Trump: una guerra sin prisioneros

por Javier Gil Guerrero, 12 de febrero de 2017

Es habitual que en el despacho oval cada presidente redecore las paredes colgando algunos cuadros de antecesores suyos en el cargo con los que siente alguna afinidad especial. En lo que respecta a Trump, el nuevo presidente ha decidido adornar el despacho oval con los retratos de Washington, Jefferson y Jackson. Cabe preguntarse si no habría hecho mejor colgando las efigies de Richard Nixon o George Bush (hijo). La presencia de los cuadros de Nixon y Bush servirían de memento constante el aciago futuro que le espera a Trump.

Con sólo una semana en el cargo, Trump ha hecho frente a una hostilidad política, social y mediática nunca vista desde la reelección de Bush hijo o los últimos meses de la presidencia de Nixon. La novedad es que esta hostilidad declarada le ha acompañado a Trump desde antes de llegar a jurar el cargo. ¿Alguien recuerda un presidente cuya investidura fuera acompaña de violentos disturbios y linchamientos de sus simpatizantes? ¿Con qué presidente especularon los medios de comunicación sobre su posible asesinato antes de llegar a ser investido? ¿Cuál fue la última investidura presencial en la que docenas de congresistas se negaron a hacer acto de presencia? No hay que olvidar que la actitud y las declaraciones de Trump son en gran parte responsables de haber creado éste, pero la reacción a ellas está siendo desmedida.

Lo que hemos visto la última semana parece indicar que la oposición sufrida por Nixon y Bush va a palidecer en comparación con los cuatro años que le esperan a Trump. Para empezar, Trump cuenta con la enemistad declarada de la práctica totalidad de los medios de comunicación (salvo el del conglomerado News Corporation de Rupert Murdoch), una oposición feroz del Partido Demócrata (ya puede olvidarse de contar con el apoyo de un solo congresista demócrata para aprobar alguna de sus reformas), un apoyo tibio del Partido Republicano (por mucho que se insista en lo contrario, el Partido Republicano está fracturado), un recelo de los empleados públicos ahora a su cargo (ya puede prepararse para filtraciones masivas de su gobierno que harán parecer el caso Snowden un juego de niños) y una hostilidad manifiesta del establishment académico y artístico (la gala de los Oscars promete ser antológica, en la línea de las de los Goya con Aznar).

En resumen: Trump se enfrenta a una oposición decidida y abierta (mediática, política y social) y sus apoyos son débiles (un Partido Republicano dividido ante sus políticas proteccionistas y nativistas y un aparato de gobierno receloso ante sus exabruptos). Esto augura un mandato extremadamente difícil y con posibilidad de terminar antes de tiempo (si los demócratas se hacen con el congreso dentro de dos años es de esperar que- en el peor de los casos- inicien un proceso de moción de censura inmediato o-en el mejor de los casos- un boicot a la agenda legislativa de Trump que llevaría a una parálisis de gobierno-en el mejor de los casos). Este clima ya de por sí extremadamente adverso podría incluso saltar definitivamente por los aires si a esto añadimos una eventual crisis inesperada (como un atentado terrorista o una confrontación militar con China o Irán).

Trump, no obstante, parece ser consciente de esto. Por eso sigue usando twitter (única herramienta de la que dispone para hacer llegar su mensaje sin la distorsión de la prensa), por eso ha elegido para su gabinete a un elenco de militares (que si por algo destacan es por su lealtad inquebrantable) o de hombres de negocios ajenos a la política (y que por tanto saben que su carrera política comienza y termina con Trump, lo cual aumenta su lealtad), por eso ha pisado el acelerador con las reformas (la mayoría republicana en el congreso tiene una fecha de caducidad de dos años) y por eso está tratando de cumplir todas y cada una de las promesas hechas a sus votantes por muy estrambóticas que sean (pues son ellos los que le han llevado a la Casa Blanca a pesar de la frontal oposición mediática, social y política).

Trump va a tener una presidencia que va a ser-dicho suavemente- cuesta arriba. Es tal la enemistad hacia Trump que es imposible informarse objetivamente sobre él (seguir los medios de comunicación es como beber del aparato informativo del Partido Demócrata). Ya no se guardan las formas: cualquier pretensión de objetividad ha quedado sepultada por la división en torno a la figura del nuevo presidente. Van a ser unos años de alta tensión y volatilidad. Trump lo tiene casi todo en contra y se encuentra en una posición muy débil. Se podría decir que sólo le quedar pelear o huir hacia delante. Tanto él como la oposición van a jugar duro. Una política de “sin prisioneros” sucia y agitada. Seguro que Rusia y China se están frotando las manos.

 

Javier Gil Guerrero es Profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad Francisco de Vitoria (Madrid)