Repensar bien nuestra presencia en Afganistán

por Joseph Stove, 7 de septiembre de 2009

Huir de la banalidad
 
El 6 de julio publicaba en estas mismas páginas el artículo: España en la guerra de Afganistán: huir de la banalidad. En el se indicaba que España tenía fuerzas militares integradas en la estructura de mando que dirige las operaciones, y que sirve a una estrategia diseñada por Estados Unidos y apoyada por la OTAN. La conclusión era que España estaba participando en una guerra.
 
Han bastado unas semanas para que se haga público el resultado de una de las habituales escaramuzas en la que participan unidades españolas, con la  muerte de varios atacantes afganos para que, por fin, este tema cope las portadas de los periódicos. También parece por fin el Congreso de los Diputados debatirá el asunto en profundidad. Por lo menos está claro que ya no basta que ejerza de interventor para el envío de tropas, sino que pase a refrendar la participación en la guerra, y todo lo que eso supone.
 
Guerra a varias bandas
 
La guerra de Afganistán se libra en varios lugares: en Washington, en Bruselas y en Asia Central. Hay que explicar cual es la naturaleza del conflicto, la finalidad que se pretende, el significado de victoria, los sacrificios y costes que requerirá. Justo lo que hasta ahora ni el Gobierno ni la oposición se han y nos han planteado.
 
En Washington se libra esa “guerra de necesidad” que proclamó el Presidente Obama, y que ha empezado a pasarle factura política. Él es el Comandante en Jefe de las fuerzas, instalaciones y logística que posibilitan la guerra. Él es quien dicta la estrategia, sus generales quien la ponen en práctica y sus embajadores y enviados los encargados de darles el impulso político. Aunque parezca una obviedad, el destino de esta guerra depende, sobre todo, de sus decisiones.
 
Por ello, independientemente de victoria o derrota sobre el terreno, el conflicto llegará a la solución que habiliten los Estados Unidos, dependiendo tanto de sus intereses nacionales como del permanente devenir político del Capitolio y de los partidos Demócrata y Republicano.
 
El famoso “report” que el General McCrystal, Comandante de las Fuerzas USA, y de la ISAF en Afganistán, tiene que hacer llegar al Secretario Gates, tendrá que pasar por multitud de filtros políticos. Un nuevo “surge” en Afganistán supondrá un envite muy importante para el caudal político de Obama, porque las tensiones cívico-militares en USA se intensifican.
Además, las relaciones con el nuevo gobierno de Kabul que surja de las elecciones serán un problema añadido, difícil de gestionar. Entre una cosa y otra, podemos afirmar que vienen tiempos muy diferentes a los de las espectaculares conferencias de donantes.
 
A diferencia de Washington, donde se decide de verdad, la guerra en Bruselas es más de salón. Los aliados europeos, excepto el Reino Unido, han sido perezosos en el esfuerzo afgano. Los líderes políticos europeos saben que sus opiniones públicas se opondrán a  peticiones que impliquen el menor sacrificio. El evangelio pacifista predicado durante años, no puede cambiarse de la noche a la mañana. Hace falta algo más que la comparecencia pública de un político para que sociedades narcotizadas se despierten de repente y se den cuenta de que la tarea de paz era un eufemismo y que hay que remar en la dirección contraria: hacer la guerra. Queda preguntarse si puede que ya sea tarde para convencer a los europeos que sus intereses vitales están en juego en Afganistán, si es que están, y que tienen que arrostra sacrificios.
 
La dimisión de Eric Joyce --parlamentario laborista y mayor retirado del Ejército- como asesor del Secretario de Defensa de Gordon Brown a causa de su desacuerdo con la estrategia en Afganistán, marca un hito en la política británica. El Reino Unido es un país con una larga trayectoria como potencia. Los británicos entierran a sus soldados con frecuencia, sin funerales de estado pero con el calor popular. Joyce previene a Gordon Brown que el goteo indefinido de bajas provocará la pérdida del apoyo popular a la guerra. En su carta de dimisión se refiere al esfuerzo aliado europeo en los siguientes términos: ”Gran Bretaña lucha, Alemania paga, Francia calcula e Italia evita”. Expresar con más claridad las contradicciones europeas es difícil de conseguir.
 
Dificultades sobre el terreno
 
La guerra que se libra en el terreno dista mucho de parecerse a lo que el gran público entiende por lo que es un conflicto bélico. La percepción del tiempo, la organización social, las lealtades, los códigos de honor, el valor de la vida y un sinfín de circunstancias, de gran parte de la población afgana, no tienen nada que ver con las de los países que tienen tropas en el terreno. Para las fuerzas aliadas, actuar en un país centroasiático representa una pesadilla logística. No existen objetivos físicos que alcanzar, el terreno lo constituye la población y no son previsibles grandes enfrentamientos militares, sólo permanentes y sangrientas escaramuzas. El problema reside en que no se ha determinado con claridad la finalidad estratégica de la intervención de los aliados, que no se trata de continuar un conflicto que empezó en 2001 pero que hubo que “aplazar” para prestar atención a una urgencia: Irak.
 
La continuidad espacial con Pakistán le proporciona al conflicto una prolongación estratégica que la dota de una complejidad añadida, que determina la propia definición del concepto de victoria y derrota. Las condiciones en Afganistán no se parecen en nada a las de Octubre del 2001. El conflicto ha mutado, ocho años no pasan en balde, ahora el ambiente es más parecido al que tuvieron que hacer frente los soviéticos. ¿Será Karzai el Najibulá de Occidente?
 
Británicos y estadounidenses ya saben -aunque sólo sea por su reciente experiencia en la provincia de Helmand- lo costoso, en fatiga, peligro y sangre, que es actuar contra la denominada insurgencia. Combates de pequeña entidad, interminables, continuos, y el resultado es simplemente contar las pérdidas y volver a empezar. ¿Están dispuestas a ello las demás naciones OTAN?
 
Por otra parte parece, a todas luces insuficiente, enunciar como finalidad estratégica de la intervención aliada en Afganistán el impedir que Al-Queda pueda volver a encontrar un santuario para sus actividades. Hay que repetir: no estamos en 2001.
 
Habrá que estar atentos a lo que se derive del informe Petraeus-McCrystal. En él se establecen como tareas a acometer: primero, la protección de la población afgana; segundo, el establecimiento de una buena gobernanza; y tecero, el relanzamiento de la economía. Mucho de ello también válido para ciertas zonas de Pakistán. Algunos piensan, no sin razón, que es una visión defensiva para que los militares no compartan en solitario un hipotético fracaso, a causa de la falta de implicación del esfuerzo civil y la indefinición estratégica de Obama.
 
La cuarta guerra
 
Existe otra guerra, que podíamos definir como la cuarta, necesita poca explicación. Es la que se desarrolla aquí, en nuestra nación, en España. Esta guerra consiste en una competición a tres bandas entre la estupidez, la ignorancia y la frivolidad. Si se envían tropas a una zona se participa, de una forma u otra, en la guerra, por muchos “caveats” que se habiliten. Han muerto soldados españoles en ataques enemigos. Si se niega el hecho de estar en una guerra, si se trasmite ese mensaje a la sociedad, se está actuando estúpidamente. Las guerras existen, aunque parezca mentira, y las hacen las sociedades. En estas circunstancias, anestesiar a una sociedad que es la que pone los muertos, independientemente de ser una gran estupidez, constituye un crimen de lesa patria.
 
España ha estado por un largo periodo histórico fuera de la escena internacional y esa circunstancia marca; no se subsana con clases en dos tardes. La casta política española, excepto contadísimas excepciones, simplemente ignora lo relacionado con la Fuerzas Armadas, con el ámbito de la seguridad y la defensa, y con la guerra como instrumento de la política exterior. Baste repasar lo relacionado con la seguridad y defensa en los programas electorales de los partidos, si se encuentra algo. Esta circunstancia refleja claramente la situación de la sociedad en este aspecto, de la que la clase política es uno de sus notorios exponentes. Desde ese profundo desconocimiento se enviaron, mantienen y refuerzan las tropas en Afganistán, en el Líbano, se envían barcos al Indico, fuimos y nos venimos de Irak y Kosovo, etc.
 
Un país con unos problemas serios de cohesión nacional, con un empobrecimiento galopante, con una grave crisis de valores patrióticos y ciudadanos producto, en gran medida, de la frivolidad con que se han puesto en circulación pautas sociales disparatadas, tiene difícil jugar en primera división. Con Zapatero no es que no seamos potencia: no somos ni siquiera un aprendiz de potencia. Y ni siquiera hay voluntad de ganar esta guerra. Así que medítese bien si esta nación enferma, puede participar en una larga, costosa y sangrienta guerra.
 
Parece que no queda margen para la frivolidad, pero lo habrá.