El día de paga de los expresidentes

por Jeff Jacoby, 20 de marzo de 2007

(Publicado en The Boston Globe, 28 de febrero de 2007)

Cuando Harry Truman abandonó la Casa Blanca en 1953, registra el historiador David McCullough, 'no tenía ingresos o apoyo de ningún tipo por parte del gobierno federal aparte de su pensión de 112,56 dólares al mes del ejército. No se le proporcionaron fondos gubernamentales para personal de apoyo u oficina, ni un centavo de dinero para gastos'. Para asistirse con la transición de vuelta a la vida privada, Truman tuvo que solicitar un préstamo bancario. Uno de los motivos por los que su esposa y él volvieron a su antigua casa lejos de ser elegante en Independence, Mo., 'fue de financieramente no tenían mucha más opción'.
 
No obstante, Truman rehusó explotar económicamente su fama e influencia como expresidente. Rechazó ofertas lucrativas, como la de un promotor inmobiliario de Florida que le invitaba a convertirse en 'presidente, funcionario o accionista, con un sueldo de no menos de 100.000 dólares'. No hizo anuncios comerciales, no aceptó pagos 'de consultoría', ni se involucró en influencias. Ni siquiera cogió el coche gratis que Toyota le ofrecía como gesto de relaciones americano-japonesas mejoradas.
 
'Nunca podría prestarme a ninguna transacción, al margen de lo respetable [que fuera]', escribía más tarde Truman, 'que comercializase el prestigio y la dignidad del cargo de la Presidencia'. Sí vendió los derechos de sus memorias por una atractiva suma a la revista Life. Pero rechazó cualquier otra prestación económica encaminada a aprovechar su anterior puesto para beneficio privado.
 
Medio siglo después, la rectitud de Truman parece tan caduca y obsoleta como los dientes de madera de George Washington.
 
La semana pasada supimos que en los seis años desde que Bill Clinton dejase el cargo, se ha embolsado unos sorprendentes 40 millones de dólares en apariciones públicas. Trabajando incansablemente el circuito de conferencias, ha leído cientos de discursos, con frecuencia a un precio de 150.000 dólares y más. Dos tercios del dinero de sus intervenciones ha procedido de fuentes extranjeras, según el Washington Post, incluyendo 'la firma de inversiones Dabbagh, de Arabia Saudí, que pagó 600.000 dólares por dos discursos, y el Grupo de Desarrollo Inmobiliario JingJi de China, controlado por un funcionario local del Partido Comunista, que pagó 200.000 dólares por un discurso'.
 
El portavoz de Clinton dice que un escrupuloso proceso de veto precede a cada intervención, pero el expresidente ha aceptado indicaciones de organizadores con historiales éticos no muy prístinos. En el 2005, informa el Post, recibió 650.000 dólares por dos conferencias que impartió en The Power Within, una compañía de motivación de Canadá cuyo fundador 'fue procesado por fraude accionarial... y con la entrada prohibida legalmente de por vida en el negocio de la bolsa'. Leyó un discurso de 150.000 dólares para Serono International, el gigante suizo de la biotecnología, mientras estaba bajo investigación por sobornos paramédicos que prescribían innecesariamente su medicina. Serono se declaraba culpable más tarde de conspiración y abonaba 704 millones de dólares en compensaciones.
 
En la escala de las ganancias post-Casa Blanca de Clinton es conocida solamente porque las normas de transparencia financiera exigen que su esposa, la Senadora Hillary Clinton, dé parte de ellas. (No incluyen los millones adicionales que han recaudado sus discursos para la William J. Clinton Foundation, su organización de caridad sin ánimo de lucro). Pero no es en absoluto el único expresidente en hacer caja del prestigio de la presidencia a cambio de grandes sumas.
 
Esta práctica despreciable empezó con Gerald Ford, que aceptó formar parte de juntas de elevado salario de empresas como la 20th Century-Fox, Primerica o American Express. A Ronald Reagan se le pagaron 2 millones de dólares por leer dos discursos de 20 minutos en Japón poco después de abandonar la Casa Blanca en 1989, y tanto George H. W. Bush como Jimmy Carter han viajado a lo largo y ancho para dar conferencias a cambio de dinero.
 
Bush en particular parece seguir el modelo Clinton. The Wall Street Journal informada hace una década de que 'en los cuatro años desde que dejara el cargo, Bush, hombre rico ya, ha ganado millones de dólares en intervenciones públicas'. Pidiendo entre 80.000 y 100.000 dólares por aparición, 'Bush se limita generalmente a dar discursos y codearse con ejecutivos corporativos y altos funcionarios gubernamentales'.
 
Tamaña avaricia post-presidencial sería más comprensible si los presidentes abandonasen aún el cargo del modo en que lo hizo Truman, con nada del contribuyente aparte de una sentida despedida. Pero desde la aprobación de la Ley de Expresidentes en 1958, ese no ha sido el caso.
 
Los expresidentes reciben hoy una generosa pensión -- actualmente en 186.000 dólares, pero se incrementa cada año -- abonable tan pronto como abandonan la Casa Blanca, al margen de su edad. Además, a los antiguos jefes ejecutivos se les conceden cientos de miles de dólares en concepto de gastos anuales en personal, oficinas y viajes. Para el año fiscal 2007, Clinton recibirá aproximadamente 1,16 millones de dólares de Hacienda -- solamente su estipendio telefónico alcanzará los 77.000 dólares. Todos los expresidentes tienen derecho también a protección del servicio secreto de manera gratuita 24 horas al día para ellos y sus familias. El coste de proporcionar protección a las Primeras Familias anteriores se estima en 20 millones de dólares al año.
 
Según la National Taxpayers Union, Clinton obtendrá una pensión vitalicia de más de 7 millones de dólares, asumiendo una esperanza de vida normal. George Bush padre puede esperar canjear más de 3 millones de dólares; para Carter, el total probablemente superará los 4 millones de dólares. Claramente, la época en la que los expresidentes podrían encontrarse en aprietos financieros ha pasado a la historia hace mucho. Tristemente, también el sentido de integridad y propiedades que una vez impidió a los hombres como Truman dedicar su post-presidencia a amasar dinero a costa. La responsabilidad no fue lo único que acabó en el presidente número 33. También la avaricia.