Crímenes y culpables

por Manuel Coma, 26 de marzo de 2012

 

(Publicado en La Razón, 26 de marzo de 2012)
 
Por desgracia estamos acostumbrados a casi todo, pero por fortuna nos resulta especialmente repugnante que se mate a la gente por su origen étnico o adscripción religiosa, y el máximo de la abominación sigue siendo que sean niños las víctimas del asesinato premeditado. El terrorista de Toulouse rebasó ese máximo,  sujetando a una niña por el pelo mientras recargaba su arma, para a continuación arrebatarle su vida en venganza por pequeñuelos palestinos que nunca jamás han sido objeto de semejante monstruosidad, si bien, quienes dicen defenderlos no dejan de utilizarlos como escudos y cultivarlos como mártires desde que se tienen en pie.

Que cada uno ponga sus adjetivos de horror, pero sin olvidar que cosas equivalentes y a mucha mayor escala no son raras en otras latitudes menos estables y más violentas. Otra sana proscripción de las sociedades contemporáneas es el rechazo de la culpabilización colectiva de todos aquellos que tengan respecto al asesino alguna de las afinidades señaladas.

Resulta sin embargo estupidificante, destructivo y atentatorio contra la libertad y la racionalidad que no se pueda mencionar el caldo de cultivo social e ideológico del que emerge un tan aberrante comportamiento y que quien desea imponer ese tabú no tenga empacho en haber colgado previamente los muertos a un imaginario coco extremista que coloca en sus antípodas ideológicas, para dignificar así sus propias vergüenzas y encaramarse sin pudor a un pedestal de pureza democrática que ni remotamente le corresponde. 

Nada cambiaría moralmente si hubiera sido un demente de extrema derecha, excepto el regodeo de una cierta izquierda desaprensiva y calumniadora, que ha tenido que envainársela en Francia a toda prisa, reconstruyendo una unión nacional a la que se han sumado las organizaciones islámicas, con un resultado final admirable.

Si esas condenas se convirtiesen en políticas activas en los países de donde son originarios los «guerreros santos» y a donde acuden a fortalecer su mente y desarrollar sus habilidades letales, se darían pasos de gigante contra el fanático yihadismo asesino. Pero lo que vemos es que sus primos hermanos, tácticamente más pacíficos pero emocional e ideológicamente solidarios, van haciéndose con el poder y continúan triturando las cristiandades apostólicas que estaban ahí siglos antes de que ellos llegaran.

Por todo lo demás, los terribles acontecimientos de Montauban y Toulouse no representan nada nuevo bajo nuestro sol o nuestras nubes. Un recordatorio más de la alerta en la que nuestros aparatos de seguridad deben mantenerse siempre.