Riesgos y amenazas para España de la evolución del yihadismo en el norte de África y en el Sahel

por Carlos Echeverría Jesús, 13 de julio de 2012

 

Introducción a nuestro itinerario
 
Tanto la evolución del yihadismo salafista como manifestación más extrema del islamismo radical, como también la del islamismo por algunos calificado de “moderado”, ubicadas ambas en el convulso escenario abierto con las revueltas árabes desde fines de 2010, deben de ser analizadas desde la perspectiva de la seguridad nacional de España prestando especial atención a sus escenarios norteafricanos y sahelianos.
 
En el presente análisis procederemos a evaluar qué cambios han introducido las revueltas a una situación previa ya de por sí preocupante, en particular por el activismo terrorista de Al Qaida en las Tierras del Magreb Islámico (AQMI) y de otros grupos y redes islamistas radicales implantadas (el denominado Movimiento de los Muyahidin en Marruecos, Boko Haram en Nigeria o los sectores yihadistas dentro del Movimiento Nacional para la Liberación del Azawad en Malí) en el escenario tratado.
 
En lugar de hacer un análisis país por país procederemos a estudiar el agravamiento de la situación en general al abrirse dramáticos procesos de cambio por doquier, que si en lo político pueden haber despertado esperanzas, en lo que a la seguridad respecta han provocado y siguen provocando sobre todo alarma. La defenestración de Jefes de Estado en el escenario tratado (los de Túnez, Egipto, Libia y Malí, siguiendo un orden cronológico) y el desafío permanente que se les plantea a los restantes (Argelia, Marruecos, Mauritania o Níger) no es nada desdeñable, y ofrece de partida una imagen de la relevancia, por su gravedad, de la situación.
 
En algo más de año y medio nos encontramos, haciendo un balance inicial, con victorias electorales de los partidos islamistas hasta entonces frenados por los regímenes (Túnez, Marruecos y Egipto, siguiendo un orden cronológico también); con un territorio de más de 800.000 kilómetros cuadrados sometido al control de los yihadistas (el norte de Malí, la mayor parte del país y con fronteras sensibles); y con un escenario de posguerra civil en Libia que irradia inseguridad en todas direcciones, y ello independientemente de que acaben de celebrarse elecciones el 7 de julio como un primer paso en términos de normalización.
 
Todo ello nos debe de llevar a un nivel de análisis distinto al centrado por algunos en considerar si los islamistas estaban o no en la génesis de las revueltas, o en si las revueltas/revoluciones han eclipsado al yihadismo salafista de Al Qaida que habría perdido protagonismo y su modelo perdido toda razón de ser. De partida, constatamos hoy que los islamistas en general son los principales beneficiarios del proceso de cambio abierto (con la aparente excepción de Argelia), por un lado, y que los radicales tienen hoy más visibilidad, son más dinámicos y tienen un margen de maniobra mucho mayor que el que hubieran podido imaginar año y medio atrás.
 
Por otro lado, las revueltas han dinamizado nuevos frentes de captación transfronteriza de yihadistas salafistas (hacia los campos de batalla de Siria o del norte de Malí); han facilitado la movilidad de actores islamistas de distinto pelaje por la región tratada (las giras de Ismail Haniya, líder de Hamas en Gaza, por Túnez o por Egipto; o la movilidad de perniciosos predicadores y cabecillas salafistas como el egipcio Yusef El Qaradawi o el marroquí Mohamed Hidouci, este último incluso por Ceuta, son sólo dos ejemplos; ahora hay muchas armas en circulación por doquier y presos liberados que no volverán a sus prisiones; y, finalmente, en términos de tendencias futuras, los capitales y la influencia en general de actores como Arabia Saudí o Qatar se han expandido por todos los rincones del escenario tratado.
 
Todo ello tiene consecuencias inmediatas tanto para los países tratados – los norteafricanos y los sahelianos - como para sus vecinos inmediatos, destacándose España (ceutíes combatiendo en Siria) y otros países europeos, en el norte, o Nigeria (incremento exponencial de atentados yihadistas y de secuestros) y otros países subsaharianos, por el sur.
 
El deterioro en general de la seguridad, en los Estados y en la región.
 
Lo que muchos presentan como el triunfo de la presión popular contra la tiranía no deja de ser una conquista de la que, lamentablemente, también se ha beneficiado el islamismo radical. Los Jefes de Estado hasta ahora derrocados - Ben Alí, Mubarak, Gadaffi o Traoré - eran desde antiguo y todos ellos “bestias negras” para Al Qaida y sus sucursales y satélites. Eran vistos como apóstatas, primero, y como aliados de los infieles a continuación, y su caída no deja de ser un enorme logro para los yihadistas.
 
Todos ellos eran veteranos en el ejercicio del poder, todos lo ejercían de forma personalista, y su caída implica por ello un fuerte debilitamiento de los aparatos de seguridad de sus Estados aún cuando dichos aparatos perduren (Túnez o Egipto). Este es pues un segundo logro para los yihadistas, que gozan así de un terreno abonado para el activismo, tanto el propagandístico como el del propio activismo armado.
 
Además, el que en estos escenarios se hayan puesto en marcha procesos democratizadores, alimentados por las fuerzas no islamistas que propiciaron las revueltas y que cuentan con el apoyo exterior occidental y no occidental, no es por supuesto del agrado de las distintas familias islamistas, pero sí tienen todas ellas la voluntad de aprovecharlos para sus propios fines. Unos han jugado – y la mayoría han ganado – adaptándose a dicho juego y ocupando espacio político legitimándose (Partido de la Libertad y la Justicia egipcio, EnNahda en Túnez, Partido de la Justicia y el Desarrollo en Marruecos y el Partido de Justicia y de la Construcción en Libia), y otros juegan simplemente desde fuera o incluso desde dentro pero con mayor radicalismo y aprovechando en cualquier caso los espacios de libertad que ahora se les abren y que antes no tenían. Desde fuera de la ley lo hacen los salafistas del Hizb ut Tahrir en Túnez y Justicia y Caridad en Marruecos, y desde la legalidad pero con planteamientos más destructivos que constructivos lo hacen el Partido Nacional en Libia, liderado por Abdel Hakim Belhadj, o Al Nur en Egipto.
 
Los líderes que quedan en pie (Mohamed VI, Buteflika, Abdelaziz) están tan sometidos a presión, y en particular por los islamistas, que han de hacer aún más esfuerzos que otrora para garantizar la estabilidad (las elecciones de 25 de noviembre en Marruecos y de 10 de mayo en Argelia y las filigranas de Abdelaziz en Mauritania) mientras la susodicha presión se hace cada vez más visible en ámbitos no necesariamente visibles en términos de calendario político. La presión constante para continuar con las liberaciones de presos yihadistas en Argelia o en Marruecos son destacables - en Marruecos destacaremos el incansable activismo del Ministro de Justicia Mustafá Ramid – y la presión para imponer tendencias conservadoras son cada vez más visibles en ambos Estados, los dos gigantes del Magreb y vecinos ambos inmediatos de España. En cuanto al caos libio, la presencia de islamistas radicales dentro y fuera del Consejo Nacional de Transición (CNT) y la fragmentación del país en territorios y de los rebeldes en milicias y en milicias/partidos visible en las forzadas elecciones del 7 de julio lo dice todo.
 
Sin “líneas rojas” claras que puedan frenarles, los grupos y células que abrazan la violencia aprovechan entretanto el caos. Al tradicional activismo yihadista en Argelia y en el Sahel añadiremos los sucesivos atentados contra el gasoducto hacia Israel en el Sinaí egipcio, zona además de intenso tráfico de armas; las escaramuzas armadas en Túnez y el caos permanente en su frontera con Libia; o la visibilidad periódica de los violentos en Marruecos, desde el atentado de Marrakech hasta la desarticulación en año después de la célula armada yihadista de Casablanca, en mayo de 2012, entre otros. Mención especial merece el estallido de la enésima revuelta de los Tuareg en el norte de Malí, en el Azawad, a mediados de enero de este año. Nunca antes una revuelta así había logrado los resultados obtenidos por esta: envenenada en su seno por el germen del yihadismo salafista – con la escisión de dicha orientación Ansar Edine – y alimentada en hombres y armas por el escenario libio, permite hoy que nos encontremos con uno de los desafíos de seguridad más importantes, y más difíciles de gestionar, en África. Malí no es capaz de hacer frente a esta situación, con unas Fuerzas Armadas débiles y aún más debilitadas con el golpe de marzo, y la comunidad internacional tampoco tiene respuestas mientras la situación interna en el Azawad se deteriora día tras día.
 
Todo ello agrava, desde la perspectiva ahora española, la situación previa al estallido de las revueltas. Hoy tenemos rehenes en manos de los terroristas (dos en la zona tratada son españoles, de una veintena en total que incluye también no europeos) y, de paso, comprobamos cómo aumenta la presión en negativo sobre las Ciudades Autónomas de Ceuta y de Melilla. En este último caso, a la propaganda siempre dinámica que se alimenta en círculos tradicionales del yihadismo y que nos obliga a estar en guardia permanente, se une ahora la intensa actividad transfronteriza alimentada por el caos generalizado y por diversos estímulos exteriores (reclutamiento de combatientes para Siria, en suelo español y en suelo marroquí) y contagio de la dinamización iniciada por las movilizaciones del 20-F en Marruecos y la presencia de presos yihadistas marroquíes liberados en Ceuta (Mohamed Hidouci, liberado por Mohamed VI en el contexto de las revueltas, predicó en la Mezquita del Barrio del Príncipe Alfonso el pasado 8 de junio).
 
Islamistas moderados versus islamistas radicales: hacia la radicalización de los primeros por los segundos
 
La victoria de EnNahda en Túnez, el 23 de octubre, del PJD en Marruecos, el 25 de noviembre o del PLJ en Egipto en sucesivos comicios y la propia redinamización de los islamistas en Argelia (a través de la Alianza Argelia Verde y de otros grupos como Al Adala y Al Tagir) o la emergencia en el mapa político libio del PJC y del Partido Nacional, constituyen todas ellas resultados directos e inmediatos del proceso de revueltas.
 
Con ello los islamistas no sólo dejan de estar demonizados, como lo estaban hasta entonces y en muchos círculos dentro y fuera de la región, sino que pasan a ocupar un espacio público que, en algunos de los países tratados, implica incluso responsabilidades de gobierno. Aquí no nos interesa tanto si los islamistas tienen dificultades a la hora de acceder a la arena política, ni tampoco nos interesa fijar el momento en el que aparecieron en cada uno de los escenarios en términos de protagonismo de las revueltas, sino que lo que nos interesa es el resultado final, que es su ascenso en protagonismo, la liberación de sus fuerzas y, lo que es aún mucho más importante, la existencia de distintas corrientes “islamistas” en cada escenario y la interacción presente y futura entre ellas.
 
En Túnez EnNahda llega al poder, pero los salafistas también se hacen visibles y permanecen vigilantes, influyentes y provocadores, poniendo en un brete al ahora “oficialista” EnNahda amenazándole con robarle los apoyos si se desvía del buen camino de la religión. Aunque el poder en Túnez se refleja en una coalición – con republicanos y socialdemócratas – la visibilidad real la tienen los islamistas, con el Primer Ministro Hamadi Jebali a la cabeza, y este se ha destacado más por algunas salidas de tono en este año y medio pasado que por jugar el papel firme que debería de jugar, especialmente ante los desmanes que con frecuencia cometen los salafistas. La firmeza ha tenido que mostrarla el Ministro del Interior, Alí Larayedh, y el 13 de junio se ha impuesto el toque de queda en todo el Gran Túnez (la capital más cinco regiones circundantes) y en provincias como Susa, Monastir, Jenduba y Ben Guerdane. Las Fuerzas Armadas mantienen además su papel de control al haberse extendido el estado de emergencia durante el verano, pero la firmeza procede como vemos de los restos del aparato de seguridad heredado del régimen anterior pero no sabemos por cuánto tiempo dicha fórmula seguirá funcionando dada la escasa diligencia de los islamistas de EnNahda para frenar a sus correligionarios islamistas más radicalizados.
 
En Egipto, entre el PLJ y los salafistas de Al Nur los islamistas copaban los dos tercios del primer Parlamento elegido tras la cristalización de las revueltas. Hoy el PLJ tiene ya y desde junio la Jefatura del Estado y, aunque el Parlamento fue disuelto, los salafistas y los demás grupos islamistas radicales que emergieron a la arena política ya no pueden ni podrán ser contenidos. Además, y aunque Mohamed Morsi cumplió lo prometido y se dio de baja del PLJ nada más hacerse oficial su victoria, sus discursos ponen de manifiesto que la ideología islamista no se puede encerrar, y que emerge con naturalidad y contundencia cada dos o tres frases que el líder pronuncia. Una de sus últimas “flores”, entre sus promesas de acatar el pluripartidismo y de colocar a un copto y a una mujer en puestos de responsabilidad, ha sido anunciar, el 29 de junio, que trabajará para traer al país al jeque Omar Abdel Rahman, condenado a cadena perpetua en los EEUU por su implicación en el primer atentado al WTC de Nueva York, en el lejano 1993. Priorizar tal desatino no hace sino poner de manifiesto, como las referencias del Primer Ministro tunecino Jebali a la “imposición del sexto califato” o las del líder de EnNahda Rachid Ghannuchi de desterrar el francés como “lengua colonial”, cuáles son las cosas importantes para los islamistas.
 
En Marruecos, el PJD ocupa once de las treinta carteras ministeriales con que cuenta el nuevo Gobierno surgido de las elecciones de 25 de noviembre. Un Ministerio sensible es el de Justicia, en el que el islamista Ramid, tradicional abogado de presos salafistas, sigue adelante con su actividad de otrora aún cuando ahora lo hace como miembro del Ejecutivo. Por otro lado, intentos como el de “islamizar” la televisión pública – la única existente – son coherentes con la línea islamista del PJD, y todo lo que hacen y al ritmo que lo hacen hoy está sometido, como en el caso de los demás países tratados, al escrutinio del poderoso islamismo que ha quedado voluntariamente fuera del juego político. Destaca aquí el de Justicia y Caridad, especialmente activo tanto en el país como entre la diáspora marroquí en el extranjero (y particularmente en España).
 
En Argelia, y mientras AQMI seguía adelante con su activismo terrorista dentro y fuera (Sahel) del país, los islamistas desembarcaban en majestad en la arena política gracias a las elecciones generales de 10 de mayo, adelantadas a causa del ambiente de revueltas en algunos países árabes y como parte de las reformas políticas que, como en Marruecos, han permitido a las autoridades argelinas frenarlas en su suelo. Muchos destacan que la AAV quedó tercera, tras el FLN y el RND, en los comicios del 10 de mayo, sin alcanzar el segundo puesto al que aspiraban y perdiendo incluso el Movimiento Social por la Paz (MSP) porcentaje yendo ahora en coalición con Al Nahda y con Al Islah frente a la legislatura anterior: AAV ha obtenido ahora el 8,65% de los votos mientras que el MSP obtuvo en 2007 yendo en solitario el 15%. Dicho resultado de la coalición AAV parece a todas luces un fracaso del islamismo político en Argelia pero no lo es tanto si consideramos algunas cuestiones. La primera es que la convocatoria electoral ha permitido que los islamistas se reposicionen preparándose para futuras confrontaciones. El MSP mostró su verdadera faz ya en enero de 2011, en el marco de las revueltas en Túnez y Egipto y cuando Argelia había sufrido también un amago de estas, marcando ya entonces respecto a sus compañeros de la coalición presidencial (FLN y RND). Soñaban entonces, como sueñan todos los islamistas, con barrer a sus adversarios – aunque fueran compañeros de coalición y comenzaron a cuestionar la figura del Presidente conforme otros Presidentes (Ben Alí y Mubarak) iban cayendo en el vecindario – y su deseo último de poder imponer la única regla de funcionamiento que consideran que es pura en términos musulmanes, la suya, se manifestó claramente con la creación de la AAV.
 
Incluso la alta abstención producida – del 57,1% pero menor que el 64,4% de 2007 y menor en cualquier caso que la esperada por muchos – es instrumentalizada hoy por los islamistas, que disfrutan además viendo cómo los partidos que han concurrido con ellos a las elecciones sufren de duros debates internos y de un intenso desgaste (desde el vencedor FLN y el segundo clasificado, el RND, hasta los socialistas del FFS), pues todo ello es visto, en términos de perspectiva, como indicios del debilitamiento progresivo de sus adversarios. El MSP y el amplio abanico de partidos islamistas ya tendrán tiempo de sumar posiciones para colocar al Islam en su sitio, pero lo primero es ir debilitando a los demás grupos mientras se disfruta de la emergencia islamista en los países circundantes. Además, y sin dejar Argelia, recordemos que a los islamistas se les siguen haciendo concesiones desde el poder, tanto en cuestiones directamente relacionadas con las amnistías del Plan de Concordia Civil y de la Carta Nacional para la Reconciliación como incorporando a candidatos puramente islamistas en un partido como es el FLN. Si en un escenario es preciso invocar al tiempo para visualizar las habilidades de las islamistas ese es Argelia, y aquí, como en Marruecos, se comprueba la perniciosa obsesión de estos para que se sigan liberando presos con el agravante para el caso argelino de que coincide con la vigencia de la actividad terrorista. Los atentados de Ouargla, en junio de 2012, o de Tamanraset, tres meses antes, reivindicados por la escisión de AQMI, el MUJAO, se relacionan con la estimulación del terrorismo en el sur del país y en Sahel; los ataques cotidianos en la Cabilia, en la primera mitad de 2012; o el doble atentado suicida, por destacar uno producido en 2011 contra un objetivo “duro”, en pleno ambiente norteafricano de revueltas, como fue el realizado contra la Academia Interejércitos de Cherchell, en agosto de 2011 en plena ruptura del ayuno del Ramadán y que costó la vida a dos decenas de militares, son buenos indicadores de la gravedad de la situación. Con escenarios así, el activismo de los islamistas de todo pelaje coadyuva a crear un escenario aún más inquietante.
 
A todo ello se le añade la guerra civil en Libia, la crudeza de esta y sus efectos colaterales de alcance regional. Armas y combatientes han circulado primero hacia Libia, para combatir o para ayudar a Gadaffi, y luego desde Libia al perder este el control y caer su régimen, retirándose de su suelo combatientes nacionales y extranjeros y abriéndose gracias al caos sobrevenido sus bien nutridos arsenales para potencialmente armar cualquier conflicto o cualquier situación de tensión, desde la franja del Sahel por el suroeste hasta el sur saheliano o el este hacia Egipto, con la Península del Sinaí, la franja de Gaza e incluso el territorio de Israel como destinos. Misiles tierra-aire SAM-7 o SAM-24, morteros, lanzagranadas, fusiles de asalto, minas, munición y explosivos en abundancia han salido de dichos arsenales y fluyen por doquier, dentro y fuera de Libia. A título de ejemplo reciente, misiles Grad procedentes de dichos arsenales libios acaban de ser interceptados, en junio en suelo egipcio, cuando ya llevaban ruta hacia el Sinaí, Gaza y, eventualmente, Israel.
 
Finalmente, la toma por yihadistas del norte de Malí, aprovechando el efecto combinado de la revuelta de los Tuareg iniciada a mediados de enero, la llegada de elementos armados procedentes de Libia tras la derrota de Gadaffi, y el debilitamiento del Estado maliense con el golpe de 21 de marzo y la reacción al mismo de los gobernantes de los países limítrofes (la CEDEAO), coadyuvan a definir una ocasión ideal para comprobar si es cierto el compromiso de los islamistas con la democracia, la libertad y la seguridad. Por un lado, el abanico de islamistas involucrados en el conflicto de Malí muestra cada día que estos llevan la voz, o las voces cantantes; y por otro lado nadie desde las filas del islamismo sobre el terreno – ni siquiera los islamistas ahora con responsabilidades de gobierno en países vecinos de Malí - ha cuestionado la deriva que está tomando la situación en el país saheliano. Es más, esta es vista como un asunto a tratar exclusivamente entre musulmanes, y su obsesión es hacer ver a los países occidentales que deben de olvidarse de esta región y, sobre todo, desechar cualquier intención de actuar en términos de injerencia.
 
Reflexiones en torno a cómo afrontar una lucha antiterrorista que, aparte de nacional, debe de tener también un fuerte componente multinacional
 
La presencia de islamistas en los gobiernos de los países de la región no facilita las cosas de cara a diseñar y a mantener una renovada estrategia antiterrorista que se hace sin duda necesaria y urgente a la luz de la situación aquí descrita.
 
Por otro lado, los escenarios de revueltas siguen abiertos en todos los casos aquí tratados. El para algunos consagrado caso tunecino, con frecuencia bautizado como la Revolución del 14 de Enero o la Revolución de los Jazmines, sigue estando rodeado de incógnitas, y en Egipto la investidura del Presidente Mohamed Morsi tras su entendimiento con el CSFA abre un período también de incertidumbres. Este puede llevar a un escenario “a la turca” – presión constante de los islamistas sobre el Estado tradicional - pero con el agravante de que Egipto en 2012 es mucho más complejo por lo inestable que la Turquía de 2002 que vio llegar a los islamistas del AKP al poder. La evolución del modelo egipcio tendrá consecuencias en Oriente Próximo pero también en los países del Magreb, pues Egipto vuelve a ser el espejo en el que muchos árabes y musulmanes se miran, y ahora en términos de implantación del islamismo ya no sólo en la sociedad sino también en los círculos del poder.
 
Las diferencias en las percepciones entre los islamistas y el resto es notoria, no sólo en términos políticos, sociales y culturales, sino también en términos de seguridad. Su ascenso al poder crea primero tensiones en las sociedades en las que este se produce, para alimentarlas después en sus relaciones con terceros. Si la lucha antiterrorista – en sus frentes policial y judicial – ha sido siempre difícil en términos transfronterizos norte-sur y sur-sur, más lo será con islamistas bien en el poder o bien en posiciones de fuerza en los parlamentos y en las sociedades. Los acuerdos serán más difíciles de alcanzar entre Estados, y las relaciones entre las sociedades civiles también se harán más complejas. Cuestiones como la utilización del suelo occidental para alimentar campos de batalla – tanto en términos de propaganda y de movilización como de apoyo logístico – volverá a ser central: ahora es Siria el destino cuando antes lo era Irak, Abu Qutada y otros predicadores vuelven a utilizar púlpitos europeos, Justicia y Caridad será más dinámica en suelo europeo – particularmente en el español -, y los secuestrados en el Sahel seguirán requiriendo de esfuerzos político-diplomático y de seguridad por parte de nuestros gobiernos con el agravante de que el escenario en el que estos se encuentran, el Azawad, es ya mucho más que una oscura tierra de nadie pues se ha transformado en un espacio no sin ley sino bajo la abyecta ley de los yihadistas.
 
Ante la situación descrita requiere con urgencia el reforzamiento de los instrumentos nacionales de lucha antiterrorista; el trabajar para lograr la mayor cohesión posible entre los existentes en nuestro entorno natural (pedagogía permanente dentro de la UE, no sólo hacia el fenómeno terrorista sino también al de la radicalización y al de las rémoras que la implantación de los islamismos introduce en los escenarios de revueltas); y el establecimiento o el fortalecimiento de vínculos de colaboración con organizaciones internacionales (ONU, UA, CEDEAO) y con instrumentos transfronterizos (Coordinadora de Estados Mayores Conjuntos de los Estados del Sahel CEMOC, liderada por Argelia) y de países terceros (USAFRICOM). La especialización de este último en el seguimiento de la progresiva aproximación y eventualmente coordinación entre franquicias yihadistas en suelo africano hace de él un instrumento central de cara al combate futuro contra el radicalismo y el terrorismo en el continente, y España es el Estado europeo más indicado, tanto o más que Francia, para fortalecer sus vínculos con el mismo. Los compromisos de seguridad que afectan o que pueden afectar a nuestros territorios más meridionales (Canarias, Ciudades Autónomas, Peñones y Chafarinas) tienen hoy más vigencia que nunca a la luz de la situación descrita.