Irak: Matar al Príncipe de Al-Qaida

por Walid Phares, 15 de junio de 2006

La primera pregunta que planteaban algunos escépticos en las primeras horas del 8 de junio del 2006 era: ¿es una victoria la eliminación del mando terrorista Abú Mus'ab al Zarqawi en Irak?
 
Por supuesto, es un hito enorme.
 
El hombre que ejecutó y ordenó personalmente el asesinato salvaje de tantos iraquíes, árabes, europeos y americanos era un representante del mal puro, en los sentidos filosófico y sociológico de la palabra; a pesar de sus galas religiosas, no respetaba ninguna ley divina o humana.
 
El rapto de rehenes inocentes y su decapitación delante de una cámara, la grabación de lo cual era enviado a al-Jazira y colocado en páginas web salafíes, es una acto de disociación de la humanidad. En los años 40, el mal hitleriano se involucró en genocidio, pero sus autores materiales no emitían sus diabólicos actos en los cines. Zarqawi sobrepasó a los Nazis cualitativamente, pero afortunadamente no cuantitativamente. Al margen del laberinto de Irak y de la región en conjunto, y al margen del estado de la guerra contra el terror, la eliminación de este terrorista jihadista ha puesto fin a un crimen presente contra la humanidad.
 
Además de las familias americanas, occidentales, árabes, de Oriente Medio y demás que tuvieron que recordar a víctimas del mal de Zarqawi, los iraquíes de toda procedencia sufrieron la ira de este terrorista durante años. No sólo intentó obstaculizar el proceso político y amenazar a todos los ciudadanos que se atreviesen a dar un paso al frente con las prácticas democráticas o la modernidad, sino que forzó a muchas áreas del país, especialmente al triángulo sunní, a retroceder a la Edad Media.
 
Irak y Zarqawi no podían coexistir: eran o el terrorista o el país y, al final del día, el terrorista era eliminado -- una lección para todos sus perversos seguidores.
 
Desacuerdos políticos a un lado, el fenómeno Zarqawi apenas era humano. La mayor parte de los iraquíes no sólo condenaron su ideología, sino que incluso muchos de los propios jihadistas pensaban que iba demasiado lejos.
 
En la práctica, dio lugar a la forma más mutante de salafi-takfirismo, una forma que transgredía toda norma de convivencia humana. En las referencias históricas, habría enfurecido a los líderes para los que él afirmaba trabajar por sus malinterpretaciones. De haber vivido Zarqawi en la época de las Cruzadas, como pensaba que hacía, el propio Salah al-din le habría encerrado en la cárcel, por no decir haber hecho decapitar. Hasta los califas islámicos en la cúspide de su poder militar se habrían distanciado de este asesino de masas auto-designado. En pocas palabras, Zarqawi representaba el mal en su peor estado -- fuera de las normas clásicas de guerra.
 
El auto-proclamado jihadista, jordano de nacimiento, wahabí de formación y salafí de educación, representaba un rasgo extremo: llevaba a cabo su baño de sangre al tiempo que proclamaba la inspiración de la divinidad. El día en que fue eliminado por la coalición, su cuñado y otros partidarios afirmaban que estaba 'en una misión de Alá'. Y aquí es donde se encuentra la tragedia: decenas de miles de jihadistas en todo el mundo son formados por las madrazas para creer que son piezas de un gigantesco mosaico. La forja de terroristas se ingenia a través de la sumisión al destino. Una vez que se lava el cerebro a 'los estudiantes' con la nueva 'aqida' (doctrina), el universo que les envuelve les arrastra para siempre. Y dentro de esta constelación de ilusiones, los jihadistas saltan a un mundo propio. Algunos de ellos desarrollan su 'talento' jihadista hasta extremos inhumanos: Mohammed Atta y los 18 autores materiales del 11 de Septiembre, o los terroristas suicida de Londres y Madrid.
 
Pero mientras que otros 'talentos' salafíes y wahabíes mantuvieron cierta humildad ideológica a pesar de su barbarismo, Zarqawi cruzó todas las líneas. En algún momento, puesto que se veía a sí mismo desafiando al 'gran poder infiel' sobre la tierra, se intoxicó de inevitable sensación de superioridad.
 
En las salas de chat de al-Ansar, los ciber-partidarios le proclamaban 'El emir que no puede ser derrotado; el emir de la muerte y la destrucción que puede derrotar lo que ningún otro comandante musulmán anterior (sic) ha sometido, por debajo del Profeta'. Estos sentimientos convertían a Zarqawi en candidato a la dirección suprema de los ejércitos de la jihad en Oriente Medio. Absorto en sí mismo por el isti'zaam (imposición de la grandeza de uno), Zarqawi pensó que era invencible. 'Los ejércitos enteros de Occidente y los países árabes apóstatas no pueden cogerle', repetían las voces en al-Jazira. 'Él es la respuesta a la guerra contra el Islam y la religión de Alá', postulaban otros partidarios.
 
Obviamente, Zarqawi se imbuyó en magnificencia, y poco a poco abandonó la modestia de su dirección oculta. Su último vídeo inclinaba el equilibrio de su psicología de dominio: jugaba 'con el destino' y atraía el elogio de los seguidores. Fue uno de sus últimos -- y probablemente el mayor -- de sus errores.
 
¿Qué quería lograr Zarqawi? En la práctica, nada muy distinto a los designios salafíes: derrota de las fuerzas de la coalición a través del terrorismo, derrumbe de las instituciones iraquíes con violencia extrema, y establecimiento de un Emirato en el centro de Irak. Después pasar al interior de Jordania y Siria, donde los sunníes son mayoría, y avanzar hacia la costa libanesa, donde predominan las ciudades sunníes.
 
Con el Creciente Fértil[1] iniciando con energía una federación de emiratos jihadistas, su próxima campaña se habría lanzado al sur: la Península Arábiga. Las riquezas del Reino y los principados de Arabia son enormes: los dos enclaves más importantes del Islam, petróleo, y lo más selecto de la región árabe.
 
Pero mientras que el 'Creciente Fértil' era el espacio vital de expansión de Zarqawi, Arabia era el futuro terreno de Osama bin Laden. De ahí que el Emir de Irak tuviera opinión sobre la zona exclusiva de interés del líder supremo del movimiento; de ahí que muchos observadores percibieran 'tensiones'. Pero en muchos sentidos, las relaciones entre Zarqawi y bin Laden estaban aún bajo las obligaciones de la Baya'a -- declarada en el 2004 (declaración de fidelidad) por Zarqawi en reverencia a Osama.
 
Mi propia proyección modesta era que Zarqawi estaba reforzando su posición dentro de al-Qaeda, no para suplantar al 'Sultán' bin Laden, sino para consolidar su propia posición de modo que habría reemplazado indisputablemente al 'señor' tras su muerte. Zarqawi quería heredar de bin Laden; conocía sus propios límites.
 
En este contexto, Abú Mas'ab llevó la jihad a su extremo: decapitaciones sensacionalistas, matanzas bárbaras, fotografías repulsivas y una reputación de invencibilidad. A causa de su comportamiento sangriento, el Emir de Rafidain (dos ríos) era en la práctica el futuro bin Laden. No había ni un solo competidor para el hombre dentro de la nebulosa al-Qaeda hasta su eliminación por parte de sus enemigos. Si usted lee bien esta ecuación, se dará cuenta que el F16 y la alianza defensa-seguridad entre Estados Unidos, Irak y Jordania no sólo se han quitado de encima al actual jefe de al-Qaeda en Irak, sino al futuro gerente de al-Qaeda Internacional.
 
La caída de Zarqawi, más allá de los simples cálculos de geopolítica, es simbólicamente cualitativa: el mito del comandante invencible del jihadismo se hizo pedazos a través de esta operación. Tampoco el jihadismo ha sido derrotado. Por el contrario, habrá convulsiones de violencia como resultado. Pero una importante garantía se rompió, al menos a los ojos de muchos de la región: aquellos que oprimen y matan en nombre de Alá son finalmente expuestos como no espirituales, no porque pierdan batallas o perezcan en el campo de batalla, sino porque han explicado la historia a sus seguidores de un modo que se ajusta a sus ambiciones, tanto ideológicas como personales en última instancia. Han intentado convencer a sus partidarios de que lo divino está de su lado.
 
En los años treinta, otro ideólogo afirmaba estar en 'una misión'. Y para demostrarlo, masacró a millones de ciudadanos. Pero al final, en 1945, su destino no fue el que había planeado. Zarqawi es un modelo reducido de la mente Nazi. Simplemente practicaba la violencia para demostrar a los seguidores que podía infringir cualquier injusticia a cualquiera de su elección, porque estaba en una misión de Alá -- el creador.
 
Pero mientras países de todo el mundo rodean a los terroristas y obstaculizan su jihad, la derrota de Zarqawi es una indicación clara de que tampoco Irak va a aceptar la visión de futuro de los terroristas, sino que prepara a su gobierno, a su ejército, y a su gente para implementar la democracia y participar en la comunidad general de naciones.

 
 
El Dr. Walid Phares es un experto en terrorismo, fundamentalismo islámico y movimientos yihadistas. Es miembro decano de la Fundación para la Defensa de las Democracias y escribe en publicaciones especializadas como Global Affairs, Middle East Quarterly, and Journal of South Asian and Middle East Studies además de para diversos periódicos de renombre mundial y de opinar para medios como CNN, MSNBC, NBC, CBS, ABC, PBS y BBC.
 
Nota

[1] El Creciente Fértil es la región de Oriente Medio que se extiende desde la parte norte del Desierto de Siria hasta la zona del Valle del Nilo, el Tigris y el Eúfrates.