Vladimir Putin y un poco de historia acerca del Pacto Stalin-Hitler

por Stephen Schwartz, 17 de mayo de 2005

Vladimir Putin, en su esfuerzo por restaurar el legado estalinista de Moscú, se excede a sí mismo como defensor del pasado genocida y totalitario de Rusia. A consecuencia de la gira del Presidente George W. Bush por las nuevas democracias post-soviéticas, Putin ha intentado revisar la historia.
 
Primero, comencemos con una revisión de la historia aceptada: los países bálticos, Estonia, Latvia y Lituania, así como Georgia, no son de cultura eslava. No tienen conexión étnica con Rusia en absoluto. Fueron tomados por los rusos zaristas en los siglos XVIII y XIX.
 
En 1918, todos ellos declararon su independencia. Los georgianos fueron reconquistados por los bolcheviques en 1921. Los pueblos bálticos lucharon tanto contra las fuerzas alemanas como contra la rusas, así como contra la usura diplomática, para continuar siendo libres, y mantuvieron su independencia hasta 1939. Pero entonces, Stalin, tras siete años de vacilar ante los preparativos Nazis de una nueva guerra mundial, tomó una medida decisiva. Se alió con Hitler en favor de la redivisión de la frontera occidental de Rusia. Los ejércitos alemán y ruso se repartieron Polonia, liquidando la independencia que ese país logró en 1918.
 
Los estados bálticos fueron absorbidos por Moscú y sovietizados, y sobrevinieron las tentativas de genocidio real -- la destrucción de naciones enteras. Miles de ciudadanos del Báltico, incluyendo a la élite intelectual de los tres países, fueron deportados a Siberia y al Asia Central soviética. La política estalinista de 'limpieza étnica' -ese desgraciado eufemismo se inventó 50 años-inspiró a Hitler y a su corte, haciéndoles creer que mudar a gente 'indeseable' y masacrar a gran cantidad de ellos podía hacerse con impunidad.
 
Además, los soviéticos rebanaron partes de Rumania, que es por lo que existe un país separado llamado Moldova - un huérfano desesperadamente empobrecido de la alianza Stalin-Hitler.
 
El pacto de Hitler y Stalin dejó alucinada a la opinión liberal de todo el mundo -- hasta sorprendió a los comunistas occidentales y a los ciudadanos soviéticos ordinarios. Durante los cuatro años previos, desde 1935, los soviéticos habían resonado diciendo que nadie les sobrepasaría en resistencia a los Nazis. Pero desde el otoño de 1939 hasta el verano de 1941, Stalin proyectó asistir a Hitler en la conquista completa de Europa, con el argumento de que sería una derrota de los capitalistas internacionales.
 
En 1941, Hitler decidió que la mascarada había terminado, e invadió Rusia. Los soviéticos no estaban preparados para este giro, y dado que Stalin había purgado y masacrado a la mayoría de los cuerpos de oficiales soviéticos, el ejército ruso era incapaz de evitar la captura Nazi de los estados del Báltico y de la mayor parte de la Rusia europea y Ucrania. (En el último ejemplo, los nacionalistas ucranianos organizaron movimientos que lucharon tanto contra los Nazis como contra los estalinistas).
 
Cuando los estados fronterizos fueron reconquistados por lo rusos en 1944-45, como se nos recordó recientemente por el Presidente Bush, continuaron sufriendo la opresión nacional. La independencia que habían logrado después de la Primera Guerra Mundial, o fue completamente extinguida (los estados bálticos fueron reincorporados a la Unión Soviética) o fue objeto de dominación soviética con soberanía nacional limitada (Polonia).
 
Los Estados Unidos rechazaron oficialmente la absorción soviética de los estados del Báltico, y permitieron que Estonia, Latvia, y Lituania mantuvieran la representación diplomática en Washington hasta 1991, cuando el derrumbamiento del imperio soviético permitió su vuelta a la libertad. Los pueblos del Báltico no tenían nada que celebrar del triunfo soviético en Europa Oriental. Estonia y Lituania, por ejemplo, rechazaron enviar delegados a la reciente publicidad extravagante en Moscú para conmemorar el final de la Segunda Guerra Mundial.
 
Putin intenta hoy reafirmar los “derechos' imperialistas rusos en los países fronterizos -- conocidos en Rusia como “el cercano exterior”. Está enfurecido con la admisión sin evasivas por parte del Presidente Bush de que el Acuerdo de Yalta, que dividió Europa entre las democracias y Stalin, fue un trágico error; también está rabioso por la solidaridad del Presidente con los estados del Báltico y con los georgianos, y la condena norteamericana a la dictadura de Aleksandr Lukashenko en Bielorrusia.
 
Un reflejo de la ira del Kremlin llegó el 12 de mayo, cuando el jefe de la policía secreta rusa, Alexander Patrushev, denunció a Estados Unidos y a Gran Bretaña, junto con Kuwait y Arabia Saudí, por espionaje contra Rusia. En otras palabras, Bush y Blair son, en la mentalidad rusa, el equivalente moral de los agentes del terror wahabí que llegan de Riyad o de los reclutadores de radicales para la Hermandad Musulmana de sede en Kuwait. Antes de 1935, Stalin argumentó de modo similar que las democracias y las potencias fascistas eran lo mismo; el único cambio es que el islamofacismo [de hoy] ha reemplazado a los fascistas del pasado.
 
Patrushev también repitió la queja rusa hoy común contra la implicación extranjera en la democratización de las repúblicas exsoviéticas. Pero Putin ha abierto el camino a la estalinización del debate acerca del futuro de Rusia y de sus vecinos.
 
Según el presidente ruso, que se autoproclama veterano orgulloso de la policía secreta soviética, los estados del Báltico nunca fueron independientes, y nunca fueron invadidos u ocupados por los soviéticos. Como cita Vladimir Socor, de la Jamestown Foundation de Washington, el líder ruso declaró, “Rusia entregó algunos de sus territorios a Alemania”, incluyendo los territorios que se convirtieron en estados bálticos. “En 1939, Alemania nos los devolvió, y estos territorios se unieron a la Unión Soviética (‘sostav v voshli’)”. Socor también destaca la declaración del Ministerio de Asuntos Exteriores ruso del 5 de mayo, que, de modo similar, afirma que la Unión Soviética “no podría haber ocupado de ninguna manera lo que poseía ya”.
 
Hace un siglo y medio, el liberal ruso Alexander Herzen escribía, “la revolución de Pedro el Grande reemplazó la obsoleta clase de propietarios de Rusia -- con una burocracia europea; todo lo que se pudo copiar de las leyes suecas y alemanas, todo lo que se pudo tomar de los municipios libres de Holanda en nuestro país medio comunista y medio absolutista, se tomó. Pero lo que no está escrito, la supervisión moral del poder, el reconocimiento instintivo de los derechos del hombre, del derecho de pensamiento, a la verdad, no pudieron ser y no fueron importados”. En Rusia, puede que algunas cosas nunca cambien.