¿Un nuevo Trianon?

por Mira Milosevich, 16 de octubre de 2006

(Publicado en ABC, 15 de octubre de 2006)

En Belgrado y hace poco  más de seis años, el cinco de octubre de 2000, fue derrocado por una revolución democrática el régimen de Slobodan Milosevic. Los serbios que celebraron su caída creían que, a pesar de su responsabilidad en la desintegración y destrucción de la Yugoslavia postcomunista, volverían de inmediato al seno de la comunidad internacional. Como todas las explicaciones que se daban por entonces en el mundo del conflicto yugoslavo comenzaban y acababan  con la inculpación absoluta de Milosevic, se había ido asentando la convicción de que, con la desaparición de éste, se desvanecerían todos los problemas. Ahora, seis años después, ningún político serbio se atreve decir públicamente la verdad: Serbia, por muy doloroso que sea reconocerlo,  va a perder Kosovo. La presión de la comunidad internacional para que, antes de que  termine este año, se encuentre una fórmula definitiva para el estatuto de Kosovo, bajo apercibimiento de que, en caso contrario, la propia comunidad internacional impondría la suya- probablemente, la independencia- sólo es una más de las que Serbia ha sufrido en lo que llevamos de 2006: en mayo, la Unión Europea bloqueó las negociaciones sobre el Pacto de Estabilidad, alegando que Serbia no había cumplido con las exigencias del Tribunal Internacional de la Haya. Poco después,  Montenegro, el único aliado de Serbia durante todo este tiempo,  decidía  independizarse. Los serbios se sienten rechazados por sus vecinos más cercanos y muy poco apoyados por los demás países. ¿Por qué Serbia no acaba de convencer al mundo de que, definitivamente, ha elegido el camino de la democracia?
 
Dentro de aproximadamente dos semanas, se  celebrará en Serbia un referéndum sobre la nueva Constitución, y luego,  hacia finales de año, las elecciones generales. La nueva Constitución nace tarde (hasta ahora el país  tenía el marco legal impuesto por Milosevic), y saldrá a referéndum sin previa discusión pública. El hecho es que ya ha dividido a la elite política. Los que han tenido oportunidad de leerla, afirman que es mejor que la anterior, pero que deja mucho qué desear. Separa definitivamente los poderes legislativo, judicial y ejecutivo, pero afirma rotundamente que Kosovo forma parte del territorio de Serbia, aunque los albaneses de Kosovo no sean convocados a votar en el referéndum, con la excusa de que no reconocen las instituciones serbias. La UE ha apoyado la nueva Constitución, pero este apoyo no tiene sentido trascendental, toda vez que exige unos resultados concretos que Serbia no ha sido hasta ahora capaz de alcanzar. La tardía Constitución es el espejo de la situación política actual en Serbia: las reformas democráticas han sido lentas e insuficientes. El mayor problema interno es la corrupción, que no ha cesado de aumentar en los últimos tres años, como informan los analistas de la UE. A ello se une el estancamiento económico en niveles de pobreza (el sueldo medio en Serbia es de 250 €). Esta pésima situación, así como el fracaso en el cumplimiento de las exigencias de la UE,  los ha intentado disimular el actual gobierno de Vojislav Kostunica (Partido Democrático Serbio) con un nuevo discurso sobre la cuestión de Kosovo, aunque sin prometer batallas, como lo hizo su antecesor. Según Kostunica, los serbios no pueden aceptar el chantaje que ya les había propuesto el “arquitecto de paz en los Balcanes”, Richard Hoolbrok: la renuncia a Kosovo como condición necesaria para el ingreso en la UE.
 
La cuestión de Kosovo es delicada para cualquier serbio, no porque quiera y crea que Kosovo debe formar parte de Serbia. Nadie en su sano juicio querría lidiar con una población enemiga e independentista, trufada de mafias y narcotraficantes. De hecho, la mayoría de los serbios es consciente de que, sin Kosovo, Serbia solucionaría mucho más rápido sus problemas. La pérdida de Kosovo significaría para Serbia lo mismo que fue para Hungría la amputación de Transilvania en 1920, por el Tratado de Trianon. Una pérdida humillante. La humillación de los serbios no significa nada para la comunidad internacional. Muchos creen que los serbios se la han ganado a pulso. Serbia nunca ha estado tan sola desde 1914. Por otra parte, se ha puesto de moda usar el ejemplo del apoyo de EE.UU.y la UE a Kosovo como prueba de que Occidente secunda a  los musulmanes cuando  no son terroristas. Serbia no es siquiera Alemania después de la  Gran Guerra. Su potencial militar está bajo mínimos y su población, muy cansada de  guerras.
 
Sin embargo, si la independencia de Kosovo le es impuesta, a finales de este año, daría un argumento más al Partido Radical Serbio (PRS), que empieza a amenazar seriamente el poder de los demócratas. En el año 2000, el PRS, de signo ultranacionalista, cuyo fundador Vojislav Seselj se encuentra actualmente en la cárcel de la Haya, acusado de crímenes de guerra, tenía el 6% del voto popular. Se le veía como heredero de la política de Milosevic. Seis años después, los radicales, según las encuestas, pueden contar con el 36% del apoyo popular. Ese crecimiento se debe sobre todo al descontento de la población con los demócratas y sus reformas lentas. Los radicales, con su discurso directo y demagógico, al estilo del populismo de Hugo Chavéz o Evo Morales, parecen una alternativa. Aunque el problema de Kosovo no es la mayor causa de su auge, puede convertirse en el motor principal de su política nacional e internacional, toda vez que carecen de un serio proyecto político y económico. Por ahora, se han limitado a declarar que, en el caso de que formasen gobierno,  no mantendrían relaciones con ningún país que reconociera la independencia de Kosovo, así como que están dispuestos a defenderlo con las armas.  A los serbios nadie les puede salvar de ellos mismos, pero la comunidad internacional debería saber cuándo la presión puede dar buen resultado y cuándo puede empeorar la situación. Una eventual llegada de los radicales al poder significaría una desestabilización política de Serbia y de toda la región.


 

 
 
Mira Milosevich es profesora e investigadora del Instituto Universitario Ortega y Gasset.