Sudán se parte

por Manuel Coma, 11 de enero de 2011

 

(Publicado en La Razón, 10 de enero de 2011)
 
Ojos que no ven, corazón que no siente. Sudán, al sur de Egipto, no le importa a nadie. Sin embargo, es una de las monumentales tragedias posteriores a la Segunda Guerra Mundial. La región Oeste, Darfur, con unos pocos cientos de miles de muertos y muchos más refugiados en campos de miseria, ha hecho algo de ruido en los últimos años. Pero el tributo en vidas que la violencia se ha cobrado en el Sur, en los veinte años que precedieron al estallido del Oeste, pasa de los dos millones de vidas y el doble de desplazados. No tenemos más culpa que la de la indiferencia, pero eso ya cuenta, pues algo siempre se puede hacer. Si va acompañada del simulacro de dolor por los iraquíes chiíes que sus hermanos terroristas suníes asesinan, porque eran muertos útiles para adjudicárselos a Bush, la cosa es mucho peor.

El Sur es negro y cristiano o animista. El Norte, dominante y despótico, es árabe y musulmán. Tras unos años de tensa paz provisional intermediada por Estados Unidos, se celebró ayer el referéndum que escindirá el país. Otros africanos, no menos artificiales desde puntos de vista históricos y étnicos, no lo han conseguido. Eritrea es una excepción. Por irracional que sea, el estatus quo salido del colonialismo es sagrado, o todo el continente podría convertirse en un pandemónium. Pero como Sudán nunca ha dejado de serlo, se espera que la ruptura sea la solución.

Se espera, pero angustiadamente. La mala sangre es mucha y lo que antes era mera afirmación territorial y reparto de miserias ahora lo es de petróleo, descubierto en yacimientos que cabalgan la línea de partición, pero con el grueso en el Sur. El «oro negro» que tanto envenena podría ahora ser elemento de desconfiada concordia. La producción no tiene otra salida que un oleoducto que va hacia el mar Rojo por territorio del Norte.

Si ambos quieren beneficiarse tendrán que actuar de acuerdo, arte difícil de practicar bajo el peso de la sangrienta historia reciente y los prejuicios y odios ancestrales. Y no, no son Estados Unidos ni Occidente quienes tienen mayores intereses en el petróleo local, sino China, que desaprensivamente ha estado armando y apoyando el poder de Jartum, pero que juega todas las cartas al mismo tiempo. Además la línea de frontera no está exenta de litigios. Paz definitiva o guerra sin fin son las alternativas.