Nueva Agenda. España ante la primavera árabe

por GEES, 26 de noviembre de 2011

A perro flaco todo son pulgas, y la primavera árabe –gran acontecimiento estratégico a las puertas de nuestro país– cogió a España en el peor momento posible: en pleno desarme militar, aislada de los Estados Unidos, y semi-asistida económicamente por los aliados europeos. Sin política exterior, en suma, que es la agenda internacional del izquierdismo español.

Así que nuestro país ha pasado con más pena que gloria por los acontecimientos, incapaz de ejercer la influencia que en tiempos no lejanos tenía nuestro país en las instituciones internacionales y en los aliados. Como en economía, será el nuevo gobierno el que deba recuperar las líneas básicas perdidas en un tema fundamental.
Nuestro país ni puede ni debe elegir por los egipcios, libios o tunecinos, ni decidir qué camino deben tomar. Pero sí debe tener claro y debe defender, que hay líneas rojas que nadie, ni tiranos, ni revolucionarios, deben traspasar.
Lo que pasa, primero, por la exigencia hacia aquellas dictaduras que aún sobreviven y que vulneran derechos básicos. Este tipo de regímenes han resultado ser un mal negocio en términos de seguridad internacional, desembocando en un incendio de proporciones globales y consecuencias imprevisibles. El abandono de la agenda democrática hacia ellos fue un enorme error, al que España se sumó entusiasta ya en 2004. Cuando nuestro país decidió que era ilegal, ilegítimo e inmoralinmiscuirse en Oriente Medio, perdió toda capacidad para exigir reformas a los dictadores. Sin una postura clara, España se situó a rebufo de unos despistados Estados Unidos o una aventurera Francia.
Para recuperar cierta iniciativa internacional respecto a los países árabes, España debe afianzar su compromiso con la democracia liberal, promover y presionar aperturas políticas en los regímenes despóticos, y comprometerse con disidentes y represaliados.
En segundo lugar, para los españoles es aún peor negocio que el anterior la sustitución de esas dictaduras por regímenes islamistas. Cualquier avance islamista en el norte de África supone, además de una inaceptable deriva despótica, un riesgo para nuestros intereses nacionales. En términos de legitimidad, cada país que cae bajo el poder islamista es un impulso ideológico para la gran umma, que en la mente fundamentalista abarca desde Indonesia hasta Al Andalus. Lo que nos sitúa en una posición desguarnecida. Y en términos puramente estratégicos, la desestabilización del Magreb y del Sahel, o su conversión en santuarios donde se fomente, se tolere o se justifique el yihadismo, resulta inaceptable. Los gobiernos de Al-Nahda en Túnez, el previsible de los Hermanos Musulmanes en Egipto, y el Consejo Libio deben encontrar una comunidad internacional exigente e inflexible en relación con derechos básicos, como la libertad religiosa o los derechos de la mujer. España, que durante años ha consentido la vulneración de estos derechos incluso premiando (vía Alianza de Civilizaciones) a determinados regímenes, debe ser clara: un régimen islamista que no respete escrupulosamente los derechos humanos debe ser tratado igual que debió hacerse con la dictadura que le precedió.
Es cuestión de principios sólidos y comportamiento coherente, de los que España hoy anda huérfana. Por un lado, la dejadez zapaterista de la política exterior ha colocado a España sin una posición clara y fiable, y por tanto sin capacidad de interlocución seria con los distintos regímenes, nuevos y viejos. Por otro lado, el radicalismo ideológico de Zapatero, Moratinos y Jiménez, con el alineamiento inequívocamente pro-palestino contra Israel o pro-marroquí en el Sáhara, o la Alianza de Civilizaciones con dictadores sanguinarios, han eliminado cualquier capacidad mediadora, neutral, o respetuosa con la legalidad internacional que pueda utilizarse.
Respecto a las primaveras árabes, tras el desconcierto generado por esta agenda izquierdista del PSOE, es la hora de reimpulsar una agenda de la libertad. España debe recuperar una actitud exigente y comprometida con la democracia, ante dictadores y ante grupos y regímenes islamistas. Entre otras cosas porque sólo desde esos principios es posible mantener esa imagen fiable y sólida que el nuevo gobierno quiere dar ante nuestros aliados.