Todos los ojos en Pekín

por Rafael L. Bardají, 8 de agosto de 2008

(Publicado en ABC, 8 de agosto de 2008)
 
Todos los ojos están puestos en Pekín, pero el destino del mundo se está jugando en otra parte, en el Oriente Medio. Una bomba nuclear en manos de los ayatolás cambiaría el mundo tal y como lo conocemos.
 
Para complicar más la situación, los tres actores principales de la zona, Estados Unidos, Israel e Irán, se encuentran en una relativa interinidad política: George W. Bush se va en enero y el país está metido de lleno en dilucidar quién ocupará la Casa Blanca, si Obama o McCain; en Israel, el primer ministro Olmert ha anunciado que deja su puesto tras las primarias de su partido en septiembre; a mediados de 2009, Irán tendrá que revalidar a su actual presidente, el ultrarradical Mahamud Ahmadineyad, o inclinarse por una nueva cara.
Los líderes iraníes piensan que un Bush saliente no podrá actuar en contra de sus planes nucleares; tal vez lo crean también de un Olmert sacudido por sus escándalos de corrupción. Los occidentales sueñan con que los ayatolás se decidan por presentar una cara más amable al mundo. Es probable que todos se equivoquen.
 
Por un lado, el presidente Ahmadineyad no es un verso suelto, sino el exponente de una nueva generación de líderes iraníes. Y, además, hasta los llamados «moderados» quieren su bomba; por otro, un presidente lo es hasta el último minuto de su cargo y liberados de la presión del día después pueden sentirse más inclinados a la acción.
 
Sea como fuere, el destino estratégico depende en este caso de la suerte política o electoral de estos tres países. No será lo mismo Obama que McCain; como tampoco Tsipi Livni que Netanyahu. Aunque poca diferencia habría entre Ahmadineyad y cualquier otro de su generación, incluido el actual alcalde de Teherán.
 
Pero ahora todos los ojos se centran en Pekín y sólo se habla de la calidad de su aire. Tendemos a olvidarnos de su régimen opresor y de su deseo de dar con la cuadratura del círculo que le permita perpetuarse, el llamado comunismo capitalista. Por el bien de los chinos y el resto de la humanidad, Dios no lo quiera.