La crisis: una prueba de fuego para la integración

por Ana Ortiz, 4 de febrero de 2009

Hace unos días que conocíamos los últimos datos de la Encuesta de Población Activa, EPA. No por esperados, son menos malos. Además de saber que el paro supera los 3 millones de personas, sabemos que el número de hogares en los que, al menos una persona no tiene un puesto de trabajo, ha aumentado un 67% en 2008. Algo no que pasaba desde hace diez años. Precisamente, durante esos diez años, los flujos migratorios en España se han intensificado muy significativamente. Si en 1998 había unos 600.000 extranjeros empadronados en diferentes lugares de España, en 2008 han llegado a cinco millones.
 
Ahora, todas esas personas están en peor situación que la media nacional: casi 800.000 parados más entre los nuevos vecinos. La cifra total en 779.400 parados, una cuarta parte del total nacional. En suma, algo más del 21% de los inmigrantes que hay en España están en el paro. Los inmigrantes están padeciendo otro factor: la destrucción de empleo temporal.
 
Por sexo, en el último año, el paro entre los hombres ha subido un 69%, mientras que en las mujeres ha sido de tan sólo un 25%.
 
Si observamos el dato por edades, personas de 25 a 54 son quienes más han perdido su trabajo en los últimos doce meses. Seguidos de quienes tienen de 20 a 24.
 
Por comunidades, Andalucía, Cataluña, Valencia y Madrid son las regiones con mayor número de parados. La Rioja, Navarra, Cantabria y Asturias tienen el menor número de desocupados.
 
Pero, sin duda, el dato que mejor idea puede ofrecer de la situación en la que estamos es que el Gobierno ha reconocido que la cosa no pinta nada bien.
 
Así las cosas, cabe preguntarse cuántas personas, familias, pequeños empresarios, e incluso, inmigrantes, hicieron cuentas y cábalas pensando que el Gobierno decía la verdad, que no había crisis y que si la había, la economía española estaba en perfecto estado de revista para hacerle frente. También es el momento de preguntarse si los nuevos vecinos están realmente integrados en nuestra sociedad o la adversidad económica hará caer en la cuenta, a unos y otros, que todavía hay trabajo por hacer en ese sentido.
 
Pros y contras
 
La inmigración ha traído cosas buenas a España. Por un lado, hay que reconocer que parte del avance económico de nuestro país ha sido gracias a la mano de obra que venía de fuera. Construcción, sector servicios y agricultura son los sectores más beneficiados con la incorporación de los inmigrantes.
 
Ahora, casi la mitad de los parados extranjeros proceden de la construcción. El paro de los inmigrantes en este sector se ha incrementado un 101,4% en 2008.
 
Además, los efectos de la inmigración han repercutido en nuevas oportunidades para los españoles. Por un lado, muchas mujeres han visto facilitada su incorporación en la vida laboral, gracias a la mano de obra inmigrante que se ha ocupado del servicio doméstico. El 45% del empleo inmigrante es femenino y se concentra en esa actividad. Por otro lado, muchos españoles en edad de trabajar han ido creciendo en su estatus profesional, al no tener que desempeñar funciones en una escala laboral inferior.
 
Sin embargo, en tiempos de crisis, se presenta un gran desafío. Ahora más que nunca es el momento de comprobar si esa mano de obra se ha integrado en la sociedad de acogida, o si por el contrario, su precariedad puede llevar a una quiebra social motivada por el delicado momento que atravesamos.
 
En definitiva, ¿están los inmigrantes integrados adecuadamente o hemos generado entre todos una armonía ficticia mientras soplaban buenos tiempos?
 
Estado de situación
 
El panorama que se presenta ya entre los inmigrantes es el de salir a la calle, situarse en determinados lugares de las ciudades para ver si alguien los contrata. Algo así pasaba hace medio siglo en la España rural de entonces. Ahora, en plena era de Internet, muchos miles de extranjeros se han visto abocados a buscarse un jornal diario.
 
Hay casos en que los inmigrantes empleados en origen negocian aportar ellos la Seguridad Social, de su bolsillo, y mantener el contrato para asegurarse su permanencia en España. Según el responsable de empleo de la Comisión Española de Ayuda al Refugiado en Madrid, Joaquín Aguilar, “El mismo extranjero le paga al empresario las cotizaciones de cada mes y luego éste hace la aportación. Todo ocurre de buena fe, pero hay casos donde cobran por el trámite. Para poder costearlo trabajan en el mercado sumergido”.
 
También sabemos que la labor de las Organizaciones Sin Ánimo de Lucro y las de beneficencia se están viendo desbordadas ante la penosa situación.
 
Cáritas, por ejemplo, ha recibido un 40,8% más de solicitudes de ayuda para afrontar los gastos de la vivienda, la alimentación y el transporte de familias inmigrantes.
 
Otro punto que ofrece una idea de lo que está pasando es el plan de retorno voluntario, petición que se incrementa en toda España, aunque no está teniendo el éxito que esperaba el Gobierno.  El economista experto en temas laborales e inmigración, Miguel Pajares, considera que el proyecto tiene impacto de pocas dimensiones. “No se prevé un gran movimiento de personas. Aunque habrá otro tipo de retornos, de quienes no tienen derecho a cobrar el desempleo. Incluso entre los rumanos ha subido”, enfatiza.
 
Así las cosas, tenemos que comenzar a hablar de un segundo aspecto: el de la integración, algo que se antoja mucho más importante en tiempos de crisis, donde cualquier cosa puede saltar por los aires.
 
Estrategias para la integración
 
El punto número uno es la generación de empleo. Por más que el Gobierno haga malabarismos para vender su política de ayudas sociales, lo cierto y verdad, es que la mejor política social es el trabajo. Es el mejor vehículo para generar todo lo demás: ingresos para la Seguridad Social, ingresos para las arcas del Estado, generación paulatina de Superávit. Mejores recursos educativos y sanitarios.
 
Y lo más importante: el empleo genera seguridad, estabilidad profesional, familiar y social.
 
Hace pocas fechas, la Ministra de Integración e Igualdad de Género de Suecia, Nyamko Sabuni, explicó, durante la Primera Jornada Internacional sobre Inmigración, integración y cohesión social en tiempos de crisis (Organizada por la EPIC- Escuela de Profesionales de Inmigración y Cooperación de la Comunidad de Madrid), el caso de Suecia, que podría servir de ejemplo para España.
 
La señora Sabuni comentó que la ecuación del éxito era la combinación entre empleo y lucha contra la exclusión social. La nueva sociedad que se ha configurado en los países receptores de inmigrantes debe basarse en oportunidades, derecho y deberes para todos, tanto para los que están, como para los recién llegados.
 
Suecia también se ha encontrado en un momento con el problema del escaso incremento de la población autóctona. Por tanto, los inmigrantes han sido bienvenidos. Sin embargo, todavía hay que seguir trabajando en el camino de la integración.
 
No le falta razón. El quid de la cuestión también radica en que Europa se ha ido “acomplejando” a lo largo de los últimos años, hasta ir pediendo poco a poco sus señas de identidad. Aquellas que hicieron de Europa el motor del mundo durante muchos siglos. Con sus defectos y virtudes.
 
Los europeos tenemos que tener claro que la diversidad cultural que se está conformando en nuestros países no debe confundirse con la renuncia de nuestros valores. Algunos tan capitales como el de la democracia, la libertad y la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Es en estos valores donde debemos dar la bienvenida a todos aquellos que decidieron forjar un futuro mejor fuera de sus fronteras. En la medida en que seamos capaces de trabajar en ello, de admitir que todos sin excepción tenemos derechos, pero también deberes, la integración acabará siendo un éxito.
 
Este éxito es capital en un momento de crisis económica como el que atravesamos, que, como hemos podido comprobar, golpea a los inmigrantes en primera persona.
 
Los valores del esfuerzo por salir adelante, por construir un futuro y arrimar el hombro por la nación de acogida deben ser los primeros en la lista de prioridades. En paralelo, la sociedad que les acoge debe darles su lugar y su voz, porque si no, en algún momento hablarán por sí solos, si se sienten excluidos. Algo que ya pasó en Francia hace un par de años, cuando la segunda generación se dio cuenta que no formaba parte de esa sociedad en la vive.
 
Una vez más, el empleo es el primer peldaño para integrarse socialmente. El Gobierno debe poner todo empeño en la generación de oportunidades laborales y no seguir negando la evidencia. Ello tiene que ver con una adecuada política de regularización y llegada. La contratación en origen debería ser una prioridad en esa política. Solo así se minimizará, de manera aceptable, la llegada de irregulares que no encontrarán ningún horizonte y que les dejará a su suerte, con todo lo que ello conlleva.
 
Otro aspecto interesante es el de la educación. Más bien, la calidad de la misma. El sistema educativo español no pone ningún reparo a la hora de integrar alumnos de otras procedencias, independientemente del nivel educativo que tengan. Es primordial que los centros dispongan de herramientas suficientes para que esa integración sea real. El idioma es fundamental, pero también, la educación en los mismos valores que tiene nuestra sociedad. No quiere decir que tengan que olvidarse de sus costumbres, sino que sumen las nuestras, nuestro modo de vida al suyo, a la vez que desechan aquellos aspectos que no son compatibles con las ideas de libertad, igualdad, respeto y democracia para todos.
 
El papel que juega la segunda generación en este proceso marcará la relación futura con el resto de la sociedad.
Hemos hablado de aquellos inmigrantes que se están viendo obligados a acudir a lugares públicos de las ciudades para tratar de conseguir un trabajo. También de aquellos que ya están acudiendo a ONG`s en busca de alguna salida. No podemos olvidar que muchos de ellos son cabeza de familia que padecen también el drama de la crisis.
 
No quiere decir que se les trate como a menores de edad, ni como subsidiarios. Ni como un colectivo aparte. Se trata de personas. Es preciso que se les facilite el acceso al mercado laboral. Una buena medida sería la del reconocimiento de sus títulos, dado que en muchas ocasiones, la incompatibilidad entre nuestro sistema educativo y el suyo dificulta este proceso.
 
La política de retorno voluntario del Gobierno tampoco es una política adecuada. En palabras de Mauricio Rojas, Director de la EPIC, “cuando un inmigrante ve en el metro una publicidad sobre el retorno voluntario, seguramente ve algo así como ¿por qué no te vas? Esto no tiene nada que ver con la integración, ni con la diversidad cultural, ni con nada que se le parezca”.
 
Integración en tiempos de crisis
 
En un momento en el que la crisis golpea a un buen número de familias y en especial, a los inmigrantes, es preciso reflexionar y poner en marcha medidas que faciliten la integración de estas personas en nuestra sociedad, a la que llegaron buscando un mundo mejor, posibilidades de prosperar y que hoy, les puede ofrecer menos expectativas.
 
Queda demostrado que la mano de obra inmigrante ha contribuido al crecimiento de nuestro país, no solo en el aspecto económico, sino también en el social, puesto que su modus vivendi se ha entremezclado con el nuestro hasta conformar crisol diverso de culturas y costumbres.
 
Todo el mundo es consciente que en los momentos difíciles es donde se demuestran las cosas que van bien y las que no, en cualquier ámbito de la vida.
 
Algunos gobiernos autonómicos, como es el caso de la Comunidad de Madrid, están haciendo grandes esfuerzos para poner en marcha políticas encaminadas a la integración de los inmigrantes, a través de centros específicos y partidas presupuestarias dedicadas a este fin.
 
Sin duda, hay que redoblar esfuerzos, tanto a nivel laboral, como social. La escuela es un punto de partida para los niños recién llegados. Ahí tenemos la oportunidad de ayudarles a que hagan suyos los valores de la vieja Europa: democracia, libertad, diversidad, igualdad de oportunidades y respeto entre hombres y mujeres.
 
Otro punto capital es la generación de empleo, algo que estamos esperando que el Gobierno ponga en marcha, más allá de aspectos puntuales que más tienen que ver con políticas de corto plazo, eminentemente subsidiarias.
Otros países, como Suecia, se han encontrado en encrucijadas parecidas y ya están trabajando en ello, en la integración en empleo y valores desde la diversidad. El ejemplo de otros puede contribuir a que no estemos inventando la rueda constantemente y a recorrer el camino más rápido.
 
Una buena oportunidad.

 
 
Ana Ortiz es Analista Adjunta en el área de Medios de Comunicación.