Algunos patrones de comportamiento en las revueltas que afectan al mundo árabe

por Carlos Echeverría Jesús, 23 de febrero de 2011

 

Lo que empezó como una sorpresa en Túnez y se extendió a Egipto, entre diciembre y enero, puede ser sólo el principio de un proceso – y es fácil acogerse a este escenario a la luz de lo que está ocurriendo en otros países árabes e islámicos (rebrotes de movilizaciones en Irán) –, o bien puede quedarse en lo que hoy por hoy sí estamos seguros que es en términos de resultados: dos revueltas que han llevado a defenestrar a los Jefes de Estado de dos países, aunque la estructura del poder no haya sido cambiada hasta el momento de forma radical. En Túnez y en Egipto se viven procesos acelerados que conllevan múltiples cambios superficiales, pero queda por aclarar hacia dónde se dirigen. Por otro lado, las revueltas que se producen o que se intentan desarrollar en otros países avanzan entre la confusión, la violencia, la concentración en determinados puntos geográficos de los Estados afectados y, por lo general, un desaforado entusiasmo en un mundo occidental que ve cómo en su seno se diseñan futuros escenarios para un mundo árabe y musulmán más cargados de voluntarismo que de un pragmático contacto con la realidad.
 
El curioso arco de países afectados, todos ellos próximos a Occidente
 
Tras Túnez y Egipto, los países árabes más afectados por las revueltas han sido Yemen, Bahrein y Libia, al menos en lo que a la intensidad y/o violencia de estas respecta, mientras que en Argelia o Marruecos la situación parece controlada para el segundo y está en los inicios de las movilizaciones en el primero. En Jordania ha habido también protestas, e incluso el Rey Abdullah II ordenó un cambio de Gobierno, pero parece que la situación no se acerca a la escalada, como tampoco parece hacerlo en la vecina Siria. Por otro lado, y ante la extensión a la Península Arábiga de las protestas, antes de iniciarse las movilizaciones en Bahrein, el 14 de febrero, ya había habido manifestaciones en Arabia Saudí y en los Emiratos Árabes Unidos, pero ha sido en la primera de dichas monarquías donde estas han cuajado. Finalmente, la República Islámica de Irán, que vivió al “Revolución Verde” a partir del fraude electoral en los comicios presidenciales de junio de 2009, parece retomarla ahora aunque las autoridades ya han expresado su compromiso con el uso de la fuerza para abortarlas como hicieran con éxito entonces.
 
Insistiendo, y es importante, en la centralidad hoy por hoy de los disturbios en la parte oriental de Libia – en el epicentro tradicionalmente convulso de Bengazi (1 millón de habitantes) y Al Baida (210.000), que como también ocurriera y ocurre con Darnah ya ha sido escenarios en los últimos quince años de enfrentamientos sangrientos con yihadistas salafistas del Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL) -, este y los demás países citados destacan todos, con la excepción hecha de Irán, donde hoy por hoy no es fácil prever qué derroteros podrán tomar las propuestas dada la voluntad represora de las autoridades, por ser importantes aliados de Occidente, con los EEUU a la cabeza. La inestabilidad en todos ellos juega pues en contra de las estrategias de contención contra el terrorismo yihadista salafista, y ello independientemente de la legitimidad que puedan tener muchas de las reivindicaciones sociales, económicas y políticas que se están planteando.
 
En Bahrein el 16 de febrero las movilizaciones se hicieron permanentes ya en la Plaza de la Perla, en la capital, Manama, y ello en el tercer día de las protestas. Habían arrancado el 14 de febrero con otro autodenominado “Día de la Ira”, como los sucesivos producidos en Egipto hasta lograr la dimisión del Presidente Hosni Mubarak, y ello en un estratégico país que es la sede de la V Flota de los EEUU. Con cientos de heridos y varios muertos la revuelta en este emirato es protagonizada sobre todo por shiíes, mayoritarios entre la población (del 60 al 75% de esta) pero marginados por el régimen que dirige la familia real de los Al Jalifa.
 
Los resultados hasta ahora logrados
 
Hoy por hoy, y siendo realistas, más allá de lograr la huída de Ben Alí en Túnez y el desplazamiento del poder de la figura de Hosni Mubarak – e incluso la desaparición también de Omar Suleimán – no se pueden inventariar cambios estructurales. Es bien cierto que aún no ha pasado mucho tiempo desde que ambos acontecimientos se produjeron, pero dada la velocidad de los procesos que llevaron a dichos resultados es normal que tanto los protagonistas de las movilizaciones como los que las observamos y analizamos desde fuera estemos impacientes por saber cuáles serán los siguientes pasos.
 
En Túnez se formaron comités y comisiones pero el caso es que no han parado de sucederse personas al cargo de ministerios conformando un Gobierno que no ha dejado de dirigir quien es Primer Ministro desde hace una década: Mohamed Ghannouchi. En Egipto es el Mariscal Mohamed Husein Tantawi quien ahora dirige el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, que de facto gobierna, la Ley de Emergencia vigente desde el asesinato del Presidente Anuar el Sadat en 1981 sigue estándolo y sigue sin clarificarse nada sobre nuevos liderazgos, avances importantes en la definición del mapa político y arranque coherente del país en términos políticos, económicos y de seguridad. Prometer elecciones presidenciales y generales para dentro de seis meses no deja de ser un intento de retrasar en el tiempo la reconducción del proceso en términos políticos. Aunque es cierto que ya hay un comité de sabios modificando la Constitución, y que en dos meses está previsto que celebre un referéndum para aprobar o no sus propuestas, lo cierto es que la conducción de todo el proceso es ante todo y sobre todo militar, hecho este que desagrada a la inmensa mayoría de quienes se movilizaron para producir cambios en profundidad.
 
En Libia, el 15 de febrero comenzaban algunas movilizaciones, centradas sobre todo en una parte oriental del país – en torno a la ciudad de Bengazi – que tradicionalmente ha sido convulsa de la mano de grupos islamistas radicalizados. Lo que más se ha venido viendo en la capital, Trípoli, en cambio, han sido manifestaciones de apoyo al Líder. Siendo como es la libia una sociedad profundamente tribal, es en ese ámbito sobre todo que hay que analizar lo que ocurre. A partir del tercer día de protestas en esas ciudades las víctimas mortales se situaron en varias decenas, rondando según diversas fuentes el centenar. Pocos días después, a la altura del emblemático fin de semana del 19-20 de febrero en toda la región magrebí, medios extranjeros hablaban ya de 200 muertos y de casi un millar de heridos, producidos prácticamente todos en movilizaciones en la región oriental de Cirenaica. El hecho de que ese mismo día un amenazante Saif El Islam Gadaffi apareciera en la televisión libia lanzando duras acusaciones contra los manifestantes, y evocando incluso el fantasma de una guerra civil, da fe de la vulnerabilidad del régimen. Además, el que el régimen acuse ahora a la Unión Europea de alentar las revueltas, unido a la llegada – aunque aún esporádica – de los incidentes a la capital, Trípoli, indican también que el proceso está abierto y que las contradicciones del sistema pueden aflorar. Tribus hasta ahora unidas por un pacto no escrito en el que el cabeza de la tribu Gadarfa aportaba bienestar económico y estabilidad pueden empezar a considerar que el Líder ya no garantiza dicho ‘statu quo’, y ello además menos de un año después de que Gadaffi se asegurara la sucesión en la figura de su hijo Saif El Islam.
 
En Yemen, sectores varios de la sociedad van incorporándose a las protestas. Es el caso de los estudiantes de la Universidad de Saná, muy activos desde el 10 de febrero. El compromiso del Presidente Alí Abdullah Saleh de no presentarse ya a la reelección, coincidiendo en el tiempo con la renuncia del Presidente egipcio, ya no es suficiente, pidiendo los estudiantes y el resto de los movilizados el fin de su régimen. Este, por su parte, ha respondido hasta ahora con la represión, y las múltiples vulnerabilidades del país permiten prever que así lo siga haciendo. Las revueltas no sólo se concentran en la capital – donde los manifestantes han intentado ya en varias ocasiones dirigirse hacia el Palacio Presidencial – sino que también afectan a otras localidades como Taiz. Los ecos de una unión de los dos Yemen – del Norte y del Sur – mal consolidada, el separatismo de los shiíes en el norte y el radicalismo yihadista de Al Qaida y sus adláteres en amplias zonas del territorio son demasiados factores negativos como para que las movilizaciones de ahora no puedan contribuir a la implosión del Estado.
 
Por otro lado, allá donde aparentemente las revueltas no cuajan los intentos de movilización no cesan (en Argelia) o se empiezan a conducirse con imaginación y ansias de perdurar (en Marruecos), despertando también en estos casos las inquietudes. En Argelia, el 19 de febrero se producía el segundo intento opositor – tras el fallido del 12 de febrero, impedido por una abrumadora presencia policial en el centro de Argel - de celebrar una gran movilización contra el régimen. Aquí también, como en Egipto, impera un Estado de Emergencia, desde 1992 cuando comenzó en gran medida el baño de sangre provocado por el terrorismo yihadista, situación que las autoridades han prometido levantar en unos pocos días, quizás a fines de febrero y siempre que la situación de seguridad no se deteriore. Ya hubo incidentes violentos a principios de enero, coincidentes con el agravamiento de los producidos en Túnez, y fueron en buena medida desactivados cuando las autoridades corrigieron algunas medidas impopulares de incremento de precios de productos básicos. Juega a favor de la estabilidad del régimen la división de la oposición, una realidad que parece ya endémica en el país: a la Coordinadora que ahora encabeza las convocatorias se le añade otra en la que están los islamistas moderados y una tercera representada por un Frente de Fuerzas Socialistas que, dirigido por Hocine Aït Ahmed, va tradicionalmente por libre. El recelo al islamismo, se presente como moderado o como más radical, es comprensible tras una larga década de azote del terrorismo yihadista del Grupo Islámico Armado (GIA) y del Ejército Islámico de Salvación (EIS), primero, del Grupo Salafista para la Predicación y el Combate (GSPC), después, y del heredero de todos ellos ahora: Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI). Aunque este último atente menos en la actualidad, porque no puede, sigue teniendo bases en la montañosa Cabilia en el norte y en las arenas del Sáhara y del Sahel en el sur. A principios de febrero AQMI secuestraba a una turista italiana en las proximidades de Djanet y mantiene siete rehenes empleados de una firma minera francesa desde hace casi medio año, y ello tras haber obtenido jugosos rescates de otros secuestrados y haber asesinado a dos rehenes, uno en 2009 y otro en 2010. Volviendo a las movilizaciones de ahora y a los islamistas es preciso señalar, como hacen los optimistas, que los manifestantes abuchearon al radical Alí Belhadj el pasado 12 de febrero en la Plaza del Primero de Mayo, en Argel, pero lo que aquí importa es que dicho líder islamista se permitía apoyar las manifestaciones de principios de enero y ahora está tratando, como siempre ha hecho, de instrumentalizar a la población argelina en beneficio de su abyecta ideología. La impunidad que, por otro lado, su presencia en las calles representa, es también un dato preocupante en este caso y es extensible a otros islamistas que aprovechándose de amnistías – o más recientemente, en Egipto y en Túnez, de la apertura irresponsable de prisiones – están ahora libres y preparados para actuar en medio del caos reinante. Finalmente, en Marruecos, y a través de Facebook, se convocaron movilizaciones en una quincena de ciudades que se han producido el 20 de febrero sin grandes contratiempos, aunque sí es importante destacar disturbios el día anterior en la ciudad septentrional de Tánger producidos por los ataques de algunos manifestantes a instalaciones de empresas extranjeras, y en la cercana Arcila a la vivienda del antiguo Ministro de Asuntos Exteriores, Mohamed Benaissa.
 
El papel de los islamistas
 
Frente al empeño de tantos analistas occidentales en no ver a los islamistas por ningún lado en los procesos analizados, lo cierto es que están, son cada vez más visibles, y, a buen seguro, no renunciarán en ningún caso a aprovechar la ocasión que se les brinda de salir de las catacumbas en las que han estado durante muchos años.
 
En Egipto han adoptado una posición discreta en términos tácticos pero ni han renunciado ni renunciarán a imponer su bien elaborado proyecto de sociedad, realidad esta que inquieta dentro y fuera del país. Ilegales desde 1954, cuando se produjo el golpe de estado de los Oficiales Libres dirigido por Gamal Abdel Nasser, los Hermanos Musulmanes se sumaron de inmediato a las movilizaciones iniciadas el pasado 25 de enero y hoy, tras la desaparición de Mubarak de la Jefatura del Estado, avanzan inexorablemente hacia la legalización. Ya ha sido legalizado, el 19 de febrero, una escisión que se presenta como moderada de la Hermandad, el partido Wasat, dirigido por Abu Elela Mady, quien venía tratando de inscribirlo legalmente desde 1996. Ahora, el Wasat, y algunas corrientes de los propios Hermanos Musulmanes, quieren emular al Partido Justicia y Desarrollo turco (AKP). Los propios Hermanos recuerdan cómo en las elecciones de 2005 consiguieron, presentándose como independientes, y sin poder hacer una verdadera campaña electoral, más del 20% de los votos emitidos. Fue precisamente a raíz de dichos resultados que Mubarak modificó la Constitución para garantizar su propia sucesión y frenar cualquier futura sorpresa: dicha modificación fue aprobada por un referéndum manipulado celebrado en 2007. La Constitución que ahora se está reformando prohíbe expresamente la legalización de partidos de naturaleza religiosa, lo mismo que hiciera la Constitución argelina de febrero de 1989 en su famoso artículo 40, que fue violado con la irresponsable legalización del FIS aquel mismo año.
 
En Bahrein es el grupo islamista shií Wefaq el principal instigador de las protestas, habiendo abandonado sus diputados – 18 de los 40 que componen el Legislativo de este pequeño país - el 17 de febrero el Parlamento para incorporarse así de forma más visible a las movilizaciones en las calles. Lo que empezó exigiendo una mejora en las condiciones sociales, el freno a la política de naturalizaciones que introduce a suníes de otras nacionalidades para reequilibrar la situación con respecto a los mayoritarios shiíes, y el fin de la represión se transformó en cuestión de horas en la maximalista exigencia de que la familia real abandone el país.
 
En Marruecos el grupo Justicia y Caridad, ilegal pero tolerado como les ha venido sucediendo a los Hermanos Musulmanes en Egipto, está cada vez más presente en las protestas, y aunque muchos medios insisten en que en las movilizaciones sus organizadores son cuidadosos en proteger a la figura del Rey lo cierto es que las críticas al partido inspirado por este, el PAM, comparado en las manifestaciones con el RCD del tunecino Ben Alí, no dejan de ser críticas a la institución de la Corona. El problema debe ser analizado también en términos territoriales, como en Libia, pues curiosamente las localidades donde más activo ha venido siendo el islamismo violento – tanto en términos de reclutamiento y proselitismo como también de acciones policiales contra él – son estos días los lugares donde se producen más acciones violentas en el marco de las movilizaciones. En el caso del Reino jerifiano hemos de hablar no sólo del susodicho ejemplo de Tánger, sino también de otras ciudades septentrionales como Larache y Alhucemas, donde el 20 de febrero eran atacadas oficinas bancarias y comisarías de policía por airados manifestantes.
 
Finalmente, y en lo que al caso argelino respecta, hemos visto anteriormente cómo algunos líderes históricos del FIS – Alí Belhadj – tratan ahora de pescar en “aguas revueltas”, y muchos temen que si se acaba produciendo un detonante apropiado la situación pueda deteriorarse con rapidez. En los primeros días de enero murieron manifestantes y policías en las manifestaciones contra el encarecimiento de algunos productos básicos, algunos focos de activismo tradicional yihadistas como la localidad de Naciría ha sido ahora escenario de movilizaciones violentas, y el fenómeno de las personas que se prenden fuego a “lo bonzo” – que de cierta manera es una forma distinta de mostrar predisposición al suicidio en un país donde entre 2007 y 2010 se han producido diversos atentados sucidas con resultado de muchos muertos – permiten alimentar la inquietud. Recordemos ahora que en menos de un mes cuatro personas han muerto quemándose vivas en Argelia, a sumar a otros casos producidos en Mauritania, Túnez, Egipto o Marruecos, un acto límite prohibido expresamente por el Islam y ello en el seno de una sociedad muy tradicional como es la argelina.
 
La importancia de los vehículos de comunicación y de propaganda
 
En Libia el 18 de febrero el régimen cortó el acceso a Twitter y a Facebook, la cadena Al Yazira no está autorizada a trabajar en suelo libio y ese mismo día las autoridades interfirieron la señal del satélite para que no pudiera ser vista en el país, pero a pesar de todo se sabe porque se ve lo que sucede en el país. También Egipto cortó en algunos momentos el acceso a Internet y desconectó Facebook y Twitter, pero fue peor el remedio que la enfermedad.
 
En Bahrein las movilizaciones se iniciaron convocando a la gente a través de Facebook para que el 14 de febrero se manifestaran, y acudieron. Incluso en el aparentemente plácido Kuwait, ahora un grupo opositor autodenominado la “Quinta Cerca” utiliza Twitter para criticar las acciones antidemocráticas del Gobierno, y quizás sea este el primer paso para movilizaciones también en este emblemático emirato.
 
Finalmente, y siempre en términos de ejemplo y sin ánimo de ser exhaustivos, en Marruecos las protestas a través de Facebook se iniciaron en enero, con un contenido socioeconómico que no ha dejado de ser central ahora que se han ampliado a la política desde mediados de febrero. En el Reino las reivindicaciones parecen estar moduladas, centrando sus críticas en el Gobierno y no en la Corona, pero los esfuerzos del Primer Ministro, Abas El Fassi, y del Ministro del Interior, Taieb Charkaoui, reuniendo el 14 de febrero a los líderes de los principales partidos – incluido el islamista legal y con representación parlamentaria Partido para la Justicia y el Desarrollo (PJD) – para hacerles promesas y pedirles a la vez que respondan a los argumentos de los contestatarios y que lo hagan también a través de las redes sociales es significativo de su preocupación y, con ello, de su debilidad.
 
Perspectivas de futuro
 
“Días de la Ira” en Egipto o en Yemen, “Día de la Dignidad” en un término más suave pero también reivindicativo en Marruecos, se llamen como se llamen los marcos de las movilizaciones son son muy parecidos por no decir idénticos. Es como si se hubiera abierto una enorme “Caja de Pandora” que se extiende por el mundo árabe – y si incluimos a Irán por el mundo musulmán en un sentido más amplio – y cuyos reflejos nacionales van teniendo el tinte de la idiosincrasia de cada régimen afectado. La inacción del resto del mundo – aunque en el caso de la Administración estadounidense de Barack Hussein Obama sí podemos hablar de un estímulo, ¿calculado?, a lo que se ven como movimientos liberalizadores – no hace sino animar el proceso, y su fin es difícil de prever.
 
Aunque siendo pragmáticos el ‘statu quo’ general no se está viendo demasiado afectado – en Egipto gobiernan hoy por hoy los militares, como antes, y en Túnez las inercias del pasado aún se conservan – lo cierto es que todas estas revueltas sí van a producir un antes y un después. Aunque al final las aguas puedan volver a su cauce, con regímenes algo más abiertos pero donde el reparto del poder y de la riqueza tardará tiempo en verse alterado – hoy por hoy ninguno de los procesos en marcha ha sido o tiene visos de ser una verdadera revolución -, lo cierto es que determinados actores han descubierto su fuerza, y eso jugará un protagonismo en el futuro. Los más optimistas hablan, sobre todo en Occidente, de que han sido y son los jóvenes y los demócratas los que llevan las riendas, y no los islamistas. Lo preocupante es que dichos jóvenes no están estructurados políticamente, han sido los facilitadores de los cambios pero van a verse acompañados – o más bien tutelados – por las fuerzas vivas de las sociedades afectadas en sus impulsos liberalizadores. Sean militares o sean tecnócratas ningún país podrá librarse de ellos para normalizar la situación o poner de nuevo en marcha a los Estados. Más graves podrían ser situaciones de deterioro en países como Libia o Yemen, donde la estructura tribal del primero y la estructura tribal acompañada de fracturas territoriales y religiosas del segundo no permiten prever sino escenarios de fragmentación, de inestabilidad y de violencia. Por otro lado, el telón de fondo de los islamistas no es nada desdeñable: si hablamos de ellos en clave componedora y moderada – como muchos observadores occidentales se esfuerzan irresponsablemente por hacer – tendremos actores político-religiosos que cuestionarán diversas fórmulas de convivencia en clave nacional y regional, y si los que aprovechan las “aguas revueltas” son los yihadistas salafistas el deterioro de los Estados y de sus aparatos de seguridad permite prever un horizonte de violencia extendida por el mundo árabo-musulmán y también fuera de él.


 
 
Carlos Echeverría Jesús (Madrid, 26 de marzo de 1963) es Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y responsable de la Sección Observatorio del Islam de la revista mensual War Heat Internacional. Ha trabajado en diversas organizaciones internacionales (UEO, UE y OTAN) y entre 2003 y 2004 fue Coordinador en España del Proyecto "Undestanding Terrorism" financiado por el Departamento de Defensa de los EEUU a través del Institute for Defense Analysis (IDA). Como Analista del Grupo asume la dirección del área de Terrorismo Yihadista Salafista.