Un partido de cobardes es un Partido Perdedor

por Rafael L. Bardají y Óscar Elía Mañú, 11 de mayo de 2016

El PP, independientemente de los millones de votos que logre el 26-J, es el partido perdedor. Su máxima aspiración, tal y como anuncian sus responsables, es alcanzar los suficientes escaños como para que al PSOE de Pedro Sánchez (o sucesor/a) no le quede más remedio que aceptar una gran coalición.

Ya desconcierta que el Partido Popular de Rajoy se empeñe desde el 21-D en querer construir esa gran coalición con el PSOE, un partido al que al mismo tiempo acusa de hacer una política de exclusión del PP. Mariano Rajoy ha ido tan lejos como para denunciar que el líder socialista estaba trabajando en un nuevo Pacto del Tinell. Y es verdad que desde la dirección del PSOE se ha dicho que todo menos el Partido Popular. Aun así, todas las esperanzas de poder formar Gobierno, según Rajoy, pasan por compartir Consejo de Ministros con quien quiere excluirle, le considera un indecente y promete derogar las principales medidas adoptadas por su Ejecutivo en la legislatura 2011-2015.

La obsesión del Gobierno con esa gran coalición con el actual PSOE desconcierta aun más porque no se dice (tal vez ni se piense) para qué se quiere, más allá de para conformar una mayoría estable. Pero ¿mayoría estable para qué? ¿Qué políticas cree Mariano Rajoy que hará en coalición con el socialismo poszapaterista? Aún más ignoto, ¿qué políticas querría hacer Mariano Rajoy, habida cuenta de que todo lo que ha hecho hasta ahora ha sido lo contrario de lo que prometió realizar en 2011?

A estas alturas, todo deberíamos tener claro que Mariano Rajoy no es un ideólogo, y su Gobierno tampoco. Su rechazo a las ideas quedó patente en su único discurso ideológico, el de Elche 2008, en que instó a los militantes liberales y conservadores del PP a que abandonaran el partido porque no había lugar para ellos. Nadie se marchó, el líder fue encumbrado en el posterior congreso de Valencia y la gestión burocrática quedó como la única alternativa viable y sancionada por las altas esferas.

De ahí los tres grandes errores del Gobierno de Rajoy:

– hacer una política de corto plazo, incapaz de abordar los problemas de España más allá de la siguiente encuesta, elección o composición de Gobierno;

– hacer una política de luces cortas, sin un programa real, sustentado e iluminado por ideas auténticas, con el único objetivo de navegar, sin que importe el rumbo;

– hacer una política del miedo, centrada en acobardar al PP, sin darle otra salida que cerrar filas en torno a la actual dirección, por poca o nula consideración que le tengan las bases populares.

Esta estrategia del miedo está pasando por convertir al PP, a sus militantes, simpatizantes y votantes en una masa inerme y temerosa ante el populismo izquierdista, sin ideas propias ni ofrecer alternativa alguna. Una masa pasiva e indefensa, entregada de manera casi borreguil a unos dirigentes que no le ofrecen más que ausencia de proyecto, nada de grandeza ni –aún menos– ilusión. Acobardar y emascular al partido, incluso al votante popular, es quizá uno de los peores delitos del marianismo-sorayismo. No nos extraña la huida masiva de votantes.

Y no es un problema únicamente de caras. Como muy bien ha apuntado Esperanza Aguirre en su reciente libro Yo no me callo, al PP le falta un relato de lo que es y a lo que aspira. Un relato basado en el orgullo de España y en la eficacia para mejorar y progresar de los valores liberales-conservadores. Ese relato ni se puede ni se va a construir con los actuales dirigentes, porque reniegan de él, amparados en los méritos de la buena gestión de los altos funcionarios del Estado que son.

Los retos y problemas de las sociedades occidentales exigen liderazgos fuertes y decididos, y el PP no puede permitirse más la abulia y la apatía del experimento marianista, basado en la falta de liderazgo. Debatir con los contrincantes nunca puede darle pereza a un buen político, como tampoco puede contentarse exclusivamente con hacer que el aparato administrativo del Estado esté bien engrasado. El PP debe perder el miedo a un liderazgo fuerte y decidido, y apostar por figuras que lo favorezcan. Por figuras que aspiren a llevar adelante las mejores políticas. Cómo lograrlo cuando no se convocan congresos abiertos o cuando se rechazan elecciones primarias, y sin ningún apetito por reformas electorales que aten más a los candidatos a sus electores, es la pregunta del millón. Pero el PP se juega su futuro si no es capaz de recrearse.

La alergia del marianismo a las ideas básicas de cualquier partido liberal-conservador es patológica. Nuestra sociedad no se puede permitir este partido zombi, que no tiene las ideas claras en materias básicas: el fomento del libre mercado y la igualdad de oportunidades; la evolución hacia un Gobierno limitado; la promoción de la libertad personal frente al Estado; la construcción de una defensa nacional fuerte; la defensa de la religión y de los valores tradicionales de nuestra cultura; el aliento de la responsabilidad del individuo y la búsqueda de la excelencia educativa... Como decía Richard Weaver, las ideas tienen consecuencias. Las buenas ideas tienen buenas consecuencias; las ideas socialistas tienen malas consecuencias. Y el no tener ideas conlleva la peor de las consecuencias imaginables: la entrega y rendición a las de los demás. Que es lo que ha alimentado el marianismo: la aceptación del marco ideológico socialdemócrata y la consiguiente desnaturalización del Partido Popular. Ahí están las declaraciones del ministro Margallo renegando de las políticas de austeridad (tan levemente aplicadas por su Gobierno, dicho sea de paso) como ejemplo bien reciente.

El marianismo-sorayismo se equivoca si cree que puede ganar excluyendo las ideologías. No fue Rajoy quien acabó con Rodríguez Zapatero. Fue la sociedad y en buena parte una mayoría social conservadora. A través de organizaciones cívicas, medios de comunicación y activistas políticos, la derecha social alcanzó entre 2004 y 2011 una visibilidad y una influencia determinantes. No fue Rajoy sino aquella abigarrada alianza liberal-conservadora lo que acabó con ZP. Rajoy también rompió con ella tras la victoria del 20-N de 2011. Pero la política hoy se basa precisamente en la suma de movimientos de la sociedad civil: el siniestro éxito de Podemos, aglutinando grupos dispares pero unidos, lo deja bien a las claras. Así es la política del siglo XXI, pero el PP marianista sigue teniendo una visión de la política del siglo XIX. Sólo aunando y reuniendo en un esfuerzo común a activistas provida, víctimas del terrorismo, asociaciones cívicas, laboratorios de ideas, clubes de empresarios, etc. podrá construirse una alternativa real.

Por último, recrear el PP es un elemento imprescindible del cambio en España, pero no suficiente. En gran medida, los males que nos aquejan provienen del papel central que en la Transición y en la Constitución se otorgó a los partidos políticos. Ha llegado la hora de devolverles a su sitio. Hay que poner punto y final a una partitocracia que ha contaminado todas las instituciones del Estado y de la débil sociedad civil. Pero para eso primero tenemos que encontrarnos con un liderazgo fuerte, con ideas, que esté dispuesto a hablar con realismo y sinceridad a los españoles. Y que esté dispuesto a asumir los riesgos necesarios. De lo contrario, a España sólo se le abrirá una disyuntiva: convertirse en la Venezuela chavista o languidecer plácidamente bajo el sol de nuestras playas.