Saddam: por qué la contención no es ya posible

por GEES, 14 de septiembre de 2002

Sumario ejecutivo

 

La guerra del Golfo de 1991 no acabó con Saddam Hussein entre otras cosas porque la comunidad internacional, con los Estados Unidos a la cabeza, creyeron que una política activa de contención sería suficiente para impedir que volviera a representar una clara amenaza contra la región y la paz mundial. La política de contención desarrollada desde 1991 se basaba en cuatro elementos interrelacionados: inspecciones; sanciones; vigilancia de la zona de exclusión de vuelos; y disuasión. Todos ellos se han ido erosionando paulatina y gravemente por diversas razones, pero con el resultado de una pérdida de credibilidad y eficacia de la política de contención a la que servían. Con la excepción del mantenimiento de la zona de no sobrevuelos, cada día más amenazada por las fuerzas antiaéreas iraquíes, ninguno de los otros tres elementos se sostiene. Es más, la disuasión a través de la amenaza del uso de la fuerza, garante último del precario status quo actual, también ha entrado en barrena. Y sin disuasión, no hay contención posible para Saddam.
 
1.- Fracaso de las inspecciones
 
El primer pilar de la política de contención de Saddam Hussein era el sistema de inspecciones de Naciones Unidas, UNSCOM, a través del cual la comunidad internacional vigilaba y daba fe del desarme y la eliminación de toda capacidad de fabricación o posesión por parte de Irak de armas de destrucción masiva. El régimen, que entró en vigor en abril de 1991, fue desde el primer momento obstaculizado por el régimen de Bagdad quien, en contra de las resoluciones de Naciones Unidas, nunca aceptó colaborar, sino todo lo contrario, con los inspectores enviados por el Consejo de Seguridad. Es más, tras sucesivas provocaciones a lo largo de 1998, en diciembre de dicho año Bagdad puso fin unilateralmente, y en violación de sus compromisos internacionales, a la presencia de UNSCOM en su suelo.
 
En diciembre de 1999, la ONU, para hacer frente al vacío en Irak, sustituyó UNSCOM por UNMOVIC. A pesar de que este nuevo cuerpo de inspectores se basa en los acuerdos del Secretario de Naciones Unidas con Bagdad de febrero de 1998, que suponen una naturaleza de la misión menos coercitiva que UNSCOM (por ejemplo, no se contemplan inspecciones por sorpresa, sino siempre bajo aviso y aprobación de Bagdad), Irak se ha seguido negando a cualquier tipo de inspecciones y, hasta la fecha, ha gozado de total libertad para proseguir  inspectores ni sistema de monitorización en Irak.
 
Las inspecciones, en todo caso, se comprobaron mucho menos efectivas de lo que se imaginaba cuando fueron concebidas. Su capacidad de desenmascarar las actividades clandestinas de Saddam quedó seriamente mermada con la cuidadosa planificación de encubrimiento y engaño por parte de Bagdad. De hecho, UNSCOM sólo fue capaz de certificar datos y contar con una cierta garantía de haber conocido las actividades iraquíes hasta la guerra del Golfo en dos áreas, la química y la misilística, pero fue incapaz de adentrarse en el terreno del armamento biológico y nuclear por sus propias fuerzas. Los grandes avances en estos dos campos se produjeron en 1995 gracias a las informaciones aportadas por desertores, científicos u oficiales de alto nivel. En los años que siguieron,  la revelación de nuevos datos por más disidentes escapados favorecieron que UNSCOM pudiera plantearse nuevos interrogantes y ganar una mayor conciencia de lo que se les había escapado y no sabían. Así, el último informe de UNSCOM, en 1999, exponía con rotundidad sus sospechas fundadas de que Saddam seguía persiguiendo armas nucleares y que disponía de una capacidad de fabricación de armamento químico y biológico alarmante.
 
Es más, Saddam se había mostrado progresivamente más desafiante con los inspectores, llegando a imposibilitar materialmente sus tareas. Sin un cambio en la filosofía y en la capacidad de Naciones Unidas de imponer su sistema de inspecciones, UNSCOM o cualquier otro sistema que lo reemplazara, era papel mojado.
 
Por eso UNMOVIC no puede ser una solución a la amenaza que representa Saddam Hussein. Es un sistema demasiado condescendiente y que se basa en la suavización de los sistemas de inspecciones a fin de lograr la aceptación por parte de Bagdad. Es más, en estos momentos que se vuelve a pedir que Naciones Unidas haga cumplir sus resoluciones y las imponga a Saddam, hay que recordar que las inspecciones no son un fin en sí mismas, sino una de las piezas para acabar con el rearme ofensivo iraquí. Lo importante es el resultado (que Irak deje de ser una amenaza parea sus vecinos y el mundo).
 
Las armas de destrucción masiva se han vuelto intrínsecas al poder de Saddam Hussein, quien hará todo cuento esté en su mano para evitar inspecciones que detecten y demuestren sus progresos en ese terreno. Con la experiencia de los 90, Naciones Unidas no puede volver al punto de partida de 1991. Ya sabe con quién está jugando y debe imponer unas inspecciones eficaces, intrusivas y coercitivas y debe respaldarlas, incluso con la fuerza, para que no se vuelvan, perversamente, en un juguete en manos de Saddam. Eso no fue posible en los 90 y no ha sido factible tampoco desde 1998, fecha en la que se expulsó a UNSCOM de Irak.
 
2.- Erosión de las sanciones
 
Además de la verificación del desarme, la comunidad internacional entendió en 1991 que necesitaba acompañar las inspecciones con un régimen de sanciones que impidiera a Saddam hacerse con materiales destinados a sus programas de destrucción masiva. De esa forma se puso en práctica un doble régimen: en primer lugar, la continuación del embargo de armas y de componentes y subcomponentes de las mismas, en vigor desde la invasión iraquí de Kuwait; paralelamente un complejo embargo petrolero destinado a controlar la cantidad exportable por Irak y, sobre todo, el control del gasto de los beneficios aportados por dichas ventas.
 
Bajo el programa ideado por Naciones Unidas, “Comida por petróleo” y retrasado por decisión unilateral de Saddam, la ONU pretendía administrar los fondos derivados de la explotación del petróleo con el objetivo de mejorar las condiciones de vida de la población iraquí, esencialmente la que más estaba sufriendo las medidas económicas del embargo por voluntad de Saddam, quien, por el contrario, beneficiaba a sus secuaces y a sus militares. Era inadmisible, por ejemplo, que la parte norte de Irak, de mayoría kurda, administrada directamente por Naciones Unidas, experimentara una caída de la tasa de mortalidad infantil cercana a los 8 puntos respecto al 91, mientras que en las zonas bajo administración por las fuerzas de Saddam dicha tasa hubiera aumentado en un 10% en el mismo tiempo.
 
Sin embargo, con la entrada en vigor de las ventas controladas de petróleo Saddam ha sido capaz de ir desviando no sólo parte de los fondos derivados de la mismas, sino también incrementar la producción y conseguir así unas notables ventas clandestinas e ilegales, fuera del control de Naciones Unidas. De hecho, la producción de barriles diarios hoy supera los dos millones con creces, ligeramente por debajo de lo que Irak producía antes de la guerra del Golfo. Es más, se calcula que en los últimos cuatro años, las ventas ilegales, que escapan a través de Siria y Turquía, le han estado generando unos beneficios en torno a los tres mil millones de euros al año. Dinero que pasa directamente a engrosar sus arcas y que gasta en lujo y armamento, sin consideración alguna para con su pueblo.
 
Por otra parte, Saddam mediante intermediarios ha ido logrando hacerse con sistemas importantes utilizables en sus investigaciones militares. Muchas veces al amparo de tecnologías de uso dual o civil. Hay constatación que compras argumentadas para la mejora de la infraestructura civil del país han acabado al servicio de los sistemas de mando y control de sus fuerzas armadas, como ha sido el caso con los contratos de compra de fibra óptica.
 
Frente a la creciente porosidad del sistema de sanciones y en un nuevo intento de que no fuera la población civil la castigada por las mismas, Naciones Unidas adoptó en junio de 2001 la resolución 1352, por la que diseñaba un nuevo sistema de “sanciones inteligentes”. Básicamente una nueva lista y procedimientos de aprobación rápida y supervisión de los contratos. Saddam no la ha aceptado porque dejaría en evidencia su política mediática de culpar a Occidente de los males de sus súbditos.
 
En todo caso, sanciones sin inspecciones le dejarían un gran margen de libertad para importar bienes y materiales de interés para sus programas de armamento. Evidentemente, las “sanciones inteligentes” es un sistema mejor a que no haya sanciones, pero no es suficiente, dadas sus debilidades intrínsecas, para constreñir a Saddam y reducir, así, su potencial de amenaza.
 
3.- El paulatino reto a las no-fly zones
 
Tras el final de la guerra de 1991 y, más concretamente, después de que las fuerzas de Saddam aplastasen la revuelta shií en el sur del país y amenazaran con un genocidio sobre el pueblo kurdo en el norte de Irak, Naciones Unidas impuso dos zonas de exclusión de vuelos con aparatos de ala fija. Su cumplimento, a cargo de aviones americanos, franceses y británicos, se denominó Northern y Sourthern Wacht respectivamente.
 
En los primeros momentos de ambas misiones, los aviones aliados pudieron patrullar los cielos del norte y del sur de Irak sin encontrarse con oposición alguna. El régimen de Saddam respetó la aviación internacional por temor a represalias mayores en un momento en el que políticamente era el perdedor. Sin embargo, con el paso de los años, las fuerzas antiaéreas iraquíes comenzaron a seguir, “iluminar” con sus radares e incluso llegaron a disparar su fuego en alguna ocasión. Posiblemente Saddam pensara que el paso del tiempo estaba debilitando el consenso de la coalición internacional y que, además, la atención militar y estratégica occidental miraba esos días a otra parte, como los Balcanes, lo que impediría una reacción a gran escala contra su país.
 
Sea como fuere, la realidad es que en la segunda mitad de los 90 las patrullas encargadas de hacer respetas las zonas de exclusión aérea, fueron sufriendo cada vez más incidentes. De hecho, desde 1996 en torno a cincuenta actos hostiles por parte de Irak han tenido que ser contestados mediante el empleo de misiles anualmente, con una tendencia al aumento cada año (de hecho, en el 2001 se produjeron casi cien incidentes).
 
Este aumento inexorable sólo puede significar que Saddam está cada día que pasa más seguro de sí mismo y que no teme un ataque definitivo contra sus fuerzas. La fuerza aérea iraquí es claramente inferior a los aviones británicos y americanos en la zona, pero Saddam no está probando con sus acciones las capacidades bélicas de la aviación aliada, sino su sustento político y diplomático y es sólo cuestión de tiempo que él concluya que podrá retar las zonas de exclusión aérea sin arriesgarse a sufrir un castigo por ello.
 
4.- La dudosa credibilidad de la disuasión
 
Durante décadas el mundo ha creído que la superioridad militar (o en el peor de los casos, como el enfrentamiento Este-Oeste, el equilibrio) garantizaban la disuasión y, por ende, la estabilidad. La guerra entre Estados Unidos y la URSS, por ejemplo, sólo podía estallar por un error de cálculo o por accidente y para evitar esas dos posibilidades se instrumentaron todo tipo de mecanismos, como el famoso “teléfono rojo”, una línea directa entre los mandatarios de ambos países a la que recurrir para impedir una escalada nuclear suicida. La disuasión se entendía no sólo como el resultado numérico de la fuerza, los sistemas de armas, sino también como un proceso cultural y psicológico que hacía que en ambos lados se compartiera si no los mismos valores, sí el mismo temor a iniciar una escalada sin otro fin que la destrucción mutua.
 
Ese sistema funcionó sorprendentemente bien durante los años de guerra fría entre el Este y Occidente, entre la OTAN y el Pacto de Varsovia o, si se prefiere, entre Estados Unidos y la URSS. Sin embargo durante la última década el mecanismo de la disuasión comenzó a erosionarse cuando intentó trasladarse a otros escenarios y actores. El aviso ya lo dio Argentina invadiendo las Faklands/Malvinas en 1982, pero la sorpresa vino de la mano de Saddam invadiendo Kuwait y negándose a devolverlo a pesar de enfrentarse a todo el mundo. Por más amenazas que se le hicieron, se tuvo que recurrir al uso de la fuerza, justo lo que intenta evitar la disuasión. En ese momento, se achacó a un error de cálculo por parte de Bagdad.
 
Poco después, Europa y Estados Unidos verían de nuevo que algunos dictadores, en este caso Slodoban Milosevic, tampoco se sentía impresionado o disuadido por la superioridad militar de la OTAN. No sólo hizo cuanto quiso en Croacia y Bosnia sino que desoyó las amenazas por sus acciones en Kosovo, forzando una intervención que duró 13 semanas y cuya intensidad tuvo que aumentar progresivamente a tenor del enrocamiento del dirigente de Belgrado.
 
A pesar de todo, se quiere creer que la disuasión a través de las superioridad militar, puede funcionar con Saddam en la actualidad. Y para apuntalar esa creencia se cita el hecho de que Bagdad no usara contra las tropas aliadas ninguna de sus armas de destrucción masiva, químicas y bacteriológicas, durante la campaña “Tormenta del Desierto” en 1991. Como está probado y admitido que Saddam utilizó armamento químico en su guerra con Irán y que asesinó a 5.000 kurdos civiles con los mismos medios, se supone que su restricción en 1991 no se deriva de argumentos morales, sino de su temor a una represalia mayor por parte americana, en suma a la disuasión.
 
A favor de dicho argumento está el hecho de que el entonces Secretario de Estado americano, James Baker, amenazara a Tarik Azíz, en uno de sus encuentros en Ginebra antes del inicio de las hostilidades, con una represalia masiva en caso de que Irak empleara armas de destrucción masiva contra las tropas de las coalición internacional.
 
Sin embargo, en contra está el dato descubierto por UNSCOM de que Saddam concentró en cuatro almacenes en diversas zonas de su país, obuses y bombas de gravedad cargadas y armadas con agentes químicos y bacteriológicos, especialmente el gas VX y esporas de ántrax. Es más, Saddam, otorgó la autorización de su uso a los comandantes militares de cada zona para el caso de que las tropas aliadas invadieran Irak y tomaran Bagdad. Tanto si pensaba en su última defensa o en un acto de desesperada venganza, a Saddam no le fue necesario recurrir a su arsenal químico y bacteriológico porque las tropas de la coalición no marcharon sobre Bagdad, interpretando como fin de su acción la liberación de Kuwait.
 
Por otro lado hay que tener presente que Saddam está firmemente convencido de que la guerra del 91 fue una victoria para Irak o, al menos para él. Perdió Kuwait, pero se mantuvo en el poder; aceptó teóricamente lo que le demandaba la ONU, para engañarla; consolidó su poder personal mediante la represión atroz, mientras que Bush padre, Margaret Thatcher, John Major y Mitterrand iban inexorablemente desapareciendo de la escena por mor de las urnas y los vaivenes políticos democráticos. No hay que tomar a la ligera ni como una bravata demagógica los desfiles de la victoria que anualmente organiza el régimen iraquí.
 
El único elemento que Saddam cree que le faltó en 1991 para impedir los acontecimientos que se sucedieron tras su invasión de Kuwait es un arma atómica, porque con ella se sentiría invencible frente a los occidentales, quienes quedaríamos autodisuadidos de cualquier acción contra él por temor a las horribles consecuencias de que Irak usara dicho sistema en territorio occidental o en la región.
 
En suma, para que la disuasión funcione se tiene que dar un mutuo entendimiento de las ambiciones y de los miedos y una confianza en que el otro va a saber realizar un cálculo racional de costes y beneficios de tal forma que se eviten aventuras innecesarias o arriesgadas. Nada de eso está presente en el caso de Saddam, todo lo contrario.
5.- La necesidad de una nueva estrategia
 
Desde 1991 Naciones Unidas y la coalición internacional han basado su estrategia hacia Irak en la contención y ésta en los cuatro pilares arriba analizados (inspecciones, sanciones, zonas de exclusión aérea y disuasión militar). Ninguno de ellos ofrece garantía hoy. Es más, alguno, como las inspecciones, es inexistente y otros, como las sanciones, resultan poco eficaces. Es más, la disuasión parece poco creíble. El resultado neto es que la política de contención de Saddam se ha ido debilitando y, en consecuencia, favoreciendo las ambiciones de Saddam Hussein. De no modificar el curso de la política internacional hacia Bagdad en la dirección de forzar a Saddam a abandonar sus ambiciones, la evolución de los acontecimientos llevará al fracaso de la contención y a un enfrentamiento futuro con Irak, sólo que si se trata de un Irak no sólo con un arsenal químico y bacteriológico bien desarrollado, sino también con capacidades radiológicas y nucleares, el equilibrio estratégico se inclinaría a su favor. En la medida en que el supervivencia de Saddam la hace depender él mismo de su posesión de armas de destrucción masiva, la única posibilidad efectiva que queda es el cambio de régimen en Irak, ni más ni menos.