Urnas y economía
(Publicado en La Gaceta, 14 de mayo de 2012)
Ante la doble dependencia de votantes e inversores en que está Europa por financiarse con deuda se plantea el dilema. A quién contentar. Así, si económicamente hay mucho a favor de la austeridad, políticamente –democráticamente– puede ser difícil de mantener. En especial donde prevalece la propaganda sobre la información. Económicamente nada demuestra la posición keynesiana de que la expansión presupuestaria genera crecimiento. Al contrario, cuando Alemania y Suecia procuraron eliminar el déficit, de 2010 a 2011, crecieron a una media del 3,6% y 4,9% respectivamente. Las naciones han progresado gracias a las reformas estructurales y la contención presupuestaria, no la expansión estatal o monetaria. Un par de ilustraciones.
En 1979, tras ser intervenida Inglaterra por el FMI, Thatcher quebró el consenso de posguerra consistente en pagar con alta inflación y gasto público un presunto pleno empleo. La década pasada el socialista Schröder introdujo a su modo en Alemania elementos compartidos con el programa de Maggie: la responsabilidad individual, la liberalización del mercado laboral, la reducción de impuestos y la orientación de los subsidios hacia la obtención de un empleo.
En 1981 Mitterrand ganó las elecciones con el programa común de la izquierda, llevó comunistas al Gobierno, nacionalizó empresas y devaluó dos veces en dos años. En 1992 firmó, tras fracasar sus políticas iniciales, el Tratado de Maastricht. Consagraba límites de deuda y déficit del 63%, considerados hoy draconianos por el nuevo presidente Hollande y los radicales izquierdistas griegos. Invocan que el crecimiento solo puede ocurrir fuera de esos cauces que impuso un correligionario.
Con todo, nada impide a los electores rebelarse contra la tabla de sumar. Pero en ese caso, no se les obligará a permanecer en el euro.