Thomas Jefferson

por Álvaro Martín, 5 de mayo de 2005

(Del libro The Pursuit of Aaron Burr and the Judiciary Jefferson´s Vendetta de Joseph Wheelan. Carroll & Graf 336 págs.)
 
Thomas Jefferson es uno de los presidentes americanos (1801-1809) más reconocibles de la historia. Y es, probablemente, el de mayor talento de todos los que han ocupado la Casa Blanca. Es célebre la audiencia de John F. Kennedy a una representación amplia de Premios Nóbel en 1962, que definió como la mayor concentración de genio nunca reunida en la Casa Blanca con la posible excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba en solitario.
 
Sin embargo, en las últimas décadas ha emergido una historiografía hostil al autor de la Declaración de Independencia: su hipocresía frente a la esclavitud, incluso su compromiso con el imperio esclavista, su radicalismo partidista, la persecución de sus enemigos políticos. Todo lo cual es cierto. Jefferson habitaba con igual convicción el cielo de los ideales, el purgatorio de la retórica y el infierno de la política más marrullera.
 
Aaron Burr sólo habitaba la última de esas instancias. Burr, Vice-Presidente de Jefferson entre 1801 y 1805, fue probablemente el primer político profesional de EE UU. Burr fundó en Nueva York la primera maquinaria electoral de la historia del país, “Saint Tammany”, una especie de club político antecedente de Tammany Hall, el hiper-corrupto aparato electoralista y clientelista que, en el siglo XIX y buena parte del XX, mantuvo a Nueva York como feudo prohibitivo del Partido Demócrata. Ironía de ironías, Burr estableció ese aparato para conseguir la elección del ticket presidencial republicano-demócrata (pese al nombre, antecedente último del actual Partido Demócrata) formado por Jefferson y el propio Burr.
 
Antes de la disputada elección entre Bush y Gore, existió la elección de 1800. Como en los primeros tiempos de la República no se votaba por una candidatura per se, el Presidente era el candidato con más votos y el Vicepresidente el segundo candidato con más votos. Jefferson y Burr empataron a votos electorales. La Cámara de Representantes, de acuerdo con la Constitución, tenía entonces que elegir al Presidente, sin que, después de treinta y cinco votaciones, pudiera romper el empate. Hasta que, en la número treinta y seis, Jefferson fue elegido gracias a que, entre otras cosas, Alexander Hamilton, el líder del otro partido, el Partido Federalista, se decantó del lado de su archi-rival político, Thomas Jefferson, apoyándole frente a Burr. El comentario de Hamilton: “Prefiero un hombre con principios perversos que un hombre con total ausencia de ellos”.
 
Tres años después, Burr, aún Vicepresidente, mató a Hamilton en duelo, poniendo fin a su carrera política, para reaparecer después en 2006-2007 con un episodio estrafalario que es el objeto del libro de Joseph Wheelan. Burr se ofreció a España, y a Inglaterra para forzar la secesión del Oeste Americano e instalarse como monarca o dictador del territorio conquistado. Al menos, eso es lo que el propio Burr decía a sus patrones, los Embajadores de España e Inglaterra para obtener apoyo en la empresa. El libro de Wheelan, después de relatar las idas y venidas de Burr, prefiere adscribirse a la tesis de que Burr sólo regalaba los oídos de sus interlocutores y que en realidad se proponía dirigir contra México exclusivamente. Dicho en otros términos, que sólo se proponía cometer el delito de violación de la neutralidad de España pero no el de traición, por el que fue juzgado.
 
El problema es que Aaron Burr dejó para la historia un rastro de cartas y manifestaciones que abonan la tesis de la traición y que Wheelan sólo pueda aportar juicios de carácter de terceros para excluir el designio, que Burr proclamaba a los cuatro vientos, de desgajar el Oeste de EE UU. El libro de Wheelan, por alguna razón, es renuente a aceptar como premisa lo que espontáneamente se desprende de la narración. Burr tenía propósitos superpuestos: provocar la guerra con España, dirigirse contra México y consolidar un imperio desde el Mississipi hasta Centroamérica. Dentro de ese programa máximo, ligeramente ridículo, cabían muchos programas intermedios.
 
Jefferson persiguió encarnizadamente a Burr: dirigió su arresto y pretendió teledirigir su condena. Pero el libro no demuestra, sino lo contrario, que la persecución era injustificada o desproporcionada con el delito. En cambio, de la persecución real e injustificable contra la judicatura - supuestamente el segundo propósito de Wheelan - el libro no ofrece elucidación o contextualización de ninguna clase. Salvo decir que la absolución de Burr por el Presidente del Tribunal Supremo, John Marshall, suponía la afirmación de la independencia judicial.
 
Pero Marshall hubiera podido condenar a Burr por traición y no haber necesariamente cedido ni una fracción de la independencia judicial. De hecho, Marshall absolvió a Burr en contra de su propia jurisprudencia (en el caso Bollman), interpretando restrictivamente el delito de traición para circunscribirlo a los casos de insurrección armada (que nunca llegó a producirse sino en grado de frustración en el caso de Burr) en los que existiera participación directa - no intelectual u organizativa - en el levantamiento de armas. En retrospectiva, la doctrina de Marshall en “United States vs Aaron Burr” es un legado inapreciable para la libertad de expresión y de asamblea en EE UU. Pero es diferente sugerir que la preservación de la independencia judicial dependía de la absolución de un hombre de cuya culpabilidad existían pruebas y testimonios abundantes.
 
Al final, el intento de rehabilitación de la figura de Aaron Burr (un político sin ideología, prófugo de la justicia en Nueva York y Nueva Jersey por el homicidio de Hamilton y traidor absuelto por tecnicismos legales) es simplemente extravagante. Burr es una figura histórica proteica y fascinante, eso sí, pero imposible de caracterizar como una víctima. De todas las maquinaciones de Jefferson, ésta es la única que no se puede exhibir contra él. Y el absurdo tono apologético y reivindicativo de Burr del libro de Wheelan es contradictorio con su propia narración.