Vox y la política irreverente

por Rafael L. Bardají, 22 de julio de 2019

No sé cuantas veces habré leído sobre la inexorable muerte de Vox. No suelto leer el ABC pero me cuentan que ahí, Luis Herrero, no hay día en que no sentencie la formación política que lidera Santiago Abascal. Yo no doy nada por imposible, ahí está el caso de la UCD y, para quien haga memoria, de la CEDA muchos años antes, aunque no me parecen ejemplos equiparables a la actual situación y aún menos a Vox. Si Vox tiene que encarar una sentencia de muerte será por otras cosas.

 

Por ejemplo, no tengo datos pero quiero creer que muchos españoles le otorgaron su apoyo electoral no por ser un partido de derechas -fascista que gritaría el contubernio izquierdo-separatista- si no por ser una fuerza política diferente. Diferente en el sentido que no aspiraba a colocarse entre los partidos de siempre para hacer más o menos menos lo mismo que ellos, sino que quería cuestionarse un sistema, una auténtica partitocracia, que reinaba sobre todos nosotros. No dejaba de ser paradójico que el partido quizá más institucionalista del todo el arco político, fuese, además, el más anti-sistema, entendiendo por antisistema no el anticonstitucionalismo, sino el anti entramado de intereses partidistas que ha he hecho del PP una máquina de apropiarse de la riqueza en beneficio propio y del PSOE una agencia de colocación con la que garantizarse una clientela de votos.

 

En contra de lo que advierten los “expertos”, para mí que Vox no va a morir por falta de apoyos y porque quien le votó huya a buscar consuelo en el PP de Casado. Digan lo que digan las encuestas, el votante de Vox es tremendamente fiel. No. Si Vox muere será a causa de un ataque severo de “institucionalitis”, esto es, a que se convierta en un prisionero de las dinámicas que el sistema político y económico -parlamentario y  todo lo demás-  ha establecido y consolidado como la forma correcta de operar en España. 

 

Dicho de otra manera, Vox estará condenado si por jugar al juego que proponen las instituciones en las que ya está presente, pierde la frescura y el punto de irreverencia con el que había vencido actuando. O lo que es lo mismo, Vox no puede ser otro partido más, tiene que ser lo suficientemente inteligente como podrá aprovecharse de donde ha llegado para ir aún más allá. Y ese más allá tiene que ser, por fuerza, trascender el actual orden político, creado a imagen y semejanza del bipartidismo del PSOE y el PP.

 

Vox no llevó ante los jueces a los separatistas catalanes porque no tuviera voz en el Parlamento nacional, sino porque a través de las iniciativas parlamentarias únicamente se hubieran ido de rositas. La iniciativa de denunciar a Rodríguez Zapatero por colaboración con la banda terrorista ETA puede que no prospere, pero es el tipo de iniciativas que le da su carácter y que diferencia Vox del resto de partidos a su alrededor, llámense PP o Ciudadanos.  Si Vox dejara que su grupo parlamentario asumiera todo el protagonismo político, flaco favor se estaría haciendo. Es bueno que millones de españoles tengan un cauce institucional para hacerse oír, pero no es suficiente. Podemos que nació para asaltar los cielos, ha acabado acomodado en un lujoso chalet de Galapagar. Ese no puede ser el destino de Vox.

 

Porque la realidad es que el sentido común que siempre ha defendido, hoy por hoy sigue reñido con lo que se cuece en las instituciones públicas. La seriedad que se le exige ahora a Vox es en realidad un aliento de muerte, porque lo que se pide es que renuncie a toda creatividad política y a cambiar el sistema. Y eso es lo que no se puede consentir.

 

Cuando se denuncia que Vox es un partido antisistema hay que decir que sí lo es, pero no en la dirección que suele apuntarse. Vox ha sido y es el mejor y más fuerte defensor de la constitución española, imperfecta como es, así como de las más altas instituciones del estado, de La Corona a las Fuerzas Armadas y cuerpos de seguridad del estado. Pero Vox tiene que plantea acabar con los perversos privilegios que se han creado los partidos políticos al filo de eso que llaman el régimen de 1978 y que tantos males ha traído para España y los españoles, desde la corrupción al separatismo. La partitocracia, bipartidista o multi partido, es un mal a atajar de raíz.

 

He leído también estos días que el discurso que haga Santiago Abascal durante los trámites parlamentarios para la investidura de Pedro Sánchez será la prueba de fuego para Vox. Ya quisieran las sirenas del establishment. En realidad no puede ser más que todo lo contrario. El futuro de Voz no puede estar en una sede parlamentaria que sólo importa a quien se sienta en un escaño y de la que la mayoría de españoles recela. Creerse que desde el parlamento se pueden cambiar las cosas es una ingenuidad que sí sería motivo para que cualquier fuerza política desapareciera.