Hacia una monarquía constitucional saudí: lo que puede hacer Condolizza Rice para ayudar durante su visita a Arabia Saudí

por Stephen Schwartz, 23 de junio de 2005

En unos días, Condolizza Rice visitará el reino de Arabia Saudí. No será la primera mujer Secretario de Estado en visitar el territorio del wahabismo, la religión fundamentalista estatal impuesta al pueblo de la Arabia histórica. Madeleine Albright precedió a la Secretario Rice. Pero por supuesto, las relaciones norteamericano-saudíes han cambiado dramáticamente desde el final de la administración Clinton, con los sucesos del 11 de septiembre del 2001 y la revelación de que 15 de los 19 autores materiales del terror de ese horrible día eran sujetos saudíes.
 
La Secretario Rice debería aprovechar la oportunidad de visitar Riyadh para establecer varios temas urgentes. Algunos son de estilo; podría elegir no ponerse la cubierta fundamentalista o abaya, impuesta a las mujeres del reino. Hasta podría decir a sus anfitriones que le gustaría conducir ella su limusina desde el aeropuerto - repudiando otra rescisión saudí. Al rechazar la cubierta obligatoria e insistir en un derecho del que disfrutan las mujeres de todo el mundo musulmán, la Secretario brindaría un ejemplo inspirador a millones de mujeres que suponen una parte indispensable del electorado reformista saudí.
 
Sin embargo, los temas extremadamente serios apremian. Éstos varían entre la financiación de Al Qaeda por parte de sujetos saudíes, que caminan por la calle de las ciudades del reino con impunidad, hasta el alto grado de participación saudí-wahabí en el terrorismo sunní en Irak, pasando por el adoctrinamiento en el odio, de financiación oficial saudí, por todo el mundo. Y después está el reciente rechazo saudí a los llamamientos norteamericanos, europeos y australianos, en favor de inspecciones nucleares en el reino, reforzando informaciones previas de que los saudíes han tratado con tecnología y conocimiento técnico nucleares con Pakistán.
 
La contínua burla por parte de Arabia Saudí a los estándares de gobierno ordinarios y a la participación en la comunidad internacional contrasta enormemente con lo que algunos disidentes saudíes llaman “un creciente de normalidad” en la frontera noroeste de Arabia Saudí y en las costas al sureste de la Península Arábiga. Este fenómeno es especialmente notable en materia de derechos de expresión religiosa. Desde Jordania a Kuwait pasando por Yemen, los estados árabes más pequeños, aunque carecen de los vastos recursos financieros y petroleros saudíes y permanecen lejos de la democracia y transparencia completas al estilo occidental, son cada vez más modernos, no obstante, en su libertad de credo, así como en su trato de la mujer y desarrollo hacía un gobierno representativo. Kuwait, por ejemplo, incluye hasta medio millón de cristianos - católicos, ortodoxos y protestantes - así como hindúes, sikhs, budistas, y baha'is.
 
Este patrón es común en “el creciente de normalidad”. Bahrein dispone del mismo abanico de religiones, junto con una comunidad judía reducida - y los sujetos saudíes cruzan impacientes a Bahrein para experimentar la vida fuera de la utopía reaccionaria de los wahabíes. Qatar, por su parte, tiene relaciones diplomáticas con el Vaticano. El año pasado, los Guardianes de la Promesa evangélicos celebraron una convención en Dubai, otro lugar al que acuden los saudíes en busca de ejemplos comunes de vida social razonable. Hasta el empobrecido Yemen permite la oración cristiana e hindú al sur, y sigue habiendo judíos dispersos en el norte. Los misioneros cristianos operan públicamente en estos países. Mientras tanto, Irak se abre camino lentamente hacia un estatus de país moderno y plural, representando otro ejemplo de normalización en el mundo árabe.
 
Los sujetos saudíes viajan a Bahrein, a Dubai, y a otros lugares de su entorno regional, y se preguntan por qué, cuando su país es mucho más rico y poderoso que cualquier estado de la región, deben trabajar bajo el mandato intolerante, represivo y anacrónico del estado saudí y su estamento religioso. Los ejemplos visibles de sus vecinos más cuerdos son un incentivo poderoso, junto con internet y la televisión vía satélite, para el crecimiento del electorado saudí favorable a la reforma liberal.
 
El “creciente de normalidad” ha entrado en el camino de la transición hacia una soberanía popular más completa y hacia la estabilidad política. ¿Cómo podemos entonces catalizar la aceleración de la transformación de Arabia Saudí?.
 
En primer lugar, el problema último del orden saudí es la fundación del estado en una ideología fundamentalista, el wahabismo. Pero la era de los estados ideológicos ha terminado, y mediante medios pacíficos en gran medida. Empezando por la separación del reino español de la estructura política franquista tras la muerte del epónimo dictador en 1975, los estados ideológicos han caído, bueno, como fichas de dominó. Taiwán puso fin al régimen partido-estado de Kuomintang; México pasó de la longeva dominación de un único partido, el PRI, a elecciones libres y al gobierno no-PRI en el 2000; Turquía ha eliminado el control férreo del Partido Republicano del Pueblo fundado por Ataturk, secularizador, pero también militarista; y, con quizá menos éxito en la reconstrucción política pero no menor ruptura con el pasado, la ex Unión Soviética disolvió los vínculos entre Partido Comunista y estado.
 
Aunque es una secta religiosa más que un partido, el wahabismo juega el mismo papel en el reino saudí que jugaron los partidos burocráticos en las mencionadas naciones en democratización -- es un sistema de control social en favor del mantenimiento de privilegios. Pero como en otros países, así como también en antiguos regímenes autoritarios desde Corea del Sur hasta Indonesia pasando por Chile, el desarrollo económico ha entrado en conflicto con las instituciones políticas y sociales retrógradas. En España, Taiwán, México, Turquía y Rusia, partes significativas del interior del antiguo régimen tomaron la iniciativa de separar el estado de la ideología antigua. El ejemplo español es especialmente relevante porque, como Arabia Saudí, es una monarquía. Si la realeza saudí produjera una personalidad como la del rey español Juan Carlos, que fue mucho más competente en el desmantelamiento del pasado que Mikhail Gorbachov, la monarquía árabe podría iniciar una transformación sin derramamiento de sangre hacia la normalidad. Es esto en lo que la Secretario Rice debería centrarse, en animar a los de dentro y fuera del gobierno con todas las combinaciones posibles de presión y promesas.
 
Para hacer que comience la limpieza de Arabia Saudí, la Secretario Rice debe decir directamente al príncipe Sultán bin Abdul Aziz y al príncipe de la corona, Abdaláh, que ya no puede aplazarse más la responsabilidad de la implicación saudí en el 11 de Septiembre y el arresto y juicio de todos los que respaldan a Al Qaeda. El cumplimiento de tales requisitos de sentido común avanzados por el principal apoyo de Arabia Saudí, Estados Unidos, significaría la entrada de la luz del día en la realidad del poder saudí. Al mismo tiempo, Estados Unidos y sus organismos democratizadores, como la National Endowment for Democracy, USAID y otros, deberían asignar fondos para la consolidación de la sociedad civil y la promoción de los derechos individuales en el reino.
 
Las metas básicas de la política occidental para la Península Arábiga deberían ser elecciones libres, una judicatura independiente, libertad de prensa y libertad de religión. Si la Casa de Saud sabe presidir una transición a una forma de monarquía constitucional, tanto mejor. Pero ya va siendo hora de que Arabia Saudí se convierta en un aliado norteamericano respetable y honorable, así como valioso.