Ucrania entre dos mundos
(Publicado en La Razón, 5 de agosto de 2012)
“Perder Polonia nos haría retroceder dos siglos. Hasta el último ruso se levantaría en armas” dijo un ministro zarista en el XIX. Se trataba, en realidad, de la parte oriental de Polonia, que no estaba anexionado a Rusia, sino que su rey era el zar, desde hacía mucho menos de dos siglos, y que el tema le importase a un pobre mújik es más que dudoso, pero para la elite rusa era cercenar la vía de acercamiento al corazón de Europa. Putin dijo de la fragmentación de la URSS que era la mayor catástrofe geopolítica del siglo XX. Para los rusos, claro está. De todas las perdidas, de las 16 repúblicas federadas que se desgajaron, la más hiriente, con gran diferencia, fue Ucrania, la pequeña Rusia, de la cual se puede decir con no mucha exageración histórica pero sí con cierta hipérbole geográfica -porque las distancias no son lo que eran- que supone para Rusia un retroceso de seis siglos y un catastrófico alejamiento del centro neurálgico del continente europeo. Putin jamás lo ha aceptado y así como Moscú reivindica de facto el derecho a que se le respete una esfera de influencia privativa en lo que llama “el extranjero cercano”, ese perímetro ex-soviético que diferencia escrupulosamente del resto del mundo y al que se niega a reconocerle una plena soberanía en todo lo que pueda ser del interés de la exmetrópoli, esa actitud se ve exacerbada respecto a Ucrania, sobre la que pretende mantener una perpetua vara alta, lo que en la guerra fría se denominaba “finlandización” y bastante más.