Hipocresía bipartidista

por Victor Davis Hanson, 29 de marzo de 2007

(Publicado en Benador Associates, 9 de marzo de 2007)

Recientemente, varios políticos conservadores y evangélicos se han visto envueltos en el escándalo. Como congresistas, Tom Delay y Duke Cunningham sufrieron roces aireados con las leyes de la ética, mientras sus excolegas Mark Foley y Ted Haggard, que era pastor de una gran iglesia evangélica, se vieron implicados en humillantes asuntos sexuales.
 
En el pasado, el escándalo ha golpeado a otros representantes conservadores prominentes que predican la virtud en público al tiempo que se regodean en apetitos privados, ya sea el juego, el abuso de las drogas u otros vicios.
 
Pero los Republicanos moralistas no acaparan el mercado de la hipocresía. Si darse a los excesos que avergüenzan a algunos de ellos, para un buen número de Demócratas -- el partido del pueblo, presuntamente -- la hipocresía se deriva del disfrute de privilegios elitistas al tiempo que alegan que las ventajas de América favorecen injustamente a unos cuantos.
 
En el circo romano de hoy en día, practicar el populismo mientras se lleva un elevado tren de vida no se mezcla mejor para la izquierda que balbucear virtudes a la antigua usanza y llevar una doble vida para la derecha.
 
El multimillonario progresista George Soros ha arengado a la administración Bush por su presunta falta de moralidad en Irak. Pero él ha hecho -literalmente- caja con ello. El beneficio capitalista siempre parece preceder a su elevada ideología izquierdista. Eso podría explicar el motivo por el que la compañía de gestión de Soros acaba de adquirir casi 2 millones de acciones de Halliburton, el contratista antes dirigido por el para la izquierda enano demoníaco Dick Cheney, demonizado ahora por los progresistas como beneficiario de la guerra.
 
Al Gore ha predicado ante millones los peligros del cambio climático provocado por las emisiones incontroladas de carbono. Pero su mansión y sus aviones privados han consumido con frecuencia mucho más combustible fósil que los ciudadanos de a pie a los que Gore increpa a cambiar sus extravagantes hábitos de vida y consumo.
 
La Congresista Nancy Pelosi prometió poner fin a los privilegios de la élite Republicana. Muy bien. Pero, en calidad de portavoz de la Cámara, exigió un desproporcionado avión privado que consume combustible a espuertas para sus viajes privados de vuelta a San Francisco -- a un coste que sobrepasa con creces el asignado a su predecesor.
 
El candidato presidencial John Edwards lamenta constantemente 'las dos Américas', una rica y la otra pobre. Pero este multimillonario fiscal acaba de terminar de construirse una mansión de 28.000 pies cuadrados. Su palacio queda más allá de los medios de la mayor parte de la gente que pertenece incluso a la nación rica que según Edwards se beneficia presuntamente a expensas de los americanos más pobres.
 
Tanto para conservadores como para progresistas, los días sencillos de Harry Truman y transparentes de Dwight Eisenhower aparentemente pasaron a la historia -- y por dos motivos.
 
En primer lugar, el país ha cambiado. La globalización, la alta tecnología, y los miles de millones en préstamos han hecho a los americanos en general materialmente más ricos que los mejores sueños de nuestros padres.
 
Todo ese dinero y comodidades han traído constantes tentaciones de indulgencia. Con toda la retórica de 'valores familiares' y 'dos naciones', los americanos de todos los tipos acumulan de todo, desde videojuegos hasta coches de lujo gracias a créditos fáciles casi ilimitados.
 
Las deudas, la bebida, las drogas, el juego, la lotería, el sexo, todo tiene lugar sin gran contención o rechazo -- y nuestra élite más prominente es con frecuencia la más susceptible a estos apetitos nuevos. En el estilo de vida de la América moderna, 'pulirse el crédito' de una tarjeta es el nuevo evangelio nacional. A pesar de la nostálgica retórica de moralidad y populismo, pocos Demócratas o Republicanos tienen electorados con petos que trabajen hasta que se pone el sol.
 
En segundo lugar, en nuestro mundo de saturación mediática y últimos cotilleos, hablar es lo que cuenta, no la realidad. Como multimillonarios nos dan conferencias acerca de la justicia, mientras que como pecadores elucubran acerca del pecado.
 
En política, cada año electoral se gastan cientos de millones de dólares en campañas. Encuestadores, expertos en imagen y asesores mediáticos dan forma a cada elección. Los candidatos endebles quedan tan distanciados del electorado que la antigua idea de que sus acciones deben casar con su retórica es vista como irremediablemente anticuada.
 
Los líderes políticos de este país son con demasiada frecuencia esencialmente homogéneos. Los Republicanos pueden representar a los electores de valores tradicionales; los Demócratas pueden defender al no privilegiado. Pero sus estilos de vida similares reflejan más el privilegio compartido de una clase política que las diferencias inherentes a las creencias de sus electorados. Las figuras nacionales pueden hablar en conservador o en progresista, pero ambos son más dados a actuar como libertinos.


 

 
 
Victor Davis Hanson es historiador militar y ensayista político. Actualmente es miembro permanente de la Hoover Institution tras haber impartido clases en la California State University desde 1984 al frente de su propio programa de cultura clásica. Entre otros medios, sus artículos aparecen en The Washington Post, The Washington Times, Frontpage Magazine, National Review Online, Time o JWR.
 
 
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