El asesinato masivo en la actividad terrorista

por Ángel Pérez González, 23 de noviembre de 2007

La guerra antiterrorista exige no solo la adaptación de los medios materiales que permiten combatir en una guerra, sino, y especialmente, la manera de aproximarse a su naturaleza y manifestaciones. Una en particular suele llamar la atención en las sociedades occidentales; los actos terroristas masivos contra civiles, a los que la sociedad liberal se enfrenta con temor y notable desconcierto.
 
El asesinato masivo tiene sin embargo una lógica perfectamente comprensible desde el punto de vista ideológico, revolucionario y criminal de un grupo terrorista que para estabilizar su actividad necesita crear el medio adecuado para que esta pueda desarrollarse. La búsqueda de explicaciones resulta en estos casos infructuosa. Cuando un grupo terrorista decide asesinar niños o hacer estallar supermercados lo hace desprovisto de límites morales, lo que le permite utilizar argumentos sencillos que resultan con el tiempo asumidos por todo el grupo o sociedad atacante.
 
La sociedad atacada también desarrolla un mecanismo defensivo confuso, pero eficaz para superar el miedo, que termina por aceptar las explicaciones sencillas del terrorista. Por ejemplo, un terrorista islamista puede comparar los ataques selectivos israelíes con las bombas en zonas de ocio. La fórmula es eficaz, dado que los terroristas no poseen medios para hacer la guerra convencional; con este criterio comparativo deben y moralmente pueden utilizar medios no convencionales. O este otro: si los aliados en la Segunda Guerra Mundial bombardearon Dresde sin miramiento por la población civil, un terrorista, con la sola excusa de su convicción ideológica, puede cometer crímenes masivos sin sentir remordimiento alguno. En resumen, si todos quedan igualados en un índice abstracto de maldad, la actividad terrorista no es ni mejor ni peor que la guerra convencional.
 
Estos argumentos convencen incluso a los occidentales, que a menudo son incapaces de rechazarlos de forma eficiente. La razón última es el miedo, porque la idea de enfrentarse a un grupo de personas que matan por matar resulta extraña a la lógica general, y terrorífica para un ciudadano acostumbrado a vivir en un estado ordenado y pacífico. Como el miedo resulta socialmente reprobable, aquellos que asumen este tipo de argumentaciones buscan conceptos generales que puedan englobarlos y los hagan más tolerables en el medio en el que viven: pobreza, paz, discriminación, injusticia histórica y un largo etcétera. Cuando se alcanza este punto, la sociedad atacada ha comenzado a perder la batalla, porque ofrece de forma gratuita un marco ideológico digno a los terroristas, que lo utilizarán sin pudor hasta asumirlo como propio.
 
La conjunción de ambas presiones, la terrorista por un lado y la civil y activista por otro generan rápidamente tensiones políticas que un sistema democrático y abierto traslada pronto al engranaje gubernamental, debilitando la resistencia primero y dinamitando el esfuerzo de guerra después. Una sociedad débil se rendirá pronto, una sociedad estable soporta a veces el esfuerzo. En cualquier caso una sociedad dividida tiene allí, no solo ya en las filas terroristas, uno de sus principales problemas. Vietnam constituye un interesante ejemplo, que, precisamente por ello, resulta tan querido a los detractores de la acción de EEUU en Irak. Aunque no es necesario ir tan lejos, el caso de ETA en España responde también a este patrón.
 
Terrorismo: motivación, técnica e instrumento
 
Todas las formas de terrorismo son esencialmente iguales. Observando el funcionamiento de Al Queda, las guerras en curso en Somalia, Irak y Afganistán; o la actividad de grupos terroristas tradicionales como ETA, IRA, FARC, Brigadas Rojas entre otros, puede parecer lo contrario. Pero son muy similares, todos comparten dos motivaciones, la ideología y el poder. Es imposible alcanzar el triunfo con uno y no hacerlo con el otro. O todo o nada. Todos comparten una misma técnica, sublevar una masa suficiente de población que les garantice su supervivencia. Y todos utilizan el mismo instrumento, el terror y el asesinato. Los tres elementos citados, motivación, técnica e instrumento configuran una estructura cambiante, en la que un elemento puede adquirir momentáneamente más importancia que otro, hecho este que permite encontrar aparentes diferencias entre grupos terroristas. Motivación, técnica e instrumento convergen en un objetivo terrorista esencial que puede definirse con un concepto clásico: alcanzar el punto de tensión sin retorno, capaz de producir una inflexión definitiva de las circunstancias a favor de los terroristas. En la persecución de ese momento el grupo terrorista utilizará los elementos citados con intensidad variable, incluyendo el terror y el asesinato masivo.
 
La ideología constituye siempre un elemento vertebral en la estructura de un grupo terrorista, de hecho es la característica distintiva que permite diferenciarlo de un simple grupo criminal. Su diferente naturaleza no impide que entre grupos terroristas y grupos criminales organizados existan confluencias, incluso colaboración activa. Pero si bien los instrumentos son parecidos, normalmente no sus intensidades, y desde luego al carecer de un sustrato ideológico preciso el grupo criminal no aspira ni a alcanzar el poder, se conforma con influir en el (piénsese en la mafia italiana, por ejemplo), ni a cruzar rubicón alguno. En realidad un grupo criminal clásico con éxito aspira al mantenimiento del status quo, única manera de consolidar sus beneficios económicos. Estos constituyen un fin primordial para el grupo criminal, y solo una necesidad para el grupo terrorista.
 
Por supuesto no cualquier ideología es susceptible de sustentar y amparar la actividad terrorista. Esta debe responder a todos o algunos de los siguientes patrones: rigidez, carácter revolucionario, deshumanización del individuo y colectivización material y emocional. De ahí que el marxismo y todos sus derivados hayan alimentado sin solución de continuidad y hasta la actualidad la actividad terrorista. Casi todos los grupos terroristas clásicos: ETA, GRAPO, Brigadas Rojas, FARC tienen un claro sesgo marxista. Lo mismo sucede con el terrorismo islámico, cuyos grupos protagonistas comparten un islamismo radical y de neto contenido revolucionario reforzado por el carácter sagrado que atribuyen a sus pretensiones.
 
La técnica también resulta similar en todos los grupos terroristas. Consiste en crear la masa suficiente de población afecta para justificar y sostener su existencia. Con frecuencia la actividad terrorista se desarrolla ex novo, esto es, no como consecuencia de un acto de represión previa, sino como algo independiente de aquella. En el tratamiento de los escenarios en los que surge la actividad terrorista se pueden distinguir no obstante, y como mínimo, tres modalidades, a saber, la afectiva (ideología preexistente), impulsiva (ideología no preexistente) y utilitaria (recurso a una situación dada e independiente). La modalidad afectiva es aquella en la que la actividad terrorista puede sustentarse en una ideología preexistente. Resulta sencillo identificar este tipo de terrorismo, porque a el responden los grupos terroristas de naturaleza marxista y nacionalista.
 
En estas organizaciones la actividad criminal constituye el resultado natural de una actividad ideológica previa. A este esquema han respondido tradicionalmente las guerrillas latinoamericanas, en cuyo corpus doctrinal se encuentran algunos de los elementos tácticos definitorios de los grupos terroristas clásicos: movilidad permanente, superación de las fronteras nacionales, la idea del foco insurreccional, la necesidad de movilizar una masa suficiente de población y reclutamiento de activistas en la clase media de extracción urbana. La modalidad afectiva se puede predicar también del terrorismo islámico, pues la actividad criminal cuenta desde un principio con un sustento ideológico previo. La técnica además resulta similar si se analizan la extracción, formación y residencia de numerosos terroristas; el deseo de movilizar una masa suficiente de fieles y la percepción transnacional de su actividad.
 
La modalidad impulsiva, por el contrario, es aquella en la que la actividad terrorista carece de un sustento ideológico ordenado previo. Desde un punto de vista teórico un grupo de esta naturaleza reacciona impulsivamente, motivado por una circunstancia local dada o una actividad criminal tradicional cuyo crecimiento o implicaciones políticas resultan ir demasiado lejos. Un grupo terrorista de esta naturaleza necesita pronto construir su marco ideológico, sin el cual es imposible justificar su existencia. La otra opción es adoptar un modelo ideológico preexistente y hacerlo propio. Este es la técnica de los grupúsculos locales, cuya ignición es endógena, pero cuya supervivencia exige conectarse con grupos afines del exterior mejor pertrechados. A este esquema responden algunos de los grupos terroristas vinculados a Al Queda.
 
Por último, el modelo utilitario es aquel que vincula la consolidación, incluso el nacimiento, de un grupo terrorista con una situación determinada, por ejemplo un escenario de guerra, que permite por si mismo respaldar su razón de ser. El caso iraquí responde en notable medida a este modelo, en le que la ausencia de poder político constituido o efectivo; las tensiones generadas por la guerra y los objetivos políticos de organizaciones locales generan actividades terroristas cruzadas. Por supuesto en la práctica los grupos terroristas pueden adscribirse en los diferentes momentos de su desarrollo a uno u otro modelo, a veces a varios al mismo tiempo. Y este hecho complica la actividad antiterrorista, de ahí que contra los grupos terroristas tradicionales, como el IRA o Sendero Luminoso, por ejemplo, se hayan cosechado grandes éxitos, y contra organizaciones más complejas, pero adaptables, la guerra antiterrorista resulte más lenta y, al menos de cara a la opinión pública, menos brillante.
 
El instrumento, finalmente, no es otro que el crimen y el asesinato, siempre de miembros de las fuerzas de seguridad u otras ramas del estado concernido, pero también contra ciudadanos no vinculados a aquellas. Todos los grupos terroristas desarrollan una actividad que crece en intensidad con el tiempo, excepto en aquellos casos en los que las autoridades destruyen su estructura o infraestructura antes de que tal gradación se produzca. Los asesinatos individuales, de ciudadanos con características específicas (policías, militares, políticos, entre otros) dan paso tarde o temprano a golpes de efecto mayores. El asesinato es para un grupo terrorista la mejor forma, casi la única de hecho, de darse a conocer, comunicar sus objetivos, amenazar al Estado, y amedrentar a la población afectada; los cuatro objetivos clásicos de un atentado. Cuando un atentado no alcanza esos objetivos el grupo que lo ha perpetrado entiende que se debe a su débil intensidad, y por tanto aumenta aquella hasta llegar al asesinato masivo e indiscriminado de civiles. Cuando este no es posible, por razones técnicas o de cualquier otra índole, lo sustituyen por el asesinato de un número inferior de individuos, pero aumentando el sadismo y la crueldad del mismo. Estos atentados pueden denominarse de alta intensidad y sirven a los tres elementos ya citados:
 
-          Refuerzan la motivación, por tanto la cohesión del grupo.
-          Refuerzan la técnica, pues intentan atraer o aterrorizar a una masa de población y conseguir así su colaboración, activa o por defecto.
-          Refuerzan el instrumento, elevando la intensidad del atentado y la naturaleza destructiva del mismo.
 
Crear un escenario
 
La combinación de dos de los elementos descritos hasta ahora, la técnica y el instrumento, permite a un grupo terrorista crear un escenario nuevo. Hasta ese instante el grupo terrorista se ve obligado a realizar sus actividades en un escenario que es ajeno a su naturaleza y a su voluntad, en el que actúa en inferioridad de condiciones, esto es, en un medio absolutamente hostil. Modificar este estado de cosas constituye desde el principio un objetivo terrorista irrenunciable. De no alcanzarlo sus posibilidades de éxito disminuyen drásticamente. Un escenario nuevo y acogedor exige un ambiente social menos hostil, incluso colaborador. Para conseguirlo y si fracasan técnicas propagandísticas tradicionales, el grupo terrorista no tiene otro remedio que utilizar la violencia criminal, para darse a conocer o para aumentar su capacidad de disuasión.
 
Analizar un ejemplo real permite reconocer el proceso descrito. El marco histórico, la guerra de Argelia, la fecha agosto de 1955. Las tropas francesas llevan luchando contra el FLN (Frente de Liberación Nacional) un año, han comenzado a obtener éxitos. El primero aislar a los diferentes grupos de activistas. Sin vínculos entre ellos, perseguidos por las unidades legionarias y paracaidistas; mal avituallados y con una población en general apática comienzan a ponerse nerviosos. En estas circunstancias se encontraba la región de Constantina, donde operaba el grupo del FLN dirigido por Zighout Youssef, terrorista originario de la región y uno de los 22 iniciadores de la rebelión armada en la antigua Argelia francesa. La rebelión se muere. Youssef plantea entonces una acción decisiva, capaz de unir a sus hombres, de forzar la actitud de la población local en su favor y de alcanzar un punto de inflexión definitivo, al menos para su grupúsculo armado: organizar una masa musulmana, dirigida por un grupo de hombres selectos, a la caza y asesinato de la población europea. La calificación de aquella posible acción, con objeto de legitimarla socialmente sería la de yihad. Aprovechando la circunstancia, el plan incluye el asesinato de aquellos musulmanes que colaboren con los europeos. Para la población musulmana local solo quedaban dos opciones, la de unirse a la rebelión o morir. Se fija una fecha, el 20 de agosto y el objetivo, la ciudad de Philippeville. Centenares de individuos reclutados en la región limítrofe ocupan y recorren las calles de la ciudad asesinando a cuantos se cruzan en su camino. En localidades más pequeñas como El-Halia, la crueldad y eficacia de los asesinatos será todavía más intensa. La operación, a pesar de las grandes pérdidas provocadas por la reacción de la guarnición local entre los asaltantes, es un éxito. Argelia queda definitivamente instalada el terror más absoluto, forzando a europeos y musulmanes a elegir su campo y asumir las consecuencias. El FLN consiguió aglutinar, voluntariamente o no, un apoyo social crítico; alcanzó un punto de inflexión sin vuelta atrás, atemorizó a la población europea, y comenzó a ejercer una influencia que ya podía empezar a denominarse poder.
 
Por supuesto del caso expuesto no debe deducirse que la utilización del asesinato masivo sea necesariamente un último recurso. Comprobada la eficacia de este instrumento las actividades terroristas tienden en plazos cada vez más cortos a utilizar esta técnica, que tiene la ventaja además de ser capaz de desencadenar una contraofensiva intensa por parte de las fuerzas de seguridad que a veces proporciona una nueva y documentada excusa a la actividad terrorista.
 
Este fenómeno se produce por tres causas, la primera la facilidad de nuevos grupos terroristas para engarzar su actividad e ideología con otros ya existentes en cuya trayectoria ya existe este tipo de asesinato. Por ejemplo los grupos locales que se convierten en brazos ejecutores de Al Queda. La segunda, la facilidad con la que se transmite hoy la información, lo que permite a cualquier grupo terrorista, nazca donde nazca y sea cual sea su argumento fundacional, aprender de ejemplos anteriores o contemporáneos. La tercera, la necesidad de impactar en la sociedad internacional. La multiplicación de asesinatos masivos reduce la eficacia de esta técnica para generar temor o preocupación. Siguiendo la lógica terrorista la única solución es por tanto no solo utilizar cuanto antes el asesinato masivo, sino  amplificar al máximo sus efectos. Estos tres factores contribuyen a que el desarrollo de la actividad de un grupo terrorista sea cada vez más rápido, reduciendo el margen de maniobra de gobiernos y fuerzas de seguridad.
 
Derrota o victoria irrelevante: conclusión
 
El asesinato masivo, como el asesinato de alta intensidad, no solo es un instrumento de acción, además constituye un inestimable instrumento de propaganda que persigue varios objetivos concretos: dar a conocer al grupo terrorista; poner en tela de juicio la efectividad de las autoridades; atemorizar a la población, y trasladar la guerra fuera del campo de batalla, de manera que la derrota o victoria en aquel sea irrelevante. Estos objetivos propagandísticos no son independientes unos de otros, al contrario, son graduales, siendo el último de gran trascendencia para decidir la victoria o derrota del grupo terrorista. El traslado de la guerra fuera del campo de batalla consiste en convencer tanto a los actores como a los espectadores de la existencia de un trasfondo que supera en calidad o intensidad el juego policial o militar en el que se instala inicialmente la guerra antiterrorista. El proceso de convicción tiene varias fases: consolidar el apoyo o la neutralidad de la sociedad sobre la que se actúa; movilizar en las sociedades enemigas las fuerzas que por razones prácticas o ideológicas benefician la acción terrorista; desautorizar moralmente las acciones ofensivas o defensivas antiterroristas y finalmente encontrar el contenido moral que explique y justifique la actividad terrorista. En todas ellas el asesinato masivo tiene importancia. Y una vez superadas se puede dar la paradoja de vencer sobre el terreno a un grupo terrorista y salir derrotado sin embargo política o ideológicamente, como sucedió en la Argelia francesa o en Vietnam.
 
Aunque pueda parecer lo contrario, resulta ser un proceso de ejecución rápida y bastante sencilla. Conseguir apoyo, o al menos la neutralidad, en la sociedad en la que se actúa solo exige conectar adecuadamente los valores locales ya establecidos con la actividad criminal que desarrolla un grupo terrorista. Si la conexión funciona la percepción del atentado resulta notoriamente modificada. El País Vasco resulta un modelo perfecto, donde el nacionalismo sirve de justificación moral al terrorismo y blanquea sus actos ante una sociedad más colaboradora que atemorizada. La movilización de los resortes que en la sociedad atacada puedan colaborar resulta más lento, pero todo grupo terrorista termina por hacerlo. A veces sin esfuerzo, pues los grupos antisistema, pacifistas o de naturaleza revolucionaria colaboran de buen grado. Los comunistas franceses recaudaron dinero para la FLN en la guerra de Argelia; y el antiamericanismo de la izquierda europea ofrece un marco moral perfecto a la actividad terrorista islamista.
 
Alcanzado este punto resulta fácil condenar las reacciones defensivas u ofensivas de la sociedad atacada. La acción militar en Irak o en Afganistán ha encontrado una oposición intensa a pesar de las dramáticas circunstancias que llevaron a ellas; y las acciones de los servicios de inteligencia americanos fuera de sus fronteras han sido rechazadas a pesar de los riesgos ciertos que la inactividad en ese campo generaría para la seguridad occidental. Por último, el grupo terrorista despliega su marco ideológico ideal, donde deben tener cabida los elementos que han configurado el proceso descrito, incluyendo la amenaza de asesinar de forma masiva y/o indiscriminada. Por eso Al Queda ha terminado por utilizar un vocabulario que aspira a emular, y de paso a utilizar, las corrientes antisistema mundiales, que son antiamericanas, antiliberales y, con frecuencia, antioccidentales. Y al mismo tiempo profiere amenazas de muerte contra los ciudadanos occidentales en general y sus colaboradores, de manera que los receptores de la amenaza encuentren dificultades en separar intelectualmente el crimen y su perversa justificación.
 
El asesinato masivo no es, por tanto, un instrumento casual, sino sustancial de la actividad terrorista, cualquiera que sea su naturaleza y génesis. Influye en todos los aspectos relevantes, ideológicos y materiales, que caracterizan un grupo terrorista. Esto es, está en la base de los principios generales que rigen ese tipo de actividad criminal. Y su prevención exige la combinación de las técnicas de disuasión antiterrorista y de contención de los marcos morales que los justifican.