Trumpistas y antitrumpistas un año después

por Óscar Elía Mañú, 25 de enero de 2018

Publicado en La Gaceta, 18 enero 2018

Pocas veces ha sido noticia tantas veces y con tantan intensidad un presidente norteamericano como el que juró hace un año. Pero paradójicamente, el balance del primer año de Trump es poco llamativo en términos de grandes cambios.La retirada del Tratado de París, el traslado de la embajada norteamericana a Jerusalén, la bajada de impuestos son éxitos importantes, aunque alejados de la grandeza presente tanto en su propia retórica del América First, como del apocalipsis profetizado por el antitrumpismo. En el haber del Presidente cuenta el haber tomado decisiones decididamente contrarias a los fakenews progresistas, habiéndose atrevido a lo que ningún presidente en las últimas décadas se había atrevido. En el debe, la falta de una gran estrategia amplia y coherente, espcialmente en politica exterior. El año 2018 debe ser el de la gran agenda de Trump, pero hasta ahora en términos reales la presidencia de Trump avanza más por la placidez que por el sobresalto.

A no ser que por sobresalto entendamos la simple escandalera mediática que parte de la prensa utiliza para llenar tertulias, talkshows y portadas. Tras anunciar hace un año un apocalipsis que no ha llegado, nuestros medios han tenido la necesidad de mantener la tensión respecto a Trump, tensión en ellos y en sus propios oyentes o lectores: no se me ocurre mejor ejemplo de fakenews que el armagedon diario en los medios respecto a la Casa Blanca. Para mantener la tensión alta, el antitrumpismo ha buscado dos tácticas distintas. En primer lugar, indagar en las intrigas y rencillas dentro de la Casa Blanca para convertirlas en portada de periódicos y telediarios. No sólo en relación con Priebus o Bannon: también politizando los cotilleos, desde los zapatos de Melania a los negocios de Ivanka o los viajes o chascarrillos en privado de Trump. De hecho, los mismos medios que consideraban antes intolerable indagar en la vida de Chelsea Clinton o las hijas pequeñas de Obama, se rebozan ahora en la relación entre el matrimonio Trump o en el de su hija.

En segundo lugar, cualquier decisión de Trump -especialmente en política exterior- se magnifica hasta la caricatura. Viendo los telediarios o leyendo las portadas se saca la conclusión de que Trump es un sádico sediento de guerra sangre o un loco irresponsable o imprudente. El caso de Corea del Norte es bien explicativo: para nuestros medios, la culpa del miedo atómico que se extiende el Oriente Medio recae a partes iguales entre el criminal régimen de Piongyang y la Casa Blanca, de manera que “Trump eleva la tensión” en el lejano oriente cada vez que los coreanos lanzan un misil sobre Japón. Recuerde también el lector que el traslado de la embajada americana de Tel Aviv a Jerusalem que iba a “incendiar Oriente Medio”. Y la historia del muro iba a romper toda relación con México y resto de hispanoamérica. En fin, no hay medida que la Casa Blanca tome en el exterior que no sea considerada desde el principio como el inicio de la próxima guerra mundial. Hagan un ejercicio: comparen los ataques y los muertos en ataques norteamericanos ocurridos durante el primer año de Obama con las cifras del primer año de Trump.

En verdad, el acoso y la hostilidad de la prensa progresista contra Trump no es nuevo, y ya lo hemos vivido antes con otros presidentes republicanos, aunque nuestra falta de memoria nos impide verlo con claridad. De Ronald Reagan decían que era un presidente incapaz y tonto, con nula experiencia y mucho fanatismo ideológico, un vaquero que iba a llevar al mundo a una guerra nuclear; las manifestaciones contra él se repitieron de principio a fin de mandato. De George W. Bush se dijo exactamente lo mismo, y también desde el principio. Como en el caso de Trump, su presidencia fue deslegitimada incluso desde antes de jurar, entonces por el recuento de votos en La Florida. Además Bush estaba para nuestros medios de nuevo poco preparado, y había llegado por enchufe familiar al

Despacho Oval: lo decían los mismos medios que en 2017 apoyaron sin reparos a la mujer de Bill Clinton. Tras el 11S y la Guerra de Irak la campaña brutal contra la Administración Bush alcanzó las mismas cotas que hoy vemos respecto a Trump. A los ojos del antibushismo, Bush era otro vaquero, otro estúpido dispuesto a sumir al mundo en la violencia, y un peligro para la democracia americana.

En fin, lo que caracteriza a cada presidencia republicana es la hostilidad que desde el principio suscita en determinados medios. No sólo eso: cada vez que concentran su fuego mediático en un presidente republicano, el New York Times, la CNN o El País afirman que su problema no es con un presiente republicano, sino con éste presidente republicano: pero lo cierto es que lo mismo dicen de cada presidente republicano, uno tras otro. Ciertamente, ninguno de los medios de comunicación que impulsan la agenda mediática ha descubierto últimamente ningún problema con los presidentes demócratas. Las cacerías sexuales de Bill Clinton por los pasillos de la Casa Blanca, y sus perversiones sexuales en el Despacho Oval no parecían a nuestra prensa motivo suficiente de escándalo, no al menos tan grave como las comentarios groseros de Trump. En cuanto a los casos de corrupción asociados a la Fundación Clinton, primero fueron cubriertos y después minusvalorados, por los mismos medios que se escandalizan por el gasto en Mara Lago. Y si nos remontamos en el tiempo, nuestros medios de comunicación, vanguardia del activismo feminista, siguen teniendo en Kennedy la gran referencia moral de nuestro tiempo: como si JFK no fuese el gran depredador sexual de la política norteamericana contemporánea.

El primer año de Trump no nos dice demasiado de Trump que no supiesemos de antemano: su carácter, sus ideas, sus reacciones. Pero sí nos dice mucho del antitrumpismo. Nos permite descubrir que puede dividirse en dos grandes grupos. Por un lado, el antitrumplismo no es más que el progresismo militante actuando durante la presidencia de Trump, como antes fue antireaganita y antibushista. Existe un sector de la opinión pública enormemente movilizado y activo contra todo conservador en la Casa Blanca, sector izquierdista radical o moderado, socialemócrata o abiertamente comunista o comunistoide. Esto, en sí mismo, ni es sorprendente ni desde cierto punto de vista censurable.

Pero junto al antitrumpismo izquierdista, está el antitrumpismo pasivo: aquel que sin militar abiertamente en el izquierdismo se deja, presidencia tras presidencia, llevar por la agenda mediática del NYT o del Washington Post. En españa este segundo tipo de antitrumpismo, es cómplice y en buena medida acobardado: afecta a quizá la gran parte de profesionales del periodismo, la opinión, la “inteligentzia”. Convertido el agresivo antitrumpismo de izquierdas (ayer mismo El País titulaba sin complejos “Trump abandona a los negros”- en una suerte de secta que señala a partidarios y disidentes, parte de la opinión pública tiende a adscribirse a él como método de supervivencia o de mejora. Además, resulta bastante desolador observar medios europeos, liberales o conservadores, criticar invariablemente a cada presidente americano afirmando que no es el republicano perfecto…siguiendo invariablemente la dirección marcada por el mainstream izquierdista, porque al parecer ningún presidente republicano de los últimos años lo es.

En fin: un año después, no podemos sacar grandes conclusiones sobre la presidencia de Trump, pero sí podemos identificar la existencia de un movimiento antitrumpista que unifica en un único campo a socialistas, islamistas, feministas, ecologistas, anarquistas, que a su vez unifica a su alrededor a una nebulosa cuyo problema no es tanto Trump, sino el seguidismo del movimiento antitrumpista que, en el fondo, es la izquierda adaptada a las nuevas circunstancias.