Siria gana puntos

por GEES, 22 de diciembre de 2004

Afganistán e Irak seguirán siendo temas fundamentales en la acción exterior norteamericana durante el segundo mandato del Presidente Bush. El reto de acabar con la insurgencia y estabilizar los nacientes estados predemocráticos requerirá tiempo y esfuerzo. Sin embargo, el foco de atención se está desplazando hacia otros dos estados, Irán y Siria, considerados amenazas de primer nivel. El programa nuclear iraní, de seguir adelante, representará un grave elemento de desestabilización regional.
 
Todos lo comprendemos. De ahí que haya surgido una iniciativa diplomática europea tendente a evitar su desarrollo. Hasta la fecha ha habido más ruido que nueces. Está siendo Irán quién marca el ritmo, quién utiliza a los europeos para tratar de romper la cohesión atlántica cuando más frágil parece. Cede poco, da vagas esperanzas y trata de atar a los representantes del Viejo Continente a un proceso que le aporta lo que más necesita, tiempo.

Estados Unidos observa distante y desdeñoso los esfuerzos europeos, amenaza... pero parece incapaz de plantear una estrategia alternativa. Con dos frentes abiertos, en ambas fronteras del estado persa, no parece prudente embarcarse en aventuras mayores con un país mucho más serio y solvente que los anteriores. Parece dispuesto a conceder tiempo para que los europeos se convenzan de que su buena voluntad no va a ser recompensada por el régimen de los ayatolás, para entonces tratar de llevar el problema al Consejo de Seguridad y aprobar medidas de fuerza. Sin embargo, sospecha, y lo hace con fundamento, que los europeos están más dispuestos a tolerar un Irán nuclearizado que a adoptar esas medidas. En este contexto, Siria gana posiciones para convertirse en el próximo frente.
 
Desde hace años permite que el grupo terrorista chiíta Hezbolá actúe libremente contra intereses israelíes, lo que constituye uno de los obstáculos más importantes para el proceso de paz. Con apoyo de Irán, de quien se ha convertido en brazo armado no convencional, ayuda a otros grupos terroristas palestinos, como Hamás, la Yihad o las Brigadas de los Mártires de Al Aksa, ahora de Yaser Arafat. Recordemos que tanto Hamás como las Brigadas Arafat se han negado a interrumpir su actividad, tal como les había pedido Abu Mazén, durante el proceso electoral y las negociaciones de paz. Dirigentes terroristas palestinos residen en este país, desde donde organizan parte de sus acciones. Tanto el Gobierno de Bagdad como el norteamericano han acusado al régimen de Damasco de facilitar refugio a figuras del baasismo iraquí, que actúan ahora bajo la dirección de los islamistas de Al Qaeda.
 
Es evidente que tener ocupado a Estados Unidos en la estabilización de Irak puede distraerle de otros cometidos y que el fracaso de la democratización del antiguo feudo de Sadam tendría consecuencias devastadoras sobre la estrategia de transformación del Amplio Oriente Medio, columna vertebral de la política exterior de Bush y principal amenaza para la oligarquía baasista siria.
El régimen de Damasco lleva años ocupando militarmente Líbano e imponiendo su dictado político. Las resoluciones del Consejo de Seguridad, exigiéndole su retirada, de nada han servido. Sus ambiciones regionales son evidentes y su presencia en aquel país es un paso en pos del objetivo hegemónico. La política seguida desde Damasco puede involuntariamente convencer a Estados Unidos de que para estabilizar Irak, asegurar el proceso de paz entre Israel y Palestina, devolver al Líbano su independencia y contener a Irán es prioritario golpear a Siria. Su economía es muy débil y sus Fuerzas Armadas incompetentes. Algo que en ningún caso se puede decir del régimen de Teherán. Si Siria se mantiene firme en el apoyo a la insurgencia iraquí, terrorista o guerrillera, y al terrorismo palestino, sus posibilidades de convertirse en el siguiente objetivo son muy grandes.