Victoria en Irak

por David Ignatius, 14 de noviembre de 2006

(Publicado en The Washington Post, 25 de octubre de 2006)

Hace algunos meses, el exconsejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski explicaba a un alto funcionario de la administración Bush su plan para una retirada en fases de las tropas norteamericanas de Irak a lo largo de 12 meses, en consultas con los iraquíes. 'Vamos a hacer lo mismo', decía en confianza en alto funcionario, 'pero vamos a llamarlo victoria'.
 
Esta semana se hacía oficial: la política de la administración Bush en Irak ya no es 'mantener el curso', sino, en la formulación del portavoz de la Casa Blanca Tony Snow, 'un estudio en constante movimiento'. La realidad, en cuanto a lo que puedo decir, es que la administración no está segura aún de hacía dónde moverse tras las elecciones de noviembre. Tampoco lo están la mayor parte de los críticos de la administración. Diarios importantes publicaban editoriales o artículos de opinión esta semana defendiendo alguna versión del 'mantener el curso', pero en lo que respecta a los detalles eran vagos.
 
De modo que ¿cuáles son las directrices adecuadas para una retirada americana gradual de Irak? ¿Cómo puede en su búsqueda de un éxito evitar Estados Unidos expandir los errores que cometió al invadir Irak? Para alumbrar el camino, se nos bendice deus ex machina con el Iraq Study Group bipartidista, encabezado por el ex Secretario de Estado James A. Baker III y el ex congresista Lee Hamilton.
 
Un punto de partida es comprender lo que realmente está haciendo en Irak hoy Estados Unidos. Una estrategia de retirada en fases ya está en marcha -- sobre el papel. La última confirmación fue la propuesta del martes del embajador Zalmay Jalilzad y el General George Casey de un calendario de seguridad para transferir el control a los iraquíes en cuestión de 12 a 18 meses. El plan concibe 'una entidad compacta nacional' entre las diferentes facciones de Irak. Hacia el final de este año, estarían de acuerdo en términos de desmovilizar a las milicias, compartir los réditos del petróleo y levantar las leyes des-baazitación. Parece sensato -- sobre el papel.
 
El problema es que este enfoque no ha estado funcionando. Jalilzad lleva invitando a los líderes iraquíes de la Zona Verde a llevar a cabo precisamente estos compromisos desde enero. Pero en el mundo real, las esperanzas de reconciliación se han venido abajo, por una razón simple pero aterradora: los sunníes y los chi'íes de Irak están tan enfurecidos que han dejado de creer que es posible el compromiso. En un país donde cada mañana se encuentran víctimas con agujeros abiertos en sus cabezas, la lógica es matar o que te maten.
 
¿Cómo tratarán los planes de retirada con la realidad de este odio sectario? La respuesta de la administración ha sido intentar reforzar el ejército iraquí de modo que pueda imponer el monopolio de la fuerza. Pero tampoco viene funcionando. Las tropas iraquíes simplemente no pueden estar a la altura de la brutalidad de los Insurgentes y los escuadrones de la muerte. El ejército norteamericano puede hacer el trabajo, pero el precio en vidas americanas está llegando a ser inaceptable. Si somos serios en materia de un calendario de retirada, tendremos que aceptar soluciones iraquíes, violentas e imperfectas como puedan ser.
En las semanas posteriores a las elecciones, el debate en Washington se centrará en dos prometedoras vías de salida. Pero es importante no adjudicar esperanzas irreales a ninguna de ellas.
 
La primera vía es un Irak más federal -- con poder delegado en las regiones sunní, chi'í y kurda. Pero esto presupone un gobierno nacional lo bastante fuerte como para formular leyes para, digamos, el reparto de los beneficios del crudo. Si existiera tal marco nacional, Irak no sería para empezar tamaño desastre. Otro problema difícil es estabilizar las zonas sunníes que podrían ser un refugio potencial para terroristas. Si el ejército iraquí no puede controlar estas zonas, la única alternativa sería, en la práctica, una milicia sunní extraída de las filas de la insurgencia. Funcionarios norteamericanos se han estado reuniendo en secreto fuera de Irak con líderes iraquíes, en un esfuerzo por llevarlos a tal marco.
 
La segunda vía de salida pasa por Irán y Siria. Hablar con Teherán y Damasco sería de ayuda para estabilizar Irak, pero deberíamos reconocer de partida que su influencia es limitada -- y que puede conllevar un precio inaceptable. El objetivo de Irán en Irak es una victoria chi'í aplastante y la sumisión sunní, pero ésa es la fórmula para continuar la guerra civil -- y en cualquier caso, no es una agenda que Estados Unidos deba aprobar. Siria podría ser de ayuda a la hora de contener a al-Qaeda en Irak, pero existen límites y desventajas al poder sirio -- como quedó claro durante su larga y brutal ocupación del Líbano.
 
La verdadera oportunidad planteada por el proceso Baker-Hamilton es que es bipartidista. Sacar a la mayor parte de las tropas americanas de Irak a lo largo del próximo año exigirá más paciencia en casa, y un montón de altercados menos. Y nuestros políticos necesitarán estómago: tienen que capear una retirada ordenada bajo ataque. Hay un camino de salida de este desastre, pero si lo llamamos victoria estaremos mintiendo.