Sesenta milagrosos años
por Charles Krauthammer, 22 de mayo de 2008
(Publicado en The Washington Post, 16 de mayo de 2008)
Antes de enviar a Lewis y Clark al oeste, Thomas Jefferson envió a Meriwether Lewis a Filadelfia a ver al Dr. Benjamin Rush. El eminente doctor preparó una serie de preguntas científicas para que la expedición las respondiera. Entre ellas, '¿qué parecido inherente guardan sus ceremonias religiosas (de los indios) con las de los judíos?' Al igual que muchos de su tiempo y del nuestro, Jefferson y Lewis estaban fascinados por las 10 Tribus Perdidas de Israel, y pensaban que podrían estar dispersas por las grandes llanuras del centro de Norteamérica.
No lo estaban. No están en ninguna parte. Su desaparición en las tinieblas de la historia desde su exilio de Israel en el 722 a. C. no es ningún misterio. Es la norma, la regla de cada pueblo antiguo derrotado, destruido, dispersado y exiliado.
Con una excepción, una milagrosa historia de rescate y retorno, no después de un siglo o dos, sino de 2000 años. Llamativamente, ese milagro sucedía en nuestro tiempo. Esta semana se cumple su 60 aniversario: el retorno y la restauración de las dos tribus de Israel restantes -- Judah y Benjamin, conocidas más tarde como los judíos -- a su antigua patria.
Además de restaurar la soberanía judía, la creación del Estado de Israel incorporó muchos milagros posteriores, desde la creación del primer ejército judío desde tiempos de los romanos hasta el único caso que se tiene constancia de resurrección de una lengua muerta -- el hebreo, hoy la lengua cotidiana de una nación vibrante de 7 millones de habitantes. Como escribió una vez la historiadora Barbara Tuchman, Israel es 'la única nación del mundo que se gobierna en el mismo territorio, bajo el mismo nombre, y con la misma religión y la misma lengua que hace 3000 años'.
Durante sus primeros años, de Israel se hablaba en términos idealizados. Hoy, tal diálogo se considera inocente, anacrónico y hasta insensible, nada más que mitos sionistas diseñados para esconder la verdadera historia, es decir, la narrativa de desposeimiento de los palestinos.
No es así. El sufrimiento palestino es, por supuesto, real y sobrecogedor. Pero lo que la narrativa árabe está distorsionando deliberadamente es la causa de su propia tragedia: la demencia de su propia dirección fanática -- desde Haj Amin al-Husseini, el gran muftí de Jerusalén (colaborador Nazi que pasó en Berlín la Segunda Guerra Mundial) hasta Gamal Abdel Nasser en Egipto, pasando por Yaser Arafat hasta el Hamas de hoy -- que eligieron repetidamente la guerra en lugar del compromiso y la reconciliación.
El desposeimiento palestino es resultado directo del rechazo árabe, entonces y ahora, a un estado judío de cualquier tamaño o en cualquier parte del enorme territorio que los árabes reclaman como patrimonio exclusivo. Esa fue la causa de la guerra hace 60 años que, a su vez, provocó el problema de los refugiados. Y sigue siendo la causa de la guerra hoy.
Seis meses antes del nacimiento de Israel, Naciones Unidas había decidido por una mayoría de dos tercios que la única solución justa a la salida británica de Palestina sería la creación de un estado judío y un estado árabe juntos. El hecho innegable sigue siendo: los judíos aceptaron ese compromiso; los árabes lo rechazaron.
Con gran virulencia. El día que los británicos arriaban su bandera, Israel era invadido por Egipto, Siria, el Líbano, Trasjordania e Irak -- 650.000 judíos contra 40 millones de árabes.
Israel prevaleció, otro milagro. Pero a un precio muy elevado -- no solamente para los palestinos desplazados como resultado de una guerra declarada para erradicar a Israel nada más nacer, sino también para los israelíes, cuyas bajas de guerra fueron sobrecogedoras: 6.373 muertos. El uno por ciento de la población. En términos americanos, se necesitarían treinta y cinco monumentos de Vietnam para acoger una pérdida de vidas tan monumental.
Raramente escuchará hablar del terrible sufrimiento de Israel en esa guerra de 1948-49. Solamente se escucha hablar al bando palestino. Hoy, en la misma línea, se escucha que los asentamientos y los controles israelíes y la ocupación son las constantes causas raíz del terrorismo y la inestabilidad de la región.
Pero en 1948 no había ningún 'territorio ocupado'. Tampoco en 1967, cuando Egipto, Siria y Jordania unieron fuerzas en una segunda guerra de aniquilación contra Israel.
Mire Gaza hoy. No hay ocupación israelí, no hay asentamientos, y no queda ni un solo judío. ¿La respuesta de los palestinos? Implacable fuego de misiles que mata y mutila a civiles israelíes. ¿El casus belli declarado del gobierno palestino en Gaza detrás de estos proyectiles? La existencia misma de un estado judío.
El crimen de Israel no reside en sus políticas, sino en su insistencia en sobrevivir. El día en que los árabes -- y los palestinos en particular -- tomen la decisión colectiva de aceptar al estado judío, habrá paz, como Israel demostró con sus tratados con Egipto y Jordania. Hasta esa fecha, no habrá nada sino guerra. Y cada 'proceso de paz' al margen de lo bienintencionado o cínico que sea, quedará en agua de borrajas.
Charles Krauthammer fue Premio Pulitzer en 1987, también ganador del National Magazine Award en 1984. Es columnista del Washington Post desde 1985.
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