Hamás: martires en "Prime Time"

por Óscar Elía Mañú, 17 de noviembre de 2012

La guerra es hija de su tiempo. Y cada sociedad la hace de una forma determinada: lo que equivale a decir que la hace a su manera, según costumbres, ideologías e instituciones. Como el resto de democracias occidentales, Israel se rige en ella por los principios del derecho de guerra clásico, no del todo desaparecido en la actualidad: el primero, el más vigente, el de la distinción entre civiles y militares, y la limitación del uso de la fuerza a estos últimos, en su versión uniformada o en la mucho más problemática versión irregular.

Los regímenes totalitarios, de partido único e ideología mesiánica tienden a hacer la guerra total. Distinguen cada vez menos –conforme su carácter totalitario es más puro– entre civiles y militares, entre mujeres y niños. En el caso de Gaza, un régimen como el de Hamás, con su supremo y originario mandato para destruir Israel, no podía desembocar en nada distinto a una guerra total, de medios y fines, contra los vecinos judíos.
 
Esta radical asimetría entre la forma de hacer la guerra de las democracias y de los regímenes totalitarios aflora otra vez en el enfrentamiento actual entre Gaza e Israel. Mientras los dirigentes israelíes repiten una y otra vez que los civiles en Gaza deben quedar al margen de la violencia, los de Gaza repiten que los civiles israelíes deben sufrirla; mientras las Fuerzas Armadas israelíes gastan enormes recursos en armas quirúrgicas e inteligencia para evitar daños colaterales, las milicias palestinas gastan los suyos en preparar y ejecutar matanzas entre inocentes; mientras los unos, en fin, se avergüenzan de cada muerto civil enemigo en sus operaciones, los otros se enorgullecen de cada fallecido judío inocente, y lo celebran a lo grande.
 
El caso de Hamás, además, sube un paso más en el carácter demoníaco del totalitarismo. Usualmente, incluso éste considera la vida de los propios digna de ser salvaguardada en la guerra. 
 
Así, la utilización de patios de escuela, sótanos de mezquitas o bajos de hospitales para ubicar lanzaderas de cohetes y depósitos de armas constituye un crimen especialmente dramático. Que sus ocupantes sean rehenes amenazados por las milicias islamistas o voluntarios entusiastas colaboradores de ellas es irrelevante: poner a mujeres y niños al alcance de las bombas enemigas constituye un crimen contra los propios, quizá más repugnante aún que el dirigido contra los civiles del enemigos, que Hamás tanto práctica. Extender el desprecio a la vida entre los propios es quizá el peor delito que un Gobierno puede cometer.
 
Hamás comete así dos crímenes de guerra: la búsqueda premeditada y explícita de muertes entre inocentes desarmados israelíes y la conversión de los propios gazatíes en objetivo militar, convirtiendo sus hogares, escuelas y hospitales en instalaciones militares. Esta doble brutalidad -que ni los dirigentes de Hamás se preocupan de ocultar– constituye quizás la más siniestra aportación de las milicias palestinas a la historia de la violencia política.
 
Sin embargo, siendo esto moral e idelológicamente fundamental, no es lo más relevante en términos estratégicos. A lo anterior no es ajeno el hecho de que la derrota histórica de Israel, su aniquilación como Estado judío, occidental y democrático, será sólo posible con la colaboración de Europa. A ella, a sus moralmente débiles sociedades y a sus debilitados dirigentes va destinado, una y otra vez, el teatro macabro de Hamás y el sacrificio en prime time de sus mujeres y niños. Porque en el fondo lo peor de los europeos no es que se desentiendan del futuro de la pequeña democracia israelí; lo peor es que constituyen la punta de lanza moral contra ella desde el momento en que aceptan la siniestra racionalidad de Hamás.
 
Aceptando lo inaceptable, y premiando la violencia sin límite que, incluso entre sus ciudadanos, fomenta Hamás, Europa se convierte en aliado, ingenuo o malintencionado, del siniestro grupo. Y su comportamiento en unas garantías para todos aquellos que esperan su turno para atacar a la pequeña democracia israelí.