El error de Kosovo

por José María Aznar, 5 de marzo de 2008

(Publicado en Il Messaggero, febrero de 2008)

La política no es el arte de aceptar lo inevitable. Es el arte de hacer posible lo deseable. En el caso del reconocimiento de la declaración unilateral de independencia por el parlamento de Kosovo es un ejemplo más de la confusión que reina en la política de hoy en día. Y hay que decirlo claramente: reconocer a Kosovo en la situación actual y en la forma actual es un error que traerá graves consecuencias.
 
Para empezar hay que recordar –y yo lo recuerdo muy bien- que la OTAN no fue a la guerra en 1999 para asegurar la independencia de Kosovo. La Alianza  se movilizó militarmente a fin de impedir un potencial genocidio por parte del gobierno de Milosevic en esa provincia sobre la mayoría albano-kosovar, dominada y castigada por los serbios hasta ese momento.
 
Pero la OTAN fue a su primera guerra además justificándose en dos principios básicos: el respeto a todas las minorías como condición sine que non de aceptabilidad internacional y la indeseabilidad de construir estados nacionales sobre la base de la limpieza étnica. O sea, la OTAN se embarcó en su intervención militar para preservar la tolerancia y consolidar los estados multiétnicos. Quien piense lo contrario, se equivoca. Y quien lo diga, si conoce las deliberaciones de aquel momento, miente.
 
Reconocer ahora a Kosovo es olvidarse de los principios que inspiraron y guiaron nuestra intervención del 99. Aún peor, significa cegarse voluntariamente a todo cuanto ha acontecido en esa provincia desde entonces. A pesar de la masiva ayuda de la UE y de que la seguridad ha sido vigilada por los soldados de la OTAN, la mayoría albano-kosovar ha maltratado sin piedad a la minoría serbia en un desgraciado desquite de cuentas histórico. Ha destruido sus templos de oración, sus monumentos históricos, ha forzado su desplazamiento y, al final, la práctica separación física y el éxodo de mucho de ellos. Nada edificante, por decirlo de manera suave. Reconocer Kosovo así es dar crédito a la limpieza étnica, esta vez de signo contrario.
 
En segundo lugar, Kosovo será independiente de Serbia pero no es una entidad que pueda funcionar de manera independiente. De hecho, será dependiente de nosotros. Es impensable que a medio plazo las funciones institucionales de un auténtico estado soberano puedan desarrollarse –no ya comenzar a ejecutarse- sin la asistencia continua y significativa de la Unión Europea y sin que las funciones de seguridad y orden pasen por la presencia de las tropas aliadas. Creer que Kovoso está listo para su independencia en términos prácticos de funciones y competencias es un enorme error. Porque no lo está.
 
Tercero, el porqué de esta premura en pos del reconocimiento de la declaración unilateral de independencia tampoco nos puede llevar al entusiasmo. Por su parte, los americanos parecen estar presos de la fatiga de tener que tutelar y gestionar esa región y prefieren creer que dándole vía libre a los kosovoras, la presión se les aliviará; por su parte los europeos se han convencido de la inevitabilidad de la independencia de Kosovo ya que si no, suele decirse, los kosovares recurrirán a la fuerza, esta vez contra nosotros. Malos principios ambos para apuntalar el futuro: fatiga y miedo. La OTAN nunca debiera aceptar basar sus decisiones sobre la base del riesgo o la amenaza al uso de la fuerza. Equivaldría a legitimar el chantaje y ese no es un gran principio sobre el que construir las relaciones internacionales. Pero es, de hecho, lo que parece estar legitimándose.
 
En cuarto lugar, reconocer la independencia declarada unilateralmente de Kosovo significa aceptar en el ámbito internacional el principio de autodeterminación de los pueblos y la alteración no consensuada de las fronteras en Europa. No sólo es que la experiencia de ambas cuestiones haya sido catastrófica en el pasado, es que rompe con los principios defendidos institucionalmente, por ejemplo en el seno de la UE, desde hace cinco décadas. Es más, sienta un pésimo precedente de futuro.
 
Suele decirse que Kosovo es un caso tan singular que no implicará ejemplo alguno para otros grupos separatistas en Europa. Pero, ¿qué principio rector podremos anteponer ahora ante los serbios-kosovares para impedir que ellos también demanden su independencia y elijan libremente unirse a Serbia? ¿Por qué tiene que quedarse Mitrovica, por ejemplo, bajo la férula de Pristina? ¿Qué dirán mañana los serbio-bosnios de la república Srpska que gozan de las mismas características que los kosovares pero en relación a Sarajevo y no Belgrado?
 
Es más, los independentismos, separatismos y nacionalismos excluyentes aunque tengan una base y una agenda racional, se mueven por pasiones y sentimientos irracionales, por lo que no cabe concluir que, con la experiencia que tenemos, se vayan a comportar según nuestra propia lógica. Cierto, el País Vasco, Flandes, Escocia, nada tiene que ver con la situación de Kosovo, pero ese no es el problema. La realidad es que si los kosovares acceden a su independencia y soberanía de la forma en que lo hacen, eso supone crear una posibilidad, un horizonte y una esperanza de que para otros, una opción similar también será posible cuando llegue su momento. Tal vez no ahora ni mañana. Pero en un futuro. Si ellos sí, por qué yo no, será lo que nos digan algún día. Y reconociendo a Kosovo hoy en estas circunstancias, nos estamos desarmando para poder enfrentarnos a esa fatídica pregunta.
 
Que, como argumentan algunos, no sea deseable reconocer a Kovoso ya que la ONU no ha dado su santificación es una cuestión de meras formas que no es lo relevante. Es la independencia unilateral lo verdaderamente grave. Que aceptando la declaración unilateral de independencia pongamos una mejor base para el futuro, es más que dudoso. Por el momento, esta historia se ha convertido en un gran error por nuestra propia culpa.