ninguna república reclamó el derecho de autodeterminación hasta la caída del comunismo. La proclamación unilateral de independencia de Eslovenia, Croacia y Bosnia Herzegovina y su reconocimiento internacional fueron justificados por el hecho de que habían celebrado sus referendos respectivos con la pregunta: “¿Quiere que X sea un Estado independiente con plena soberanía nacional?” 
 
Los albanokosovares pedían desde 1968 el estatuto de república para Kosovo. Como comunidad autónoma, no tenían derecho de autodeterminación. Se les definía como minoría, aunque ya eran una mayoría demográfica en Kosovo. En cualquier caso, y a pesar de que en los regimenes comunistas los derechos humanos se identificaban con los derechos sociales (derecho a trabajo, a la educación gratuita, seguridad social gratuita etc.), los albaneses en Kosovo gozaron de plenos derechos a partir de 1974: el bilingüismo era requisito imprescindible para trabajar en el sector público. El 80 por 100 de los puestos de trabajo se reservaban para albaneses, correspondiendo al porcentaje real de albaneses en la población de Kosovo. Desde 1946 hasta 1989 (llegada al poder de Slobodan Milosevic), existió en Kosovo enseñanza completa en albanés, desde la escuela primaria hasta la universidad. Más del 25 por 100 de los libros de texto eran importados de Albania. Había diez diarios y varias cadenas de radio en albanés. El proceso de industrialización (el mayor logro de todos los regimenes comunistas) produjo grandes cambios en Kosovo. En 1948, el 80 por 100 de la población albanesa se dedicaba a la agricultura. En 1981, este porcentaje había descendido hasta el 25 por 100. A pesar de ello, desde 1981, Kosovo tuvo estatuto de provincia económicamente subdesarrollada. Dentro del Estado recibía un 12 por 100 de subvenciones más que cualquier otra región. Se creía que el nacionalismo albanés se suavizaría con las medidas económicas. El Estado comunista llegó a “comprar” la paz en Kosovo. A pesar de todo ello, la estructura social clánica regida por el Canun (la ley que regulaba el concepto de venganza entre las familias albanesas que consiste en el juramento -besa- que obligaba a vengar la muerte de un miembro de la familia) seguía vigente. No es exagerado afirmar que antes del boicot de todas las elecciones serbias, los albaneses nunca participaron en el sistema legislativo de Yugoslavia o Serbia. Políticamente, lo boicotearon, pero en la vida diaria el Canun se superponía a la legislación yugoslava, era la única ley que se respetaba. No eran pocos casos de los albaneses que pasaron muchos años en la cárcel por asesinar a una persona, y que al salir fueron asesinados - ellos o alguien de su familia- por aplicarles la ley de la venganza, una práctica que aún sigue vigente en Kosovo y en el norte de Albania. De este modo en Kosovo se creó y consolidó una sociedad paralela que reclamaba el derecho de autodeterminación. En 1964, Adem Demaqi fundó el Movimiento Revolucionario para la Unión de todos los Albaneses, cuyo programa se legitimaba mediante la ideología marxista-leninista, pero que era de claro signo nacionalista. Demaqi pasó 28 años en las cárceles yugoslavas por sus ideas nacionalistas.
 
El conflicto étnico de Kosovo es un problema complejo sobre el que se han publicado numerosos libros (he analizado esta literatura con detalle en mi libro El Trigo de la Guerra. Nacionalismo y Violencia en Kosovo)[4]. Su causa principal no es nada original - ambos pueblos, serbio y albanés, definen su concepto de nación en términos étnicos y ambos pueblos consideran que el territorio de Kosovo les pertenece por ser el meollo de su identidad. Los serbios argumentan que Kosovo forma parte de Serbia desde 1912, que allí se encuentran las pruebas históricas - los monasterios medievales y el centro de la Iglesia Ortodoxa Serbia- de que Kosovo es inseparable de Serbia y de los serbios. Los albaneses usan el poderoso argumento demográfico de que son 90% de la población (tienen la tasa de natalidad más alta de Europa desde hace ya varias décadas) y de que no quieren vivir con los serbios. La Comunidad internacional está dispuesta a reconocer la independencia de Kosovo de Serbia, argumentando que la política de régimen de Milosevic ha violado masivamente los derechos humanos de los albaneses y que Serbia como Estado no protegió a sus ciudadanos. Por los crímenes de la limpieza étnica, Serbia no tiene derecho a que Kosovo siga siendo parte de su territorio, a pesar de que la Resolución 1244 de la ONU, firmada como acuerdo de paz entre el gobierno serbio y la OTAN en 1999, garantiza este derecho. Milosevic llegó al poder en Serbia por prometer el cambio de la Constitución de 1974 y devolver a Serbia el poder de gobernar en todo su territorio. Todos los derechos de los que gozaban los albaneses desde 1974 fueron suprimidos. La creación del Ejército de Liberación de Kosovo (ELK) con armas procedentes de la vecina Albania (para la guerra de 1997-1999 fue armado y entrenado por EEUU) supuso el comienzo de una guerra entre los albaneses y el Ejército serbio. A pesar de que el ELK fue primero definido como grupo terrorista por James Backer, el secretario de Estado norteamericano en 1991, y a pesar de que atacaba a los policías y civiles serbios, la respuesta que dio Milosevic a sus ataques de guerrilla -la venganza en la población civil albanesa-, rápidamente los convirtieron en liberadores nacionales. Cuando la Comunidad internacional decidió bombardear Yugoslavia para impedir la limpieza étnica, sabía que el ELK cometía los mismos crímenes contra los serbios (incluso contra los albaneses moderados), pero decidió tomar partido por los albaneses en el conflicto, porque éstos sufrían más y porque ya estaban hartos de las guerras de Milosevic, aunque llegaron a firmar  con él la paz de Dayton para un país que no era el suyo (ByH). El caso de Kosovo demuestra claramente que un Estado, si no es democrático cuando se enfrenta a un nacionalismo irredentista, inevitablemente comete violación de los derechos humanos contra el grupo separatista, porque no tiene otro instrumento que la guerra para enfrentarse a  una amenaza de destrucción de su propio Estado. Los Estados democráticos, como lo demuestra caso de Gran Bretaña, y como lo demostró España durante las dos legislaturas del Gobierno de José María Aznar, tienen la posibilidad de enfrentarse a sus nacionalismos con una poderosa arma que es la Constitución. En cualquier caso, los albaneses, así como los eslovenos y croatas no pedían, después del colapso del comunismo, transición democrática y derechos civiles, sino un Estado independiente.
 
A pesar de que la Resolución 1244 garantiza la integridad del territorio serbio y la seguridad de los serbios en Kosovo, parece ser que ninguna de las dos cosas se ha cumplido. De los 300.000 serbios que vivían en Kosovo ahora quedan unos 75.000. Los ataques de marzo de 2004 de albaneses contra serbios ante la pasividad de la Comunidad internacional no representan ni mucho menos un aval para confiar en que  los serbios van a ser protegidos dentro de un Kosovo independiente. Tampoco contribuyen a la explicación de por qué a los albaneses se les ha de regalar un Estado nacional cuándo en estos ocho años no han demostrado ningún respeto por los derechos humanos de otros grupos étnicos.
 
Derechos humanos e intervención militar
 
El bombardeo de Yugoslavia por la OTAN se presentó como una intervención extrapolítica en defensa de demandas morales universales diseñadas para deslegitimar las justificaciones “políticas” (es decir, ideológicas o sectarias) de abusos cometidos contra seres humanos. Desde 1991 ha sido esgrimido el “derecho a la intervención humanitaria” por gobiernos que deseaban justificar las intervenciones en Haití, Somalia, Irak, Bosnia y Kosovo. El derecho de intervención humanitaria se considera como el único medio posible para impedir la agresión sistemática que ejerce un Estado contra sus propios ciudadanos. La intervención puede ir desde sanciones hasta el uso de la fuerza militar. No obstante, el estatus jurídico del derecho a la intervención no está demasiado claro. Aunque la Carta de las Naciones Unidas exige a los estados el respeto de los derechos humanos, también prohíbe el empleo de la fuerza contra otros estados y la interferencia en los asuntos internos de éstos. Los acuerdos en materia de derechos humanos que los Estados han firmado desde 1945 han hecho que la soberanía estatal esté condicionada por el respeto de los derechos humanos, pero esta condición nunca se ha visto reflejada en el derecho internacional, excepto en las declaraciones europeas de derechos humanos. El conflicto en el derecho internacional entre el discurso no intervencionista de la Carta de la ONU y las consecuencias intervencionistas de los acuerdos de derechos humanos nunca se ha resuelto, observa Michael Ignatieff.[5]. Los redactores de la Declaración Universal asumieron de forma explícita que ésta garantizaría la intervención allí donde la violación de los derechos humanos fuera flagrante. En 1946, uno de los redactores de la Declaración, Rene Casin, afirmó: “Cuando la violación sistemática o repetida de los derechos humanos por parte de un Estado dentro de sus fronteras amenace la paz mundial (como fue el caso del Tercer Reich en 1933), el Consejo de Seguridad posee el derecho a intervenir y la obligación de actuar”.[6] Esta fórmula se aplicó en caso de Kosovo y se articularon los criterios para una intervención que resume Ignatieff:
 
1)      las violaciones de los derechos humanos en cuestión deben ser evidentes, sistemáticas y continuadas;
 
2)      deben construir una amenaza para la paz y seguridad en la región;
 
3)      la intervención militar debe tener una probabilidad aceptable de acabar con las vulneraciones.
 
Las fuerzas de la OTAN intervinieron para hacer prevalecer los valores, para salvaguardar la integridad territorial de los estados limítrofes y, lo más importante, para demostrar la credibilidad de la OTAN cuando se enfrenta al desafío de un señor de la guerra local. Tim Judah, uno de los mejores historiadores occidentales de los Balcanes, observaba lo siguiente después del bombardeo de la OTAN: “Retrospectivamente, la cuestión de los derechos humanos cobra unas dimensiones muy interesantes. La primera es que muchos kosovares convencieron con éxito a muchos occidentales de que la cuestión de Kosovo era realmente una cuestión de derechos humanos. De hecho, no lo era. En el núcleo de este asunto había una lucha fundamental entre dos pueblos por el control del mismo trozo de tierra. En nuestros tiempos, sin embargo, los derechos humanos han llegado a ser un factor influyente en la conformación de la política internacional. Esto no quiere decir que los kosovares no sufrieran terribles vulneraciones de derechos humanos a manos de las autoridades serbias. Las sufrieron. Pero hay que decir que, con la ventaja de la perspectiva de lo ya sucedido, podemos ver cómo la cuestión de los derechos humanos se convirtió en otra arma en el arsenal de los kosovares. En esto fueron ampliamente ayudados por las propias autoridades serbias que demasiado a menudo ignoraron las correctas prácticas judiciales, torturaron a los sospechosos y convirtieron así lo que ahora sabemos que pudieron haber sido legítimas causas en farsas judiciales que jugaron a favor de los kosovares.”[7]
 
La intervención militar de la OTAN acabó con la Resolución 1244 de la ONU que define el estatuto de Kosovo como una autonomía sustancial y concede un alto nivel de autogobierno al pueblo albanés, respetando la soberanía e integridad del territorio de Serbia. (Acta Final de Helsinki, anexo 2). Sin embargo, desde el principio los kosovares han interpretado la intervención de la OTAN como promesa de  independencia. A pesar de la Resolución 1244, la Comunidad internacional está a punto de regalar un Estado independiente a los albaneses. Además de justificarlo con la política de los derechos humanos (que no son otra cosa que una idea sin idea, una expresión de los valores derivados de la Ilustración, es decir, sin una ideología subyacente), lo cierto es que las guerras de Afganistán e Irak y la guerra contra el terrorismo exige una rápida solución del estatuto final de Kosovo y la retirada de  las tropas internacionales allí acantonadas. Por otra parte, está claro que se teme que, si los kosovares no consiguen pacíficamente la independencia, irán a una nueva guerra para obtenerla y la  Comunidad internacional no va a intervenir para ayudar a los serbios o macedonios.  La independencia satisfará a los kosovares, y los serbios no tienen ni ganas ni voluntad de entrar en una nueva guerra. Sin embargo, un nuevo Estado en los Balcanes no asegura su estabilidad sino más bien una nueva balcanización: los serbios del norte de Kosovo tienen el mismo derecho de pedir autodeterminación, porque han sufrido sistemáticamente desde 1999 la violación de los derechos humanos; los albaneses de Macedonia pueden reclamar lo mismo, así como los serbios o croatas de Bosnia Herzegovina.
 
Los derechos humanos y el derecho de autodeterminación
 
La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue  proclamada y firmada por un gran número de países en 1948. Antes de la Segunda Guerra Mundial, sólo los Estados eran sujetos del derecho internacional. Con la Declaración Universal se otorgó a los derechos de los individuos un reconocimiento jurídico internacional. Por primera vez, a los individuos -fuese cual fuese su raza, religión, género, edad o cualquier otra característica -se les garantizó unos derechos que podían oponerse a las leyes estatales injustas o a las costumbres opresivas. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, establecido en 1953, otorga a los ciudadanos de los Estados europeos la capacidad de apelar contra las injusticias de la administración civil y estatal frente al Tribunal Europeo de Estrasburgo. Los países candidatos al ingreso en la Unión Europea aceptan que deben armonizar sus leyes domésticas con la Convención Europea. La protección de los derechos humanos de la mayoría de los seres humanos depende de los Estados en los que viven; aquellos que no poseen un Estado propio aspiran a tenerlo y en algunos casos combaten por él. Pero, aunque el Estado-nación permanece como la fuente principal de protección de los derechos, los movimientos y los tratados internacionales de derechos humanos han conquistado una creciente influencia sobre los regímenes nacionales de derechos. De ahí, el interés de las minorías en internacionalizar los conflictos étnicos que sufren. Aunque la “inercia” del orden internacional sigue estando a favor de la soberanía estatal, en la práctica su ejercicio está condicionado por el cumplimiento de una conducta correcta en materia de derechos humanos.
 
La política cuya base son los derechos humanos ha acelerado el auge del nacionalismo, dado que los acuerdos conseguidos en este ámbito (en materia de descolonización y en el caso de Yugoslavia, por ejemplo), han defendido la principal demanda de los movimientos nacionalistas; la autodeterminación colectiva. Los grupos que carecen de un Estado propio -kurdos, kosovares o los nacionalismos irredentistas en España- emplean el lenguaje de los derechos humanos para denunciar su opresión, que en caso de los primeros es verdadera, pero que en los casos españoles es inventada. (Un ejemplo: cuando los miembros de la antigua Batasuna ocupan el ayuntamiento de San Sebastián con un pañuelo en la boca y tienen que ser desalojados por la policía, la imagen que da la vuelta en mundo es esa de que se les prohíbe hablar y se les desaloja de una institución, y vale más que muchas explicaciones de los no nacionalistas. La imagen de desnutrido de De Juana Chaos en Time tiene el mismo objetivo). Sin embargo, la identificación de los derechos humanos con el derecho de autodeterminación es paradójica: se apela a las instituciones internacionales, pero no se espera de ellas protección, sino la concesión de un Estado independiente. En fin, se piden derechos nacionales, no derechos humanos. Porque los derechos humanos son una categoría individual y no colectiva. De hecho, ahí descansa la única diferencia entre el derecho de autodeterminación promovido por Woodrow Wilson y el del  Plan Ahtisari para Kosovo. Wilson legitimó la destrucción de los imperios y asumía la realidad de los conflictos étnicos y de las identidades colectivas. Ahtisari lo asume también pero no lo quiere reconocer;  otorga el derecho de autodeterminación a los albaneses partiendo de los derechos humanos - los serbios violaron masivamente los derechos humanos y a Serbia se debe castigar por ello. (No está de sobra recordar que el régimen de Milosevic violaba los derechos humanos de los mismos serbios. Es suficiente acordarse del número de periodistas y políticos asesinados o del de las personas que emigraron de Serbia bajo tal régimen). En cualquier caso, el nacionalismo (autodeterminación) resuelve los problemas de los derechos humanos de los grupos nacionales victoriosos, al tiempo que produce nuevas víctimas colectivas, cuya situación en materia de derechos humanos empeora (caso de Croacia o de Kosovo). Los nacionalistas tienden a proteger los derechos de las mayorías y a desatender los de las minorías.
 
Algunas consecuencias políticas
 
El reconocimiento de un Estado independiente avalado por la ONU jurídicamente sólo puede estar apoyado en una nueva Resolución, o reconocido unilateralmente por algunos estados, entre ellos EEUU, que ha sido el mayor promotor de la independencia de Kosovo ( los kosovares este verano inaugurarán un monumento en el centro de Pristina al presidente William Clinton), como fue el caso de Alemania con Croacia y Eslovenia. El Derecho internacional, por ahora, no contempla con claridad estas posibilidades.  La independencia de Kosovo reflejará la irresponsabilidad de los occidentales en los Balcanes (que no será la única) y confirmará que los fantasmas del Tratado de Versalles aún siguen recorriendo Europa. Nuestra opinión la resume perfectamente Michael Ignatieff: “Conceder la independencia a los kosovares equivale a premiar a un movimiento secesionista que empleó métodos terroristas”.[8]
 
En lo que se refiere a las consecuencias políticas más allá de los Balcanes, Rusia y EEUU ya están en un tira y afloja, porque es obvio que los rusos no pueden reconocer la independencia de Kosovo a no ser que admitan el derecho de los chechenos a independizarse. Los kurdos tendrían el mismo derecho, aunque poner de acuerdo a Irak, Turquía y Siria no sería nada fácil. Es obvio que tal decisión estimulará a los nacionalismos irredentistas en cualquier parte del mundo, aunque hay que subrayar que estos están ya esperanzados por otras varias razones. En primer lugar, la Unión Europea ha demostrado  en los Balcanes que sólo está contra la guerra, pero no contra el nacionalismo (apoyó la independencia de Montenegro y está dispuesta a apoyar la de Kosovo sólo por evitar la guerra).  Paradójicamente, la política de la UE en los países miembros  respecto a potenciar la representatividad de las regiones ánima a los nacionalismos periféricos, así como su política de ayudas económicas, porque los pueblos pequeños quieren recibir directamente estas ayudas y no depender para ello de un Estado. La única arma, y la  más poderosa de que dispone un Estado de Derecho es su Constitución. La democracia sin constitucionalismo no es más que la tiranía de la mayoría étnica.


 

 
 
Mira Milosevich es profesora e investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset.
 
Notas


[1] Paidos, Barcelona, 2003.
[2] Joseph M. Colomer, Grandes imperios, pequeñas naciones, Anagrama, Barcelona, 2006.
[3] Mark R. Beissinger, Nationalist Mobilization and the Collapse of the Soviet State.  Cambridge University Press, Cambridge, 2001.
Ronald Grigor Suny, The Revenge of the Past. Nationalism, Revolution, and the Collapse of the Soviet Union. Stanford University Press, Stanford, 1993.
[4]  Espasa Calpe, Madrid, 2001.
[5] Libro citado, página 63.
[6] Ibídem, pág. 63
[7] Tim Juadh, Kosovo, War and Revenge, Yale University Press, New Haven, London, 2000. pág. 84.
[8] Michael Ignatieff, libro citado, página 71.