Muerte a Rushdie, otra vez

por Robert Spencer, 6 de julio de 2007

(Publicado en FrontPageMagazine, 20 de junio de 2007)

Contra más cambian las cosas, más permanecen igual: mientras crece el clamor en el mundo islámico por la muerte de Salman Rushdie, es difícil evitar una sensación de déjà vu. Para muchos, el caso Rushdie de 1989, cuando el ayatolá Jomeini de Irán decretó su ya famosa fatwa llamando a asesinar a Rushdie, fue su introducción al fanatismo islámico que hoy domina los titulares a diario. Pero ahora que Rushdie aparece en público con cierta frecuencia y no parece preocupado por la fatwa de la muerte (incluso si ésta era revalidada por el ayatolá Jamenei en el 2005), la reacción en el mundo islámico ante su nombramiento de Caballero de Armas por la Reina Isabel II de Gran Bretaña por “sus servicios a la literatura” puede parecer incongruente a muchos occidentales. ¿Podrían estar los musulmanes furiosos aún de manera plausible con Salman Rushdie después de todos estos años?
 
La respuesta que llega de los países del mundo islámico esta semana es un enfático sí.
En Azerbaiyán, el coordinador del Centro para la Protección de la Libertad de Consciencia y Religión (DEVAMM) en Azerbaiyán, Ilgar Ibrahimoglu, decía del nombramiento de armas de Rushdie que “tales medidas pueden ser la causa del reforzamiento de la agresión de Occidente contra el islam. Ellos provocan a los musulmanes. Los musulmanes deberían ser muy cuidadosos, escrupulosos, y tener la sangre muy fría”. La reacción procedente de Irán, mientras tanto, era predecible. El periódico Jomhuri Eslamí se lamentaba: La cuestión es qué pretendía la antigua monarca británica al nombrar caballero a Rushdie, ¿ayudarle? Bien, su acto solamente acortará la patética vida de Rushdie. Mohammed Reza Bahonar, primer portavoz en funciones del parlamento iraní, decía ante los delegados reunidos: “Salman Rushdie se ha convertido en un cadáver odiado que no puede ser reanimado mediante ninguna acción”. Las acciones de la reina británica al nombrar caballero a Salman Rushdie, el apóstata, no son sabias. No solamente no son sabias, sino insignificantes: “la monarquía británica vive aún bajo esta ilusión de que Gran Bretaña es aún una superpotencia del siglo XIX y que poseer títulos nobiliarios aún se juzga algo importante”.
 
Pero parece realmente importante para los iraníes Mohamed Alí Hosseini, un portavoz del ministerio de exteriores, encontraba en el nombramiento de caballero pruebas de un defecto moral entre los británicos: “Nombrar caballero a una de las figures más odiadas en el mundo islámico es una señal clara de islamofobia entre los altos funcionarios británicos. Honrar a un apóstata odiado definitivamente dispone a los hombres de estado británicos contra la comunidad islámica y hiere sus sentimientos una vez más”. Y veía el honor de Rushdie como parte de una conspiración mayor contra el islam: “Insultar a figuras islámicas religiosas no es algo accidental sino organizado y está teniendo lugar con el apoyo y el concierto de algunos países occidentales”.
 
Un grupo jihadista iraní, la Organización para la Conmemoración de los Mártires del Mundo Musulmán, ofrecía 150.000 dólares a cualquiera que por fin asesine a Rushdie. El líder del grupo, Forouz Rajaefar, decía: “Los británicos y los partidarios anti-islam de Salman Rushdie pueden estar seguros de que la pesadilla del escritor no acabará hasta el momento de su muerte y que besaremos las manos de quien quiera que logre ejecutar a este apóstata.
 
La reacción desde Pakistán era aún más virulenta. Manifestantes en Multán, Karachi y Lahore incendiaban efigies de Rushdie y la Reina Isabel, cantando “Muerte a Gran Bretaña, muerte a Rushdie”, y también quemando banderas británicas. Los líderes islámicos prometían mayores concentraciones tras las oraciones de viernes de esta semana Mohamed Ijaz ul-Haq, el ministro paquistaní de asuntos religiosos, declaraba ante el parlamento de Pakistán: “Esta es la ocasión de que los 1.500 millones de musulmanes del mundo examinemos la seriedad de este veredicto. Occidente acusa a los musulmanes de extremismo y terrorismo. Si alguien detona una bomba adosada a su cuerpo haría bien en hacerlo a menos que el gobierno británico se disculpe y retire el título de ‘Sir’”. Tras recibir críticas por justificar en apariencia un atentado suicida, Ijaz ul-Haq modificaba más tarde sus declaraciones diciendo: “Si alguien se inmola, a sí mismo se considera justificado. ¿Cómo podemos luchar contra el terrorismo cuando alguien que comete blasfemia es recompensado por Occidente? Exigimos una disculpa por parte del gobierno británico. Sus acciones han herido los sentimientos de 1.500.000.000 de musulmanes”.
 
Los líderes musulmanes de Gran Bretaña tampoco estaban contentos. Abdul Bari, el secretario general del Consejo Musulmán de Gran Bretaña, decía que “muchos interpretarán el título de caballero como desprecio definitivo de regalo de despedida de Tony Blair al mundo musulmán… La insensible decisión de conceder el título de noble a Rushdie no puede sino perjudicar por tanto a la imagen de nuestro país a los ojos de cientos de millones de musulmanes de todo el mundo”. Lord Ahmed, el único caballero musulmán de Gran Bretaña, también criticaba al primer ministro británico saliente: “Es hipocresía por parte de Tony Blair que hace dos semanas hablaba de construir puentes con los musulmanes corrientes, y después está honrando a un hombre que ha insultado al público británico y ha sido ambiguo en las relaciones con la comunidad.
 
Así Salman Rushdie indica por tanto lo enorme que es el vacío entre el mundo islámico y el Occidente post-cristiano en materia de libertad de expresión y discurso. La libertad de expresión acompaña precisamente a la libertad de ofuscar, ridiculizar y ofender. Si no lo hace, está mermada: El discurso inofensivo no necesita de la protección de una enmienda constitucional. En el instante en que cualquier persona o ideología se considera al margen de la crítica o incluso del ridículo, es que la libertad de expresión ha sido reemplazada por un disfraz ideológico. Hace años ya que los estados islámicos y las organizaciones de todo el mundo vienen retratando a Salman Rushdie como un símbolo del mal al tiempo que intentan colocar al islam al margen no solamente del ridículo, sino también de cualquier examen de los elementos de la religión que incitan a la violencia contra los infieles, la discriminación de la mujer y las minorías religiosas.
 
Todo el caso Rushdie, tanto en 1989 como en su nueva fase, es un recordatorio instructivo y soberbio del vacío entre las perspectivas de Occidente y el mundo islámico, y la determinación del segundo a silenciar a cualquiera que considere que ha ofendido al islam. Los líderes británicos y los demás líderes occidentales tienen en la controversia del nombramiento noble de Rushdie hoy para explicar la libertad de expresión es parte de la división de la dignidad del ser humano que está enraizada finalmente en la concepción judeocristiana, que es superior a la visión islámica de los seres humanos como esclavos de Alá. Ellos podrían plantear un desafío ideológico al jihadismo, señalando que si la sumisión a Alá y la condena a la blasfemia valen realmente algo, son mucho más valiosas elegidas con libertad en lugar de ser coaccionados. Pero solamente pueden elegirse con libertad si la libertad de no elegirlos también está presente.
 
En las vaguedades multiculturales de hoy en día, ningún líder occidental se atreve a hablar de esta manera. Aquellos que valoran la libertad simplemente deben estar agradecidos de que finalmente Rushdie fuera nombrado caballero y la esperanza en que el honor no será rescindido en la tormenta que es seguro que se avecina.


 

 
 
Robert Spencer es director de Jihad Watch y autor de 5 libros, 7 monografías y numerosos artículos acerca del terrorismo islamista. Licenciado con honores en Estudios Religiosos por la Universidad de Carolina en Chapel Hill, lleva desde 1980 estudiando teología, derecho e historia islámicos en profundidad. Es adjunto de la Free Congress Foundation, y sus artículos acerca del islam aparecen en el New York Post, Washington Times, Dallas Morning News, el National Post de Canadá, FrontPage Magazine, WorldNet Daily, Insight in the News, Human Events o National Review Online entre otros. Entre sus textos se encuentran algunos de los libros más conocidos acerca del terrorismo islámico, como “El mito de la tolerancia islámica” (Prometheus Books, 2005. ISBN 1591022495), “La guía políticamente incorrecta del islam” (Regnery Publishing, 2005. ISBN 0895260131), o “El islam al descubierto: cuestiones preocupantes sobre la religión de mayor crecimiento del mundo.”