El nuevo antisemitismo: el huevo oriental de la serpiente europea

por Álvaro Martín, 30 de noviembre de 2006

¿Otra forma de racismo?
 
Los otros son competidores. Es común a todas las sociedades, humanas o no, que su principio organizador sea la defensa de sus miembros. Las sociedades humanas evolucionan y, parcialmente, trascienden ese origen. Pero no enteramente: el racismo es una patología social que recuerda el estrato primigenio, la ratio última de la formación de una sociedad. Como en cierto modo en toda neurosis, el inconsciente social, adaptado deficientemente a la estructura consciente, pugna por encontrar expresión.
 
El racismo vive hoy, como vive la voluntad de subyugar a otros y la voluntad de expoliar a los desfavorecidos. Los rasgos de su historia son el DNA de nuestra estratificación social, con los antaño esclavos o colonizados en las escalas sociales más bajas. Los rasgos primitivos de dominación y conquista de lo diferente aún están presentes en las patologías racistas de nuestras sociedades. La fantasía de disolución de la identidad, de la pérdida de posición social y de alteración del orden social siempre presentes por la visión permanente de los otros. Su debilidad, un recuerdo de la nuestra, una amenaza.
 
Sólo un pueblo a lo largo de la historia ha atraído el racismo en condiciones diferentes desde la huída de Egipto. El anti-semitismo metamorfosea incesantemente a lo largo de la historia, pero el patrón es distinto al de otras formas de racismo. Los pogroms pueden coincidir, y con frecuencia lo hacen, con situaciones de depresión económica, pero no se dirigen contra una clase social o económicamente débil, como en los demás casos, y como la dialéctica amo-esclavo sugiere históricamente. Ausente está la lucha por el territorio, el conflicto, la explotación - y ausente el exterminio en tanto que consecuencia indiferente, no objetivo principal, de la opresión. El holocausto, los holocaustos, son las únicas instancias de exterminio ejecutadas por el extermino en sí, al margen de otras razones autónomamente existentes fuera de la transferencia maniaca del exterminante. El anti-semitismo es diferente al racismo. No necesita razones estructurales. Es una vesania que se agota en sí misma. Y es una patología europea. El anti-semitismo en el mundo islámico es un producto totalitario de exportación occidental.
 
Foetor Judaicus: la otra Constitucion europea
 
La práctica de exterminar a los judíos no es una novedad introducida por Adolf Hitler. Tuvo muchos precedentes. Sirvieron de prefacio las expulsiones de los judíos de Inglaterra en 1290 y de la Península Ibérica en 1492. La singularidad de los judíos ya había sido diligentemente registrada por el Concilio Laterano Cuarto en 1215, que inauguró  en Europa la moda de que los judíos llevaran signos distintivos en su atuendo al estilo, más popular en la posteridad, del guetto de Varsovia (guetto: una palabra universal procedente de la Edad Media italiana para designar sobre poco más o menos lo que designaba en 1941).
 
La acción se trasladó con posterioridad al Este de Europa - entre otras cosas porque acontecimientos como los anteriores habían forzado ese específico movimiento migratorio.  Entre 1648 y 1658, 100.000 judíos fueron masacrados por los cosacos ucranianos. En 1881, después del magnicidio del Zar Alejandro II, el gobierno de su sucesor, Alejandro III, siguió una política de hostigamiento y masacres que legaron al mundo un nuevo término universal: pogrom (en idioma ruso, masacre), que ha pasado a todas las demás lenguas con el significado específico de matanza de judíos. El vocablo tuvo otra ocasión de empleo con los episodios de aniquilación durante la Guerra Civil (1917-1921) que sucedió a la caída del régimen zarista. El saldo de muertos judíos: sólo 75.000.
 
En 1939, había unos 17 millones de judíos. En 1945, quedaban poco más de 10 millones.
 
Expulsiones, discriminación, matanzas rituales, genocidio…El Nuevo Testamento de Dios hijo, el mandamiento del amor al prójimo, hizo lo que pudo por erradicar al Dios del Sinaí (dicho en términos psicoanalíticos: por matar al Padre) y sus adoradores. La corriente anti-semita no es exclusiva del oscurantismo religioso sino también de la Ilustración más esclarecida. Voltaire pudo muy bien escribir un desgarrador y humanísimo ensayo sobre la tolerancia religiosa, pero respecto a los judíos albergaba pocas dudas. Por ejemplo cuando recordaba con aprobación que en la antigua Roma “los judíos eran considerados de la misma forma que consideramos a los negros: como una especie humana inferior”.
 
Por cada Lessing, por cada Gorki, o Zola o Anatole France siempre había una legión de Karl Marx o de Bakunin no muy bien dispuestos hacia la “cuestión judía”. Es Bakunin el autor del juicio más ilustrativo de toda la historia del anti-semitismo europeo: “una secta explotadora, un pueblo de sanguijuelas, un parásito universal y voraz, íntimamente vinculado entre sí, no ya por encima de fronteras nacionales, sino incluso por encima de cualesquiera divergencias de opinión política”. La conspiración universal, la lealtad hacia un gobierno judío internacional en la sombra, la misteriosa manipulación y explotación de los gentiles, la acumulación de riqueza a través de actividades no productivas (magia negra)…
 
Un verdadero anti-imperialista.
 
En la primera mitad del siglo XX dos factores coadyuvaron a la introducción del prejuicio europeo anti-semita en una cultura, como la árabe clásica,  a la que ese prejuicio le había sido históricamente extraño: la emigración judía a Palestina, comenzada a partir del pogrom ruso de 1882, y el despertar de la conciencia nacional árabe que, a falta de esquemas políticos autóctonos, tomó prestadas las percepciones europeas de la época inmediatamente anterior (1848-1871) sobre la identidad racial, étnica y religiosa como fundamentos de la nacionalidad. Ese nacionalismo, desarrollado en una época de dominación de potencias europeas y resistencia a éstas por parte de emergentes lealtades nacionales, trajo consigo una, hasta entonces desconocida, intolerancia hacia la diversidad, crecientemente representada por la inmigración judía, a su vez con aspiraciones nacionales que entraban en conflicto con las árabes.
 
A los inmigrantes judíos les siguieron hasta la tierra palestina los viejos estereotipos anti-semitas, que ahora cumplían además las funciones de ser moneda de cambio de la tolerancia mutua entre cristianos y musulmanes y de arma arrojadiza entre las grandes potencias europeas, que presentaban a los inmigrantes como avanzadilla de la potencia rival. Cuando Hitler utilizó la propaganda anti-semita (además de por principio) como arma contra los intereses británicos en Oriente Medio, el terreno estaba más que abonado. La emergencia del estado de Israel en 1948 encontró a la oposición árabe bien pertrechada de medio siglo de doctrinas europeas que, en años posteriores, tras las sucesivas victorias de Israel en el campo de batalla, se insertaron en el auto-concepto nacional y religioso de la nación árabe.
 
¿Nuevo anti-semitismo?: La serpiente muda de piel
 
Para el público europeo, encuestado dos años después del 11 de septiembre, representa la mayor amenaza a la paz mundial. Este es el caso para un 60% de los sondeados. Muchos suscribirían la tesis de que la comunidad judía controla los medios de comunicación o la distribución mundial de la riqueza. O que todos los judíos forman parte de una vasta conspiración. O que determinados gobiernos se pliegan ante el poder ilegítimo de cábalas sionistas. Muchos les atribuirían un poder misterioso - quizá por tanto diabólico - y una inclinación, haciéndose pasar por víctimas, a infligir terribles injusticias a escala mundial. Bastantes responsabilizarían a este grupo de inflamar el Oriente Próximo y de los atentados del 11 de septiembre, directa o indirectamente.
 
El odio a los judíos está en trance de metástasis global en una orgía de simbolismo nazi, odio islamista, terrorismo, manifestaciones paranoicas, anti-imperialismo anti-globalizador, animosidad hacia el gobierno títere de EEUU y demonización del estado de Israel. Pero esa amalgama descansa sobre un solo argumento psicológico novedoso: el estado de Israel se ha transformado en el judío planetario de otro tiempo: despreciado, demonizado, atacado. El más esclarecedor estudio sobre la confluencia entre el  anti-semitismo nazi y el anti-sionismo actual es de Phyllis Chesler. Su obra El nuevo anti-semitismo: la crisis actual y qué se puede hacer, a pesar de su título, sólo atribuye novedad a la praxis política anti-semita, no a sus fundamentos. Su tesis central es que el odio a los judíos y la complacencia ante la violencia terrorista contra ellos es alimentada por una forma dogmática de anti-sionismo promulgada por intelectuales, medios de prensa, académicos y progresistas de variado carácter. “El anti-racista anti-sionista tiene mucho en común con el racista anti-semita de siempre”.
 
Los grandes mitos del anti-semitismo añejo sólo han mutado superficialmente. El mito del sacrificio de infantes para propósitos rituales, transferido por el cristianismo a los judíos - en origen una imputación romana contra los primeros cristianos - es la tesis del best seller de la Conferencia contra el Racismo de NN UU en Durban en 2001: “Protocolo de los Sabios de Zion”, a su vez un programa de televisión estrella de la televisión egipcio. Y es una categoría emocional grabada a fuego en algunos periodistas occidentales, a la vista de los reportajes inflamatorios sobre los infinitos niños palestinos abatidos “ritualmente” (como dijo uno de ellos inadvertidamente en cierta ocasión) por el Ejército israelí.
 
El mito de los judíos como una red conspiratoria mundial, con una única lealtad hacia sí mismos no necesita de mayor elucidación. Tampoco su recurso a las ciencias ocultas: ahora magia negra, después alquimia, usura y ahora el dinero. Sólo un pacto con Satán - o con Mammon - puede explicar que una minoritaria raza inferior pueda imponerse su voluntad a razas superiores. Sólo la conspiración y la corrupción de las almas pueden llevarles a controlar a las marionetas neoconservadoras en el Gobierno de Estados Unidos.
 
La marca del anti-semitismo es el odio puro y la miseria moral e intelectual. Las etiquetas ideológicas con que se vista al núcleo indestructible de psicosis son contingentes. Que los judíos sean capitalistas, comunistas, imperialistas, globalizadores, sionistas, nazis, genocidas apenas disimulan el propósito unívoco de designar a los judíos como el enemigo. Que sus acusadores sean de extrema derecha o de extrema izquierda, o se reclamen progresistas o anti-imperialistas, es indiferente a que no sean otra cosa, en lo esencial, que racistas.
 
Los llamados medios de comunicación han sido instrumentales en la recuperación del anti-semitismo para el rico acervo del pensamiento occidental, alimentando el tronco macizo de los viejos mitos con nuevas ramas que nunca dejan de florecer. Desde la presentación de las masacres de Sabra y Shatila como instancias de genocidio perpetradas por Israel, hasta el celebérrimo holocausto en Jenin, la prensa occidental no ha escatimado los términos hiperbólicos y las evocaciones del exterminio nazi como único parangón posible de la violencia en Palestina. Esos medios, en buena medida, rara vez han tenido empacho alguno en sustituir el tratamiento analítico por la demagogia y la verificación de los hechos por la aceptación de la propaganda partidista más manifiesta, seleccionado y moldeando las noticias para acomodarlas a las leyendas y no revisando la estructura de prejuicio en que éstas descansan en su contraste con los hechos.
 
Oriente Medio I: La  nueva dignidad del anti-semitismo…
 
De hecho, la injusticia original, la creación del estado de Israel sobre un pedazo de tierra árabe, fue resultado de lo que en 1948 parecía una necesidad ineludible para la supervivencia física del estado judío: la creación de un estado propio (¡qué irónico que hoy en día los judíos aparezcan especialmente amenazados dentro de ese estado!). Israel ha hecho frente en tres ocasiones desde entonces a coaliciones armadas de estados vecinos dirigidas directamente a su destrucción. Casi sesenta años después sigue amenazado. Quizá más que nunca.
 
Pero Israel no está indefenso, ciertamente, y algunas de sus políticas son reprensibles. Es todo lo que necesita la bien-pensanterie occidental. De la misma manera que muchos se sintieron solidarios con EE UU después del 11 de septiembre, con América en la lona, y dieron rienda suelta a su odio cuando se levantó para luchar, en Europa nos gustan nuestro judíos como víctimas del holocausto, postrados e impotentes, no defendiéndose con vigor. Parte de la imaginería que rodea al conflicto es producto de la adherencia de una interesante inversión psicológica al tronco antisemita primigenio. Una trama que parte de la abundante, inagotable perentoriedad de construir una nueva fuente de legitimidad para el antisemitismo occidental. La cultura política contemporánea, cuyo paradigma es el respeto a la “diversidad cultural” y condena al ostracismo de quien desafía sus preceptos, requiere proyectar la imagen de verdugo sobre el estado de Israel porque el racismo, después de todo, es una discriminación que se ejerce contra los indefensos, contra los mansos.
 
En esto, irónicamente, o quizás no, el anti-semitismo contemporáneo se ahorma perfectamente con el anti-semitismo de siempre: se ejerce mejor cuando los judíos oponen resistencia por su estatus social o por su pujanza como estado. La diferencia es que la delicada ingeniería patológica actual requiere una víctima propiciatoria específica y no genérica, en este caso el pueblo palestino, y además debe formularse como si fuera una crítica política que, por lo demás, no necesita ser muy sofisticada (es decir, el estado de Israel es culpable de los deslizamientos hacia el anti-semitismo por su política de opresión, etc). Salvado este sencillo expediente, la extrema derecha y la mayoría social progresista ya pueden salir a la calle juntos para denunciar a Israel.
 
La tragedia del sufrido pueblo palestino es que su causa, justa, y su situación, atroz, ha sido secuestrada por sus benefactores. La imagen de la pobreza y la privación palestina han sido fundamentales para el mundo simbólico de los países árabes. Para algunos no demasiado escrupulosos gobiernos de la región la causa palestina es una causa de conveniencia. La primera gran paradoja es que el motivo por el que los palestinos tendrán un estado propio sobre Gaza y Cisjordania es que Israel ocupa esos territorios. Si Egipto y Jordania no hubieran visto interrumpida su soberanía sobre los mismos en 1967, es dudoso que el plan hubiera sido construir un estado palestino en esos territorios - o en cualesquiera otros.
 
La segunda gran paradoja que todos los artífices de la espectacular industria pro-palestina pugnan por enterrar es que los palestinos hubieran tenido hace muchos años un estado propio si sólo lo hubieran deseado más (es decir, si hubieran recurrido menos al terrorismo) de lo que otros desean perpetuarles en la identidad de víctimas. Una gran mayoría de la sociedad israelí acepta convivir con un estado palestino, incluyendo sus partidos políticos. El resto de la comunidad internacional desea - teóricamente - la emergencia de un estado palestino y, es más, lo sabe inevitable. Es el único conflicto internacional en que todos están de acuerdo sobre cuál debe ser el resultado final. Muchos otros grupos nacionales sin estado, igualmente martirizados, no cuentan ni con el reconocimiento de ese resultado ni tan siquiera con un “proceso de paz”. Y, desde luego, no forman parte de la conciencia social occidental de una manera remotamente parecida.
 
No cabe duda de que el umbral de sensibilidad es mucho más bajo cuando las vejaciones las cometen los israelíes. Y, sí, francamente, hay una correlación entre la preocupación obsesiva por el proverbial “conflicto” (elevado tan quinta-esencial y platónicamente en nuestra cultura que no necesita adjetivación alguna) y el antisemitismo.
 
Oriente Medio II: …y su conversión política en anti-sionismo
 
Las políticas de Israel ocupan el lugar de privilegio en la preocupación humanitaria internacional: de los gobiernos, de los movimientos sociales, de los organismos internacionales, de los medios de comunicación. Un lugar adecuadamente descrito por Bernard Henry-Levy, refiriéndose a la Conferencia de las NN UU en Durban, Sudáfrica en septiembre de 2001. En Durban, no había sino, “una ideología criminal, el sionismo; nada más que una víctima interesante, los palestinos; y un solo mensaje: si usted no es palestino o está perseguido por el sionismo, su sufrimiento es históricamente insignificante”.
 
Cuando las Fuerzas de Defensa de Israel andan por medio, los enfrentamientos son matanzas; cuando se juzgan las políticas de Israel hacia los palestinos el leit-motif es el exterminio; las muertes ocasionadas por las fuerzas de seguridad de Israel son condenadas en los términos más hiperbólicos mientras que los atentados terroristas que hacen blanco en docenas de civiles israelíes son “resultado del ciclo de violencia” que incumbe a Israel, y sólo a Israel, poner término.
 
La existencia de dos pesos y dos medidas (una para Israel y su satélite, EEUU, y otra para el resto del mundo) es un hecho que se puede ilustrar abundantemente. Por ejemplo:
 
Las Sesiones Especiales de la Asamblea General de NNUU son poco frecuentes. Durante un periodo de 20 años sólo se han convocado para condenar a Israel. Nunca se convocaron en relación con los genocidios en Bosnia o en Ruanda. La propia Asamblea General mantuvo durante 16 años (1975 a 1991) la tesis oficial de que el sionismo era una ideología racista, pero en cambio excluyó expresamente durante mucho más tiempo el anti-semitismo de la consideración de ideología racista. La Comisión de Derechos Humanos de la ONU, máximo órgano de supervisión humanitaria de las NNUU, tiene dos asuntos en su Orden del Día: la situación de los palestinos y la situación en el resto del mundo.  A pesar de que Israel ha sido objeto de tres guerras de agresión, sus atacantes nunca han sido censurados por la Asamblea General o el Consejo de Seguridad, órgano éste último, por cierto, del cual Israel nunca ha formado parte.
 
El Tribunal Internacional de Justicia (TIJ) se pronunció en julio pasado sobre la verja de seguridad que construye Israel para protegerse de los ataques terroristas a la población civil, ordenando a Israel el desmantelamiento de la construcción. Dejando a un lado que la palabra terrorismo no aparecía en las galeradas de papel de que constaba el auto judicial, o que el TIJ traicionaba su prejuicio insistiendo en referirse al “muro” (cuando en un 93% se trata de una verja), es interesante constatar que esos magistrados nunca se han visto en el caso de pronunciarse sobre otras muchas construcciones similares también en territorios sometidos a disputa internacional. Por ejemplo, la erigida por Arabia Saudita en su frontera con Yemen, la existente entre Turquía y Siria, entre India y Pakistán o entre las dos Coreas. Y más señaladamente aún, la que recorre el Sahara Occidental de Norte a Sur a lo largo de 1800 kilómetros (el muro de arena), construida por Marruecos no hace seis meses, sino 22 años.
 
Las matanzas de los campamentos de refugiados de Sabra y Shatila fueron perpetradas por milicianos libaneses. La escala de las matanzas lamentablemente no carece de precedentes en esa parte del mundo y palidece frente a la de otras perpetradas por ciertos países árabes contra refugiados palestinos en las últimas décadas. Sin embargo,  Ariel Sharon está procesado en varios países europeos y largamente considerado un criminal de guerra en Europa por acontecimientos en los que no tuvo participación directa y que la prensa, que exhibió los habituales automatismos de aceptación incondicional de propaganda partidista y de suspensión del buen juicio a la hora de informar sobre el episodio, jamás se ha ocupado de desmentir reflejando la realidad bien conocida de los hechos. Antes al contrario. Sharon, como sus marionetas del Gran Satán, Bush o el General Franks, son los procesados de una justicia internacional bienpensante - en Bélgica como en España - para la que son los únicos reos.
 
La inversión de los papeles en las matanzas terroristas. De la misma manera que la política exterior americana es responsable de la matanza del 11 de septiembre, Israel  lo es de los ataques “anti-sionistas” (como en más de una oportunidad se califican en medios de prensa españoles los atentados contra intereses judíos en Europa) o del “ciclo de violencia” (como se da en contextualizar cualquier atentado con decenas de muertos civiles en Israel).
 
El 11 de septiembre y la inversión de la culpa
 
La perfecta ilustración de la nueva dignidad otorgada al anti-semitismo en los ambientes de la intelligentsia orgánica así como de la simbiosis entre el anti-semitismo tradicional y su reciclaje como animosidad “política” hacia el estado de Israel se encuentra en la masiva racionalización del ataque terrorista del 11 de septiembre. No me refiero a las delirantes teorizaciones sobre la conspiración de la cábala tejana y sionista que han tenido éxito no sólo en el mundo islámico sino también en Europa. Me refiero a la tesis sobre el sesgo pro-israeli de la política exterior americana como explicación “sofisticada” y “causa profunda” para la que los atentados habrían sido una respuesta. En otros términos, la opresión genera desesperanza, la desesperanza genera ira y la ira genera terrorismo… Y, aparentemente, el terrorismo genera irresistiblemente la noción, pretendidamente sutil, de que el terrorista ha debido ser agraviado por algún agente imperialista. En este caso, medio siglo de influencia de la vasta conspiración judía y su efecto sobre los gobiernos americanos.
 
Analicemos qué es lo que en realidad se está diciendo cuando se atribuye a la política exterior americana la causa última del 11 de septiembre. No creo que se esté expresando el desideratum de que 300 millones de americanos se conviertan al wahabbismo  - único desenlace apropiado según los portavoces de Al Qaeda y verdadera causa profunda, si no para los profesores de Columbia o La Sorbona, sí para los protagonistas.
 
Tampoco se pretende argumentar que EE UU modifique su política respecto a los musulmanes de Bosnia o de Kosovo, a quienes salvó del exterminio ante la pasividad, cuando no hostilidad en el segundo caso, de la izquierda europea.
 
Lo que más bien se dice es:
 
·         Los atentados estuvieron justificados. Para decirlo en los términos del intelectual francés Jean Baudrillard[1], ”…fueron ellos (los 19 mártires) los que actuaron, pero todos nosotros los que queríamos que sucediera”.
 
·         El motivo está en el apoyo de EE UU a Israel, a su vez causa de la opresión (siéntase el lector con libertad para sustituir opresión por genocidio) del pueblo palestino.
 
Pero como quiera que es manifiesto que la política exterior americana es responsable directa y única de la supervivencia del estado de Israel después de cuatro guerras, lo que se censura es que EE UU, manipulado por la pluriempleada cábala judía, haya permitido la existencia de ese estado genocida en el corazón de Oriente Medio. Es posible que se argumente que la expresión “política exterior americana” alude a la política de esta Administración, pero ese giro es anacrónico, en la medida que esta Administración estaba inédita en la formulación de política alguna el 11 de septiembre y que los últimos años han sido, pre y post-11 de septiembre, los que han presenciado una aceptación progresiva y nada equívoca de los objetivos políticos palestinos - al menos los oficiales - por parte de EEUU.
 
Epílogo. La criatura de Frankenstein
 
La animosidad hacia los judíos goza de buena salud y esto siempre es un síntoma de convulsión social. El recrudecimiento de este sentimiento después del 11 de septiembre y su incoherente sintaxis conspiratoria guardan perfecta correlación con la efervescencia anti-semita. Es cierto que el anti-semitismo en Europa no es en absoluto comparable con su fantasma de hace tres generaciones. Es sólo un eco distante pero en vínculo de consanguinidad directo con éste. La propaganda europea introdujo desde finales del siglo XIX la vertiente racista del anti-semitismo en Oriente Medio, previamente desconocida en la cultura islámica clásica. El nazismo terminó de transferir el racismo militante a esa región. Es irónico que el prejuicio anti-semita haya terminado por germinar en esa región y ahora regrese a Europa transmutado en militancia anti-imperialista y que la máxima divisoria ideológica entre derecha e izquierda europeas sea la posición que se adopte hacia el comportamiento (y la existencia misma de Israel) de Israel.
 
El instrumento del anti-semitismo, a través de su última mutación como grito de guerra anti-occidental, es un problema de dimensiones considerables para el continente que lo generó y que sigue alimentando. La radicalización de las segundas y terceras generaciones de inmigrantes islámicos en Europa - las que luego cometen atrocidades como los atentados del 11 de septiembre - es un hecho. Un miembro de esa generación en Europa - es decir, el perfil tipo del terrorista de Al Qaeda - está expuesto a una dieta constante de exclamaciones farisaicas desde periódicos y televisiones (“genocidio”, “exterminio”, “masacre”…) sobre la situación en los Territorios Ocupados, aderezadas de los estereotipos más inflamatorios sobre Israel y sus líderes (“nazis”, “criminales de guerra”), en colusión con el “imperialismo” americano, mientras que el principio organizador de los movimientos políticos en Europa es generalmente hostil a Israel y a los valores occidentales. Es el encuentro de una persona con dificultades de adaptación cultural con la rica industria política, editorial y audiovisual dedicada a justificar sin cesar su sentimiento de alienación cultural como producto del imperialismo de EEUU y de la vesania criminal de Israel.
 
Puestos a analizar causas profundas, detrás de cada terrorista hay una legión de ideólogos anti-imperialistas y anti-sionistas occidentales empeñados en rasgar el velo de un templo que es el suyo. A igualdad de depravación moral, la única diferencia entre el anti-semitismo histórico y el actual es que éste viene acompañado de una agenda política y existencial dirigida a la demolición de los valores occidentales en su conjunto.

 
 
Notas


[1] En Le Monde de 3 de noviembre de 2001