Un paso atrás para Tailandia

por Gerardo del Caz, 11 de octubre de 2006

Durante la noche del pasado 21 de septiembre volvieron a las bulliciosas calles de Bangkok unas imágenes que se creían felizmente desterradas: al mando de las fuerzas armadas y con el apoyo expreso de la Junta del Estado Mayor, el general Sondhi Boonyaratkalin desplegó los tanques por la ciudad y declaró el final del Gobierno de Thaksin Shinawatra, el Primer ministro en el poder que había sido elegido democráticamente y que se encontraba en Nueva York asistiendo a la Asamblea General de Naciones Unidas.
 
A la perplejidad inicial de los habitantes de la ciudad al ver a las unidades de élite del ejército en las calles, le sucedió una aparente normalidad y una resignación ya conocida. Sin derramamiento de sangre, un Gobierno electo era destituido por el ejército como era costumbre hace tiempo. De hecho, desde el advenimiento de la monarquía constitucional en 1932, en Tailandia ha habido 19 golpes de Estado y 16 constituciones, siempre bajo la figura del Rey.
 
Muchos expertos se equivocan al analizar este golpe en términos occidentales de “izquierda o derecha” o de “pro o contra americano” como puede ser habitual en otras latitudes. El golpe se enmarca dentro de una particular y compleja idiosincrasia política en la que este tipo de acontecimientos no es ni mucho menos una novedad sino una constante a lo largo de la reciente historia democrática del país. De hecho el depuesto primer ministro Thaksin fue el primer civil de la historia en concluir su primer mandato electoral.

Tailandia, una excepción en la región
 
Tailandia es un país anómalo en el sudeste asiático, con 65 millones de habitantes ha sido el más cercano aliado occidental y siempre ha sido para sus vecinos un modelo en muchos aspectos, particularmente en el económico y en el político.
 
En primer lugar Tailandia es el único país de la zona que jamás ha sido colonizado. El sentimiento de identidad tailandesa es uno de los más fuertes de Asia y les ha llevado a salvaguardar su unión como pueblo desde el s.XIII y en torno a la figura del Rey, a quienes los tailandeses, incluso hoy, profesan una profunda admiración y respeto. Por su situación geográfica se encuentra en una “frontera cultural” entre la zona de influencia védica o india que comparten países como Indonesia, Malasia, Birmania y la zona confuciana o de influencia china como Vietnam o Laos, confiriéndole este hecho un sentimiento de especificidad y de unicidad que ha hecho a los tailandeses muy orgullosos de su país y muy hostiles a sus vecinos.
 
En segundo lugar, Tailandia, y en concreto sus soberanos, tuvieron desde principios del siglo XX la inteligente política de trazar alianzas estratégicas para mantener su independencia en contraste con lo que sucedió en los países vecinos. Primero con los ingleses y después con los EEUU, del que es hoy el más firme aliado en la región y con el que tiene firmado un acuerdo de defensa, Tailandia se mantuvo siempre como Estado soberano. Es esta política la que le permitió salvarse de caer en el comunismo durante la Guerra Fría.
 
Debido a todo ello y a la estabilidad que proporciona una monarquía respetada y venerada por todos, el país ha disfrutado de una relativa calma política durante años a pesar de los sucesivos cambios constitucionales y de Gobierno,  y le ha permitido destacar por encima de todos los países de la zona en términos económicos. Tanto es así, que el régimen tailandés fue emulado en Camboya tras el grave conflicto militar que vivió el país para diseñar un sistema de monarquía parlamentaría, en Vietnam, en cuestiones económicas o Indonesia, en lo relativo a la estructura militar y a su control civil.

Fig. 1: Renta per capita en USD en el sudeste asiático en 2004
Fuente: Banco Mundial

Todo esto, y el fuerte apoyo de EEUU, ha permitido al país ser una excepción en la región y poder crecer muy por encima de sus vecinos apoyándose en unos elevados flujos de inversión directa y en unas políticas orientadas a promover la exportación de textiles.
 
La economía de Tailandia ha crecido desde los años 60 a ritmos muy elevados poniendo al país a las puertas de entrar en el grupo de los llamados tigres asiáticos o NIE’s (New Industrializad Economies) como Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur. La diferencia más importante con este grupo fue su bajo desarrollo tecnológico que hizo al país especialmente sensible a las variaciones de los precios del petróleo, que tiene un impacto crítico en su economía.

 
Fig. 2: Inversión directa en la región. Millones de USD.
 Fuente: Secretariado de Asean
 
Fig. 3. Crecimiento de Tailandia en los últimos años (%)
 Fuente: Banco Central de Tailandia
 

Sin embargo, la crisis de 1997 marcó un antes y un después en el país. En menos de 3 días Tailandia devaluó su moneda casi un 60% y su deuda externa, en dólares, pasó a suponer una enorme carga. El país, que miraba a Corea y Taiwán se encontró en pocas semanas sumido en una profunda crisis que le situó junto a Camboya y Laos.
 
Tailandia vio como el paro aumentaba hasta el 18% en pocos meses y como había indicios claros de inestabilidad social.
 
Thaksin, llegada y salida
 
Es precisamente en este clima de crisis económica, de una grave situación social y con el país al borde de la quiebra financiero por motivos de la deuda externa, cuando se tomó la decisión de reforzar la figura del Primer Ministro.
 
A instancias siempre del Rey, se decidió modificar la Constitución democrática de 1991 y se otorgaron poderes especiales al Primer Ministro y un control mucho mayor sobre el país. Sin embargo, la gran paradoja es que, muy posiblemente, lo que en su momento se consideraron medidas para garantizar la estabilidad han resultado ser la causa de su fracaso.
 
En 2001 las elecciones dieron la victoria a Thaksin Shinawatra, uno de los dueños de las mayores fortunas de Asia y con negocios en todo el sudeste asiático y propietario de la mayor empresa telefónica del país.
 
El partido de Thaksin, “Thai rak Thai”, algo así como “los tailandeses aman Tailandia”, se centró en las clases rurales más desfavorecidas, aquellas que más habían sufrido la crisis de 1997. Se comprometió a llevar un supuesto bienestar a todos los rincones del país y no sólo a Bangkok, prometió un sistema de protección, entonces y hoy inexistente, y buscó el apoyo de la masa mediante demagogia y populismo. Thaksin ganó esas elecciones por abrumadora mayoría e incluso en Bangkok tuvo más apoyo que sus rivales.
 
Desde los primeros meses de su mandato Thaksin ejerció una política populista con un carácter nepotista al situar a miembros de su familia y amigos en puestos clave del Gobierno. Aprovechándose de la reforma constitucional de 1997 pudo controlar todos los resortes de poder, la justicia, el parlamento y comenzó a llevar a cabo medidas populistas: inició unos subsidios sanitarios a las zonas rurales que incluían pagos en metálico a los campesinos e inauguró más de 300 comedores gratuitos en un país que tiene excedente alimentario.
 
Además Thaksin fue afortunado: la economía acompañó a su Gobierno. De forma inteligente firmó tratados de libre comercio con numerosos países y Tailandia recuperó el crecimiento y fue capaz de atraer inversiones extranjeras. En medio de una crisis mundial se posicionó como destino de inversión alternativa para empresas que no querían poner en la cesta china todos los huevos de su inversión en Asia. Toyota, General Motors, Ford, realizaron importantes inversiones en el país con Thaksin y la popularidad del primer ministro ganaba punto tras punto al igual que lo hacían los impuestos a las clases más elevadas o el déficit de un país ya endeudado.
 
Sin embargo Thaksin no controlaba todos los resortes del poder pues los medios de comunicación escaparon a su control. Tanto la prensa nacional como la internacional empezaron a hacerse eco de las numerosas irregularidades de un Gobierno que era administrado como otra de las muchas empresas del primer ministro. Los escándalos se sucedían e iban desde la acusación de compra de votos en las zonas rurales a la venta de empresas estatales a sobrinos o amigos  a precios ridículos pero claro, ¿quién lee la prensa o sigue la actualidad en el medio rural?
 
En 2005 Thaksin se presentó de nuevo a las elecciones y, para disgusto de los occidentalizados e informados ciudadanos de Bangkok, volvió a ganar aumentando su ventaja en las zonas rurales, donde ya era considerado un héroe, mientras que apenas consiguió un 30% de los votos de Bangkok. La división que se había producido en el país entre los dos ámbitos era patente.
 
Desde su victoria el pasado año, los ataques de Thaksin a la prensa han sido constantes al ser ésta el origen de todos sus males. Fue la prensa la que descubrió cómo privilegiaba sus intereses financieros a los intereses económicos del país o cómo sus empresas pedían y obtenían créditos a bajo tipo de los  bancos estatales.  El mayor escándalo tuvo lugar cuando el primer ministro eludió un pago millonario de impuestos tras vender la mayor empresa de telecomunicaciones en Tailandia a un consorcio estatal de Singapur. Aunque no tuvo eco en las partes rurales del país, en pocas semanas se sucedieron las manifestaciones en Bangkok y el país aparecía más dividido que nunca.
 
En un país con un 80% de campesinos y unas zonas rurales deprimidas, que nada tienen que ver con la cosmopolita y occidentalizada Bangkok, se produjo una profunda fractura social entre la elite económica del país, que odiaba a su primer ministro, y el medio rural donde Thaksin era admirado, querido y donde conseguía en las elecciones más del 80% de los votos.
 
En 2006, cuestionado por el propio rey de Tailandia, tras una nefasta gestión de la crisis del tsunami y en medio de protestas populares. Thaksin quiso legitimar su Gobierno y decidió convocar unas elecciones para el 2 de abril seguro de que las ganaría. Igualmente seguros de que las perderían, la oposición se negó a participar en ellas y los comicios fueron boicoteados. El partido de Thaksin no tuvo más remedio que presentarse en solitario y obtuvo un 61% de los votos sobre una participación del 65%.
 
Tras las elecciones a Thaksin le fue imposible ser investido primer ministro por problemas legales ante la falta de oposición en el parlamento. La situación política del país entró en un limbo político pues la Corte Constitucional no podía emitir un veredicto ante una situación jamás prevista y para la que no había otra alternativa que una nueva convocatoria de elecciones que, probablemente, Thaksin volvería a ganar. En Bangkok, mientras tanto, se sucedían desde enero las manifestaciones anti Thaksin con regularidad y la oposición amenazaba con llamar a la desobediencia civil.
 
¿Un golpe justo a tiempo?
 
Desde abril la situación política en Tailandia ha sido desconcertante. El ahora depuesto Primer Ministro asumió todos los poderes temporalmente hasta que la Corte Constitucional, dominada por él mismo, tomara una decisión.
 
Durante este tiempo Thaksin no perdió el tiempo y demandó por millonarias cantidades a los periódicos que aún le eran hostiles a la vez que cerraba más de una docena de emisoras de radio. Thaksin había asumido las funciones de un dictador y a la espera de unas elecciones que se producirían en torno a este mes de octubre, estaba blindando su poder.
 
Temeroso de un golpe militar, a finales de septiembre Thaksin tenía previsto relevar a toda la cúpula de generales sustituyéndola por compañeros de su promoción en la academia militar. De hecho ya se había comunicado al General golpista Sondhi, primera autoridad militar del país, su sustitución en octubre por un general que apoyaba al primer ministro. Por si fuera poco, en octubre varios jueces de la corte suprema finalizaban su mandato y serían sustituidos con toda probabilidad por hombres del Thai rak Thai.
 
Si todo hubiera salido como Thaksin planeaba, en octubre, tras el trámite de unas elecciones sin la oposición, él podría haber reclamado todo el poder en Tailandia y tendría la capacidad de cambiar la Constitución sin la amenaza de un golpe hostil para poder dominar aún más al país y dejar al Rey una mera función simbólica..
 
Por otra parte, el rey Bhumibol Adulyajed, de 78 años, no se llevaba especialmente bien con Thaksin en los últimos meses. Aunque jamás expresó públicamente su desagrado, las noticias de corrupción y la fuerte contestación social hicieron que se distanciara de él y que desde 2005 no se dirigieran la palabra. La concentración de poder en la figura de Thaksin junto con su ingente fortuna hizo al Rey temer un cambio constitucional en el que su figura perdiera importancia a favor de la del primer ministro.
 
Ante una situación tan complicada los generales más veteranos del ejército, con la más que probable aquiesciencia real, decidieron provocar la salida de Thaksin de la forma más rápida posible  y sin derramamiento de sangre. Qué mejor momento que cuando el primer ministro se encontraba en Naciones Unidas y tras haber detenido en secreto y por sorpresa a 129 altos cargos del ejército nombrados por Thaksin unas semanas antes. Sin ellos era imposible para el primer ministro imaginar que se preparaba un golpe con tanta celeridad.
Los detalles del golpe fueron muy calculados. En poco tiempo todas las televisiones estaban controladas y además los soldados y tanques exhibían una cinta amarilla como respeto por la monarquía y aseguraban al pueblo que no se trataba de un golpe de Estado sino de “una reforma necesaria en Tailandia” y los generales golpistas recordaban por la radio a las fuerzas armadas y funcionarios que su lealtad era con el Rey, no con Thaksin o su partido.
 
Un riesgo para la monarquía y para el futuro
 
Desde luego no es la primera vez que en Tailandia un rey tolera un golpe de Estado o incluso lo ampara, como en 1976. Para muchos analistas es de hecho una solución muy “tailandesa” a la hora de acabar con Gobiernos débiles o situaciones de inestabilidad. De hecho fue el propio Rey quien en 1992 propició la vuelta a un Gobierno civil o el que indujo a acabar con gobernantes corruptos.
 
Desgraciadamente la historia nos recuerda que cuando un rey recurre a un “hombre fuerte” para resolver una crisis, a menudo el “valido” no sólo no puede resolver la crisis sino que la agrava al dividir a la sociedad y convertirse él mismo en un problema más grave de consecuencias negativas.
 
En España tenemos un ejemplo cercano con Alfonso XIII y la dictadura de Primo de Rivera o en Italia con Víctor Manuel III y Mussolini. Los problemas para los que se eligen “hombres fuertes” no se solucionan tan fácilmente y el resultado es muchas veces contraproducente.
 
Las primeras medidas de la Junta militar han sido muy claras: ley marcial y prohibición de reuniones y de formación de partidos políticos, supresión del derecho a la libertad de expresión con la aparición de una censura a todas las emisiones o publicaciones de prensa y una presencia militar en todos los edificios oficiales, incluyendo el palacio real.
 
El general golpista Sondhi ha declarado que tras un periodo de tiempo, buscará un civil para dirigir el país  y que se pondrá en marcha un periodo constituyente para redactar la nueva Carta Magna y después convocar elecciones. La realidad es que es imposible predecir lo que va a ocurrir y algunas experiencias anteriores en Tailandia y en la zona son preocupantes. En Birmania sucedió lo mismo y la junta provisional se ha transformado, tras18 años, en un comité dictatorial sin escrúpulos. Suharto, mucho antes en Indonesia, ya mostró que cuando prometió dar el poder al pueblo en breve, hablaba de más de 32 años de autoritarismo.
 
El rey Bhumibol Adulyajed sabe que muy difícilmente tendrá alguna vez a su pueblo en contra. Al menos en esta generación. Pero es difícil imaginar que esta situación sea beneficiosa para la monarquía pues es posible que la aparente indiferencia, e incluso alivio, que han sentido muchos tailandeses al verse librados de Thaksin sea sustituida por temor y ansias de libertad democrática. Cuando Sondhi o su sustituto se resistan a ceder el poder, no van a encontrar a un país sumiso como en los años 60 o 70, sino que tendrán a una sociedad mucho más occidentalizada, informada y que anhelará la libertad que tenían en los 90. Con toda probabilidad esa sociedad no va a tardar mucho en apuntar al Rey, o a su próximo heredero, como soporte último de un régimen que no cumplió sus compromisos.
 
La mejor alternativa posible es que bajo el Gobierno temporal se redacte  lo antes posible una nueva Constitución que, al contrario de la de 1997, limite los poderes del ejecutivo y que, bajo la tutela monárquica, pueda facilitar un retorno rápido a una situación democrática donde los partidos políticos tengan menos poder en favor de instituciones fuertes e independientes. Durante este tiempo se podría abordar la sucesión al trono y actuar para acabar con la insurrección en las provincias separatistas del sur de mayoría musulmana.
 
Como ha sucedido muchas veces a lo largo de la historia de Tailandia, y como los propios tailandeses dicen, “una crisis es muchas veces un paso atrás para poder dar dos hacía adelante”.
 
Conclusiones
 
La opción actual de un Gobierno interino militar auspiciado por el Rey es muy arriesgada pues, a pesar del total respaldo popular que tiene el monarca, es difícil pensar que esto sirva para mucho más que acabar con los síntomas en lugar de con la enfermedad. La raíz del problema no está en una figura corrupta y autoritaria como Thaksin sino en el hecho de que éste ganara las elecciones con un 60% de votos gracias al voto rural desinformado. Es esta división en la sociedad tailandesa, entre una minoría influyente y occidentalizada, y una mayoría rural con enormes carencias sociales, el verdadero problema. Es un desequilibrio que difícilmente podrá resolver el general Sondhi o su sucesor.
 
El golpe tiene de momento muy poca resistencia popular como tampoco la tuvieron los precedentes. La única diferencia es que esta vez se ha producido tras 14 años de relativa calma con gobiernos civiles, un periodo en el que la vida de los ciudadanos, al menos los de las zonas más desarrolladas, han cambiado totalmente. Muy pronto los generales al mando se darán cuenta de que controlar el país no es tan fácil como lo fue antes ya que los medios de comunicación, la información, la vida asociativa de la Tailandia de hoy no tiene nada que ver con la de hace 20 ó 30 años.
 
El futuro del Gobierno militar dependerá de cómo es capaz el Gobierno de generar confianza y de solucionar acuciantes problemas, por ejemplo controlar la corrupción, acabar con las enormes diferencias sociales, equilibrar las zonas rurales, etc., pero sobre todo de cómo devuelve el poder de forma efectiva a los ciudadanos. La cuestión es que, incluso si el Gobierno militar es capaz de garantizar elecciones libres en un año, ¿qué garantías existen de que el mismo problema no surja de nuevo?. Difícilmente la gente toleraría otro golpe de Estado en unas circunstanciás análogas y el riesgo a una vuelta a enfrentamientos civiles existe.
 
En la arena política internacional, la salida de Thaksin aún a pesar de haber sido sin derramamiento de sangre, no ha sido bien recibida y ha puesto en duda la capacidad de Tailandia de consolidar un sistema de gobierno democrático. Es de esperar que EEUU mantenga inicialmente una actitud contraria al nuevo régimen porque sería incoherente con el discurso de la administración Bush, comprometida con promover la democracia en Oriente Medio y Asia.
 
Por desgracia, ante el aparente éxito del golpe, Tailandia puede ser de nuevo un ejemplo para otros países de la zona aunque, esta vez, podría dar ideas a las fuerzas armadas de países vecinos como Indonesia o Camboya para acabar con los corruptos e ineficaces Gobiernos civiles que basados en un populismo no logran mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos.
 
La democracia, como ya dijo Tocqueville, es un sistema frágil y los acontecimientos en Tailandia son una buena prueba de ello. Es difícilmente justificable la toma de poder por parte del ejército contra la voluntad popular, pero es igualmente grave haber diseñado un sistema donde los mecanismos de control del poder, como la separación de poderes o una justicia independiente, no sólo no hayan funcionado sino que hayan sido conscientemente limitados en aras de una supuesta estabilidad. Si a todo esto unimos una población propensa al populismo, tenemos como resultado el riesgo de que alguien como Thaksin llegue al poder en Tailandia siguiendo la estela de Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o un largo etcétera.
 
Además de instituciones fuertes, la democracia precisa de ciudadanos educados, informados y comprometidos con ella. Si no es el caso, se corre el riesgo de que plataformas electoralistas constituidas en torno a candidatos carismáticos u “hombres fuertes” lleguen al poder y deriven en corrupción y en la usurpación de los poderes por los que fueron nombrados. Thaksin no es una excepción tailandesa, sino la confirmación de un patrón universal.

 
 
Gerardo del Caz es Analista de Política Internacional, especialista en temas de seguridad y desarrollo en Asia.