Un alarido vitalicio. Howard Dean elegido presidente del NDC

por Álvaro Martín, 24 de febrero de 2005

¿Recuerdan a Howard Dean, el candidato demócrata agresivamente “pacifista” derrotado por el carismático John Kerry hace cien años? Está de vuelta, en esta oportunidad al frente del Comité Nacional Demócrata.  Debe ser que Karl Rove lo ha hecho otra vez: el cerebro de la vasta conspiración tejano-sionista tiene que haber movido unos cuantos hilos para que Dean sea otra vez la cara del Partido Demócrata. La - hasta ahora - probabilidad de que Condi termine convirtiéndose en la Presidenta Rice en 2009 es ahora oficialmente una certidumbre.
 
Howard Dean fue un tedioso Gobernador de Vermont y, en ese concepto, probablemente el ciudadano más conservador de un estado que, a todos los demás efectos, lo mismo podría ser una provincia de Canadá. El Gobernador Dean era conservador en la gestión fiscal (tal vez algo más de lo que el Presidente Bush ha terminado siendo), estaba a favor de la Segunda Enmienda y el derecho a portar armas y era razonablemente duro en la lucha contra el crimen. Después, en cambio, concibió la idea de hacer campaña para la Presidencia y algún asesor le aconsejó fingirse un rabioso radical. En otras palabras, Dean era una persona razonable haciéndose el lunático. Y funcionó bien en un momento en que el centro de gravedad de la Izquierda se ha desplazado fuera del sistema solar.
 
El candidato Dean fue una parodia andante del Partido Demócrata de la actualidad. Sin ir más lejos, por ejemplo, en las cuestiones de Iraq y la Guerra contra el Terror. Dean estaba contra lo primero y quién demonios sabe su posición respecto a lo segundo. Pero, francamente, lo que le sacaba de quicio no era tanto la Guerra -cualquiera de ellas- como el mero hecho de tener que hablar del terror, la seguridad nacional, la vida y la muerte. Simplemente encontraba aburrido el pronunciarse sobre esas trivialidades porque ¿qué es todo eso al lado de las grandes causas de la izquierda de Vermont:  carriles  de bicicleta para cicloturistas ecológicos, matrimonio homosexual, la industria de la bobada artesanal frente a Haliburton y la “responsabilidad empresarial” de los progres de Davos contra la cuenta de resultados...?  Enúnciese el elevado ideal y seguro que él habrá estado defendiéndolo como un heroico, si accidental, paladín: Dean se subía las mangas de la camisa,  llenaba de abono animal el nombre de su propio país y ocasionalmente dejaba escapar algún grito prehistórico.
 
Convengamos en que el famoso grito después de la mojada de oreja en New Hampshire fue ir demasiado lejos. Hay que recordar, sin embargo, que el alarido en cuestión no significó el comienzo del desastre en las primarias para Howard Dean quien perdió los estribos, precisamente, después de terminar tercero y darse cuenta de que estaba fuera de la carrera por la nominación. ¿Qué  pasó? Es cierto que galvanizó a las bases. Es cierto que consiguió establecer un sistema interesante de recaudación de fondos para la campaña. Y es, desde luego, cierto que era (y es) una mercancía averiada, abandonada como un bien mostrenco en el país de miel y fantasía de Michael Moore (a su vez un mostrenco sin bien aparente). Dean ganaría cualquier elección en Europa, Canadá o Vermont, pero no en Estados Unidos.
 
El 12 de febrero es elegido Presidente del Comité Nacional Demócrata y aparece con un aura de paz interior y beatitud. Dice que dejará la formulación de política al liderazgo demócrata en el Congreso y rehúsa hablar de Iraq. Y acto seguido añade que tenderá la mano hacia …. cristianos evangélicos y sureños. Dejemos a un lado, Howie, la dirección condescendiente de tu apostolado hacia los mismos a los que describiste como conductores de todo-terrenos con banderas confederadas. La cuestión realmente trascendente es: tu partido está al borde de perder el Medio Oeste en su totalidad entre el 2006 y el 2008. En las elecciones presidenciales de 2004, la verdadera historia no fue el margen de 125.000 votos en  Ohio, sino la epopeya de los Demócratas agarrandose por sus cariadas muelas del juicio a pírricas mayorías en  Minessota, Wisconsin y Michigan, estados en los que sus propias bases se hurtan a su decadente abrazo a la velocidad de la luz. Así que, ¿qué hacer? Está claro: ir a por los estados republicanos donde las posibilidades de hacer mella en los distritos sólidamente republicanos están entre el cero y la nada. Howard, tus prioridades hablan a las claras de tu hastío a mandíbula bostezante con los detalles de cómo mantener las menguantes mayorías demócratas en el Medio Oeste.
 
La cuestión con Dean es la siguiente: es muy posible que, de la misma manera que cuando se hace el lunático está perfectamente cuerdo, cuando pretende dárselas de político sensato está probablemente más allá de los anillos de Saturno. Puede ir a Alabama y Kansas y todo lo que hay entre ambos y allegar ríos de oro a los cofres demócratas. Eso sólo les ayudará a perder por mayor diferencia en el resto del país. Y, más allá de la sensatez o no, de las soflamas airadas y la puesta en escena del divertido ethos de inocencia ideológica ultrajada, la última ratio de las derrotas demócratas que se avecinan es la abismal mediocridad de Howard Dean y la inane organización de la que ahora es Presidente.