África Occidental: Oro negro a raudales

por Ana Camacho, 1 de abril de 2003

(Publicado en Mundo Negro, nº 473, abril 2003)
 
Hacía años, incluso décadas, que las grandes petroleras sabían que en el Golfo de Guinea había mucho petróleo y gas, especialmente en la amplia porción del Océano Atlántico bajo la soberanía de la única ex colonia española de Guinea Ecuatorial, que los expertos ahora llaman el “nuevo Kuwait”. Sólo necesitaban tiempo para que sus ingenieros pusiesen a punto la tecnología adecuada para superar, de forma rentable, la barrera de los 500 metros bajo el mar, donde se encuentran entre el 5 y 10 por ciento de las reservas mundiales de petróleo. Ahora que ya tienen los medios paraafrontar el reto, la explotación de los yacimientos de gran profundidad ha puesto a su alcance tesoros extraordinarios en el mar del Norte, en el mar Caspio, en el llamado cinturón de Orinoco de Venezuela pero, sobre todo, ha convertido el área que desde Marruecos se extiende hasta Namibia, en un nuevo competidor para la hegemonía de los productores del Golfo Pérsico. 
 
Ya en 2001, los expertos barajaban la respetable cifra de unos 90.000 millones de barriles de petróleo para las reservas confirmadas del África Occidental, sin contar los potentes yacimientos argelinos y sudaneses o las buenas perspectivas que ofrecen ya las exploraciones en el litoral malgache o mozambiqueño. Los ceros todavía no están a la altura de los 650.000 millones de barriles que se calcula contienen los pozos de Oriente Próximo pero ya aseguran un respetable segundo puesto en la producción mundial. De los 8.000 millones de nuevos barriles localizados ese año en el mundo, 7.000 millones habían sido detectados frente a las costas de los países ribereños del Golfo de Guinea y, desde entonces, las cifras no hacen más que crecer para los africanos, sin hallar techo, porque las perforaciones que siguen a las localizaciones, suelen dejar cortas las previsiones iniciales.
 
Un ejemplo es la explotación del pozo de Girasol, descubierto en 1996 por la petrolera francesa Elf en Angola, una de las experiencias pioneras en esta nueva generación de la extracción de los hidrocarburos. Para abrir el cofre de este tesoro ha habido que perforar en mar abierto, a unos 150 kilómetros de la costa al noroeste de Luanda, y a una profundidad de 1.400 metros. Pero lo que a finales de 2000 empezó dando unos 2.000 barriles diarios, en pocos meses superó los 200.000. La inversión ha sido enorme -más de 2.700 millones de dólares-, pero los barriles que se calcula contiene -entre 700 y 1.000 millones- compensan por sí solos la apuesta. Además, en el mismo bloque donde se hizo el descubrimiento -el bloque 17, que con razón llaman ahora el bloque de oro- la Elf ha ido localizando otras diez “flores” -Rosa, Lirio, Tulipán, Orquídea, Camelia, Violeta, Jazmín, Perpetua, Zinia, Clavo…- que también prometen abrir sus pétalos a resultados espectaculares. Sólo Dalia (a 1.700metros) y Rosa contienen cada una más petróleo que Girasol. A este ritmo, Angola ha pasado de suministrar unos 760.000 barriles diarios en 2001 a más de 900.000 el año pasado. Como poco, las previsiones apuntan a un millón de barriles diarios para 2005 y 2,5 millones en un plazo máximo dev einte años.

Nuevo mapa de suministro petrolero
 
El hervidero de prospecciones que bulle en Angola también ha contagiado el mar en los vecinos Congo-Brazzaville, Camerún y Nigeria y relanzado la extracción de Gabón, la gran perla de la petrolera francesa Elf en los años setenta que ahora ha entrado en la lista de productores en declive.
 
Las nuevas tecnologías, que ahora permiten reinyectar en las bolsas el gas que antes había que quemar para llegar al petróleo, no sólo pueden evitar los desastres ecológicos que han devastado el Delta del Níger, sino jugar con las presiones para lograr un mejor aprovechamiento de los pozos convencionales. Pero, sobre todo, han rastreado en las nuevas reservas de las aguas profundas manadas de “elefantes”, como llaman los geólogos a los grandes yacimientos con reservas que pueden llegar a los 1.000 millones de barriles, incluso en países que hasta ahora eran completos desconocidos para esta industria: Marruecos, Sáhara Occidental, Chad, Senegal, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, Sao Tomé y Príncipe y Namibia.
 
Los expertos todavía no son capaces de establecer cuál será el tope de Ceiba, Esmeralda, Jade, Ópalo, Topacio, Amatista, Rubí, en Guinea Ecuatorial; Nkossa, Kitina y Moho en Congo-Brazzaville, Bonga en Nigeria…La caza de estos elefantes marinos podría duplicar, incluso triplicar la producción de Nigeria y Angola en menos de ocho años. Para entonces, sin embargo, la gran de estrella de este nuevo mapa de suministros será Guinea Ecuatorial que recupera rápidamente el retraso que los rescoldos de la guerra fría impusieron a su despegue petrolero: de los 7.500 barriles diarios con que se estrenaron las primeras perforaciones en 1991 ya había pasado en 2001 a más de 181.000 barriles diarios. Sólo el potencial de este país está en condiciones de igualar la producción de crudo de Arabia Saudita.

Menos dependencia del Golfo Pérsico

El petróleo africano aporta ya el 30 por ciento de los resultados de la petrolera Elf que, tras convertirse en TotalFinaElf, es el cuarto grupo petrolero en el mundo. Hasta el comienzo de los ochenta, Elf era una de las tres compañías que controlaban las exploraciones en el Golfo de Guinea junto a la holandesa Shell y la italiana Agip. La nueva generación extractiva ha abierto una nueva carrera que la ha obligado a competir con otras veinte compañías y, en especial, con el empuje de las estadounidenses. Éstas cuentan con un importante lobby (grupo de presión) de analistas que, desde fuera y dentro de la Administración, han lanzado una campaña para que su país diversifique las fuentes de abastecimiento de crudo, para no depender tanto del Golfo Pérsico.   Ya en mayo de 2001, un informe para la configuración de la política de energía de los expertos de la Administración de Estados Unidos, indicaba el África Occidental como la mejor baza a la hora de buscar fuentes alternativas de aprovisionamiento. «Junto con América Latina -se dice en el informe-, África Occidental se perfila como una de las fuentes de petróleo y gas para el mercado estadounidense de más rápido crecimiento. El petróleo africano tiende a ser de gran calidad y bajo en sulfuro lo que le hace idóneo para los rigurosos requisitos de los productos de refino y brinda una creciente cuota de mercado a los centros de refino de la costa Este de los Estados Unidos».   Ya por esas fechas, sólo Nigeria y Angola proporcionaban a Estados Unidos tanto petróleo como Venezuela y México juntos. Las previsiones apuntan a que el petróleo africano (sin contar con el del Magreb o Sudán) pase del 15 por ciento, que actualmente supone en los suministros de la superpotencia, al 25 por ciento en menos de quince años.

Interés vital
 
El petróleo, especialmente el que se oculta en el Golfo de Guinea, no sólo tiene para Estados Unidos la ventaja de ser abundante y de buena calidad. La mayor parte de las reservas se encuentran en alta mar, a una respetable distancia de las guerras regionales o el descontento popular que tantos quebraderos de cabeza y mala imagen han creado, por ejemplo, a las compañías en el Delta del Níger (ver Mundo Negro, septiembre 2002). La proximidad a las costas de Estados Unidos de estas plataformas facilita unas rutas de abastecimiento más cortas que se libran del paso por angostos estrechos y mares que en la ruta de Oriente Próximo podrían dar, en caso de conflicto, demasiadas oportunidades de bloqueo a los países ribereños.
 
La “proximidad cultural” también suma puntos a favor de la apuesta africana para quienes en Washington venían advirtiendo que no es de recibo el seguir manteniendo unas relaciones privilegiadas con unos regímenes cuya fiabilidad en términos de estabilidad política e ideológica se ha vuelto muy dudosa. Pero los atentados del 11-S no han hecho más que reforzar los argumentos de quienes defienden que la Administración Bush debería prestar menos atención a una zona en la que los fundamentalismos islámicos alimentan la hostilidad contra los estadounidenses y centrarse en cultivar relaciones económicas, políticas y militares en un continente que ofrece buenas perspectivas para una relación de mutua cooperación.   Los defensores de este cambio de estrategia lo tienen tan claro que han presentado en el Congreso de los Estados Unidos una propuesta para que su Gobierno declare el Golfo de Guinea área de “Vital Interés” para la seguridad estadounidense. Recomiendan un programa para consolidar esta aún tierna amistad con inversiones y ayudas, para que los africanos salgan de la pobreza. Su plan se complementa con el establecimiento de una presencia militar estadounidense, posiblemente, en Sao Tomé.  

¿Petróleo a cambio de ayuda? La ecuación que asegura el éxito, dicen, es simple: África tiene el petróleo que Estados Unidos necesita desesperadamente y ellos pueden suministrarle, a cambio, los medios necesarios para convertir en una pesadilla del pasado las hambrunas y las guerras que ahora devastan el continente.

Sobre el papel, efectivamente, la riqueza que asegura la producción de petróleo y gas es más que suficiente como para crear sobre este nuevo mapa energético una zona de prosperidad con el empuje necesario para contagiar incluso al entorno sin más recursos que los agrícolas. Pero, hasta ahora, la práctica ha demostrado que el descubrimiento de grandes cantidades de petróleo y de recursos mineros irrumpe en los países con economías y sociedades frágiles con la fuerza de un imán que sólo atrae nuevos males y desgracias.
 
El fenómeno no es exclusivamente africano y ya tiene muchos estudiosos que han elaborado informes como el publicado por Oxfam, Sectores Extractivos y Pobreza, donde se destaca cómo el hallazgo de este tipo de riquezas se convierte en una maldición para estos países que les condena a sufrir «niveles inusualmente altos de corrupción, Gobiernos autoritarios, ineficacia gubernamental, gasto militar y situaciones de violencia armada».   El resultado es que hay más de 50 países en vías de desarrollo en los que estos sectores productivos son importantes y de los 3.500 millones de personas que viven en   ellos, 1.500 subsisten con menos de dos dólares diarios. Las riquezas en su caso no mejoran sus oportunidades por lograr una vida mejor, sino que, al contrario, tienden a empeorarlas.   El propio continente africano cuenta con un abultado historial de cómo la lucha por el control de los monocultivos de diamantes, madera o petróleo han contribuido a alimentar guerras civiles y regionales y, sobre todo, a apuntalar dictaduras crueles y corruptas con efectos devastadores para sus ciudadanos.   Angola ofrece un buen ejemplo de lo que se ha llamado la “paradoja de la riqueza”: el petróleo, que empezó a ser explotado con éxito a mediados de los ochenta, no acaba de curar las heridas de una de las guerras civiles más sangrientas de África. En 2001 esta industria ha proporcionado unos ingresos de entre 3.000 y 5.000 millones de dólares pero la malnutrición mata a un niño angolano cada tres minutos lo que da el macabro balance de 480 vidas segadas al día. Tres cuartas partes de la población subsiste con menos de un dólar por día y la esperanza de vida no supera los 45 años. La codicia por el petróleo y los diamantes fue responsable de que la guerra volviese a brotar en 1998 obligando a huir de sus hogares a unos 3.100.000 civiles.

Elf y la corrupción de altos vuelos
 
Elf tiene el palmarés más escabroso de la corrupción de las petroleras en África. El complejo entramado de cuentas ocultas que hoy está siendo investigado en Liechtenstein y Suiza desvió ingentes cifras a las arcas privadas de los dictadores que, a golpe de comisiones, se entregaron con entusiasmo a la construcción del imperio africano que aporta el 30% de los resultados de la petrolera.   Por ejemplo, el difunto dictador nigeriano Sani Abachá y sus intermediarios recibieron entre 1991 y 1995 por esta vía unos 190 millones de euros a cambio de un buen contrato que acabó con lastre que la petrolera arrastraba en Nigeria por el apoyo dado por Francia a los separatistas de Biafra en la guerra que los intereses petroleros habían orquestado a finales de los sesenta. Éste es sólo uno de los flecos de un escándalo financiero a la altura del emponzoñamiento alcanzado en EE UU por el caso Enron ya que, por aquellos años, sólo a través de una de sus cuentas clandestinas, la Elf destinaba 25,6 millones de euros al año al tráfico de influencias en África.
 
Los Gobiernos de izquierdas que estuvieron implicados en Francia en la compra de Abachá o el Angolagate no hicieron más que seguir la pauta con que sus antecesores de derechas ya habían convertido los sucios manejos de la petrolera pública en uno de los resortes para mantener la hegemonía francesa en sus ex colonias. Como dice Global Witness, esta simbiosis de intereses comerciales y políticos hizo que durante más de veinte años, Elf funcionase como “un brazo de la diplomacia y los servicios de inteligencia” que, además del petróleo, exigía a los dictadores que tenía en nómina una total sintonía con los intereses estratégicos Francia.   El problema es, subraya esta organización, que el ejercicio de la corrupción, que siempre es cosa de dos, convierte a las entidades petroleras y financieras implicadas en cómplices del pillaje a gran escala con que, en los países pobres, unos pocos privan a la mayoría de su oportunidad por salir de la extrema pobreza. Si la carrera por las materias primas se complica con el suministro de material militar, como ocurrió en Angola, el circuito de extraordinarias comisiones que mueve la venta de cualquier material que interviene en cualquier guerra acaba convirtiendo el caos político y social en la condición necesaria para que unos pocos se sigan enriqueciendo incluso con operaciones que canalizan artículos inútiles, a veces hasta de deshecho, a precios desorbitados. Al final, quien paga los platos rotos es la población civil que es la que sufre las consecuencias de que la paz no sea, para quienes se enriquecen con los bienes del estado, una opción rentable.

En Washington dicen que tienen la receta para que el nuevo boom petrolero en África no vuelva a provocar injusticias, corrupción, muertes e, incluso, como está ocurriendo en Sudán, la limpieza étnica. Basta, dicen, dicen, con aplicar el modelo empleado para la puesta en marcha de la explotación del petróleo del sur de Chad y la construcción del oleoducto Chad-Camerún, de unos 1070 kilómetros de longitud, para trasladar el crudo a las instalaciones portuarias de Kribe. Se calcula que este proyecto generará unos 2.200 millones de dólares para Chad y otros 500 millones para Camerún a lo largo de 25 años de producción y sus defensores dicen que reúne una serie de ingredientes que permiten apostar porque estos ingresos vayan realmente a mejorar la salud, educación y desarrollo de los chadianos y cameruneses: la participación del Banco Mundial junto a las petroleras involucradas (Exxon Mobil y ChevronTexaco de EEUU y la malaisia Petronas); el compromiso del Gobierno chadiano a encauzar la mayor parte del fruto de estos recursos a sectores claves para erradicar la pobreza y su conformidad para que un comité independiente internacional supervise que cumple con su palabra; la participación de las comunidades afectadas por el proyecto a través de consultas que han contribuido a conformar el trazado del oleoducto con el fin de proteger el medio ambiente, los pueblos indígenas y el legado cultural; el empeño de los técnicos en asegurar el máximo rendimiento con tecnología limpia y de máximo aprovechamiento… Las condiciones del préstamo concedido por el Banco Mundial para completar las inversiones de las empresas privadas, incluyen la obligatoriedad para el Gobierno chadiano de devolver el dinero en caso de incumplimiento. Un arma, dicen, los entusiastas de la novedosa fórmula, que ya ha servido para presionar al Gobierno chadiano en el tema de las libertades y los derechos humanos donde se arrastra un historial bastante dudoso. No faltan los escépticos que esperan a hacer un balance final al comienzo de la exportación de petróleo prevista, como muy tarde, para comienzos del próximo año. En su punto de mira están no sólo los Gobiernos implicados sino las grandes petroleras y financieras que se resisten a aplicar en África la transparencia en sus cuentas que, en cambio, están obligadas a acatar en sus países de origen.  
 
Angolagate y otros escándalos

Global Witness, una prestigiosa organización no gubernamental británica especializada en investigar el papel de los grandes recursos en la proliferación de conflictos, destapó en 1999 lo que bautizó como el Angolagate. Todo empezó, según sus datos, con el fracaso del plan de paz dela ONU en Angola en 1992. Ese año, los partidarios del MPLA (Movimiento Popular para la Liberación de Angola) y los de la UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola) debían de haber puesto fin a uno de los más largos conflictos de la guerra fría dejando al pueblo angolano la oportunidad de decidir cuál de los dos grupos enfrentados desde 1975, debía gobernar el país.   El líder de la UNITA, Jonas Savimbi, no aceptó que las urnas diesen el triunfo al líder del MPLA, Eduardo Dos Santos, e intentó hacerse con el poder por la fuerza. Los contingentes de la ONU, entre los que destacaban numerosos aliados del África francófona aliada de Savimbi, habían llevado concienzudamente a cabo el desarme del ejército del MPLA, pero, en cambio, habían hecho la vista gorda con las mañas con que la UNITA había escondido la mayor parte de su armamento. Con esta ventaja, Savimbi apuñaló la paz. Su golpe fracasó en Luanda pero logró el avance de las fuerzas de la UNITA en territorios que hasta entonces habían estado fuera de su alcance, entre ellos, los de las grandes minas de diamantes cuya explotación le permitió financiar nuevo armamento. Dos Santos estaba en apuros pero tenía el control de los yacimientos de petróleo. El entonces presidente francés, el socialista Francois Mitterrand estaba de acuerdo con los dirigentes de la multinacional francesa Elf en que el apoyo que su país había dado tradicionalmente a la UNITA y la guerrilla secesionista del enclave de Cabinda, frente al MPLA, había contribuido a que las compañías estadounidenses Chevron-Texaco se hubiesen hecho con el control del 80% de la producción convencional de crudo del país. El Gobierno de derechas con el que cohabitaba Mitterrand estaba empeñado en seguir apoyando a Savimbi mientras ellos consideraban que había llegado el momento de replantear su estrategia porque, una victoria de Dos Santos, podía dejar a Francia excluida de la puja por las nuevas licencias para la explotación petrolera en alta profundidad.   El entonces ministro del Interior, Charles Pasqua coincidió en este análisis y colaboró con Jean Christoph Mitterrand, hijo del presidente, en la organización de una red internacional que, en 1993, puso al alcance del Gobierno angolano el suministro de armas que necesitaban a cambio de yacimientos de petróleo. El asunto no se limitó al escenario francés porque los traficantes de altos vuelos que los ejecutaron tenían conexiones de altos vuelos que llevan a Israel, Rusia e incluso EE UU donde, el estallido del Angolagate, logró salpicar tanto al saliente presidente Clinton como al recién elegido Bush. El primer trato de Dos Santos con estos siniestros proveedores en 1993 fue por valor de 47 millones de dólares y, al año siguiente, otro segundo acuerdo alcanzó el valor de 563 millones de dólares. Para Global Witness, esto no fue más que el comienzo de una operación de saqueo por la que el Gobierno angolano pagó suministros de armas de procedencia rusa y eslovaca, en muchos casos de deshecho, a precios exagerados que pagaron con préstamos concedidos a cuenta del   petróleo que todavía no producían.   Human Rights Watch, Amnistía Internacional o Transparency International, también acusan a los intereses petroleros, los traficantes de armas y de diamantes de haber fomentado la guerra en Angola para beneficiarse de la compra a precio de saldo de las materias primas angolanas. El propio Savimbi, poco antes de morir en combate o, como aseguran otros, traicionado por el rastro de su teléfono móvil, tuvo que reconocer que Mitterrand había utilizado su apoyo a la UNITA como arma para negociar a la baja los precios de las concesiones petroleras.   Ante las acciones judiciales iniciadas en Francia y EE UU para aclarar los hechos, Dos Santos ha justificado el despilfarro de los ingresos del petróleo por la imperiosa necesidad de acabar con la rebelión de Savimbi. Pero Global Witness tiene serias dudas de que la desaparición de la UNITA vaya a encarrilar los beneficios del petróleo, por fin, a la erradicación del hambre en Angola. Para ello habría que acabar con el agujero negro por donde, dicen sus responsables, sólo en 2001, volaron en cuentas al extranjero 1.400 millones de dólares, más de una tercera parte de los ingresos del país. El problema, dicen, es que el dinero no sólo fue a parar a los bolsillos de los traficantes. El comercio de armas a cambio de petróleo ha convertido al presidente Dos Santos y su entorno en grandes millonarios y, este tipo de experiencias, crea una adicción difícil de superar.  
 
La oportunidad perdida de EE UU en Guinea Ecuatorial
 
Guinea Ecuatorial tenía todas las bazas para haberse convertido en el escaparate de esa doctrina política que, en Washington, asocia la presencia de las petroleras de EE UU con la defensa de los derechos humanos. Sin embargo, desde que las empresas de este país lograron llevarse la parte del león frente a sus competidoras, ni la administración demócrata ni la republicana del presidente Bush han dado ningún paso para aliviar las penalidades de la población guineana.   A los ojos de los guineanos, las petroleras norteamericanas Exxon Mobile, Triton y Vanco se han convertido en los grandes cómplices de los abusos del dictador Teodoro Obiang y su entorno, con unos modos muy parecidos a la connivencia con los regímenes dictatoriales que ya ha manchado el buen nombre de la Elf o la Shell. Su labor en Washington para mejorar la imagen del régimen, borrar el feo historial que ni siquiera el Departamento de Estado puede disimular en sus informes sobre derechos humanos y presionar a la presidencia Bush-Cheney, tan conectada con los intereses petroleros, para que se reabra la embajada de EEUU en Malabo, han acabado con los frutos de la siembra que hizo a principios de los noventa el entonces embajador estadounidense, John Bennet, al que los guineanos todavía recuerdan con nostalgia por su apoyo a las libertades que ellos tanto desean.   
 
La paradoja de la riqueza se ha cumplido a rajatabla con el petróleo de Guinea: la población es cada vez más pobre mientras Obiang los suyos evaporan la riqueza del país en cuentas a su nombre en el extranjero como las que han abierto en la Riggs Bank de Washington donde, según ha denunciado la prensa estadounidense, han ido a parar nada menos que entre 300 y 500 millones de dólares de los ingresos del Estado. Global Witness, ONG que ha sido propuesta para el premio Nobel de la Paz de este año, ha exigido que el Departamento de Justicia investigue el caso. Según su portavoz, Gavin Hayman, este caso prueba que las compañías petroleras son cómplices del “brutal régimen de Obiang” y la “colosal pobreza” que sufren los guineanos por el mero hecho de mantener en secreto sus pagos al Gobierno de Malabo. Un secreto que no está permitido en los países del llamado primer mundo y que facilita el expolio que la camarilla de Obiang está perpetrando en las arcas del Estado.