Un enemigo paciente: el 11 de Septiembre América entró en una guerra que los terroristas ya habían iniciado

por Walid Phares, 4 de octubre de 2006

(Publicado en The Family Security Foundation, 29 de septiembre de 2006)
 
Al conmemorar el quinto aniversario de los ataques del 11 de Septiembre contra América y revisar la media década de guerra contra el terror desde entonces, la cuestión central que viene a la mente tanto de expertos como de legisladores es ésta: ¿quién está ganando la guerra y dónde nos encontramos en su desarrollo? Y por refinar, ¿está al Qaeda en retirada, funciona Afganistán, sobrevive Irak al desafío, y la Revolución de los Cedros en el Líbano está en ascenso o en caída libre? ¿Cambia Hezbolá la estrategia norteamericana con respecto a Irán e Israel? Y finalmente, ¿es el territorio nacional norteamericano seguro, o está siendo amenazado e infiltrado?
 
Todo esto son temas de gran importancia para los americanos, los occidentales, y las sociedades determinadas a luchar por la democracia y la libertad. Puesto que incluso si el 11 de Septiembre fue una fecha clave en la historia de Estados Unidos, también se convirtió en una fecha a conmemorar a los ojos de los jihadistas en busca de ataques futuros más letales, no solamente en América sino también en Europa, la India, África, y las demás partes del mundo que han probado la ira del terror desde el 2001.
 
La expansión de la guerra contra el terrorismo y la multiplicación de sus escenarios de batalla hacen que los críticos afirmen que los americanos han sido orientados en la dirección equivocada, y que la decisión de luchar contra los terroristas sobre el terreno fue equivocada. ¿Están los críticos en lo cierto? ¿Se equivocan? Cinco años después de los ataques que provocaron esta larga guerra, es necesaria una revisión apropiada - una revisión no solamente del enemigo que afrontamos, sino de la guerra en la que nos encontramos involucrados y de lo que nos aguarda en el futuro a este respecto.
 
Es importante en primer lugar comprender que el camino al 11 de Septiembre fue resultado de un avance paciente y perseverante por parte de los jihadistas salafistas (incluyendo al Qaeda) desde el final de la Guerra Fría al menos hasta la primera prueba, y después meter de cabeza a Estados Unidos.
 
En las primeras décadas después de la Segunda Guerra Mundial, el grueso de los islamistas sunníes se concentró en la Unión Soviética y el comunismo como principales enemigos, no porque apoyaran a la OTAN y la economía de mercado, sino porque percibían el socialismo ateo como un enemigo a eliminar primero. El wahabismo se ofreció a trabajar con el Occidente liderado por Estados Unidos contra los soviéticos, y Washington extendió su apoyo a los muyahidínes de Afganistán.
 
Pero poco después de que la URSS colapsase, los jihadistas se reagruparon y se fijaron en Estados Unidos. Su percepción del derrumbe del comunismo en Rusia se basaba en la idea de que una vez que ellos implementan su forma salafista de sharia y jihad, 'Alá hace el resto'. Los años 90 atestiguaron su deliberada llegada al poder y repetitivos ataques: el primer ataque contra las torres gemelas en 1993; el ataque contra las torres Jobar en 1995; la llegada al poder de los Talibanes en 1996; la guerra civil argelina, la jihad de Chechenia, las masacres de Sudán; los ataques contra las embajadas norteamericanas en África en 1998; la infiltración de células terroristas en Estados Unidos; y por fin el 11 de septiembre del 2001, ataques terroristas encaminados a provocar un colapso del estilo de Madrid, en América.
 
Mientras tanto, las restantes potencias jihadistas, Irán y su apéndice Hezbolá, así como su aliado baazista de Siria, se movieron en dos frentes - controlar el Líbano y desarrollar energía nuclear. En paralelo, Hezbolá construyó una red de células dentro de Occidente al tiempo que al Qaeda construía la suya.
 
Inmediatamente después del 11 de Septiembre, Estados Unidos encabezó una coalición para derrocar a los Talibanes de Afganistán y expulsar a al Qaeda de su territorio. Tras las batallas de Tora Bora, el jihadismo salafista de patrocinio estatal desapareció (como tal). A continuación tuvo lugar un debate dentro del gobierno norteamericano con respecto a las siguientes etapas en la guerra contra el terror. Se hizo una elección estratégica de proseguir la guerra con el argumento de lo que esencialmente son objetivos policiales - encontrar células terroristas, desmantelarlas y llevarlas ante la justicia tanto dentro de Estados Unidos como en todo el mundo.
 
Esta elección se basaba en la premisa fundamental de que ahí fuera existe, a falta de un término mejor, 'una nave nodriza'. Es una nave ideológica principal y profundamente incrustada en las organizaciones, regímenes y redes de clérigos radicales. Al Qaeda es producto de un grupo más amplio y más profundo de movimientos de wahabismo, salafismo y la Hermandad Musulmana dentro del gran Oriente Medio y más allá. La cultura política que han producido durante décadas ha permitido que dictaduras militares hagan casar sus objetivos finales, obstruyan la democratización y hundan toda tentativa de proceso de paz en la región.
 
De ahí que se hiciera una segunda elección estratégica también de intervenir internacionalmente dentro de la esfera de influencia de los jihadistas. Esta intervención tenía lugar en dos flancos. El primer flanco se orientó a asistir a las sociedades civiles en peligro por regímenes violentos. El segundo flanco se orientó a difundir una guerra de ideas con el fin de deslegitimar las ideologías que promueve el jihadismo y las demás formas de radicalismo. Al mismo tiempo que esto se hacía internacionalmente, Estados Unidos se embarcaba en una iniciativa para reforzar la seguridad nacional dentro de sus propias costas.
 
La campaña de Irak
 
El debate acerca de la campaña de Irak ha señalado la falta de consenso nacional en Estados Unidos y Occidente en cuanto a cuál es el peligro que afrontamos realmente y cómo deberíamos hacerle frente. Mientras que muchas élites, aún desconectadas de la guerra contra el terror y aún pletóricas de la cultura política de los años noventa influenciada por el petróleo, veían la invasión de Irak como un probable error estratégico a causa de lo que percibían como falta de objetivos legítimos (respecto a la tan difundida presencia de armas de destrucción masiva y la posible relación del régimen Hussein con al Qaeda), el verdadero objetivo de la campaña era la liberación de un segmento de la sociedad árabe y de Oriente Medio gobernada por un dictador sin escrúpulos.
 
Como argumento en mi libro La jihad del futuro, la intervención norteamericana - que debería haber tenido lugar una década antes - impidió la llegada de un bloque jihadista gigante que se hubiera extendido desde Afganistán al Líbano equipado con armas no convencionales. Los historiadores lo verán con claridad. La búsqueda de la liberación podría haber sido mucho mejor, pero la liberación de los kurdos, los chiíes y los sunníes no pro-Saddam abrió el camino a una dinámica que rendirá frutos a entenderse y verse en los próximos años.
 
Elecciones y democracia
 
 Al Qaeda ha sido detenida como régimen con base geográfica, pero aún es capaz de emprender ataques terroristas de Indonesia hasta Londres. La medida de su éxito y su fracaso no se mide a través del número de ataques, sino analizando el crecimiento global y futuro del movimiento. Las detenciones de terroristas y el desmantelamiento de células terroristas en Estados Unidos, Canadá y demás a lo largo de los últimos años y en los meses recientes indican que se está extendiendo una segunda generación de jihadistas, que se preparan para atentar contra la estabilidad americana.
 
Que no haya duda -- los jihadistas son un enemigo paciente. Están reclutando más de su reserva de adoctrinamiento. Sin embargo, que no haya duda tampoco de que como resultado de las acciones norteamericanas en el extranjero, el futuro de esa reserva está ya en el aire. Si uno observa los efectos a largo plazo de las elecciones afganas y los tres comicios iraquíes, las consecuencias sociológicas son revolucionarias. En pocas palabras, no hay camino de vuelta.
 
A pesar de todas las masacres sangrientas y bárbaras por parte de Zarqawi y sus sucedáneos por toda la región, las generaciones de jóvenes y de mujeres a las que se dio la oportunidad de probar y poner a prueba el proceso democrático se han adentrado en el futuro. Se necesitará tiempo antes de que la cultura de democracia eche raíces en las sociedades civiles liberadas hasta la fecha, y en aquellas que esperan serlo más adelante.
 
Pero a través de al Qaeda y de otros movimientos y regímenes totalitarios queda demostrado ya que el enemigo letal del jihadismo es la democracia.
 
La Revolución de los Cedros
 
 En otro frente, y tras 32 años de ocupación siria y terrorismo de Hezbolá, la Revolución de los Cedros en el Líbano en el 2005 demostró que en sociedades antes democráticas, las raíces de la libertad se pueden volver a desarrollar.
 
Gracias a la resolución 1559 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas presentada por Estados Unidos, aprobada en el 2004 y que solicitaba a Siria que se retirase y a Hezbolá que se desarmase, las masas libanesas de diversas comunidades mostraron al mundo y a sus ocupantes que los movimientos populares de democracia saben plantar cara al poder militar si son respaldados por la comunidad internacional.
 
Pero el semi-éxito de la revuelta del Líbano provocó un contraataque por parte del 'eje' de los regímenes sirio e iraní este año. Tras una serie de asesinatos de políticos libaneses, el eje está provocando una guerra con Israel en un intento por volver a tomar el control del pequeño país y extender el poder iraní hasta el Mediterráneo.
 
Irán y Siria
 
Preocupado por los cambios de régimen en Afganistán y en Irak y con la Revolución de los Cedros en Beirut, el Presidente de Irán Mahmoud Ahmedinijad decidía contener estos avances de dos maneras.
 
En primer lugar, anunciaba su intención de adquirir la capacidad nuclear, señalando así que Teherán utilizará armamento nuclear como escudo contra cualquier apoyo internacional futuro a los levantamientos democráticos nacionales. En segundo lugar, Ahmedinijad ordenó a Hamas que hundiera el proceso de paz entre palestinos e israelíes y dio orden a Hezbolá de convertir el Líbano en escombros atacando Israel.
 
Expulsado del Líbano por la fuerza y amenazado por la investigación del asesinato de Hariri, el régimen Assad convergió con Teherán y Hezbolá en sus planes de terror regional. Pero ambos regímenes en Irán y Siria y sus organizaciones aliadas de Gaza y el Líbano han dado a conocer sus planes al comienzo del proceso igual que hizo Bin Laden el 11 de Septiembre. Han atacado sociedades civiles mientras los movimientos democráticos están al alza. En Damasco y Teherán, jóvenes, mujeres y reformistas han comprendido el mensaje de la guerra de ideas a pesar del terror y el baño de sangre. El futuro depende de que ellos luchen por él.
 
Guerra de ideas
 
Para expertos e historiadores por igual, está claro que la guerra contra el terror se está centrando en la guerra de ideas. La capacidad de las sociedades gobernadas por regímenes e ideologías del terror de darse cuenta de la esencia de la guerra y lo que significa para ellos es crítica. Pero igual de crítica es la capacidad de los miembros de estas sociedades de comprender que cuando Estados Unidos y sus aliados intervienen en una era post 11 de Septiembre, no es para gobernar sobre ellos e imponer su estilo de vida. En su lugar, es para liberarlos de modo que puedan tomar las elecciones que juzguen apropiadas.
 
Es la capacidad para tomar decisiones lo que va a derrotar al terrorismo, ya sea jihadista o baazista. Las luchas en Afganistán, Irak y el Líbano hoy están relacionadas con nuevas democracias liberadas por Estados Unidos y su coalición, que intentan crecer mientras las fuerzas del fascismo y del jihadismo intentan mantenerlas sometidas.
 
El debate en Washington necesita captar y enfatizar agresivamente esa dimensión del conflicto, puesto que sin entender esto, el apoyo norteamericano a la verdadera guerra contra el terror se desvanecerá.
 
Y entonces estaremos jugando en manos de un enemigo que no solamente es extremadamente paciente, sino también ideológicamente mortal.

 
 
El Dr. Walid Phares es un experto en terrorismo, fundamentalismo islámico y movimientos yihadistas. Es miembro decano de la Fundación de la Defensa de las Democracias y escribe en publicaciones especializadas como Global Affairs, Middle East Quarterly, and Journal of South Asian and Middle East Studies además de para diversos periódicos de renombre mundial y de opinar para medios como CNN, MSNBC, NBC, CBS, ABC, PBS y BBC.